Mi
peluquero, que además es un buen amigo, soltero de vocación, no suele
peinar a mujeres, pero, a algunas, sí las peina, así que, sabiendo como
sabía que era bastante morboso y que le atraía María bastante, ya que
cada vez que la veía solía elogiarla, le pregunté si estaría dispuesto
a arreglarle el pelo y "algo más", a lo que me contestó que por
supuesto.
Total, que me dijo que le daría cita a última hora, cuando ya hubiera
cerrado la peluquería para evitar compromisos y, aparentemente de
broma, añadió que "así nos quedaríamos los dos solos".
El día previsto, María, que llevaba un vestido de color claro que se
abría por delante con botones, un bonito conjunto de lencería y sus
sandalias de medio tacón, que aumentaban la espectacularidad de sus
piernas, llamó a la puerta abriéndole Alberto el peluquero, el cual,
después de entrar ella, colgó el cartel de cerrado.
Ella se sentó en el sillón de peinado y Alberto comenzó a recortar
algo, no mucho como yo le había indicado, su melena mientras elogiaba
el pelo tan bonito que tenía y, según comprobó ella, echaba miradas
apreciativas a sus muslos que se entreveían ya que tenía dos de los
botones de debajo y dos de los de arriba del vestido abiertos.
Después de cortar, le lavó la cabeza de forma muy sensual, con suaves
caricias en el cuero cabelludo que la empezaron a humedecer,
posteriormente, comenzó el peinado y ya Alberto estaba frotando su
entrepierna contra los brazos de ella, que empezó a notar la tremenda
erección que tenía.
Más tarde le dijo:
- "Me ha dicho tu marido que te afeitara bien la entrepierna", y le
pidió que se subiera el vestido y se quitara las bragas, echando hacia
atrás el sillón y poniéndole las piernas sobre los brazos.
Entonces, le puso una toalla con agua caliente sobre el pubis y, un
poco después, le fue untando con una brocha espuma de afeitar. María
comenzó a destilar fluidos vaginales que caían hacia su trasero. Una
vez todo untado, le hizo un delicadísimo rasurado de sus partes
íntimas.
Cuando terminó la zona delantera, le pidió que se pusiera en pie y se
apoyara en los brazos del sillón, repitiendo la operación con la zona
anal.
Cuando terminó la tarea, Alberto comenzó a acariciarle los hombros
dándole un suave masaje. Ella, que ya estaba totalmente húmeda, le
empezó a acariciar la entrepierna a través de la ropa consiguiendo que
apareciera una mancha a la altura del pene.
- "Mira cómo me has puesto", comentó Alberto, y le dijo que aquello
había que solucionarlo.
Ella se puso de rodillas y, tras bajarle los pantalones, cogió el pene
enhiesto y se lo introdujo en la boca comenzando una de sus
espectaculares mamadas.
Él no podía más y le dijo:
- "Espera que me corro, sácatela".
La ayudó a ponerse en pie y le abrió los botones, dejando caer el
vestido y dándole un fenomenal morreo mientras le amasaba los pechos.
De la boca, bajando por el cuello, pasó a lamer sus pezones que estaban
totalmente duros, mordisqueándolos suavemente.
Cuando María ya no podía más, la puso apoyada en el mostrador y, desde
detrás, introdujo el pene en su vagina, momento en el que tuvo que
parar porque casi eyacula. La tensión sexual que sufría Alberto era ya
demasiado fuerte.
Cuando consiguió relajarse un poco, comenzó un movimiento de
penetración suave mientras le acariciaba nuevamente los pechos,
aumentando la velocidad hasta que, tras apenas dos o tres minutos de
penetración, eyaculó largamente en su interior entre fuertes gemidos de
placer.
Cuando la iba a sacar, María lo aguantó y llegó a un brutal orgasmo,
teniéndose que morder los labios para evitar gritar.
Alberto, tras sacarla, le dijo a María que así no podía llegar a su
casa, que tenía que irse andando y que aquello había que limpiarlo un
poco, cosa que ella hizo gustosamente con su boca lamiendo hasta la
última gota de semen y fluidos que lo impregnaban.
Al finalizar, se limpió con una toalla que le dio el peluquero y se
adecentó la ropa, quedando lista para volver a casa.
Cuando llegó no me contó nada, pero se le veía en su cara la
satisfacción.
¿Pasó lo que yo esperaba?...
Probablemente.
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