Me
encantaba ver a mi mujer disfrutando tanto. Ella estaba tumbada de
costado, agarrando con las manos la tripa donde gesta a nuestro hijo
desde hacía siete meses, mientras Carlos, nuestro gran amigo desde la
juventud, la penetraba desde detrás.
Mi mujer tenía los ojos cerrados y la boca muy abierta, disfrutando
aquella penetración lenta y pausada, soltando a veces algún pequeño
suspiro de placer. Carlos la quería mucho, así que no quería
lastimarla, cosa que podría hacer sin querer al tener un miembro viril
tan grande. El sentimiento era mutuo, pues en caso contrario ella no
haría el amor con él.
Éramos
amigos desde el instituto, y siempre hemos estado muy unidos. Mi mujer
se ha vuelto con el embarazo muy activa sexualmente, y el que los dos
acabaran haciendo el amor juntos era algo natural. Siempre entre
nosotros ha habido cierta complicidad y coqueteo; desde siempre al
despedirse mi mujer le besaba en los labios, unas veces los besos más
largos que otros, y nunca han faltado las caricias ni los masajes.
Carlos puso sus manos sobre las de ella, y juntos acariciaron al bebé. Él
tenía mucho aguante, y quería esperar al orgasmo de ella. Yo me
encontraba muy excitado y me senté a su lado a acariciar sus pechos,
que aunque ya eran bastante grandes con el embarazo lo estaban aún más.
Ella agarró mi miembro casi erecto, pero me aparté, no era mi momento.
Apreté un poco sus pezones hasta que empezó a manar algo de su leche
materna. Entonces me tumbé y empecé a absorber. Aunque el sabor no era
bueno, a mi me supo a ambrosía.
Mi mujer empezó a agitar la cabeza, lo que indicaba que el orgasmo estaba
cerca. Carlos aceleró las embestidas para tener también él el suyo. Yo
puse la mano en su vientre para acompañar a mi hijo en un momento tan
gozoso para su madre. A ella le empezaron a llegar los estertores del
orgasmo, y casi coincidiendo con sus gemidos finales Carlos se puso muy
tenso y eyaculó dentro de mi mujer.
Los dos quedaron abrazados, él todavía con su miembro dentro de ella. Al
fin mi mujer se echó un poco hacia delante y la verga salió fuera. Aún
conservaba buena parte de sus casi 25 centímetros, pues Carlos era una
máquina de hacer el amor. Traje agua para los dos; habían sudado mucho,
y no quería que ella se deshidratara. Mi mujer estaba radiante,
plenamente satisfecha, como nunca la había visto. Me pidió algo de
comer, y les llevé unas uvas. Cuando volví estaban cogidos de la mano,
a punto de besarse, y me esperé un poco. Se unieron en un cálido y
profundo beso, casi podía ver la lengua de Carlos dentro de la boca de
ella.
Comimos las uvas; ellos parecían un par de novios adolescentes, mirándose
y dándose uvas en la boca del otro. No me molesté, aquello parecía muy
bonito. Al fin mi mujer dijo que quería otra vez, y sin esperar
confirmación se inclinó hacia su miembro, que a pesar de estar en
reposo tenía un buen tamaño. Lo cogió con una mano y lo levantó. Empezó
a darle besos y lametones, como sólo ella sabe hacerlo. Con dos dedos
apartó el prepucio y extrajo el glande, un glande grueso y sonrosado.
Se lo introdujo en la boca y pasó su lengua por él. Luego fue bajando
con sus labios por el tronco hasta que le entró entero. Carlos dio un
respingo y ella al fin tuvo que sacarlo, pues había crecido
considerablemente desde que desapareció entre sus labios. Luego empezó
a lamer sus testículos, bajando hacia su ano.
Para entonces Carlos tenía una buena erección. Mi mujer se colocó en
cuclillas de frente sobre él, y pasando una mano entre sus piernas
colocó el miembro en la entrada de su vagina. Emitió un sonoro gemido
cuando se arrodilló y sintió toda la verga penetrar su carne. Ella
empezó a moverse hacia los lados sin dejar de gemir. Él la agarró por
el culo y empezó a moverlo arriba y abajo; ella se dejó caer hacia
delante, y Carlos no pudo resistir la tentación de agarrar sus grandes
mamas y apretarlas hasta que cayeron algunos chorros de leche sobre él.
Ella se volvió a levantar con mi ayuda, y entrelazaron sus manos para
sujetarse
Mi mujer parecía desencajada, pues la penetración era demasiado profunda y
parecía estar muy cansada. Le di un trago de agua y un beso muy fuerte
en la boca. Aguantó un poco más, pero al fin dijo que estaba incómoda y
que quería cambiar de postura. La ayudé a levantarse y no me extrañó
nada su incomodidad. El pene de Carlos estaba enorme, y tieso como una
barra de acero. Ella se puso de rodillas y él se colocó detrás.
Agarrándola de las caderas se la metió despacio hasta el fondo, y
empezó a moverse. Mi mujer siguió jadeando, pero tampoco estaba cómoda.
Probamos a
que él se tumbara al borde de la cama con los pies en el suelo y ella
encima de espaldas a él, también sobre el suelo. Así podía con sus
piernas controlar la penetración. Esta postura fue la definitiva. Mi
mujer volvió de nuevo a jadear, y se acariciaba la tripa. Cuando empezó
a pellizcarse los pezones yo sabía que estaba apunto de otro orgasmo.
Emitió un gemido continuado y al fin sacudió su melena rubia hacia
delante, lo que indicaba que había alcanzado el paroxismo y el orgasmo.
Mi mujer se levantó bastante agotada, pero Carlos todavía seguía en pie.
Ella se arrodilló entre sus piernas, y tomando el miembro con ambas
manos se lo metió en la boca. Empezó a pasar sus labios por todo lo
largo de la verga, mientras lo acariciaba con ambas manos. Carlos no
pudo resistir mucho tiempo el tratamiento que le estaba dando mi mujer,
y eyaculó. Cuando vio que se tensaba ante el orgasmo, mi mujer apretó
los labios y tragó todo lo que le vino. Podía notar su garganta moverse
al tragar todo el semen, por lo que estaba claro que había echado mucha
cantidad. Ella no desperdició nada, como le gusta.
Mi esposa ya estaba agotada; se echaron en la cama abrazados, con ella de
espaldas. Las manos de los dos reposaban en el vientre hinchado de
siete meses. Los dejé dormir toda la noche y yo me fui al sofá.
Desde entonces hemos formado un triángulo amoroso perfecto. Nuestro hijo
nació perfecto, rodeado de amor. Ahora mi mujer vuelve a estar
embarazada de otro niño, al que llamaremos Carlos en honor a su padre
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