Antes
que nada, quiero manifestar que ésta es una confesión y una aceptación,
más que un relato. Quiero confesar que soy tres cosas que avergonzarían
a cualquiera: Soy CORNUDO, soy MARICÓN y soy un POCO HOMBRE. Todo lo
que escribiré es absolutamente cierto, salvo los nombres, tanto de mi
novia y mío, como de otras personas que aparecerán en mi confesión. Y
esto es sólo para cuidar la reputación y discreción de quienes aparecen
aquí; sin embargo, los hechos y situaciones son 100% reales.
Para efectos de esta confesión, me llamaré Ernesto y mi novia Norma. Ella
es hermosa de cara y cuerpo, de esas mujeres que hacen voltear los ojos
por la calle; de ojos y cabello negros, tiene la piel blanca, largas
piernas y senos redondos de tamaño normal. Lo que realmente llama la
atención de su anatomía son sus redondas nalgas, grandes, paraditas y
preciosas, un imán para la mayoría de los hombres que no pierden
oportunidad de mirarle el culo cuando va por la calle. Por mi parte,
soy un tipo también blanco, de ojos y cabello negros, complexión normal
y medianamente atractivo; sin embargo, mi pene es más bien pequeño.
Somos novios desde hace once años y, aunque no nos hemos casado, llevamos
una relación sumamente cercana y compenetrada, la cual nada le
envidiaría a un matrimonio. Por azares de la vida, vivimos juntos la
mitad de la semana, pues yo vivo en una ciudad cercana adonde ella
habita, por lo que así hemos descubierto que funcionamos bien: paso por
ella, vivimos juntos tres días en mi casa y ella regresa a la suya.
Norma y yo estamos profundamente enamorados uno del otro; sin embargo,
hemos comprobado que el amor de pareja y las relaciones sexuales son
dos cosas totalmente independientes. A pesar de que ella sería incapaz
de hacerme sentir mal, sé que nunca la he satisfecho como hombre, que
siempre se queda con ganas cuando tenemos sexo y que no es una mujer
plena por mi incapacidad de proporcionarle placer. Lo primero que
quiero confesar es mi torpeza como amante, aunada al pequeño tamaño de
mi pene que, si bien no es minúsculo, sí es más pequeño que la mayoría.
Además, soy casi impotente... Y escribo casi porque algunas veces
(muy pocas) logro que se endurezca un poco, aunque nunca con la firmeza
y dureza que un verdadero hombre normalmente alcanza.
Resulta patético y frustrante tratar de que mi inútil miembro se endurezca
lo suficiente para penetrar a mi novia; es casi cómico como, desde que
estamos juntos, siempre busco que las luces estén apagadas, por el
tamaño que me avergüenza y para que ella no vea que a pesar de la
actividad sexual sigue fofo. También, la oscuridad me permite frotarme
para lograr lo casi imposible y evitar que ella me toque. En pocas
palabras, soy un fracaso como amante y estoy consciente de que me es
imposible satisfacer a ninguna mujer.
Algunos dirán que no todo es el pene y sé que hay muchos hombres que
resultan excelentes amantes utilizando las manos, la lengua, la boca y
hasta las palabras, para darle placer a una hembra; no obstante, como
lo mencioné, aparte de mi semi-impotencia soy muy torpe como amante.
Desde luego, he buscado sustituir mi falta de virilidad practicándole
sexo oral a Norma, alternando mi lengua, boca y hasta los dedos para
provocarle placer; tristemente, son más las veces que la he lastimado
por mi poca pericia al meterle los dedos en el coño o con mis dientes
al usar la boca, además de que mi tosquedad hace que el sexo oral que
le practico resulte incómodo, monótono y poco excitante. ¿Cómo lo sé?
Siempre, aunque de manera amable y sutil, termina apartándome para
masturbarse, obteniendo el placer que ni una sola vez en once años le
he podido dar. Es decir, ella prefiere dedearse sola que estar conmigo
en la cama.
Por si fuera poco, a mi torpeza como amante y mi ausencia de virilidad se
les une la eyaculación precoz; mi inútil pene no soporta ni siquiera el
leve contacto una vez que ha alcanzado esa semi-erección. Las pocas
veces que he podido penetrar a mi novia, casi siempre eyaculo de manera
inmediata y nunca he aguantado más de tres metidas antes de vaciarme
en su coño. Obviamente, nunca he logrado darle por el culo; al
principio lo intenté un par de veces, pero al ver el ridículo que
hacía, decidí dejar de hacerlo.
Por todo lo anterior, quiero confesar y aceptar ante todo el que quiera
leer esto que escribo que soy un Poco Hombre, pues tanto físicamente
como en pericia soy incapaz de satisfacer a una mujer. Agradezco
haberme encontrado con Norma, que es muy comprensiva y me ama, pues sé
que otras menos bondadosas seguramente se burlarían de mí, me
reclamarían mi falta de hombría o sencillamente me abandonarían. Todo
lo anterior sería absolutamente justificado, pues acepto que eso y más
es lo que merece un remedo de hombre como yo.
Como yo también amo a mi novia y siempre he estado consciente de que es
una mujer frustrada e insatisfecha en materia sexual, hace unos años
decidí incursionar con ella en el mundo Swinger, aunque por mis
inexistentes atributos debía ser en la modalidad de tríos; es decir,
buscar que Norma obtuviera con otros hombres el placer que yo no puedo
darle. Al principio, le escandalizó mi propuesta e, incluso, llegó a
pensar que no la quería al permitir que se acostara con otros; sin
embargo, con el tiempo descubrimos juntos que nada tiene que ver el
placer sexual con el amor.
Empezamos con juegos en la cama en los que le decía cuánto me excitaría
verla poseída por otro y ella, aprovechando la fantasía, desfogaba lo
que antes no podía expresar: restregándome en la cara las ganas y hasta
la necesidad que sentía de una buena polla. El juego muy pronto cobró
tintes de humillación, que yo permitía y hasta -he de confesarlo- me
excitaba. Cada vez más, ella liberaba sus pensamientos y frustraciones,
echándome en cara mi falta de hombría, mi nula pericia para tocarla, la
pequeñez de mi pene, mi impotencia y la vergonzosa eyaculación precoz,
manifestándome como deseaba estar con un verdadero hombre que le diera
placer, confesándome que nunca se había sentido plena conmigo, que
cuando se masturbaba pensaba en otros y que yo, básicamente, no le
servía para nada. Comenzó a decirme idiota, poco hombre y demás
palabras que, aunque soeces, no eran mentiras, sino descripciones de lo
que realmente era y soy. Obviamente, yo escuchaba y aceptaba todos sus
insultos y humillaciones, agradeciendo que me dijera idiota, poco
hombre y demás linduras, ante lo cual ella se carcajeaba, diciéndome
que efectivamente sólo un idiota es capaz de agradecer que le digan
eso. También le agradecía que no me abandonara y la conminaba a
acostarse con otros, a lo que respondía que lo haría cuando le diera la
gana y que, por supuesto, no me iba a preguntar, pues yo tenía que
aceptar que ella buscara sentir con otros lo que no sentía conmigo y
que, por supuesto, si yo me negaba me
abandonaría.
Esos apasionados encuentros siempre terminaban de la misma manera; yo
eyaculaba mucho antes que ella, la mayoría de las veces sin siquiera
intentar penetrarla, y ella a veces aceptaba que le lamiera el coño
mientras se dedeaba, otras me empujaba hacia un lado, reclamándome que
lejos de excitarla, le estorbaba para que pudiera correrse. Yo esperaba
a un lado como un imbécil, mientras ella se metía los dedos y cerraba
los ojos imaginando lo que no tenía en casa: pollas de verdad. Al
terminar y después de un baño de ambos, todo volvía a la armonía de
nuestra relación; nunca repetíamos o recordábamos lo que decíamos en
esos encuentros, haciendo de cuenta que todo era una fantasía; no
obstante, ambos sabíamos que todo lo que nos decíamos era absolutamente
cierto, aunque era incómodo aceptarlo luego de la excitación.
El siguiente paso en nuestra relación fue el exhibicionismo; nos enteramos
de un hotel de playa que permitía el desnudo total en algunas áreas de
sus instalaciones. Yo se lo propuse y ella manifestó cierta reticencia
a mostrar su cuerpo, pues nunca lo había hecho; al llegar la primera
vez, sólo accedió a mostrar los senos en la alberca y ponerse un tanga
que sus enormes nalgas hacían desaparecer por completo. Obviamente, era
objeto de las miradas de huéspedes y empleados del hotel, con quienes
ella sonreía sin ofrecerse descaradamente y agradecía algún piropo que
le hacían. También notaba que, al caminar frente a otros hombres que le
admiraban, movía de más su suculento culo, bamboleándolo ante los ojos
de quienes quisieran verlo.
Esos viajes al hotel de playa se hicieron frecuentes, al grado de que los
empleados del hotel y algunos huéspedes recurrentes nos reconocieran.
Desde luego, luego de ese primer viaje, ella se mostraba como Dios la
trajo al mundo sin ningún pudor ni vergüenza; le excitaba mucho
deambular por todos lados mostrando las tetas, el coño bien depilado y,
desde luego, las turgentes nalgotas ahora sin siquiera aquel hilo
dental que lucía en el primer viaje; se asoleaba en los camastros con
las piernas abiertas, mostrando la raja a quien quisiera observarla, se
empinaba de modo que el ojo del culo quedaba a la vista. Incluso,
miembros del hotel llegaron a llamarnos la atención, pues se acostumbró
tanto a andar encuerada, que se le olvidaba y entraba así al
restaurante a comer, por lo que se acostumbró a ponerse unos minúsculos
vestidos de gasa transparentes, por supuesto sin nada abajo, con lo que
se le veía absolutamente todo y que no hacían ninguna diferencia entre
llevarlos puestos y estar encuerada.
A pesar de su desinhibición y de que yo la conminaba a que aceptara la
conversación de otros huéspedes, para que hiciera realidad lo que ya
era inevitable: ponerme los cuernos, ella todavía iba con precaución en
el contacto con otros hombres. Accedió a quedarse sola y, por supuesto,
absolutamente desnuda en el área de alberca mientras yo la esperaba en
el bar o, incluso, en la habitación, pero sólo aceptaba hablar con
ellos y en algunas ocasiones un beso en la boca o alguna caricia en las
nalgas. Otro inconveniente es que muchos de quienes iban al hotel eran
parejas y, como es obvio, la mayoría de los hombres se conformaban con
verla encuerada, pero no se acercaban. También, muchos no sabían cómo
actuar, pues aunque poco a poco empecé a volverme insignificante y casi
invisible junto a ella, se percataban de que venía acompañada y, obvio,
no querían problemas. Ante esto, le propuse que hablara con el barman y
con los camareros, confesándoles lo que era absolutamente cierto: que
era una mujer insatisfecha y que su pareja no la satisfacía, que yo era
un bulto sexualmente hablando y que a ella le encantaría conocer otros
hombres, además de asegurarles que yo estaba de acuerdo con que ella me
adornara la cabeza. Dichas conversaciones, como siempre pasa, se
volvieron secreto a voces y, al poco tiempo, casi todos, huéspedes y
empleados, sabían que mi novia buscaba machos que le dieran el placer
que no obtenía conmigo. Naturalmente, los acercamientos se
multiplicaron, aunque no pasaron de algunos tocamientos, sesiones de
besos y manoseos en el jacuzzi y alguna nalgada por los pasillos. Lo
más humillante fue que, como era inevitable, a mí me vieran todos como
el poco hombre cornudo que en verdad soy, como el pendejo que acepta
que su esposa le ponga los cuernos y que se hace el occiso cuando la
encuentra con otro, pues más de una vez, después de quedar en dejarla
sola por un tiempo, regresaba yo después del lapso convenido, y la
encontraba en los brazos de otro. Obviamente, trataba de no molestarles
y me escabullía sigilosamente, para dejarlos disfrutar a gusto.
La situación cuando íbamos a ese hotel, visitas que se repetían casi cada
par de meses, comenzó a tornarse muy humillante para mí y excitante
para los dos, pues me calentaba viendo a mi novia gozando con otros
machos, aunque respetaba que ella aún no quería llegar al acto sexual.
El trato hacía mí por parte de los empleados cambió drásticamente; lo
que al principio fue mucha formalidad y cortesía, poco a poco se
convirtió en risitas de burla cuando me veían e, incluso, dejaron de
hablarme de Usted, para tutearme campechanamente, y hasta alguna vez
el barman y algún camarero me llamaron cornudo, trato que se
intensificó al ver que yo lo aceptaba sumisamente. Preguntaba por mi
novia y descaradamente me informaban que estaba ligando con otro en el
jacuzzi o que se estaba besando con dos en la alberca, sustituyendo las
risitas de burla por auténticas y desenfadadas carcajadas que yo
ignoraba como lo que soy: un pendejo. Mi novia ayudaba con esas burlas
pues, como ejemplo, algunas veces en la comida soltaba frases como: Un
refresco para mí y una cerveza para el cornudo o Yo voy a querer el
pollo y el poco hombre la pasta.
También resultaba humillante hacerme el distraído cuando ella sonreía a
otro descaradamente en otra mesa o fingir también que no me daba cuenta
cuando la miraban con lascivia o le mandaban besos a la distancia y
ella los correspondía. También me ponía en ridículo cuando desaparecía
repentinamente: sucedía mucho que estábamos comiendo y ella se paraba
al baño dejando su platillo a la mitad; al ver que se tardaba una
eternidad, preguntaba al camarero y éste, sonriendo burlonamente, me
informaba: Tu novia nos pidió que, si preguntabas, te dijéramos que se
fue con otro y que la esperaras en la habitación. Siempre era así,
ella les pedía que no me dijeran nada hasta que preguntara, gozando de
dejarme ahí plantado como un idiota. Yo agradecía la información y
acataba lo que ella me indicaba.
Aparejado a esos viajes, se me ocurrió crear una página en Internet en la
que mostraría desnuda a mi novia y yo me aceptaría como un cornudo ante
el mundo. El objetivo de la página fue crear un medio para conocer
hombres y concertar citas en las que, por fin, se follarían a Norma
como se debe, ante la mirada y actitud sumisa de un servidor.
Obviamente, ella vería las fotos que nos enviaran y los correos y
decidiría con quiénes haríamos una cita para darles las nalgas.
Por supuesto y afincando mi condición de venado, era yo quien administraba
la página y los correos que nos llegaban, lo cual se convirtió en una
nueva faceta de humillación, pues me veía obligado a leer las
obscenidades que le escribían a Norma y no sólo eso, sino también a
responderlas con cortesía y sumisión, aceptando los insultos que me
proferían a mí y agradeciendo que quisieran follarse a mi novia y
acrecentar mis cuernos. Dicha página me convirtió en, quizá, el mayor
cornudo de México y a Norma, sin duda, en una de las putas más deseadas
no sólo de México, sino de otros países, pues nos escribían de todos
lados.
No obstante los cientos de correos que llegaban a diario, Norma y yo
éramos muy selectivos a la hora de hacer una cita, pues somos
conscientes de los riesgos en materia de seguridad y salud que conlleva
hacer una cita a ciegas y más de índole sexual; por ello, poníamos
muchísimos filtros antes de llegar al encuentro, que siempre se realizó
en el bar de algún hotel, con el objetivo de estar en un lugar público
donde se minimizan los riesgos y tomar una decisión luego de hablar un
rato con el corneador en potencia, aclarándole desde el correo que la
cita no implicaba sexo, pues éste sólo se daría si los tres estábamos
de acuerdo luego de conversar en el bar. En total, tuvimos entre diez y
quince citas de esta naturaleza y todas se convirtieron en folladas a
la que se convirtió en, además de mi novia, en la puta de otros.
Nuestro proceso de selección era tan exhaustivo que dejaba poco margen
de error y esas charlas en el bar servían, más que nada, para romper el
hielo y que el corneador en turno manoseara y besara a mi novia en mi
cara. Nosotros siempre buscábamos llegar antes y dividir los gastos, de
modo que pagábamos la habitación y el corneador las copas en el bar.
Esto nos servía para que yo, como buen cornudo, acondicionara la
habitación para que Norma y su amante ocasional estuvieran cómodos,
dejando todo listo para que me vieran la cara de pendejo en mis
narices. Incluso, cuando ya estábamos en confianza en el bar, mi novia
me pedía que fuera a preparar la habitación, indicándome que quería
quedarse a solas en el bar con el hombre que ya me estaba corneando con
besos y manoseos en todo su cuerpo. Yo, desde luego, aceptaba y me
apresuraba no sólo a ser un buen cornudo, sino también un buen
sirviente, que fue en lo que prácticamente me convertí en todos esos
encuentros: en el criado de mi esposa y mis corneadores.
Una vez terminada mi labor acondicionando el cuarto, que siempre pedíamos
con jacuzzi, bajaba al bar para anunciárselos; casi siempre los
encontraba en medio de un beso y con las manos de él en las nalgas,
tetas o coño de mi novia, en tanto que ella exploraba los huevos y la
verga de su acompañante. Para no interrumpir, me quedaba parado
esperando a que terminaran, ante la mirada atónita de empleados y
clientes del bar, conduciéndolos a la habitación, abriendo la puerta y
dejándolos pasar para que se acomodaran casi siempre en la salita. Mi
presencia la mayor parte de las veces era absolutamente ignorada por
ambos, salvo para ordenarme algo o indicarme alguna cosa. Generalmente,
Norma me ordenaba descalzarla a ella y a su amante, retirando medias de
ella y calcetines de mi corneador; en ocasiones, me exigía que la
desnudara y también a él, lo cual acataba diligentemente, casi siempre
ante la sonrisa de sorpresa de mi corneador que, poco a poco, iba
entendiendo la dinámica y no tardaba en ordenarme cosas o, incluso,
burlarse e insultarme un poco, incitado por las burlas e insultos de mi
novia.
Durante dichas folladas, conocí una Norma que nunca había visto: se
trataba de una mujer que disfrutaba del sexo como nunca, con orgasmos y
reacciones que nunca tuvo conmigo, gritando de placer y ofreciéndose
como una perra ante el amante en turno. Veía a una novia irreconocible,
descarada en su vestir, mostrando en la intimidad de la habitación
prendas que yo le compraba para que se ofreciera a otros, lencería
sumamente atrevida, adquirida casi siempre en sex shops y que dejaba
muy poco a la imaginación. Me excitaba ver a la furcia de mi novia
contoneando las nalgotas en un micro vestido que las dejaba medio
descubiertas o, incluso, en ropas que a propósito elegía con las nalgas
totalmente descubiertas, consciente de lo que ese par de masas
turgentes provocaban en quienes las observaban.
Esos encuentros se convirtieron en una especie de Universidad del
puterío para Norma, en la que, si se me permite la analogía, se tituló
con mención honorífica como una auténtica PUTA, haciendo honor a la
página que la convirtió en lo que fue casi su nombre, al ser la Puta
de La Puta y el Cornudo; de hecho, la mayoría de sus admiradores así
la llamaban: Puta, calificativo sumamente adecuado. Sobra decir que
yo también adopté la palabra Cornudo como si fuera mi nombre, pues
más gente me llamaba (y me llama) así que por mi nombre de pila.
En esas citas de lujuria, vi a mi novia mamar polla con deleite, como
nunca lo hizo con mi pene, pajearla, sobarla, lamerla, chupar los
huevos de otro, lengüetearlos, meterse uno a uno en la boca; incluso,
tragarse siempre el semen del macho en turno, pues reconoció que le
fascinaba el sabor de la leche, convirtiéndose en una auténtica glotona
de la leche de macho. Casi podía sentir físicamente mis enormes cuernos
cuando veía a mi novia hincada ante cualquier pito, succionándolo y
masturbándolo acompasadamente, hasta que mi corneador se arqueaba en
una pose evidente de orgasmo; lejos de retirarse, la Puta aprisionaba
más ese tolete con sus labios, para no dejar escapar ni una gota de la
eyaculación, dejando a su amante exhausto, a mí expectante y ella
saboreándose la corrida que acababa de degustar.
También vi cómo le manosearon hasta el último milímetro de su piel,
especialmente el prodigioso culo que ella ofrecía con descaro; vi cómo
se lo acariciaban, pellizcaban, estrujaban, sobaban y, por supuesto, la
nalgueaban, acompañando con piropos vulgares tales sobamientos,
valiéndoles auténtica verga que el cornudo estuviera presente. Vi
desaparecer sus tetas en las manos de hombres que la abrazaban por
detrás, miré cómo le pellizcaban los pezones, como las sostenían y ella
se erguía para facilitar el tocamiento. Observé cientos de dedos
desaparecer dentro de su coño, manipulando diestramente su clítoris y
sus paredes vaginales, algo que yo nunca pude hacer, vi manos abrir su
vulva, dedearla e, incluso, manos enteras desaparecer dentro de ese
coño caliente y hambriento, un coño que se abría casi ante cualquiera.
De la misma forma, vi cómo los mismos dedos horadaban su culo,
dilatándolo poco a poco, un culo que cedía paulatinamente a la entrada
de más y más dedos, al grado de que, en ocasiones (pocas) me parecía un
acto casi circense observar solamente el brazo del macho que me
adornaba la frente, pues su mano se había incrustado por completo en
ese ojete tragón que recibía ese puño, me atrevería a decir que hasta
con agradecimiento.
Yo, como su novio, de la manera más humillante existente, miré lenguas de
otros hombres recorrer su cuerpo desde la punta de los pies hasta la
cabeza; vi cómo le lamían las largas piernas que ella abría
invariablemente, cómo le lamían la cara mientras ella abría la boca,
gritando de placer cuando una lengua furtiva se colaba por sus oídos.
La miré besarse de todas las maneras con otros hombres, desde el beso
tímido de piquito hasta auténticas incursiones de ambas lenguas hasta
las mutuas gargantas; observé como sus tetas se convertían en ovalados
chupones para bocas desesperadas por succionarlas. Vi manos abrir sus
enormes nalgas mientras la piruja se empinaba facilitando el recorrido
de la lengua del amante en turno, que recorría toda la raya que
separaba los redondos globos de carne, deteniéndose en ese ano más que
ofrecido regalado a cualquier boca que quisiera penetrarlo, mirando en
mi propia novia cómo sí es posible darle por el culo a una huila
utilizando solamente la lengua. También observé cómo todos y cada uno
de sus amantes me superaban en el arte del cunnilingus, lamiéndole la
raja a mi novia puta y ofrecida que pedía más mirándome a los ojos,
como retándome a protestar lo que me convertía en un alce de enorme
cornamenta y que la única manera que tenía de evitar esos cuernos era
irme a la chingada, pues ella no hubiera sacrificado un milímetro de
ese placer.
Desde luego, también vi vergas de verdaderos hombres coronar mi
humillación y consolidarme como un reno cornudo al entrar por el coño
de mi novia con destreza y hombría. Fui espectador de primera fila de
aquellas tremendas penetraciones con penes de verdad, duros y
firmes.... Con una especie de envidia y excitación, miraba aquellos
palos que parecían fierros por su dureza, tanto que en nada se
asemejaban a la vergüenza que cargo entre las piernas. Eran nabos de
todos los tamaños, pero con el común denominador de su dureza, firmeza
y eficiencia a la hora de darle placer a la zorra que amo, algo que ni
una sola vez he podido hacer y que cualquier hijo de vecino le
proporcionaba a Norma ocasionalmente. Vi como esa zorra se abría de
piernas para recibir verga, invitando al macho en turno a follarla como
quisiera y siempre pidiendo más, pidiendo verga en mis narices y, en
ocasiones, reprochándome para que viera lo que era una
verdadera herramienta viril y no la ridiculez que prácticamente sólo me
sirve para mear. Eran reclamos que le salían del alma, al grado que
parecía ser ella la víctima por soportar tanto tiempo a un intento de
hombre como yo, y no la adúltera, puta y descarada que se abría de
patas ante cualquiera, humillándome y coronando mi frente con astas
que, si existieran en realidad, no me permitirían pasar por la puerta.
Lo más ridículo es que yo aceptaba eso y le pedía disculpas... ¿Qué
clase de pendejo le pide perdón a su novia mientras se la está follando
otro macho?
Capítulo aparte fueron las folladas anales que recibió; casi todos sus
amantes se la metieron por el culo, algo que yo no estuve ni cerca de
hacer. La muy furcia ofrecía el ojete con singular alegría, a veces
hasta le pedía a su macho que la enculara, para lo cual yo desempeñaba
la labor de dilatarla. Todas y cada una de las veces que estuvo con un
macho en mi presencia, me ordenó que le dilatara el hoyo para que otro
la culeara, algo que procuraba hacer rápida y eficientemente con
lubricantes que compraba previamente para que a mi novia le dieran por
el culo... y no precisamente yo. Abría sus blancas pompas empinadas,
vaciaba lubricante entre la raya de ese nalgadar y metía poco a poco
los dedos en su culo, hasta que adquiría la dilatación adecuada para
recibir el miembro de mi corneador que, casi siempre, se masturbaba y
la manoseaba mientras yo la preparaba para él. Me retiraba y miraba
como otro gozaba de lo que para mí era imposible y hasta prohibido,
aunque se tratara de mi novia; me impresionaba como aquel orificio se
abría lo suficiente para que lo culearan con soltura, con facilidad,
con ritmo... generalmente, en cuatro patas como lo que era y es: una
perra, y su macho recargando ambas manos en sus acolchonadas nalgotas,
alternando el mete y saca con sonoras nalgadas e improperios dirigidos
tanto a la golfa que enculaba como al pendejo de su pareja, improperios
que ambos aceptábamos con deleite.
Todas esas folladas, todo lo que he relatado, todo lo que vi, que dudo que
haya algo que no haya visto o que no le hayan hecho a la cualquiera de
Norma, me convirtió por derecho propio en algo que nadie en el mundo
podría negar: un CORNUDO. Como cualquier persona, tengo una profesión,
un trabajo, soy hijo, hermano, amigo y hasta Poco Hombre, como lo
acepté en este mismo relato... soy muchas cosas; no obstante y sin
duda, no hay algo que sea más que un consolidado y completo CORNUDO. Al
menos, no conozco a nadie que lo hayan corneado tanto como a mí que,
dicho sea de paso, he aprendido a lucir y llevar mis gigantescos
cuernos con orgullo, al grado de que cuando escucho la palabra
cornudo o pendejo, aunque sea en la televisión, me resulta
imposible dejar de girarme, asumiendo que es a mí a quien se refieren.
Pero falta un concepto más, que aclaré al principio de esta confesión y
que también lo soy de manera completa y absoluta: un Maricón. Y no me
refiero a la comunidad gay, a la cual respeto y sería incapaz de
adjetivarla con una palabra ofensiva, pero estoy cierto que una cosa es
ser gay y otra ser maricón. Un gay es una persona que asume su
sexualidad libremente, disfrutando de su gusto y tendencia por personas
del mismo sexo, en tanto que un maricón como yo es alguien que deja a
un lado su dignidad para gozar de una rica verga.
Después de varios años de ser maricón, puto, marica o como se quiera
nombrar, he reflexionado y llegado a la conclusión de que siempre lo he
sido. Reconozco ahora que he sido maricón desde que nací, aunque ni yo
mismo me había percatado de ello. Trataré de explicarme con los hechos,
para que el lector comprenda y decida si un cornudo poco hombre como yo
se convierte en
maricón o ya era puto desde siempre:
Desde que recibíamos los cientos de correos de los admiradores de Norma,
no podía evitar una cosquillita de excitación cuando algunos me
indicaban que debería agarrarles la verga, lamerles los huevos,
pajearlos y hasta chupárselas cuando me hicieran cornudo. Yo siempre
respondía que sí, que lo haría con gusto, pues un buen cornudo se debe
a sus corneadores y está obligado a hacer lo que éstos le ordenen, por
desagradable o increíble que parezca. Lo curioso es que a mí no me
parecía desagradable; al contrario, me excitaba imaginarme comiendo
aquel pedazo de carne o lamiendo esos exquisitos huevos que observaba
en las fotos, al grado que me excitaba (y me excita) más mirar una foto
de una hermosa verga que el cuerpo de cualquier mujer.
La primera cita que tuvimos fue con un policía, una persona simpatiquísima
y actualmente un buen amigo. Aunque no es su nombre, le llamaremos
Daniel: moreno, de cuerpo musculoso y cara agradable, mi esposa decidió
que sería un excelente primer corneador. Llegamos a la cita antes, como
siempre, y lo vimos llegar con una sonrisa y modales súper educados.
Rápidamente, entramos en confianza y a los pocos minutos ya
bromeábamos. Era una mesa redonda en el bar, en la que mi novia se
alejaba cada vez más de mí y se pegaba más a él. Casi sin darnos
cuenta, ella ya estaba recargada en Daniel mientras él le manoseaba las
tetas delante mío y de todos los presentes, interrumpiendo la
conversación con largos besos en la boca entre ellos, momentos muy
incómodos para mí, pues no sabía ni a donde mirar mientras ellos se
besaban.
Como sería ya costumbre a partir de ese encuentro, subí a la habitación
para prepararla, dejándolos solos en el bar. Ni siquiera esperaron a
que me parara de la mesa, cuando me percaté que Daniel le dedeaba el
coño metiendo la mano por debajo de la minúscula falda que llevaba la
puta, facilitando esa labor que Norma había decidido no llevar nada por
debajo de la micro falda, dejando la raja y el culo al aire, accesibles
por completo para aquel macho que inauguraría mi cornamenta de manera
formal, haciendo suya a la putona que se decía mi pareja.
Con los nervios lógicos de la primera vez, ordené todo de manera que ambos
estuvieran a gusto, con la botella de brandy que él me había pedido
lista para servir y que yo desde luego compré en agradecimiento por
hacerme pendejo. Preparé el jacuzzi y puse las batas a mano, para
ponérselas cuando salieran de ahí, así como las toallas que se
necesitarían. Abrí la cama para que no perdieran tiempo en acostarse a
follar, puse música adecuada y perfumé el lugar con un aroma tenue,
pero agradable. En una mesita puse condones, lubricante y hasta un
dildo que mi novia
usaba ocasionalmente para darse placer. Preparado todo, bajé por ellos
y subimos a la habitación; Daniel, quien ya me decía Cornudo como si
fuera mi nombre (incluso lo hizo delante del camarero), me felicitó por
la preparación y me ordenó que desnudara a mi novia para él, lo cual
acaté presurosamente, mientras Norma lo besaba en la boca. Al tenerla
completamente desnuda, la manoseó de los pies a la cabeza, mientras yo
esperaba parado a una distancia prudente, como un eficiente mayordomo.
Se aproximaron a la salita de la suite y, antes de sentarse, él me
ordenó que lo desnudara, lo cual también ejecuté eficientemente.
Fue en ese momento cuando empezó mi encontronazo con mi condición de
maricón, pues Daniel me ordenó que me arrollidara para quitarle
pantalones y trusa, quedando mi cara a la altura de su falo que
abultaba considerablemente el pantalón. Yo obedecí sin importar que mi
novia me miraba incrédula, sentada encuerada en la salita: ahí estaba
su novio arrollidado ante la polla empalmada de su futuro amante y
esperando a ver lo que pasaría cuando liberara aquel nabo. Desabroché
el cinturón y bajé el pantalón, dejándolo en una trusa a punto de
explotar por el animal que luchaba por contener. Por alguna razón que
entonces no comprendí pero que ahora entiendo que era mi incipiente
mariconería, acerqué la cara a ese bulto y bajé la tela, liberando un
bello palo deliciosamente grueso aunque un poco corto, el cual obedeció
a la gravedad y, al verse liberado, rebotó como un resorte en mi cara
extasiada por tener el primer contacto piel a piel con un verdadero
pene viril. Ambos se rieron al ver la cachetada que recibí por parte de
aquella hinchada polla y, cuando quedó desnudo, se sentó junto a su
puta; es decir, mi novia.
Disfrutando el olor y la consistencia que el lubricante de aquel macho
había dejado en mi jeta y que, por supuesto, no me limpié, me apresuré
a servirles un par de bebidas, aprovechando para comerme sin que me
vieran una minúscula gotita que aquella tranca había dejado junto a mis
labios, experimentando el exquisito sabor de los fluidos de aquel
macho, fluidos que deseaba saborear por litros, pero ya tendría esa
oportunidad...
Siguió un tiempo en el que ambos conversaron ignorándome, degustando sus
bebidas, manoseándose permanentemente e interrumpiendo la charla con
uno que otro beso. Norma masturbaba lentamente esa verga, mientras
Daniel alternaba sus manos entre las nalgas y las tetas de la ramera
que estaba feliz entre sus brazos. De pronto, me ordenaron echar a
andar el jacuzzi y se metieron; llevé sus copas y me permitieron
sentarme en una silla, conminándome a estar atento por si algo se les
ofrecía. Dejaron de hablar, para entrar en un intercambio de besos y
manoseos; Norma gritaba, por lo que se podía intuir, aunque las
burbujas no dejaban verlo, que Daniel la dedeaba con delicadeza, pero
con firmeza. Si algo quedaba de pudor en aquella golfa, se perdió
cuando le gritó: Hazme tu puta, repetidamente, mientras yo sentía
crecer mi cornamenta.
Ante esa petición, Daniel decidió salir del jacuzzi, por lo que me
pidieron que me acercara. Primero salió Norma, a quien tuve que secar y
ponerle la bata; al salir Daniel, con el nabo erecto, me ordenó secarlo
también y ese fue mi primer contacto con un pene. Comencé a hacerlo de
pie, pero él me dio una nalgada molesto, preguntándome si no había
aprendido a que todas esas labores tendría que hacerlas arrollidado. Me
postré ante él, secando sus pies y piernas, mientras mi novia entraba
al baño. Al empezar a secar sus muslos, mi corneador aprovecho que mi
cara estaba a centímetros de su verga para mover la cadera rítmicamente
y cachetearme con ese palo, sorprendido porque yo, lejos de apartarme,
acercaba más mi jeta de maricón, para recibir aquellos deliciosos
golpes. Estaba a punto de abrir la boca para mamar ese cipote cuando la
puta de Daniel salió del baño y se rio asombrada de ver a su novio con
la verga de su amante en la cara. Yo le estaba secando los huevos,
después de haber secado lentamente el pene de aquel macho, cuando él me
dejo ahí para irse a la cama con mi novia.
Me costó trabajo contener mi felicidad cuando mi corneador le preguntó a
Norma que si le molestaba que le preparara la verga para follarla, y mi
felicidad fue mayor cuando ella le respondió: No, para eso está. Me
acerqué y empecé a masturbarlo lentamente, como lo había hecho su puta,
acelerando el ritmo cuando me ordenó: Más rápido, cornudo. Pensé que
sólo eso haría para preparársela y yo estaba muy excitado de tener
ese portento entre las manos, pues con una mano lo masturbaba y con la
otra le sostenía las bolas, acariciándolas para darle placer. Él besaba
a su mujer (pues en eso se había convertido Norma) y la manoseaba por
todos lados; ella también me ignoraba, pues no tenía más consciencia
más que para disfrutar de un verdadero hombre, como hace años no lo
hacía.
A los pocos minutos, me exigió: ¡Mámamela!. A mí me dio un poco de
vergüenza que la mujer que amo, a pesar de ser una furcia, de estar
desnuda en los brazos de otro y de que me estaba viendo masturbar a un
hombre, me observara con una verga en la boca, aunque vaya que lo
deseaba. Daniel repitió la orden y yo obedecí, chupando la primera
polla de mi vida y saboreando el majestuoso gusto de los fluidos que
generosamente exhalaban de ese palo duro y grueso. Vi los ojos de Norma
observándome como todo un maricón, lamiendo esa polla, metiéndomela en
la boca hasta la garganta y pasando mi lengua por sus hermosos huevos;
estaba tan excitado que no me importó que mi novia se percatara de que
no sólo obedecía una orden como un cornudo, sino que lo hacía con sumo
placer, pues me era imposible ocultar lo mucho que me fascinaba mamar
una polla como lo que soy: un completo y absoluto maricón.
Lo que siguió fue ponerle el condón; él me exigió que lo hiciera con la
boca y yo lo intenté, pero me fue imposible, dada mi falta de práctica.
Me llamó imbécil y me ordenó hacerlo con las manos, lo cual hice lo
mejor que pude. Norma ya esperaba empinada y con el culo al aire,
aguardando la embestida de su macho, quien me ordenó abrirle las
nalgotas para meterle el nabo; me acerqué para ver a unos cuantos
centímetros cómo, por primera vez, otro pene se alojaba entre las
profundidades del coño de mi novia y el grito que ella dio fue certera
evidencia de lo mucho que lo disfrutaba. Al principio, lento y
acompasado, el ritmo de mi corneador se intensificó paulativamente,
haciendo sonar como aplausos el golpe de su pelvis con las enormes
cachas de Norma, quien gritaba tanto que, por momentos, pensé que
alguien del hotel nos llamaría la atención.
Mientras la bombeaba, Daniel le decía puta y cuánto le gustaba,
intercalando esas linduras con insultos hacia mí, llamándome cornudo,
imbécil y maricón, mientras se chingaba en mi jeta a la cualquiera que
se empinaba para él y que hasta hace unas horas me decía que me amaba.
Me pidió que me acercara y me arrollidara; lo hice, quedando a
centímetros de los cachetes traseros de mi novia y de la daga que la
perforaba aún por la vagina. La sacaba por momentos y me la daba a
mamar, lo cual hacía yo con fruición, esmerándome en complacerlo, sólo
para retirarla de mi hocico y volver a clavarla en Norma. Sin que me lo
indicara, me atreví a acariciar sus huevos sosteniéndolos con la mano
mientras se jodía a mi novia, arriesgándome a que me regañara, pero él
sólo me miró, sonrió y me dijo: Eres un maricón.
Cuando el ritmo se intensificó evidenciando la próxima corrida de aquel
macho, al grado que tuve que dejarle las bolas para que éstas chocaran
libremente en el nalgadar de mi pareja, sacó su fierro, se quitó el
condón y comenzó a masturbarse sobre los glúteos de su nueva zorra, me
tomó de la cabeza e hizo que mi cara se aplastara sobre una de esas
enormes nalgas hasta que su leche emergió como un chorro, inundando la
espalda, las cachas y las piernas de su perra, y desde luego parte de
mi cara que, ante la generosa porción de leche que nos regaló, tuve la
suerte de recibir una deliciosa parte en mi cara de maricón. Como
poseído y sin importarme nada, acerqué con mis dedos a mi boca el semen
que descansaba por toda mi cara y, como un puto glotón, me descaré
comiéndome toda esa exquisita leche de macho que resbalaba por el
cuerpo de Norma, sellando nuestro puterío (de ella y mío) con un
cómplice beso de una pareja que, aunque de diferente forma, habían
gozado con la espléndida polla de un macho.
Aunque no lo hablamos después, nunca mencionamos lo que era más que
evidente: mi inocultable puterío al gozar abiertamente de la polla de
Daniel. A ambos nos quedó claro que nos habíamos consolidado no sólo
como una Puta y un Cornudo, tal cual rezaba nuestra página, sino
también como una Zorra y un Maricón. Norma no es tonta y habría que ser
muy inocente para no darse cuenta del inmenso placer con el que me comí
ese delicioso pene, gozando por igual de sus riquísimos huevos y de su
aún más sabroso derroche de esperma. A partir de ese momento, aunque me
tomó tiempo aceptarlo a cabalidad, me di cuenta de que lo que más me
gustaba en la vida era una deliciosa y suculenta verga, sin importar
quién fuera el portador de la misma. Por ello y desde esa noche,
confieso, acepto y me asumo como un MARICÓN y estoy orgulloso de serlo,
al grado de que ahora las mujeres ya no me inspiran nada sexualmente,
pero las pollas me vuelven loco. En resumen, lo único que me excita es
que la puta de mi novia me cornee y desde luego gozar con el pene de
cualquier macho.
Ahora, la cerda mancornadora de Norma tiene un amante fijo, un hombre del
cual quedó prendada desde el día que lo vio. A pesar de que me ha
puesto los cuernos con un gran número de machos, mismos de quienes he
tenido el privilegio de gozar con sus magníficas vergas, el caso de
Ronaldo (nombre ficticio) ha sido verdaderamente especial, al grado de
que podría asegurar que está perdidamente enamorada de él, aunque no
quiera aceptarlo. Al menos, reconoce que es el hombre que más le ha
gustado en la vida, el que más desea y quien más la ha hecho gozar en
la cama. Él tiene una polla enorme, como nunca he visto una en mi vida;
desde luego, se me hace agua la boca al verla, pero él nunca me ha
invitado a disfrutarla y yo respeto su decisión. Se folla a mi novia
cada que se le da la gana y ella deja cualquier cosa con tal de darle
las nalgas; yo, desde luego, acepto su relación y es el primero y único
con el que ella está a solas.
Ronaldo es casado y debe cuidar la discreción, para no tener problemas con
su esposa. Tanto él, como Norma y desde luego yo, entendemos que mi
novia es su mujer y su puta. A ella le gusta decir que es la mujer de
Ronaldo y se siente orgullosa cada vez que lo menciona; por mi parte,
acepto la humillación de ser el novio de la mujer de otro; por ello,
nunca me refiero a ella como mi mujer, pues creo que nunca lo ha
sido. Asumo, confieso y acepto, por humillante que sea, que Norma es mi
novia y mi pareja, pero es definitivamente la mujer de Ronaldo y su
puta. Para ella, él es su hombre, su macho y, aunque no lo acepte en
voz alta, el amor de su vida, en tanto que yo soy su novio y su pendejo...
un pobre Cornudo Poco Hombre y Maricón.
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