Una
de las últimas veces que disfruté siendo un cornudo de mierda fue
durante un fin de semana en Madrid con Eduardo, uno de los amantes de
Rosa. Habíamos contactado con él a través de un chat, como con casi
todos, y antes de conocernos en persona habíamos hablado bastantes
veces por teléfono.
Eduardo estaba
obsesionado por tener criados y si eran los maridos de sus amantes
mejor todavía. Le gustaba ser servido por un criado servil como los de
antes. Así que una vez contrastamos nuestros gustos, quedó claro que yo
iba a ser el criado de los dos mientras me ponían a gusto los cuernos.
Los tres estábamos de acuerdo con nuestros papeles y Rosa me anunció lo
bien que se lo iba a pasar humillándome con su amante.
El primer día que
hablamos por teléfono, Rosa y Eduardo estuvieron un buen rato hablando
de lo que íbamos a hacer, de cómo lo haríamos y se reían imaginándose
el momento. Antes de colgar Rosa me pasó el teléfono para que saludara
a Eduardo y éste me dijo lo siguiente:
"Eres un gilipollas
por dejarme follar con esta tía tan estupenda, gilipollas, ¿has oído?
Además piénsate bien si vas a venir, porque una vez estés aquí no vas a
poder ni rechistar, vas a ser nuestro puto criado y vas a estar las 24
horas a nuestro servicio". Yo no hacía más que asentir, pero al oír
esas palabras se me puso la polla a cien y casi me corro de imaginarme
la situación que me esperaba. Me gustó mucho su actitud y Rosa estaba
encantada.
Por fin quedamos un
viernes en Madrid. Íbamos a pasar el fin de semana en un hotel con la
peculiaridad de que él volvería a dormir a casa, pues estaba casado y
ella, claro, no sabía nada. Eso también me excitaba mucho. Pensaba que
él follaba con mi mujer, pero que la suya se la quedaba para él, de
modo que yo le ofrecía todo y él nada, me gustaba mucho, muchísimo.
Nos vino a recoger
a la estación y desde que lo vi pensé que iba a ser un amante estupendo
para ella, todo un caballero, mientras que conmigo iba a ser un chulo.
Habíamos quedado
que esa primera tarde nos conoceríamos y luego, al día siguiente,
comenzaría todo en serio. Tomamos algo por ahí, hablamos de los planes
y de los roles de cada uno y poco a poco yo me fui adaptando a mi papel
de marido cornudo y sumiso. Eduardo deseaba tener un criado a toda
costa y le daba un morbo terrible que éste fuera, además, el marido de
su amante.
Rosa, por su parte,
estaba encantada con un tipo tan bien plantado que la trataba como a
una reina, a la vez que disfrutaba humillándome de esa manera. Yo, ni
que decir tiene que me estaba relamiendo del gusto ante el fin de
semana que se me avecinaba. Cuando nos despedimos, como yo ya había
adoptado en cierto modo mi papel, Eduardo no dudó en darle un largo
beso en la boca a Rosa ante mi presencia y luego se despidió de mí
dándome unos golpecitos paternalistas en la cara diciéndome con gran
ironía y una sonrisa en la boca: "Hasta mañana, Sebastián, descansa
porque te espera buena..."
Sólo con ese gesto
subí empalmado a la habitación y Rosa lo notó en el ascensor, lo que
fue motivo para cachondearse de mí hasta que nos dormimos. Por
supuesto, esa noche no follamos, porque, como dijo Rosa, tenía que
guardarse para su hombre. Lo cual, evidentemente, acepté de buen grado.
Llegó la mañana y
nos despertaron unos golpecitos en la puerta. Abrí semidormido y
entonces entró Eduardo apartándome con un empujón y se dirigió directo
a la cama a abrazar a Rosa, que estaba desnuda en la cama. Allí comenzó
mi labor. Tuve que descalzar a Eduardo mientras besaba a Rosa sin
parar, se desnudó y se metió en la cama para "catar" a Rosa y empezar a
coronar mi cabeza con unos buenos cuernos.
Mientras follaban
tuve que bajar a encargar un desayuno para ellos en la habitación,
momento que aproveché a desayunar yo porque ya me habían anunciado que
sólo me dejarían los restos. Subí y los encontré abrazados y charlando
después de su primer polvo. Eduardo sonreía pletórico, con un aire de
superioridad que me dejaba por los suelos, algo que Rosa sentía y
disfrutaba haciéndoselo notar a Eduardo. Cuando llegó el desayuno lo
coloqué en la mesa y se lo serví quedándome de pie a la espera de sus
instrucciones.
Se ducharon y
salimos en coche a comer a El Escorial. Saqué el coche de Eduardo del
parking y los recogí en la puerta del hotel. Yo era su chófer y tenía
que actuar como tal, de modo que les abría las puertas, les esperaba de
pie hasta que entraban. Por supuesto que ellos iban sentados en la
parte de atrás pasando de mí, hablándome sólo para indicarme por dónde
ir. Eduardo siempre hablaba haciendo alusión a mis cuernos, a lo
imbécil que yo era y lo buena que estaba Rosa.
En el restaurante
decidieron comer solos mientras yo les esperaba fuera, en el coche,
comiendo un bocadillo. Me sentía totalmente humillado y fuera del juego
y me dieron tentaciones de acabar la historia, pero en el fondo la
disfrutaba, me gustaba sentirme cornudo de esa manera tan evidente y
humillante.
Cuando salieron,
Eduardo me hizo una seña y me acerqué con el coche, volví a abrirles la
puerta y ya sentados me preguntaron: "Qué, ¿has comido bien? Ja, ja." Y
se metieron en el coche riendo y charlando como siempre. Me dijeron que
parara en un parque cercano para pasear y, como siempre, me quedé
esperando en el coche.
Al cabo de media
hora volvían despacio, agarrados, por uno de los caminos de tierra del
parque y me quedé observándolos mientras se acercaban besándose. Me
sentía como un cabrón gilipollas. Allí, esperando a que llegaran para
llevarlos a otro sitio y luciendo una cornamenta que ya empezaba a
pesarme. Al llegar al coche Eduardo me dijo: "Tú, saca un trapo y
límpianos los zapatos que por el parque se nos han llenado de polvo."
Nadie rechistó,
incluso ellos estaban serios y les parecía lo más natural. Empecé por
Rosa, que apoyó el pie en un banco cercano mientras hablaba con
Eduardo. Froté un rato sus zapatos hasta dejarlos brillantes de nuevo.
Luego le tocó a Eduardo que ni siquiera alzó los pies al banco, de
manera que tuve que arrodillarme en el suelo para poder limpiarlos
bien. Se reía mientras fumaba y me decía: "A ver cómo lo haces, que si
te sale bien te contrato, ja ja ja."Entre tanto debió pasar alguna
persona que se quedó mirando, pero yo seguía mi trabajo y Eduardo
disfrutaba de estas muestras públicas de humillación. Le gustaba
sentirse un tío poderoso delante de todo el mundo y yo, con mi papel,
le daba el juego estupendo, aparte de follar con mi chica, pero eso de
momento no lo sabía la gente.
Después del paseo
por el parque los llevé de nuevo al hotel. Ellos se bajaron en la
puerta y yo aparqué el coche en el garaje. Al subir a la habitación
noté cómo el conserje me miraba como diciendo: "Vaya cuernos que
llevas, tío." Llamé a la puerta de la habitación y tardaron en abrirme.
Salió Eduardo sin camisa y llegué a ver a Rosa desnuda en la cama. Me
dijo que me fuera a comprar más condones, un consolador y algo para
merendar. Me dio la tarjeta para entrar la habitación y me cerró la
puerta en las narices.
Anduve vagando un
buen rato, pues había hecho la compra en un momento en uno de los sex-shops
de la zona y pensé que preferirían estar solos. Volví a las dos horas.
Llamé antes de entrar y me gritaron que pasara. Al abrir la puerta me
encontré a Rosa a cuatro patas y Eduardo follándosela por detrás como
un bestia. Me dijo: "Mira qué bien, llegas para ver cómo cabalgo a tu
mujercita, cornudo de mierda." También Rosa me regaló un piropo y me
dijo: "Mira, imbécil, cómo disfruto con la polla de un tío de verdad.
Esto sí que es follar, no lo tuyo." Sólo con estas palabras ya me había
empalmado y como Rosa se lo imaginaba me dijo: "Anda, desnúdate y
enséñanos cómo estás...que seguro que la tienes a tope." Así que me
desnudé a topa prisa y efectivamente dejé a la vista mi erección al
tiempo que los dos se reían de que los cuernos me pusieran tan
cachondo.
Eduardo siguió un
rato culeando a Rosa entre gemidos y yo miraba absorto su polla dura
entrando y saliendo sin parar. De repente, Eduardo paró, salto de la
cama, me cogió del pelo y me metió la cara en el coño húmedo de Rosa.
Me dijo: "Lame, perro de mierda, limpia el coño de tu mujer que me
acabo de follar y déjalo como nuevo, venga chupa, cabrón."
Rosa se reía sin
parar y yo comencé a lamer su coño. Estaba super húmedo, yo nunca lo
había visto así, y le pasé la lengua como un perro fiel, sabiendo que
me estaba comiendo las humedades producidas por otro tío, por su
amante. Mientras Eduardo me preguntaba: "¿Qué, te gusta, cabrón? Me
parece que sí, porque no paras de lamer, además te veo la polla por
detrás y tío, me das pena. Estás más cachondo que un perro en celo.
Venga, lame todo, perrito." Y se rió sonoramente a la vez que me
propinaba una buena patada en el culo.
Cuando le pareció
oportuno me retiró cogiéndome de los pelos de nuevo y me condujo hasta
el lateral de la cama y me dijo que me quedara ahí abajo a cuatro
patas. Tenía toda la cara pringada por el coño de Rosa y ellos se
descojonaban de mi aspecto. Yo me relamía lo que quedaba y entonces
Eduardo se sentó encima de Rosa y le metió la polla en la boca. Estaban
tan excitados de antes que Eduardo se corrió encima de ella en pocos
minutos y Rosa hizo otro tanto tocándose el clítoris, que se lo había
dejado yo antes a punto. Me pidieron un papel para Rosa y la limpié de
semen. Luego se echaron una siesta mientras yo me quedé en el suelo.
Allí no aguanté más y en silencio me hice una paja de campeonato.
Después también me quedé dormido.
Me despertaron las
pataditas de Eduardo en mi cara. Lo vi sentado en la cama apoyando sus
pies en mi pecho y diciéndome: "Levanta de ahí, perro, y prepáranos un
baño, venga." Me levanté precipitado y vi a Rosa estupenda en la cama
desnuda con sus deliciosos pechos a la vista y le sonreí. Ella se rió y
me dijo: "Echa abundante espuma y que no esté ardiendo." Les preparé el
baño y les dejé solos hasta que me llamaran.
Mientras arreglé la
cama y preparé algo de cenar en la mesa con lo que había comprado.
Cuando acabaron me
llamaron para que les preparara las toallas y tuve que secarles los
pies. Eduardo no perdía detalle para que yo me sintiera su criado y yo,
en el fondo, se lo agradecía. Parecía que tenía mucha práctica
tratándome como criado y viendo su decisión yo adoptaba cada vez más mi
papel con más seguridad también.
Mientras cenaban
algo me hicieron ponerme a sus pies como si fuera un felpudo, los dos
estaban descalzos y yo tenía la polla dura como la piedra, aplastada
contra el suelo. De vez en cuando se divertían a mi costa y me tiraban
algo de comer al suelo para que lo cogiera con la boca y entonces se
carcajeaban.
Era realmente
humillante, pero, insisto, yo me sentía feliz allí abajo. Cuando
acabaron relamí sus platos y luego recogí todo. Ya era tarde y Eduardo
tenía que irse a casa con su mujer. Yo me quedaba con Rosa, mi mujer, a
la que había follado Eduardo sin parar, al mismo tiempo que me había
humillado hasta más no poder. Se despidió de Rosa con un gran beso en
la boca y a mí, que seguía a gatas por el suelo, me acercó su zapato
izquierdo a la boca para que se lo besara. Y eso fue lo que hice.
Me daba hasta
vergüenza mirar a Rosa después de tanta humillación, pero ella estaba
encantada y en seguida me preguntó qué que tal lo había pasado. Ella,
según afirmó, había disfrutado como nunca y ya estaba ansiosa de que
llegara el día siguiente. Viendo que ella estaba satisfecha me quedé
más tranquilo y nos acostamos para descansar para el domingo. Antes de
dormirnos repasamos lo ocurrido y yo me hice una paja rememorando los
mejores momentos. Ella, agotada de tanto sexo, se durmió sin hacerme
mucho caso. Me imagino que pensando en su querido Eduardo.
Al día siguiente se
repitió la misma escena del anterior. Eduardo llamó, me empujó y se
lanzó a la cama a por Rosa. Era como una rutina, Rosa le abrazó como a
un salvador y yo me quedé de pie mirando. Eduardo había planeado pasar
todo el día en el hotel hasta que nos fuéramos por la tarde de vuelta.
Así que me dijo que me fuera a comprar algo de comer y de beber
mientras ellos descansaban un ratito.
"Venga, cornudito",
me dijo, "tráenos algo de comer que nos lo vamos a pasar muy bien."
Salí como siempre,
bajo la mirada del conserje, que ya debía saberlo todo, compré lo
necesario y volví al cuarto. No estaban follando y, además, encima de
la cama había una cuerda destinada para mí. A Eduardo le daba un morbo
terrible atarme en la silla mientras ellos follaban y así lo hizo. Puso
la silla mirando a la cama, me senté y me ató fuertemente por el
tronco.
Cuando ya estaba
bien sujeto me dio un par de bofetadas que le causaron una estrepitosa
carcajada a Rosa y luego Eduardo me dio unos golpecitos paternalistas
en la cabeza diciendo: "Ya verás cómo disfrutas, cabroncete, te van a
salir unos cuernos hasta el techo." Me quedé atado en la silla,
desnudo, de frente a ellos y empezaron la sesión. Primero fue Rosa
quien le chupó la polla a Eduardo hasta ponérsela a tope. Mientras yo
la veía tocarse el coño sin parar, con las piernas bien abiertas
esperando que se la follara.
En seguida Eduardo,
con la verga bien erecta, se la metió despacito mientras me miraba
sonriendo y diciendo: "¿Ves cómo se abre tu mujer para que me la folle?
Está deseosa de mi polla, pero a ti no te importa, eres un puto
cornudo, gilipollas y además te gusta." Bien lo sabía él que me
gustaba, además mi polla estaba empezando a ponerse dura del
espectáculo.
Una vez adentro
empezó a mover el culo contra Rosa y agarrándola de las caderas se la
follaba sin para mientras gritaban cosas como: "Toma puta, ábrete para
que te folle delante del cornudo de tu marido." "Fóllame más, más
fuerte, quiero más, jódeme hasta romperme. Que se joda ese cabrón de
mierda, además estará empalmado como un cerdo." Yo estaba viendo cómo
se la follaba Eduardo casi por primera vez, oyendo todas esas cosas,
atado a la silla sin poder hacer nada y sin embargo estaba disfrutando
tanto o más que ellos, me sentía un cornudo muy feliz, lo único quizás
que me habría gustado hacer era estar más cerca para poder chupar algo
que ellos me dieran, pero eso lo tuve al terminar.
Cuando acabaron,
después de haber pasado por varias posturas, entre otras la de Rosa a
cuatro patas mirándome y él por detrás follándosela. Esa visión fue
increíble, ver sus dos caras desencajadas de placer mirándome, aquello
era tremendo, maravilloso. Como digo, cuando acabaron Eduardo se
levantó en seguida, vino hacia mí, se subió a la silla y apuntándome
con su polla todavía algo erecta y con el condón puesto me dijo:
"Ahora vas a probar
las delicias del amor, ja ja, abre la boca, cornudo de mierda, que te
voy a meter la polla para que te quedes con el condón y lo saborees"
Abrí la boca,
introdujo su polla la cerré y la volvió a sacar mientras yo retenía el
condón usado. Estaba húmedo y sabía a una mezcla de plástico y flujos
de Rosa. Cuando lo tuve un rato más empecé a saborear el semen de
Eduardo que empezaba a salirse. Los dos me miraban atentamente y
Eduardo dijo:
"Parece que le
gusta bastante ¿no? ¿Está rico, cornudo de mierda?" Rosa se reía
mientras yo tragaba saliva mezclada con varios sabores más. Se fueron a
la ducha y al salir me soltaron y me dijeron que me sacara el condón de
la boca y se lo enseñara. Estaba vacío, es decir que me lo había
tragado todo. Se descojonaron de mí todo lo que quisieron y me
prometieron que si me había gustado iba a tener todos los que quisiera.
Les preparé algo de
comer y me acomodé de nuevo a sus pies. Me tiraron algo de comida
mientras ellos comían y charlaban de lo bien que se lo habían pasado y
de los planes para el futuro, dónde quedaríamos otra vez, etc. Me
usaban de alfombra con mucha naturalidad y luego empezaron a hablar más
seriamente sobre mí y mi condición de cornudo, pero sobre todo de la de
criado sumiso y servil.
Como ya he dicho a
Eduardo le obsesionaba la idea de tener criados como yo y pensaba que
si había tanta gente así, él podría disponer cuando quisiera de ese
tipo de gente. A mí ni me hablaban, era como un mueble. De todo lo que
dijeron esto me llamó lo que más la atención:
"Mira, Rosa, si
este disfruta sirviéndonos, hay que aprovecharlo, hay que explotarlo y
luego ya ves con qué poco se contenta." Y Rosa contestaba: "Yo creo que
tenemos la obligación de hacerlo. Pienso que es gente inferior que
disfruta sirviendo a los de clase más alta y así hay un intercambio muy
productivo, todos salimos ganando." Mientras decía esto me ponía el pie
en la boca y metía los dedos para que se los calentara, era ya una
costumbre habitual.
"¿Ves con qué gusto
lame? Sería una pena que yo me quedara sin este tipo de masajes."
Eduardo, a la vez que me tiró una rodaja de chorizo al suelo, asentía
lo que decía Rosa y yo me contenía para no correrme allí mismo, además
me lo habían prohibido. No obstante se dieron cuenta de mi erección y
para fin de fiesta me dejaron hacerme una paja en el suelo. "Pero
cuidadito con salpicar", dijo Eduardo y se sentó al lado de Rosa para
observarme cómo me corría con los pies de ambos encima de mi cabeza.
Ya por la tarde nos
llevó Eduardo a la estación y allí se despidió de Rosa con un muerdo de
escándalo delante de todo el mundo y yo allí parado, mirando al suelo.