(Este
relato es la continuación de "Mi
mujer participó en una orgía".)
Ella
Trabaja como comercial en una agencia inmobiliaria del Sur de España,
especializada en viviendas de alto standing y, como ya contamos en
nuestro anterior relato, en un pub liberal coincidimos con uno de sus
compañeros de trabajo, terminando en una orgía en toda regla.
Su compañero, Roberto, tiene 40 años, es más o menos de mi altura, moreno
y muy bien dotado.
Ayer, cuando llegó del trabajo, me contó que había ido con Roberto a ver
un piso cuyo alquiler les iban a encargar. El piso, ubicado en una zona
residencial de lujo, estaba amueblado e incluso tenía jacuzzi, y cuando
los propietarios firmaron el contrato, les entregaron las llaves y se
marcharon. Roberto le propuso a mi mujer, a la que llamaremos María,
probar el jacuzzi.
Según me contó, se desnudaron y se metieron dentro uno frente a otro.
Enseguida él empezó a acariciarle sus magníficas piernas y a besarle y
mordisquearle los pies. Mientras le acariciaba uno, ella con el otro le
tocaba el pene, que iba aumentando de tamaño.
Roberto se levantó y se puso entre sus piernas con el pene a la altura de
sus labios. Ella empezó una de sus magistrales mamadas hasta que él la
sacó, la puso de rodillas apoyada en el borde de la bañera y empezó a
acariciarle el trasero con su mano enjabonada, introduciéndole dos
dedos.
Ella
protestó porque pensaba que aquello no podría entrar por su agujero
negro y él le tapó la boca con una mano mientras con la otra guiaba su
pene al estrecho esfínter que, a pesar de no ser virgen, no había
recibido ningún miembro de ese grosor. Mi pene es más bien normal y no
la había dilatado mucho.
Bruscamente, Roberto la penetró y ella intentó gritar. Aquello fue casi
una violación. Él la penetraba violentamente hasta que, en un momento
dado, el dolor cedió y comenzó a sentir placer. Su orgasmo se anticipó
al de él. Encima, la había penetrado sin preservativo. Cuando él se
corrió en sus entrañas, se retiró y ella aprovechó el agua jabonosa
para lavar la zona que se mantenía dolorida.
Salieron del jacuzzi y él le dijo que eso era el principio, que esa tarde
pasaría por casa cuando yo estuviera allí, sin ni siquiera pedirle su
opinión.
Cuando yo me enteré de todo reconozco que me puse bastante caliente y me
dio mucho morbo que se sometiera a aquel macho.
Efectivamente, sobre las 20 horas llamaron a la puerta y yo abrí. Era
Roberto que venía, según él, a rematar la faena.
Con brusquedad nos ordenó que nos desnudáramos: "¡En pelotas, par de
guarros!", cosa que hicimos enseguida, y, mientras yo miraba, ató a mi
mujer a una silla y me ordenó que se la chupara hasta que se pusiera
bien dura, cosa que empecé a hacer de inmediato, metiéndomela en la
boca y acariciando su glande con la lengua. Cuando ya casi no cabía en
mi boca, me dijo que era hora de cambiar las tornas y fui yo el que
estaba atado de pies y manos a una silla, según él, para que no me
masturbara.
María estaba de rodillas en el suelo completamente desnuda y con las manos
atadas a la espalda y la frente apoyada en el suelo.
El pene de Roberto había bajado algo su tamaño y lo empezó a restregar
contra el rostro de mi mujer mientras tiraba de su pelo, obligándola a
abrir su pequeña boca, que fue inmediatamente penetrada.
Él, con movimientos bruscos, tiró de su pelo, haciendo que retirara su
cara, y le ordenó que volviera a chupar. Ella le pidió que se acercara
o la soltara y él abofeteó su rostro con el pene. Al final ella
consiguió, a costa de dolorosos tirones de pelo, volver a
introducírselo en la boca y continuó la mamada.
Cuando volvió a estar bien dura, él la cogió del brazo, la hizo levantarse
y ambos se fueron al dormitorio.
Allí, al parecer, tal como estaba con las manos atadas, la tiró sobre la
cama y le abrió las piernas mientras Roberto continuaba de pie. La
penetró. Yo sólo escuchaba algunos gemidos de ella, ignoro si de placer
o de dolor, mientras empezaron a escucharse los jadeos de su amante y
los gemidos comenzaron a convertirse en gritos de placer hasta que se
convirtieron en un inequívoco orgasmo.
Seguía escuchándose una violenta penetración, tanto que después vi que la
cama estaba bastante desplazada de su sitio, y ella comenzó a anunciar
un nuevo orgasmo que coincidió con el de Roberto que, tras terminar, la
dejó tirada sobre la cama y se vino al salón.
Allí me soltó y me obligó a limpiar su pene con la boca de los restos de
la corrida.
Cuando terminó me dijo que podía soltar a María, mientras él se marchaba,
no sin antes decirnos que la cosa no había hecho más que empezar.
Cuando fui al dormitorio la encontré con cara de placer y la cara
churretosa del semen, ya que él le había vaciado el preservativo allí.
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