Hemos
ido de nuevo a una fiesta a casa de un amigo muy morboso, allí se
encontraba nuestro amigo Paco, que ya protagonizo el relato "María
vuelve a hacer de las suyas", junto con su pareja.
El anfitrión es un solterón muy correcto y siempre impecablemente vestido
para cada ocasión, con una magnífica casa donde de vez en cuando
organiza fiestas para sus amigos.
María había acudido en su línea, taconazos, medias negras, falda no
especialmente corta pero muy ajustada a su precioso trasero y blusa
negra con sujetador negro debajo. Como ropa interior, tanga y sujetador
ambos negros.
Entre los invitados a la fiesta estaba un amigo del dueño, marroquí, al
que llamaremos Mustafá, que aunque estaba casado siempre habíamos
sospechado que tenía algún rollo esporádico con el anfitrión.
Nada
más entrar, el dueño de la casa nos cedió el paso, y cuando María pasó
por delante suyo, le rozó el culo, algo de lo que se dio cuenta el
marroquí que lo miró con sonrisa sospechosa.
El buffet era muy bueno, y enseguida nos sirvieron unas cervezas, a las
que siguieron otras, y posteriormente empezamos con el vino.
María atendía, tal vez demasiado amablemente, los coqueteos del dueño,
Pedro, y Mustafá. El dueño había vuelto, siempre tan educado, a rozarle
el trasero e incluso los pechos.
El
marroquí había sido bastante menos discreto habiéndole hecho una cogida
de culo en toda regla a María mientras me miraba sonriente y nosotros
lo dejábamos hacer. Reconozco que Pedro también me había cogido el
trasero una vez y otra había acariciado discretamente mi paquete.
A los postres, licores y cavas. Total, que ya estábamos más bien
achispados.
Había unas 15 personas y yo estaba charlando con unos y otros hasta que,
de pronto, me di cuenta que María no aparecía. Empecé a buscarla por
toda la casa, bastante grande, hasta que tras la puerta del
despacho-librería del dueño escuché unos gemidos y voces quedas.
La abrí discretamente y me encontré el magnífico espectáculo: el dueño
estaba sentado en un sillón con la bragueta abierta y María, a cuatro
patas y con la falda subida y el trasero al aire, chupándosela,
mientras Mustafá, sin pantalones, se movía rítmicamente detrás de ella.
El tanga estaba tirado en mitad de la habitación.
No quise interrumpir y seguí observando. Pedro gemía a punto del orgasmo y
María parecía que no iba a tardar mucho. Entonces, Mustafá tiró del
pelo de María, obligándola a dejar de chupar y ella, tal vez a causa
del tirón de pelo, ya sabemos su lado sumiso, se corrió, con
movimientos convulsivos de caderas que hicieron que Pedro se corriera
también en su garganta y Mustafá en su coño. Pedro la tenía normal
aunque gruesa pero Mustafá, haciendo honor a la fama de los marroquíes,
la tenía bastante larga aunque no demasiado gruesa.
Entre los dos ayudaron a levantarse a María. La corrida había sido
impresionante, ya que la leche chorreaba libremente por su coño hacia
sus muslos manchando las medias.
Sobre la mesa había una cubitera con una botella de cava de la que se
sirvieron tres copas y el marroquí y Pedro fueron quitando casi a
tirones la ropa que le quedaba a María, dejándola sólo con las medias y
los zapatos, y la colocaron sobre la mesa abierta de piernas, a la vez
que ambos se desnudaban completamente.
Pedro se puso delante de ella y comenzó una penetración, mientras Mustafá
se fue al otro extremo y empezó a coger los pechos de María amasándolos
de forma un poco brusca. Se nota que también tenía tendencias BDSM como
Amo.
En ese momento, el marroquí observó la puerta y me vio, diciéndome que
entrara y me preguntó:
- "¿Te gusta lo que estamos haciendo con tu puta? Ya le tenía yo ganas a
ese coño".
Pedro me miró y dijo:
- "Venga Juan, ponte de rodillas aquí al lado", lo hice y me restregó su
pene por la cara hasta que lo introdujo en mi boca, empujando mi nuca
hasta que me la tragué entera mientras Mustafá se arrodillaba delante
de María y comenzaba a lamer golosamente su coño.
Pedro llevaba el ritmo de la mamada moviendo mi cabeza mientras María
gemía de nuevo con la comida de coño que le estaban haciendo. Al poco,
Pedro no pudo más y eyaculó prácticamente en mi garganta. Mustafá
seguía lamiendo y María tuvo un nuevo orgasmo, pero cuando quiso
levantarse, el marroquí le ordenó con voz seca:
- "Quieta, zorra".
Pedro me sirvió una copa de cava muy frío, que me vino estupendamente para
quitarme el sabor a semen que tenía en la boca, y Mustafá ayudó a
levantarse a María y la puso apoyada en la mesa, cogiendo una especie
de bastón que había en un paragüero formado por una fina vara de caña
mientras me decía:
- "¡En pelotas, maricón!".
No me lo explico, o tal vez sí porque la situación era brutal, pero ya
estaba de nuevo el marroquí empalmándose.
Pedro se acariciaba el pene y sonreía.
Enseguida empezaron a caer bastonazos sobre el trasero de María, que
gemía esta vez de dolor. Parecía que cada bastonazo era un aliciente
para la erección de Mustafá, que crecía por segundos.
Pedro, viendo que no conseguía una nueva erección, abrió un cajón y
sacó una caja de Cialis, tomándose una. Yo tenía una erección bastante
grande a consecuencia de lo visto y vivido e intenté acariciarme, pero
recibí un bastonazo en el brazo:
- "¡No te toques, gilipollas!", me dijo el marroquí, a lo que obedecí
enseguida, ya que sospechaba que querían reservar esa erección para
algún juego morboso.
María tenía el culo cada vez más colorado y cubierto de marcas
horizontales, pero empezó a quejarse y moverse. Entonces Pedro abrió
nuevamente un cajón del escritorio, sacó cuerdas, se notaba que no era
la primera vez que jugaban en esa habitación, y le ató las manos por
delante. Mustafá sujetaba su espalda y Pedro ató las piernas de María a
las patas de la mesa, continuando el magrebí su castigo, esta vez con
más fuerza, mientras yo miraba y esperaba aguantando como podía las
ganas de eyacular.
Entonces, Pedro se puso detrás de María y comenzó a poseer su trasero
haciéndola dar un brinco a pesar de las ataduras, ya que se la metió
sin miramientos, y su pene, no muy largo, sí era más bien grueso.
A mí me dijo el moro:
- "Pon las manos detrás de la espalda, cierra los ojos y no te muevas".
Lo hice, dado que quería saber cómo terminaría aquello, y enseguida noté
un intenso frío en mis partes bajas. Había cogido hielo de la cubitera
y lo había pasado por mis testículos consiguiendo que mi antes potente
erección quedara en nada.
- "Ya puedes abrir los ojos", continuó, justo a tiempo para ver cómo Pedro
eyaculaba en el trasero de mi esposa.
Entonces Mustafá me dijo en tono apremiante:
- "Penétrala y abre las piernas bien".
El esfínter anal estaba aún dilatado por el grueso pene que acababa de
follarlo y muy lubricado por el semen de las dos penetraciones
anteriores. La introduje y abrí las piernas.
- "¡Quieto ahora!", escuché mientras notaba cómo dos manos abrían mis
nalgas y unos dedos untaban una crema espesa y húmeda por mi culo
mientras otra mano empujaba mi espalda sobre María.
Primero un dedo y luego dos se introdujeron en mi esfínter y, enseguida,
noté cómo se apoyaba en él un glande y unas manos cogían a María por la
cintura conmigo en medio. El marroquí me estaba penetrando y cuando
consiguió introducir la mitad de su miembro, me ordenó que follara con
lo que, cuando retrocedía, me iba empalando en su polla que entraba
poco a poco en mi
interior.
Cuando ya había entrado una buena parte, me dijo que parara y era él quien
llevaba el ritmo de la doble follada, hasta que María alcanzó un
orgasmo y, por sus contracciones, yo también, pero tuve que seguir
sintiendo la polla magrebí en mi interior durante un buen rato. Hacía
poco que había eyaculado y podía aguantar perfectamente.
Tras casi diez minutos que ya me habían provocado escozor y molestias, por
fin se corrió manteniéndola dentro a pesar de ello un poco más, hasta
que la sacó bruscamente, junto con una buena cantidad de semen
caliente, mientras Pedro me sujetaba sobre María. Después sentí cómo me
colocaban un cubito de hielo en el esfínter, "para las molestias", dijo
Mustafá, manteniéndolo un poco allí hasta que comenzó a derretirse
mezclándose el agua con el semen mientras se reía.
Cuando salimos del despacho, la fiesta continuaba sin que, al parecer,
nadie hubiera notado nuestra ausencia.
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