.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Jamás sería una esposa infiel (2)".

 

 Capítulo 2 - El proceso.

 Parte I – La Transformación.

 
A partir de entonces mi marido quedó completamente encadenado a mí. Comenzó a preguntarme sobre mi ex novio, pero yo me evadía y le contestaba que todo eso era parte de un pasado que ya no me interesaba. Como insistía opté por hablarle de otros hombres que cotidianamente me demostraban interés, pero dejando bien en claro que no me atraían en lo más mínimo. Le inventé algunas historias con supuestos extraños que me abordaban en la calle o en algún restaurante cuando salía con mis amigas. También le conté sobre un taxista demasiado atrevido y cosas por el estilo. La estrategia funcionó y dejó de molestarme con sus preguntas sobre Alberto.

 Paralelamente, sus celos comenzaron a convertirse en algo distinto. Cuando yo llegaba tarde ya no me interrogaba y cuando salía con mis amigas me preguntaba si lo había pasado bien y me insistía para que le contara los detalles. Al principio yo estaba feliz con estos cambios, pero luego empecé a dudar porque no estaba segura si mi marido había superado sus celos y se había liberado así de mi dominio, cosa que no iba a permitir que ocurriera.

 Para asegurarme, ese año me quedé hasta muy tarde en la fiesta anual que tradicionalmente se organiza en el trabajo para los empleados solamente, sin sus parejas. Al llegar a casa de madrugada y con varias copas de más, lo encontré muy sereno y sonriente cuando me preguntó sobre la fiesta. Decidí contarle sobre cada compañero de baile que había tenido. Como él se mantenía calmado le dije que más de uno de ellos había intentado seducirme cuando llegó la música lenta. Era un invento y yo pensaba que se iba a alterar, pero no fue así. Al darse cuenta de que mi belleza era también apreciada por otros hombres se potenció su fascinación por mí.

 Entonces continué diciéndole que uno de ellos, Franco, disimuladamente me acariciaba al bailar, que me abrazaba fuerte y trataba de besarme. Me preguntó y le respondí que por supuesto que lo había rechazado, pero inmediatamente noté que el pantalón de mi esposo se abultaba hasta una dimensión que nunca antes había alcanzado. Entonces ví esa mirada inconfundible en sus ojos y lo supe: mi marido realmente fantaseaba conmigo teniendo sexo con otro hombre!

 Esa noche me hizo el amor con desesperación mientras yo le susurraba cuánto me gustaba Franco, sus manos, su mirada, su perfume... Cuando le murmuré lo bien que se sentía el miembro viril de Franco contra mi vientre Javier estalló a borbotones y me juró amor eterno.

 Parte II – La Obsesión.

 A partir de entonces, cada vez que lo hacíamos mi marido me pedía que le contara sobre mis supuestas aventuras con otros hombres. Yo al principio lo complacía y le inventaba historias que le hacían hervir la sangre. Javier estaba embelezado por esas fantasías que lo apasionaban, me llevaba a cenar, me compraba ropa elegante y lencería sexy.

 Yo estaba en la gloria con su adicción pero luego empecé a lamentarlo porque ya no podía tener sexo normalmente, mi supuesta infidelidad se había convertido en una obsesión para él. Javier se excitaba con mis aventuras imaginarias y estaba desesperado por saber cómo, cuándo y con quién me había acostado. Para colmo me pedía que le contara estas cosas mientras hacíamos el amor y eso hacía que yo me enfriara al instante. Él se enojaba porque en su quebradiza mente no quería creer que mis historias eran todo invento y suponía que yo le ocultaba la verdad de mis romances, privándolo de ese placer. Mi marido quería que lo siguiera amando pero también que tuviera sexo con otros hombres, preferentemente extraños y más de uno a la vez. Me rogaba que lo llamara y dejara el teléfono abierto para que él pudiera oir cómo me hacían gemir.

 Yo sabía que solamente se trataba de una fantasía de su parte, porque me conocía bien, jamás tendría sexo con un extraño, ni qué hablar de hacerlo con más de un hombre y por supuesto que estaba completamente descartada toda posibilidad de sexo anal, cosa antinatural y repugnante. Además estaba segura de que si llegaba a enterarse de una aventura mía nuestro matrimonio terminaría en el acto, de modo que decidí ponerle fin al asunto y rechazar cualquier insinuación de su parte. Para mí no existía el sexo sin amor, jamás sería una mujer infiel, eso estaba fuera de toda discusión. Sin embargo comenzamos a distanciarnos. Me hacía el amor mecánicamente, sin ninguna pasión, yo sabía bien la razón y lo tomaba como un rechazo porque él esperaba que yo no fuera yo sino otra mujer que se acomodara a sus fantasías. Ambos nos sentíamos frustrados.

 Pronto comprendí que mi marido había perdido su autoestima, se sentía incapaz de satisfacerme y pensaba que si yo no encontraba un amante terminaría por volver con mi ex o me enamoraría de otro hombre y lo abandonaría. No pudo desprenderse de esa imagen de hembra caliente que tenía instalada en el cerebro, pero también en algún punto se daba cuenta de que mis relatos no eran reales y optó por creer que quizás yo estaba reprimiendo unos deseos ocultos. Insistía con que debía liberarme de tabúes y obtener satisfacción con otros hombres, aunque nunca a sus espaldas, él quería estar al tanto de todo lo que ocurriera porque de ese modo no habría ninguna traición sino solamente una forma distinta de relacionarnos. Prometía que nunca dejaría de amarme. Trataba de convencerme con distintos argumentos, pero invariablemente sus erecciones lo delataban: no había nada de racional en sus discursos, estaba enfermo.

 Yo sabía que en parte era culpa mía, pero no acertaba con el remedio. Traté de que recuperara su confianza, dejé de salir con mis amigas, evité los comentarios sobre otros hombres, volvía rápido a casa después del trabajo y le preparaba sus comidas favoritas, pero los resultados fueron muy tenues. Decidí dejar que el tiempo curara sus heridas. No pensaba dejarlo pero, al no obtener resultados, me concentré más en mis cosas, volví al gimnasio, retomé las noches de los martes y jueves con mis amigas y traté de estar ocupada para no tener que enfrentar la culpa que sentía al verlo tan mal.

 Parte III – La Libertad.

 Mi esposo ya ni siquiera me preguntaba nada y paulatinamente empecé a perder interés en él y a sentirme muy a gusto con esa libertad de moverme sin preguntas ni reproches. Ya ni siquiera tenía que avisarle cuando me surgía algo imprevisto o me demoraba más de la cuenta. Mis amigas me veían otra vez alegre, yo era la última en irse y al llegar a casa invariablemente lo encontraba dormido. Él por su parte consiguió un nuevo trabajo, estaba muy entusiasmado y le dedicaba toda su energía. Aunque ya casi no hacíamos el amor, yo lo veía contento y estaba convencida de que en un tiempo más las cosas se acomodarían.

 Me sentía confiada, disfrutaba de mi nueva sensación de independencia y comencé a permitirme ciertas licencias, como por ejemplo salir a almorzar casi todos los días con mi compañero de trabajo preferido. Franco era completamente distinto a mi marido, era varios años más joven que yo, equilibrado pero muy directo, me miraba con descaro y ponderaba mis ojos, mi figura, mi sonrisa, mis piernas, mi elegancia, decía que yo parecía una veinteañera y no dejaba de invitarme a salir. Yo estaba encantada, pero rechazaba sus invitaciones porque además él tenía no una sino dos novias, era completamente irresponsable.

 A Franco no le importaban mis rechazos porque intuía el efecto que causaba en mí y se daba cuenta de que aún no estaba preparada para dar un paso tan audaz, entonces dirigía el tema de conversación hacia algo más liviano y se dedicaba a escucharme con una semi sonrisa en los labios, analizando mis reacciones.

 Al tiempo se organizó una reunión para festejar el cumpleaños de otra chica del trabajo que se llevaría a cabo ese viernes en un restaurante cercano, pero Franco hábilmente propuso hacerla en su departamento y por supuesto acepté, porque iban todos, mi reputación no podría verse amenazada y además me divertía la posibilidad de comprobar hasta dónde sería capaz de llegar en su propio terreno.

 Parte IV – La Tentación.

 En el almuerzo del día siguiente Franco se me insinuó más de lo habitual y tuve que frenarlo un poco aclarándole que todo lo que me decía era en vano porque yo sabía que tenía dos novias. Su respuesta me sorprendió, me dijo que ninguna era su novia y que sólo eran compañías para pasar el rato hasta que pudiera conquistar a la mujer que amaba con todo su corazón y cada día más. Me clavó la mirada y supe que se refería a mí. Urgentemente cambié de tema porque dudé si podría manejar la situación. En cambio mi cuerpo no dudó y al instante sentí los pezones erizados y un cosquilleo húmedo en mi entrepierna.

 El resto de la tarde me la pasé tratando de despejar mi cabeza. Llegué a casa antes que mi marido y me preparé un baño caliente para relajarme, pero al cerrar los ojos se me aparecía esa intensidad en la mirada de Franco y pensé también en su perseverancia de todo este tiempo. Comencé a fantasear imaginando su acercamiento, sus palabras de amor, sus besos apasionados, mis manos acariciaban mi cuerpo pero yo sentía que eran las suyas, me imaginaba saboreando su miembro anhelante y comencé a masturbarme, casi podía oir sus jadeos... abrí bien las piernas para recibirlo... ya me estaba penetrando... no para de susurrarme su amor... qué hermosura sentirlo adentro mío... Franco me ama... y llegué al orgasmo repitiendo su nombre.

 La voz de mi marido me trajo de nuevo al mundo real, había escuchado algo y entró al baño preguntándome si lo había llamado. Sobresaltada y con la respiración todavía agitada, no tuve mejor idea que responderle que sí y que era para avisarle del compromiso por el cumpleaños de mi compañera de trabajo para ese viernes a la noche.

 ¿Quiénes van?”, quiso saber. “Van todos los del sector salvo los jefes, pero es una reunión pequeña a la salida de la oficina, sin las parejas”, le contesté tratando de parecer normal. “¿Y dónde es?”, preguntó. “En un restaurante que no conozco, solamente sé que queda cerca del trabajo”, le mentí. “Entonces queda cancelado lo del cine que habíamos planeado ¿verdad?”. “Es que no creo poder llegar a tiempo Javier”.

 Mi marido me miró a los ojos y dijo: “Parece que tenes mucho interés en ir, ¿es por algo en especial?”, me preguntó. “Es que van todos y no quiero quedar mal”, volví a mentirle. Se hizo un silencio incómodo, el agua que ya estaba fría mortificaba mi piel. Javier insistió: “¿Estás segura de que es solamente eso o existe algo más?” Su mirada lasciva me enfureció, yo estaba congelada, avergonzada por lo que acababa de hacer, confundida por lo que acababa de imaginar y el idiota de mi marido de nuevo con sus fantasías enfermizas. “No seas ridículo y salí del baño ya”, le grité con desprecio. Esa noche no volví a dirigirle la palabra.

 Me quedé pensando: este perdedor se merece una lección y yo acá reprimiendo mis impulsos, imaginando lo que no me atrevo a concretar.

 El proceso de mi infidelidad ya estaba en marcha... Email
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