El
factor sorpresa nunca puede despreciarse; y yo cometí el error de
creerme seguro. Ni lo estaba, ni lo estoy, ni lo estaré: Esto sí que
me ha quedado claro.
Después de
dos matrimonios y alguna que otra relación de poco tiempo, tuve la
sensación de haber encontrado lo que siempre había buscado, al conocer
a quien hoy es mi mujer. Olga, es un ser especialmente exquisito, no
sólo por su indudable belleza y un cuerpo que es imposible ignorar,
sino por su gran capacidad amatoria. Se trata de una mujer completa,
donde las haya, motivo por el que me sentía más que satisfecho. Además,
sin demasiadas negativas, terminó por aceptar que el mundo de la pareja
es posible mantenerlo indefinidamente siempre que encuentres la fórmula
para no caer en la monotonía. Y, la encontramos.
Le propuse
algún que otro encuentro esporádico en un club de relaciones, siempre
con la condición de que las caricias y los besos, no serían preámbulo
de una sesión de cama, y ella aceptó encantada. Pero no soporta
imaginarme con otra mujer, por lo que nuestros encuentros estaban
siempre presididos por su persona, como centro de todo.
Incluso
cuando las situaciones que aceptábamos o provocábamos incluían una
pareja, yo me mantenía alejado de la mujer, sólo dedicado a ella.
Tres, a ella no le importaba; y, cuando se presentaba la ocasión,
sometía claramente a la mujer que se pusiera por en medio. Nunca ví a
ninguna, rechazarla. En cambio, sí que pude contemplar como lograba
hacerlas estremecer con sus caricias. Aunque lo suyo, claramente, era
la seducción de los hombres. Yo, lo sabía y conocía alguna que otra
anécdota de su pasado que, por cierto, son de una exquisitez fuera de
lo corriente.
Pero voy a
narrar lo que sucedió este mes pasado: Me propuso, una tarde de sábado,
que la acompañase a un cercano pueblo de la costa para comprar unos
zapatos que había visto el día anterior, aprovechando una visita de
trabajo. Cuando entré en la tienda, no sabía lo que iba a sentir.
En cuanto
entramos, el dependiente llamó al dueño, sin preguntarnos por el modelo
que suscitaba nuestro interés
porque en realidad como no tardé en
comprobar-, el modelo, era ella; y el interés, lo tenía el dueño de
la tienda.
Olga vestía
un traje chaqueta negro, cuya falda tenía un corte lateral para
permitirle sentarse sin problemas y que, en este caso, también permitía
dejar al descubierto buena parte de sus muslos. Sus zapatos eran de
corte salón, de tacón alto, de piel negra. En cuanto se sentó en el
pequeño sofá al que le invitó el dueño de la tienda, podía verse que
sus medias eran exquisitamente finas y, por supuesto, sujetas con
liguero.
Aquéllas,
¿no?, espetó aquel hombre, dirigiéndose a mi mujer. Entonces caí en la
cuenta de que no sólo había visto los zapatos en el escaparate, como
suponía, sino que había estado probándoselos. Observé al hombre y ya
despejé dudas: Era el tipo de hombre maduro, de pelo canoso, de unos 50
años que, en su juventud, debía andar por los bares de moda luciendo el
llavero de algún deportivo
Pero se conservaba bien, aunque fuese a base
de gimnasio.
Ni que decir tiene que Olga,
asintió a la pregunta del tipo aquel. Y apareció el dependiente, un
joven de unos 25 años, con una caja abierta, mostrando unos preciosos
zapatos de tacón, de ante negro, con un lazo satinado sobre el empeine.
En cuanto ella hizo el gesto de descalzarse, el hombre se abalanzó
hacia mi mujer, arrodillándose ante ella y exclamando: ¡Por favor!.
Evidentemente, su gesto suponía ejercer la función de calzar y
descalzarla, cosa que empezó a hacer, acariciándole los pies en cada
movimiento que hacía. La situación empezaba a calentarse por momentos
porque si algo motiva y excita a mi mujer, es que le acaricien los pies
y los mimen.
Olga, si no
se estaba corriendo, ¡lo parecía! Su cara, era todo un poema. Suspiraba
y se relamía suavemente los labios. Sentía el placer que le daba
aquellas caricias que tan certeramente le proporcionaba el dueño de la
tienda en sus pies y tobillos.
El dueño estaba
en cuclillas ante mi mujer y, por fuerza, debía ver el panorama de sus
piernas y también sus bragas ya que ella no se esforzaba precisamente
para mantener las piernas cerradas. Me coloque también delante de ella
y pude percibir claramente que sus bragas eran negras y también que
transparentaban porque eran muy finas, como lo son todas las que
acostumbra a llevar. Ella, para dejarlo bien claro, apartó ligeramente
su falda haciendo el gesto de subir algo la rodilla izquierda para
acercar su pie a la altura de la cara de su adorador. Evidentemente,
podía observar todos sus muslos y también sus bragas.
¡Precioso!,
espetó el dueño mirándome a la cara en actitud de reconocimiento de
cuanto podía observar y sin recato alguno. No dijo preciosa, sino,
precioso, cosa que percibí al momento, no teniendo otro remedio que
asentir. No sabía que hacer: Si ordenar a mi mujer que se levantase y
marcharnos, o seguir con un juego que ya se adivinaba por dónde iba a
discurrir. Lo supe al momento, mirándola a ella y escuchando su
comentario: ¿Te gusta, cariño? ¡ELLA TAMPOCO SE REFERIA A LOS ZAPATOS
QUE LE HABIA CALZADO AQUEL HOMBRE! Lo entendí, como también que a ella
sí le gustaba la situación
y por ello me había conducido hasta allí.
Se levantó,
anduvo un poco por la habitación y se miró en el espejo al tiempo que
apartaba su falda haciéndola discurrir por el muslo, justo por donde
estaba el corte. Se vio, con claridad, el final de la media y el
liguero negro que la sujetaba. Así está mucho mejor
, apuntó el dueño
sin quitarle ojo. Y luego, para cerrar el círculo y dejarme en la más
pura evidencia, miró al dependiente que se mantenía en un lado, alejado
y le dijo: ¡Casi tan perfecto como ayer!.
Por si lo
dudaba, me acababa de comunicar que mi mujer, el día anterior, se había
exhibido ante ellos, cuando menos. Mira, cariño: Es que ayer me probé
no sólo estos zapatos tan bonitos, sino un conjuntito de primavera de
la tienda de enfrente, que me guarda este señor porque ayer no quise
quedármelo sin que tú lo vieses. ¿Quieres que me lo ponga? ¡Qué
remedio!, pensé. Y asentí, claro.
El
dependiente lo fue a buscar y mientras el dueño se derretía en
comentarios de alabanza hacia Olga, su buen gusto y su exquisitez.
Cuando lo trajeron, ella pidió, muy discretamente, que saliéramos de la
habitación. Fuera, el dueño me felicitó por la mujer que tenía y me
hizo saber, con todo el descaro, que el día antes ella no le pidió que
saliese de la habitación para desvestirse y probarse el modelito ya que
costaba mucho de abrochar
En una palabra: Olga ya se había exhibido
ante aquel hombre como mínimo- en ropa interior. Y sin ella afirmó,
tras mi pregunta- ya que el modelo se presta a no llevar sujetador
.
Yo, estaba rabiando, con un ataque de cuernos, pero tenía el rabo
tieso y duro, como nunca. Pues, ¡entra, como ayer!, le dije sin
pensarlo más. Y él, entró, dejando la puerta abierta
El
espectáculo era espléndido: Olga, sólo con las medias y zapatos nuevos,
con su liguero y braguitas, estaba frente al espejo con los pechos al
aire, intentando ponerse la falda. El dueño se acercó a ella y, por
detrás, la ayudaba a ponérsela mientras la iba rozando con su cara por
toda la espalda y, con sus manos, no perdía ocasión de tocar sus
muslos.
Olga,
se giró de repente y me miró, sin decir palabra, con una sonrisa
lujuriosa en su cara. Esperó a que el dueño le acabara de abrochar la
falda, momento en que sus cabezas estaban a pocos centímetros, para
girarla levemente y, entonces, acercando sus labios a los de aquel
hombre, lo besó en la boca. ¡Ya no cabía duda alguna sobre lo sucedido
el día anterior!
El,
la abrazó y correspondió al beso con una pasión evidente, acariciando
sus nalgas y manoseando toda la superficie de sus muslos sobre aquellas
sedosa y brillantes medias. Luego, la hizo girar sobre sí misma y, sin
apartarse un centímetro, la tomó por los pechos y se la acercó
haciéndola reposar sobre él. Acariciaba sus pechos con extrema
delicadeza, provocando en ella una explosión de placer evidente. Tenía
a mi mujer, frente a mí, en brazos de un desconocido, desnuda, salvo
sus medias, liguero, braguitas y sus nuevos zapatos de tacón.
En el otro
extremo de la habitación, el dependiente tenía una mano metida en el
bolsillo, evidentemente para acariciar su miembro que debía estar como
el mío. El dueño, lejos de parar un momento, pasó del beso en la boca
al beso a los pechos de mi mujer, que acarició, lamiéndolos. Luego, me
miró y dijo:
Espero que
no te opongas a ser testigo de algo tan sublime como lo que ocurrió
ayer
Y, seguidamente, recostó a Olga en el sofá, le subió la falda y
la dejó en plena exhibición mientras se desabrochaba el pantalón. Ella,
sin dejar de mirarlo, se bajó las bragas y las colocó en su mano
derecha haciendo una señal en dirección al dependiente.
YO,
ALUCINABA! Estaba contemplando a mi propia esposa siendo objeto de una
morbosa situación creada sin mi consentimiento, pero aceptada, a la
postre. El dependiente se acercó al sofá y se postró ante ella, oliendo
y lamiendo sus braguitas primero, para luego acercar su boca hasta el
coño de ella y besarlo. Luego, lo lamió entero pasando su lujuriosa
lengua por todos los recovecos de los labios vaginales, así como por
las piernas y tobillos.
Aquella
lengua resbalaba por todos y cada uno de los rincones del coño de mi
mujer, humedeciéndola aún más mientras se iban hinchando sus labios de
excitación. Olga, estaba en la gloria, suspirando sin cesar. Y fue en
aquel momento cuando se giró, me miró y sonrió
agradecida. Sabía que yo
la miraba y daba mi visto bueno a su entrega.
Así
comenté-debía haber estado el día anterior, follada entre los dos.
No: Mejor! Ayer la follamos los dos y yo, además, le perforé su
hermoso culo porque ella me lo pidió explicándome que a ti no te deja
hacerlo porque le haces daño, y me corrí en él, comentó el dueño.
Pero, ¡que estaba oyendo! Me estaba diciendo que el día anterior se
había follado y le había dado por el culo a mi esposa y que lo había
ayudado su dependiente, que también se la había tirado. Y yo, no
reaccionaba. Se me había puesto la polla durísima, oyendo el relato y
mirando a mi mujer semidesnuda ante los tres.
Al
acercarse el dueño, el joven se apartó para situarse a la altura de la
cabeza de mi mujer, al otro lado del sofá. Ella, entonces, le tocó
aquel hinchado paquete y le desabrochó el pantalón para extraerle su
rabo y, sin pensarlo, metérselo en la boca y chuparlo hasta hacerlo
desaparecer en ella, extrayéndolo rítmicamente, para lamerle el glande.
El joven,
mientras le acariciaba los pechos, estaba fuera de sí, rojo como un
tomate, excitadísimo. ¡Puta, puta!, le espetaba mientras ella le
succionaba la polla. Y yo, escuchando cómo era insultada mi mujer por
quien tenía su polla en la boca de mi esposa! Lo recuerdo y no me lo
creo.
En tanto,
el dueño se había arrodillado ante mi mujer y, con un movimiento
certero, ensartó con su polla aquel delicioso espacio que yo creía sólo
para mi placer, con lentos movimientos, para que yo lo pudiese
observar bien. Se la estaba follando aquel desconocido ante mis
narices, con el más espantoso de los descaros, repitiéndome una y otra
vez,
Tu mujer
es una preciosidad; es una puta preciosa, como dice mi dependiente!
Ayer, me la follé aquí mismo, pero le dije que el mejor morbo sería
hacerlo ante ti, para que disfrutase mucho más. Y hoy, me ha
obedecido, trayéndote hasta aquí para que la veas follar conmigo.
Espero que entiendas el mensaje: Ella, es tu esposa, pero también es
mía, porque me la he follado y me obedece! Y quiero que siga siendo
así. La traerás cuando te lo pida o la llamaré para que venga ella
sola: Tú decides! Porque ella, así lo hará. O sea: tanto si quiero,
como si no, aquel individuo me estaba poniendo los cuernos y se
proponía seguir haciéndolo, ¡dándome órdenes encima!, si no le hacía
caso.
Tomaba los
tobillos de Olga y los mordisqueaba, para lamerle luego los pies por el
empeine y los lados. Ella estaba en la gloria a juzgar por sus
suspiros y por la expresión de su rostro.
Los embites,
eran bestiales. Aquella polla entraba y salía rítmicamente del coño de
mi mujer y ella disfrutaba como nunca con la polla de aquel extraño
dentro de su vientre y
la del dependiente en la boca. Se corrieron
casi a la vez los dos hombres, uno en cada boca de mi mujer.
Los labios
de Olga rebosaban el semen que le había lanzado el dependiente; y su
coño estaba repleto del blanco lechazo del dueño. Ella, se había
corrido varias veces, entre espasmos y gritos de placer. Entonces,
agarró el miembro del dueño de la tienda y con mucha suavidad, lo
limpió de restos de semen con la lengua. Observé mi pantalón, y estaba
totalmente mojado
Yo también me había corrido como un cretino.
El dueño, con
suma delicadeza, procedió a vestir a mi mujer con sus ropas mientras la
besaba con cariño y limpiaba con un pañuelo los restos de semen que le
caían por la comisura de los labios.
Pero quiero
acompañarte siempre
comenté. Anda, pues. Ven y ayuda a limpiarme! ,
amor. ¿Me dejaras, de vez en cuando que me compre zapatos como hoy?,
me pidió. Al acercarme, ella me abrazó y besó en los labios
forzándome
a lamer el semen que aún le quedaba en la boca. Tragarme los restos de
aquellos dos hombre, era una guarrada, pero acepté darle este morbo.
No sabré
nunca si Olga visita aquella tienda sin mí, ni si visita otras. Lo que
sí sé es que aún ahora, me corro recordando aquello. Y que Olga
regresaba, a veces, con evidentes signos de cansancio
innecesario. Si
alguna vez he olido sus braguitas sucias, ciertamente he comprobado
diferentes aromas. Hasta que opté por preguntarle directamente por sus
fantasías. Así logré saber que ella ya había traspasado aquella barrera
de la fidelidad, para convertirse en la amante del dueño de la tienda y
en su puta.
Pero, lo
peor vino al cabo de unos días: A través de un amigo, supe de sus
andanzas y perdí toda esperanza de regresar a la situación anterior,
optando por aceptar la evidencia: Ella, mi mujer, era utilizada por el
dueño de la tienda, que se había convertido en SU DUEÑO y la entregaba
a sus amigos y clientes, cuando le venía en gana; y ella obedecía con
placer evidente, según mi amigo
que lo sabía por experiencia! O sea,
que también se la había follado. ¡Hombre, ¡qué hubieses hecho tú en
mi caso? Me la ofreció en bandeja en la tienda, una tarde que iba
preciosa, vestida con un conjuntito negro y granate
sin otra prenda
encima
y sus consabidas medias con ligueros
Y, ¿cómo sabía él lo de
las medias con ligueros habituales? ¿Qué relación tenía con el dueño de
la tienda? Pues, primero, porque evidentemente, ya antes se había
acostado con ella, según me confesó más tarde. Segundo, porque fue mi
mujer misma quien le indicó que pertenecía a aquel hombre y quería
jugar a través de él.
Pero la
confesión no terminó aquí: Mira, no te enfades pero es que tu mujer,
ya antes de conocer al de la tienda, era el objeto sexual de todos
nuestros amigos comunes. Nos habíamos acostado con ella todos,
separadamente y también en grupo. Ella es fantástica y nunca tiene
bastante. Cuando termina con todos, se marcha comentando que terminará
el trabajo contigo
y todos te envidiamos por ello. Pero, ¿Crees que
hubieses podido con ella tú solo? Pues, ¡no! Por más que la follábamos
entre varios y le dábamos por el culo, ella no tuvo nunca bastante. Eso
sí: Siempre respetó que fueses tú el último del día en follártela y se
marchaba cada vez, con la corrida del último de nosotros entre sus
piernas, para darte más placer
y que tú la tuvieses perfectamente
lubricada
O sea, que
cada vez, cuando sale sin mí y al regresar le como su precioso coño, me
trago el semen de un amigo mío, sin saberlo. Porque ella, ¡jamás ha
accedido a follar con preservativo!
Y, ¿no
recuerdas que, de tanto en tanto, quería llevar ropita interior blanca?
Pues era para un estreno, con alguien que invitara uno de nosotros a
la reunión porque, como comprenderás, estamos orgullosos de ella y es
fascinante exhibirla. Ese día, disfrutaba el doble por el morbo
añadido de engañarnos a nosotros y a ti, con el nuevo. Siento que
esto te lo perdieras porque te aseguro que es excitante eso de
entregarla a un desconocido y ver su reacción desde el momento mismo en
que se viste para la ocasión.
Pero,
además, - ¡AUN QUEDABA MAS!- cada vez que ha habido una despedida de
soltero del grupo aquellas fiestas a las que tú siempre has renunciado
a ir-, ella ha sido el postre de la cena, siempre respetándole la
prioridad al novio, pero follándola todos al terminar de cenar.
Entonces recordé que cuando había alguna de estas reuniones, Olga me
decía que las mujeres se iban en grupo a otra parte; ella, salía y me
pedía que me quedase a cuidar al niño. O sea que mientras yo estaba en
casa, ella era el postre de las cenas de quienes se dicen amigos míos.
Es una
maravilla tu mujer! Y, espero que ésto no te haga cambiar y le
prohibas que siga estando con nosotros, porque ella no te lo
perdonaría. Ella quiere siempre más y has de ser consciente de ello. Y
piensa que todo empezó en la despedida de soltera de ella, porque no
quiso que fuese convencional, sino original:
Optó por
acostarse con todos los amigos de su novio
o sea, tus amigos. Y para
ello, llamó a Carlos (otro del grupo) y nos pusimos todos de acuerdo.
Fue memorable, aunque dudamos al principio por si te enfadarías al
saberlo. Piensa que se presentó con la misma ropa interior que llevó el
día de la boda. Luego con el tiempo al ver que no te enterabas, ya fue
diferente y nos dimos cuenta que, o éramos nosotros quienes la
saciáramos, o serían otros. Y, ¿no crees que es mejor que seamos
nosotros quienes follemos con ella? ¡Por lo menos, nos conoces y hay
confianza! Yo, ya no podía más, entre cabreado y excitado. Era una
situación límite y humillante.
A partir de este
día, la miré diferente y la disfruto como nunca lo había hecho,
sabiendo y conociendo su condición de objeto sexual de todos mis amigos
y la mía de cornudo. Prefiero saber que se la follan mis amigos y, a
pesar de ello tenerla conmigo, que perderla.
Si alguien
tiene alguna sugerencia, algo que pudiese mejorar la situación, aparte
de romper la amistad con este grupo de cabrones que son mis amigos, que
me lo diga. Ahora, estoy dispuesto a todo, incluso a alquilarla. Pero
preferiría compartirla.
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