.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Quería ver a mi mujer gozando con otro (2)".

 

 Hola amigos, hace un tiempo, en esta misma página, les relaté una experiencia cornuda que yo mismo busqué. Les refrescaré la memoria: mi atractiva esposa de 40 años y yo llevamos muchos años juntos y habíamos sido monógamos sin descanso. Buscando nuevas formas de excitación sexual habíamos recurrido a todo lo permitido, pero siempre de a dos: ella y yo. En esas búsquedas, comencé a visitar páginas porno de videos amateurs, donde mujeres casadas eran cogidas por hombres negros, mientras sus maridos miraban. Las escenas eran muy morbosas y la cara de placer de esas mujeres siendo penetradas por esos dotados morenos me obsesionó, eso era lo que yo quería vivir, ver a mi mujer gozando con otro.

 Finalmente, luego de mucho insistir, logré mi objetivo. Mi mujer aceptó recibir un masaje dado por un profesional, de relajación le dije a ella, pero yo esperaba que fuera erótico y sexual. Concretar la experiencia no estuvo libre de resistencia, pero ocurrió. El masajista cogió a mi mujer dándole una dosis de polla a su hambriento coñito, en una lujuriosa sesión de sexo.

 Intenté repetir la experiencia, pero sin éxito, ella no aceptaba. Atragantado con mi vivencia decidí escribirla en esta página, un poco para desahogarme, un poco para saber la opinión de otros respecto a una relación de este tipo, y otro poco para que me dieran ideas de cómo convencer a mi mujer.

 Muchos que leyeron mi relato escribieron para dar su opinión, preguntar por mi experiencia, ofrecerse para disfrutar a mi mujer, etc. De todos, uno llamó mi atención, decía: “me gustó tu relato, pero no has cumplido tu fantasía, tu mujer no ha gozado de verdad, no ha cogido con un negro. Soy lo que andas buscando”, y adjuntó una foto suya de cuerpo entero, pero con su rostro tapado. Era un hombre negro de unos 45 años, parecía de 1,80 mts. de estatura y corpulento, no marcaba sus músculos, pero no tenía sobrepeso, su aspecto era muy masculino, un macho que de seguro es apetecido por las mujeres. Llevaba un calzoncillo, por lo que no se podía ver su miembro sexual.

 Me pareció interesante su propuesta y le respondí que yo le prestaría mi mujer, pero que estaba difícil, porque primero debía convencerla y luego llevarla hasta Cuba, país en el que dijo vivir. Le adjunté una foto de mi mujer y le agradecí la oferta. Me respondió enseguida: “tu mujer está buenísima, por favor vengan a mi país, yo me encargo que sea un viaje inolvidable para ella, para ti…y para mí”.

 En adelante me dediqué a convencer a mi mujer de repetir la experiencia de ser penetrada por otro hombre, mientras yo observaba y/o participaba. No paraba de responder que no lo necesitaba, que por excitante que fue, no pretendía repetirlo. Dos cosas me mantuvieron firme, primero ella reconoció haber gozado mucho la vez anterior, y segundo, que no evitaba conversar el tema, como esperando que yo la convenciera y con ello luego justificar un eventual nuevo encuentro argumentando que sucedió para satisfacer un capricho mío y no un deseo de ella.

 No lograba avances hasta que un día me dijo que si yo pensaba que ella era una mujer que despertaba el deseo en los hombres, ya saben las mujeres aunque sepan que son deseadas siempre quieren escucharlo para subir su autoestima. Ese era el punto de partida, le mostré la página de morbocornudos con mi relato y luego los mails que recibí con comentarios sobre el mismo y sobre las fotos de ella que envié a algunos lectores, para mi decepción, se molestó y terminó la conversación. Antes de dormir tocó el tema, le dije que lo hice para saber la opinión de otros hombres sobre su cuerpo y que ella podía leer que las reacciones fueron muy halagadoras, comentarios morbosos y calientes sobre su hermoso culo, sus largas piernas, su coño semidepilado y sus pequeñas, pero hermosas tetas. También podía leer las muchas ofertas de compartir un rato de cama con ella. Le mostré la foto del cubano que estaba dispuesto a coger con ella y le pareció atractivo. Me respondió, “ok, me halagan los comentarios, pero de complacer a alguno de ellos, ni hablar”. Esa noche no hubo necesidad de seducirla para coger, ya estaba a mil, caliente como pocas veces, su coño era un manantial de jugos, que por supuesto bebí sin parar, y luego pensé que no tenía suficiente polla para calmar su deseo cuando ella cabalgaba sobre mí. Me quedé con la impresión que mi mujer deseaba ir a la cama con ese hombre.

 Al tiempo el cubano me escribió diciendo que la oferta seguía en pie y que le enviara más fotos de mi mujer, antes de hacerlo le pregunté a ella si quería que lo hiciera. Se sonrojó y me dijo que le daba lo mismo, después de todo a miles de kilómetros, qué podía pasar. Le envié entonces, varias fotos con ella desnuda y en lencería sexy que le he ido tomando con el tiempo; él me respondió con comentarios realmente lujuriosos, pero no vulgares, sobre ella y me dijo: ¿pregúntale a tu mujer si quiere ver mi hombría?, Estoy seguro que los comentarios morbosos de él le provocaron un calentón tremendo a mi mujer, quien fingiendo desinterés dijo, ok, que envíe una foto. La envió al instante, era de cuerpo entero, estaba desnudo y de pie, no era de raza negra, sino más bien mestiza, era el típico caribeño, de labios gruesos bien fornido, aunque creo que mi mujer sólo miró la enorme polla erecta que lucía con orgullo, joder, era una polla respetable que no dejaría a ninguna mujer con hambre. Sin dudas a ella le gustó.

 Todo me pareció posible y planeando nuestro aniversario, ofrecí regalarle un viaje al caribe o algo así. México, Panamá o Cuba, le pregunté, Panamá me respondió, prefiero Cuba, le dije….siempre vamos donde tú quieres, ¿para qué me preguntas?, me respondió contrariada.

 Durante los dos meses previos al viaje mantuve el contacto con el cubano, él parecía más ansioso que yo. Acordé con él que no hablaría más de él a mi mujer, que llegando tendríamos un encuentro sorpresa para ver qué pasaría, sin compromisos.

 Nuestro programa de viaje incluía tres noches en La Habana y luego tres en una hermosa playa de Varadero. El primer día allá hicimos un tour por la ciudad, todo fue muy entretenido, pero mi cabeza estaba en otra parte y creo que la de mi mujer también, aunque hacía mucho que no le hablaba del cubano ni nada de eso.

 El segundo día llamé al cubano para almorzar juntos, ella no lo sabía y cuando lo vio llegar no supo qué hacer su cara mostraba sorpresa, vergüenza, molestia pero también algo de agrado, él por su parte, pareció estar muy contento de conocer a mi mujer. Dijo llamarse Ernesto Santa María, era ingeniero electrónico, y trabajaba para una empresa de energía, que era venezolano, pero llevaba 5 años en Cuba. Parecía un buen tipo, muy educado, hablaba bastante y era muy divertido, mi mujer casi no hablaba y lo miraba de reojo. Era bien parecido, del gusto de las mujeres. Dijo ser separado, a su mujer no le gustó Cuba y se volvió a Venezuela.

 

 Fue un extraño, pero agradable almuerzo, nunca hablamos sobre lo que nos reunió, pareció que no lo hablaríamos nunca cuando mi mujer dijo: ha sido un agradable almuerzo, pero tenemos mucho que conocer aquí en La Habana con mi marido. Dicho ésto, simplemente nos despedimos. Durante la tarde, mi mujer y yo fuimos de compras, artesanías y cosas típicas, pero yo sin saber qué hacer, no recuerdo qué compramos. Durante la noche, en la cama, le pregunté qué impresión le dejó Ernesto, dijo que le pareció muy divertido y atractivo, pero que estábamos ahí de vacaciones no para que ella se convirtiera en una puta. Fui a la ducha después de ella y vi sus bragas junto al resto de su ropa, estaban empapadas, nunca dejó de pensar en Ernesto, torpemente le hice saber mi impresión y se molestó, no tuvimos sexo y casi no dormí en toda la noche, yo creo que ella tampoco.

 El tercer día en La Habana, ya no me pareció necesario, mi mujer no había enganchado con Ernesto y yo no la vería cogiendo con otro. Temprano en la mañana del tercer día, Ernesto nos llamó al hotel para invitarnos a almorzar y ofrecerse de guía y recorrer la ciudad, los mejores lugares, los que no conocen los turistas, me dijo. Le pregunté a mi mujer y puso cara de espanto, pero luego dijo, ok, salgamos a conocer. Mi corazón casi se me sale, se renovaban mis esperanzas.

 Cuando nos reunimos a almorzar Ernesto puso cara de admiración al ver a mi mujer vestida muy sobriamente, con una camiseta de algodón estampada con flores rojas sin hombros, no llevaba corpiño, con un pantalón de lino blanco que delataba que no llevaba bragas o que eran muy pequeñas, y unos zapatos de cáñamo muy monos, parecía una madre muy normal que no quería llamar la atención, pero imaginar su culo bajo ese pantalón suelto era inevitable. Ernesto iba de pantalón y camisa de lino color pastel, se veía muy relajado y cómodo, recién afeitado y bien perfumado. Almorzamos no sé qué, Ernesto intentó pagar la cuenta, pero no acepté.

 Salimos a conocer La Habana en su auto, mi mujer se sentó atrás y él no paraba de mirarla, realmente le gustaba. Al atardecer nos llevó al hotel, le invité a tomar un ron cubano con nosotros, nos recomendó el mejor. Necesité ir al baño y cuando lo hice vi que él se sentaba junto a ella y le hablaba muy cercanamente y le tomaba la mano, ella no se apartaba. Ernesto llegó al baño y me confesó lo caliente que mi mujer lo tenía, que quería coger con ella, que si yo creía que pasaría algo. No lo sé, le dije, no para de decir que eres simpático y atractivo, pero que no me dice nada más. Pregúntale y salimos de la duda, me dijo.

 

 Volví a la mesa y le pregunté directamente, ¿quieres que subamos con Ernesto a nuestra habitación?; ¿y tú crees que él quiere subir?, me preguntó, estoy seguro que sí, dije. Firmamos el recibo del bar y esperamos a Ernesto, cuando llegó nadie dijo nada, sólo caminamos al ascensor, mi mujer no dijo nada cuando él entró tras nosotros. Ya en nuestra habitación mi ansiedad era gigantesca, no sabía qué decir o hacer, finalmente pedí tres cuba libre al bar, buena idea dijo Ernesto y luego mirando a mi mujer dijo, tú sabes porqué estoy aquí, estoy halagado de haber llegado hasta acá, en adelante tomaré la iniciativa y tú dirás….dicho ésto fue al baño a ducharse y ponerse fresco. Mi mujer, no me miraba, me acerqué a ella, la besé y respondió con una pasión y calentura que nunca antes vi en ella, tuve ganar de penetrarla con desesperación, pero estábamos ahí para otra cosa.

 Ernesto salió del baño sólo con una toalla amarrada a la cintura, luciendo un bronceado y cuidado cuerpo, mi mujer se sonrojó y casi como que huyó al baño, al pasar frente a Ernesto él le rozó la mano y se miraron con una complicidad que me angustió, ella sin habla, fue al baño a ducharse y sacarse el sudor, mientras tanto, Ernesto y yo acordamos que ella diría lo que sí y lo que no pasaría esa tarde. Llegaron los tragos y mi mujer salió del baño igual de vestida, qué decepción¡. Es mi turno dije, entré a la ducha con una erección que me dolía, el minuto que estuve bajo el agua, me pareció un siglo, mientras me secaba vi, junto al bolso de mi mujer, las bragas que llevaba ese día, al parecer se duchó con ellas porque estaban muy mojadas en la entrepierna, las olí con descaro y como saben, el olor del sexo caliente de una mujer es el mejor afrodisíaco que existe. Me dije, salió sin bragas, la suerte estaba hechada, y parece que a mi favor.

 

 Cuando salí, también con una toalla únicamente, vi una imagen que nunca olvidaré, la toalla de Ernesto estaba en el suelo, él apoyado sobre una mesa de la habitación y mi mujer con los pantalones abajo, sus piernas abiertas sobándose sobre el muslo de él, y con una de sus manos apretando una enorme polla contra su vientre, Ernesto con una morena mano acariciaba el blanco culo de mi mujer, abriéndolo y dejándome ver su hermoso ano, mientras la otra mano la hundía en el pelo de ella evitando que ella se separara y continuar así con un beso apasionado, profundo, jugoso, caliente; sentí ganas de vomitar y gritarle maldita puta, cómo pudiste?¡¡¡¡¡, pero con lo estaba viendo mi calentura era superior a mis celos.

 Ellos continuaron sin notar mi presencia, mientras se besaban, él le sacó la camiseta y mi mujer maniobraba los pies para apartar el pantalón, sin parar de masturbarlo y besarlo. Luego Ernesto quitó la mano de la cabeza de mi mujer, ya estaba seguro que ella no se apartaría, y la puso a acariciarle el coño, el ruido húmedo de sus dedos en ese agujero de placer se confundía con los ruidos de respiración entrecortadas de los tres en esa habitación. Los quejidos de placer de mi mujer ahogaron todo sonido.

 Ernesto la apartó un poco y la tomó de la mano para llevarla a la cama, él me miró para como preguntándome mi opinión, no creo haberle dicho adelante, pero él así lo interpretó. Mi mujer no me miró, no quería romper el momento, no quería que le dijera no, que le reprochara su actitud, que le quitara ese placer. Ya en la cama continuaron con el lujurioso beso, de entrega total, cómplice, de placer carnal. El siguió metiendo y sacando sus dedos en el ya empapado coño de mi mujercita, su clítoris estaba enorme, ella seguía con la enorme polla de Ernesto en su mano, como agarrándola para que no se le escapara, estaba decidida a recibir todo el placer que ese macho le podía dar. Yo me senté en un sillón puesto frente a la cama y podía ver esas manos dándose placer recíprocamente. La erección que tenía me obligó a quitarme la toalla, y en un momento de estupidez o de vocación cornuda busqué una caja de preservativos que en algún momento pensé que no usaríamos, qué equivocado estaba.

 Para confirmar la decisión de mi mujer, le pasé un condón, ella aún de costado no me miró, lo tomó, rompió el envase y se lo dio a Ernesto. Ya puesto, él se fue encima de ella, que abrió las piernas sin resistencia, se abrazó a él con una mano, mientras con la otra dirigía esa enorme polla a su dispuesto coño. Ernesto comenzó a besarla nuevamente y con delicadeza empujo sus caderas, su lubricada vagina estaba esperando, pero no había recibido nunca una polla así de grande, el grito de sorpresa y dolor evidenció esa verdad. Ernesto lo notó y se retiró, pero ella lo tomó del trasero y lo empujó hacia su entrepierna nuevamente. Ernesto siguió el mete y saca con suavidad yendo cada vez más profundo, hasta que se aseguró que ella lo recibía todo.

 

 La escena superaba mis expectativas, mi mujer estaba con otro y gozaba sin remordimientos, cogía con ese desconocido como si yo no existiera. Mientras tanto yo masajeaba mi polla, pero suavemente para no eyacular tan pronto, porque con lo caliente que estaba eso era seguro. Ernesto seguía bombeando el ya dilatado coño de mi mujer hasta que ella, paró de besarlo para dejar escapar unos gemidos de hembra que está teniendo el mejor orgasmo de su vida. No paraba de quejarse y mover sus caderas para recibir y recibir. Ernesto bajó el ritmo y la dejó recuperar el aliento, luego sacó su polla enorme, hinchada, con latidos propios, y giró a mi mujer, se sentó en sus piernas y le abrió el culo, ella creyendo que le meterían ese enorme pedazo de carne, le dijo, mi culo no, no me atrevo; no te preocupes hermosa, le dijo, y metió su polla nuevamente en su rojo coño, ella comenzó a levantar las caderas para provocar una mayor penetración y sentir toda esa carne.

 

 Ernesto lo agradeció y comenzó con un desenfrenado bombeo hasta que no pudo más y con unos gemidos guturales que resonaron en la habitación se dejó ir en una intensa eyaculación, noté que el cuerpo de mi mujer se ponía rígido y levantaba el culo con toda su fuerza soportando el peso de ese gran macho, abrió la boca y con ruidos que no eran quejidos ni gemidos sino más bien parecía ser falta de aire logró su segundo orgasmo, tan poderoso como el primero. Mi mujer pareció orgullosa de haberle dado placer a ese macho y seguía moviendo suavemente sus caderas como masajeando la polla de Ernesto con las paredes de su vagina. Siguieron así un momento, que a mí me pareció eterno, como no queriendo separarse.

 El calor en la habitación era insoportable, el aire acondicionado funcionaba, pero no tenía la potencia para bajar la temperatura de un macho y una hembra teniendo sexo desenfrenado. Yo por mi parte algo de calor generaba. El aire no sólo era caliente sino también denso, lleno de hormonas sexuales, olor a fornicación.

 Ernesto se recostó a un lado de mi mujer, que se mantuvo boca abajo como somnolienta por el placer recibido y con sus piernas abiertas, dejando a mi vista la erótica imagen de su coño enrojecido e hinchado. Luego de un rato, él se levantó al baño, yo no me atrevía a hacer nada. Mi mujer también se levantó y fue donde yo estaba, intentó besarme, pero no acepté, intentó abrir sus piernas y meter mi polla en su coño, pero tampoco acepté, luego tomó mi polla y comenzó a pajearme, la chupó con energía, y no pude evitar eyacular ferózmente, en su boca cuando acariciaba mis bolas con una de sus manos.

 Al volver Ernesto, mi mujer entró al baño, había recogido su pantalón y camiseta y se los llevó, nos miramos con Ernesto y supusimos que el sexo se había terminado, a mí no me molestaba, ya había visto suficiente, cuando Ernesto buscaba su ropa, mi mujer salió del baño, con su braguita y camiseta puestas, se acabó dije yo y me metí a la ducha. Al salir del baño me llevé una sorpresa, Ernesto estaba sentado en el sillón y mi mujer, sin camiseta, arrodillada frente a él mamando su ya erecta verga.

 

 Nuevamente mi primera reacción fue gritarle ¡maldita puta¡, pero la lujuria pudo más que mis celos y provechando que ella estaba con el culo al aire, me acerqué para acariciarle el coño por sobre la braguita, sus movimientos de cadera aceptaban mis caricias, decidí quitarle el calzón, ella me facilitó el trabajo y puse un dedo en su clítoris, otros dos en su vagina y el dedo mayor rozando su ano. Nadie sabe para quien trabaja, porque cuando su coño estaba empapado, mi mujer se paró frente a él, y se sentó a horcajadas sobre sus piernas, comenzaron a besarse con pasión, el ir y venir de sus lenguas aumentaban el frenesí sexual, ella no aguantó más y me miró como pidiendo algo, yo primero no supe qué, pero luego entendí que me pedía un preservativo. Otra vez con sentimientos de angustia, pero de excitación le pasé uno a Ernesto que se lo puso mientras mi mujer seguía besándolo, una vez puesto, ella tomó su verga y la dirigió a la entrada de su coño y con destreza comenzó a engullirlo en su chorreante vagina, ésta vez ella controlaba el ritmo y la profundidad de la penetración. Yo sólo atinaba a mirar cómo ella subía y bajaba por esa verga y sin darme cuenta yo estaba pajeando la mía. Ernesto aceptaba que mi mujer llevara el control y sólo atinaba a agarrarle el culo para separar sus nalgas y dejar totalmente expuesto su estrecho culito.

 Pronto los movimientos de mi mujer se hicieron más intensos y parece que ya no salía, se quedaba con la polla hasta el fondo y comenzó a gemir agónicamente, pude ver cómo su ano comenzaba las contracciones propias de la llegada de un orgasmo, Ernesto no aguanto más y agarró con fuerza el culo de mi mujer para mantenerla totalmente penetrada mientras eyaculaba lo que parecían ser litros de semen. Ellos estaban en la gloria, y yo no sabía qué pensar, desesperado me acerqué a mi mujer mientras me pajeaba, ella al ver mi desesperación se distanció un poco de Ernesto, pero sin sacar la verga de su coño, y tomó mi verga, se la llevó a la boca y me hizo una exquisita mamada que me produjo una explosiva corrida. Mientras él acariciaba suavemente todo el cuerpo de mi mujer y besaba sus pezones con delicadeza.

 Ernesto fue el primero en ir al baño. Me tiré sobre la cama y mi mujer se acomodó a mi lado, me preguntó qué pensaba, ha sido muy extraño, ¿te ha gustado?, le respondí. Ha sido exquisito, él, tú, la situación, todo ha sido de lo más caliente que se pueda vivir, he gozado mucho, ha valido la pena para mí, espero que para ti también, me dijo.

 

 Al salir Ernesto, me fui a la ducha, pero esta vez llevé a mi mujer conmigo, por esta ocasión ya no quería seguir compartiéndola. Salimos vestidos y Ernesto sentado en el sillón, tan útil para coger, le dice a mi mujer, ha sido un momento memorable, pocas veces en la vida se tiene el privilegio de cumplir las fantasías sexuales de una señora respetable, me halagas.

 Bajamos al bar del hotel, sólo para despedir a Ernesto, quien al ver acercarse la cara de mi mujer para darle un beso, giro su boca para encontrarse con los labios de ella, para mi disgusto ella no los apartó, sino más bien los recibió dichosa y le regaló un delicioso y húmedo beso. Yo esperaba que no hubiese nadie ahí, que supiera de mi condición de cornudo.
 

 Esa noche, casi no hablamos, al día siguiente salíamos temprano a Varadero, por lo que había que descansar para el viaje. A Ernesto no le di el nombre del hotel en que estaríamos en Varadero, porque si la experiencia era mala, no lo quería rondándonos, luego no quise leer mi e-mail pensando en que él quería gozar a mi mujer nuevamente, tampoco le pregunté a ella si quería verlo otra vez, aunque estoy seguro de que sí.
 

 Los tres días en Varadero fueron muy entretenidos de un descanso enorme, pero con nuestras cabezas en la habitación del hotel de La Habana. Tuvimos sexo sólo dos veces, pero en ambas me resistí a penetrar su coño, e insistí en tomar su culo, como entendiendo mis sentimientos aceptó. Tal vez, tampoco quería borrar la huella que la verga de Ernesto dejó en su interior.
Cuando llegamos a nuestra casa, lo primero que hice fue leer mi e-mail, allí estaba el mensaje de Ernesto, uno sólo y decía “amigos, ha sido una experiencia fantástica, tu mujer es una delicia, estoy dispuesto a ir a Varadero por ella. Si no recibo respuesta, lo entenderé, que tengan felices vacaciones…Ernesto”. Le mostré el correo a mi mujer, quien comenzó a escribir “Ernesto, para mi también ha sido fantástico, te has portado maravilloso, sabes cómo dar placer una mujer, gracias….Andrea”.
La mezcla de celos e impotencia me embargaron al punto de no querer oprimir “enviar”, pero mi mujer sí lo hizo.
 

 A un mes de ocurrido, ya no siento celos y cuando menciono lo sucedido ella se pone a la defensiva temiendo que le haga una escena de celos, pero cuando ya nos relajamos me confiesa el placer que sintió y que habría estado todas las vacaciones metida en la cama con él. Reconozco que yo insistí en ésto, buscando imágenes que me dieran placer y parece que no dimensioné todo el placer que ella podía recibir y que podía dar. Lo cierto es que placer hubo y el recuerdo nos sigue dando gozo a ambos.

 No les pido más consejos porque no quiero repetirlo... por ahora.
 Email.

 

 

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