.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Compartir trabajo y jefe".

 

 Soy una mujer de 42 años, casada y madre de dos hijos. Los nombres que aparecen en el relato son ficticios para no desvelar la identidad de nadie. En el año 2013 nuestra situación económica era muy mala. Teníamos la hipoteca y varios créditos que habíamos pedido en los buenos tiempos sin darle importancia alguna. Yo nunca quise endeudarme, pero mi marido que es buena persona siempre ha tomado malas decisiones en los temas económicos y su sueldo no llegaba para pagarlo todo, teniendo en cuenta los gastos de casa, etc. Mi marido trabaja en las oficinas centrales de un banco que además era con el que teníamos firmada la hipoteca y un par de créditos.

 Una noche estuvimos hablando del tema y decidí buscar trabajo para ayudar en casa. El principal problema era mi falta de experiencia. Antes de casarme había estudiado formación profesional administrativa y había tenido un par de trabajos temporales, pero me casé joven y al quedarme embarazada dejé el mundo profesional para dedicarme al hogar. Mi marido tiene un buen sueldo y eso nos permitía vivir sin agobios.

 Estuve varios meses buscando y no recibí ninguna respuesta positiva. Estaba totalmente desesperada, las facturas se acumulaban y la situación era peor cada día que pasaba. Un día mi marido cuando llegó de trabajar me dijo que había hablado con su jefe de mi situación y que le había dicho que me haría una entrevista para ver si podía encajar en la empresa. ¡Por fin una alegría!, pensé. Yo conocía a Andrés, el jefe de mi marido, de las cenas de empresa que cada año antes de Navidad organizaban para empleados.

 Es un hombre de 54 años, calvo, con bastantes kilos de más, casado también. He de decir que yo siempre me he cuidado, hago deporte, soy delgada, 1.64, pelo de color negro largo, unos pechos grandes y bien formados y un culo respingón de esos que miras al pasar.

 Llegó el día de la entrevista. Llevé ropa elegante, cómoda, pantalones negros, una blusa blanca, una americana y unos zapatos de tacón medio. Mi marido me acompaño hasta el despacho, y una vez dentro él se fue a continuar trabajando.

 -Hola Raquel, me ha dicho tu marido que estás buscando trabajo.

 -Hola Andrés, sí, y lo primero que quiero decirte es gracias por darme la oportunidad.

 -No hay de qué, tu marido lleva muchos años aquí y a ti ya te conozco un poco de las cenas de empresa.

 Andrés sacó de su cajón una carpeta y de la carpeta unos papeles que miraba mientras me hablaba.

 -Mira Raquel, somos personas adultas y no hay porqué andarse con tonterías. Es mejor hablar claro. Mira, esta es la deuda real que tenéis ahora mismo con el banco...

 Miré los papeles que Andrés me entregó y me quedé horrorizada. Era mucho peor de lo que yo sabía.

 -Siempre me has gustado, Raquel, y yo necesito una secretaria personal. Tendrás un muy buen sueldo que os ayudará a pagar la deuda y a vivir mejor y yo tendré lo que deseo.

 -¿A qué te refieres, Andrés?

 -A que trabajarás para mí haciendo lo que yo te diga, TODO, y exactamente es lo que te imaginas.

 Le miré y me levanté. Antes de salir, me dijo:

 -Es viernes, Raquel, piénsalo el fin de semana y el lunes me contestas. Si no me dices nada, entenderé que no te interesa.

 Llegué a mi casa llorando de rabia, de impotencia, aquel cabrón me había dicho sin decírmelo que quería sexo a cambio de un trabajo. Mi marido me preguntó al llegar que cómo me había ido. Simplememte le dije que lo estaba pensando. Es tan buena persona que no me insistió ni por supuesto sabía nada de la oferta de su jefe.

 Llegó el Lunes. Durante el fin de semana pensé y pensé en la oferta, en las deudas, en la posibilidad muy grande de perder todo lo que habíamos construido, un hogar, la familia, etc. Sobre las 10 de la mañana le llamé por teléfono y simplemente le dije que aceptaba la oferta. Se puso muy contento y me ordenó (a partir de ese momento no eran peticiones sino ordenes) que me pintase las uñas de los pies de color rojo. Aquello me pareció asumible, extraño pero nada que me hiciese sentir mal.

 El Martes a las 8 de la mañana estaba en el despacho de Andrés. Mi marido entraba a las nueve, así que fui sola para no tener que hacerlo esperar una hora antes de entrar él. Estaba sentada, me dio el contrato para firmarlo. Era por seis meses, con un periodo de prueba de un mes y el sueldo tal y como me había dicho era muy bueno, más alto que el de mi marido. Lo firmé.

 -Raquel, quítate los zapatos, quiero ver si has cumplido.

 Me quedé unos segundos sin reaccionar, pero aquello no era tan malo. Supuse que era un fetichista y por un lado me tranquilicé. Me descalcé y levanté los pies para que pudiese verlos. Los miró durante un rato y después me dijo:

 -Preciosos, Raquel, ahora me vas a masturbar con ellos, por debajo de la mesa.

 Aquellas palabras sí me hicieron sentir mal, no era solo verlos, quería algo que yo nunca había hecho a nadie.

 -Vamos Raquel, estoy esperando, ya me he sacado la polla del pantalón.

 Sin mirarlo apoyé mi pie izquierdo en su polla, después el derecho. Andrés los juntó con su polla en medio de los dos.

 -Ahora muévelos y hazme una buena paja, sácame toda la leche.

 Empecé a moverlos, acariciando su polla sin mirarlo, sintiendo como poco a poco se le iba poniendo dura. Andrés gemía y me acariciaba los pies mientras le masturbaba. Pasados unos diez minutos me los agarró con fuerza, los juntó y empezó a correrse en los dedos y en las plantas, una corrida abundante, pues sentí la humedad y la calentura de su semen.

 -No te limpies, y ponte los zapatos.

 Obedecí y me puse los zapatos.

 Como si no hubiese pasado nada, me indicó las tareas que debía hacer mientras no me llamase, cosas cotidianas y fáciles. Eran casi las 9 de la mañana y Andrés llamó a mi marido al despacho.

 Entró, me dio un beso al saludarme e iba a sentarse, pero Andrés le interrumpió:

 -No, tranquilo, solo te he llamado para decirte que tu mujer es toda una señora, de la cabeza a los pies, estoy muy contento de tenerla aquí con nosotros.

 Mi marido no entendió la ironía de la frase, dado que no sabía que su mujer tenía el semen de su jefe en los pies.

 Le dio las gracias y se fue. Así empecé mi semana laboral.

 

 Después de haber masturbado a Andrés y que se hubiese corrido en mis pies la mañana fue transcurriendo con normalidad, hablando con mis nuevos compañeros de trabajo y atendiendo llamadas.

 Mi marido estaba en otra sección, en el mismo edificio pero una planta más abajo, así que solo coincidía con él la media hora que teníamos para desayunar. Sobre las doce de la mañana mi nuevo jefe me pidió que le llevase un café a su despacho. Le prepare el café, llamé a la puerta y al entrar me indicó que cerrase la puerta por dentro. Lo hice mientras mi cabeza pensaba qué iba a suceder. Le dejé el café en la mesa y me dijo:

 -Gracias Raquel, ahora desnúdate, quiero ver tu cuerpo.

 Me quedé petrificada, sin saber qué decir o hacer. Aquel gordo vicioso quería que me desnudase en su despacho.

 -Mira Andrés, lo de antes lo tomé como algo que entraba en nuestro acuerdo, pero esto es demasiado para mí. Soy una mujer casada y madre, no soy de esa clase de mujeres.

 -Raquel, trabajas para mí, te pago muy bien y si quiero ahora mismo se termina tu contrato y además pasaré la documentación de vuestra deuda al departamento legal para la vía judicial, tú misma, puedes negarte y salir por la puerta o complacerme y actuar como esa clase de mujeres que decías no ser.

 Aquellas palabras se clavaron en mi ser como un cuchillo. Empecé a desabrochar la blusa, quitándomela y la dejé en la silla. Después hice lo mismo con el pantalón. Andrés me miraba babeando.

 -Muy bien Raquel, estas buenísima, pero te quiero completamente desnuda. Quítate el sujetador, las bragas y los zapatos. Ah y esta tarde irás de compras a una tienda de mi confianza. Por fuera me da igual lo que lleves, pero la ropa interior y otros complementos los llevarás a mi gusto. ¿Entendido?

 -Sí.

 Me descalcé, bajé mis bragas hasta dejarlas en el suelo y finalmente el sujetador. Él me miraba de arriba abajo.

 -De verdad que estás buenísima, Raquel. Ahora te vas a poner a 4 patas, vas a venir por debajo de mi mesa y me vas a mamar la polla.

 En ese momento me di cuenta de que a mi jefe lo que más le excitaba de esta situación era humillarme, dejarme claro quien mandaba y aprovechar cualquier ocasión para degradar mi persona.

 Me puse a 4 patas, gateando hasta llegar a sus piernas por debajo de su mesa. Desabroché su pantalón y saqué su polla. Era una polla de tamaño medio, unos 15-16cm pero destacaba por su grosor, a simple vista como un vaso de tubo. La miré y empecé a lamerla, despacio, intentando dejar mi mente en blanco. Era la primera vez que estaba siendo infiel y aquello me hacía sentir asco de mí misma.

 -Raquel, no soy tu marido, a mí me gustan las putas que se tragan la polla.

 Agarró mi cabeza con sus manos y me obligó a tragar su polla, primero despacio y luego aumentando el ritmo y la profundidad de la mamada. Estaba desnuda a 4 patas debajo de su mesa obligada a tragar su polla...

 Por supuesto, no me avisó cuando empezó a correrse. No solo no lo hizo sino que con sus manos me impidió sacar su polla de mi boca. Sentí su semen salir directamente a mi garganta y la única opción que tuve fue tragarlo.

 Cuando por fin me soltó la cabeza, me levanté y tuve varias arcadas, cosa que a él le hizo gracia.

 -Esa boca tuya es muy buena mamando, tu marido debe de disfrutar mucho y ahora lo hago yo también. Vístete y a las 3 cuando salgas te vas a comer. Te quiero a las 5 de la tarde en esta dirección, es la tienda que te dije. Tengo cuenta allí, así que solo tienes que recoger lo que yo he escogido para ti. Mañana por la mañana a las 8 vienes a mi despacho con la ropa interior que te den. ¿Lo has entendido, Raquel?

 -Sí jefe, lo he entendido.

 -Bien, ya puedes vestirte y salir. Deja la puerta abierta.

 Recogí mi ropa y me la puse lo más rápido que pude. Salí del despacho de Andrés y sentí las miradas de algunas compañeras y cómo hablaban entre ellas mientras yo me sentaba en mi mesa aún con el sabor del semen en mi boca.

 A las 3 de la tarde bajé y mi marido me estaba esperando para volver juntos a casa.

 -¿Qué tal tu primer día, cariño?

 Bien, gracias, acostumbrándome al trabajo.

 -¿Le has dado las gracias a Andrés por el trabajo?

 -Sí, se las di (Si tú supieses cómo me ha hecho darle las gracias, le partes la cara).

 Después de comer salí de casa y fui a la dirección indicada. La primera sorpresa: la tienda es un sex-shop. Miré a mi alrededor y al ver que no pasaba mucha gente por la calle me decidí a entrar.
 

 Fui directamente al mostrador del fondo de la tienda, donde estaba el dependiente. Le saludé y le dije que venía a recoger un paquete que había encargado Andrés.

El chico sonrió después de mirarme, entró en la parte interior de la tienda y salió con una bolsa.

 -Aquí tienes, veo que sigue teniendo buen gusto.

 No le dije nada, agarré la bolsa y me fui. La metí dentro del bolso para que mi marido no me hiciese preguntas embarazosas sobre el contenido.

 Al llegar a casa, fui al cuarto de baño para ver el contenido del paquete. Lo abrí: unas medias de rejilla de color negro con unos ligueros, un minúsculo tanga brasileño, un picardías negro totalmente transparente, un pintalabios de color negro y una nota que decía:

 "HOLA RAQUEL. MAÑANA A LAS OCHO EN PUNTO EN MI DESPACHO. NO ES NECESARIO QUE TE DIGA LO QUE HAS DE LLEVAR PUESTO POR DENTRO. EL PINTALABIOS NO ES PARA TI, ES PARA MI. DESCANSA. TU JEFE".

 No entendí lo del pintalabios, pero sí sabía que mi segundo día de trabajo como mínimo iba ser igual que el primero.

 

 Llegué puntual, a las ocho de la mañana estaba llamando a la puerta del despacho de mi jefe, que ya se encontraba dentro, sentado y esperándome.

 -Buenos días Raquel, pasa y cierra la puerta.

 Obedecí sin decir palabra y me quedé de pie, enfrente de Andrés.

 -Antes de nada, dame el pintalabios ¿no lo habrás olvidado, supongo?

 No lo había olvidado. Lo saqué del bolso y se lo di.

 -¿Para qué lo quieres?

 -A ver si te queda claro de una vez, Raquel, no te lo repetiré nunca más. Tú aquí solo estás para obedecer, nada más, las preguntas las hago yo y las contestas tú. Si te digo que te arrodilles y me chupes la polla, lo haces, ¿entiendes tu situación?

 -Sí.

 -Muy bien, ahora enséñame esa ropita tan sexy que te he regalado.

 Me desnudé quedándome de pie mientras Andrés me observaba tocándose la polla sin ningún disimulo.

 -Esas medias te quedan de fábula, Raquel, pareces una profesional y tienes unas tetas preciosas, tus hijos no pasaron hambre, ¿eh? Date la vuelta, quiero ver cómo se te mete la raya del tanga en ese culo respingón.

 Me di la vuelta y Andrés se levantó de su sillón.

 -Realmente preciosa, Raquel, ahora quédate quieta y no te muevas.

Sentí las manos de Andrés en mis nalgas. Se había agachado y estaba usando el pintalabios para escribir o dibujar algo en mis nalgas. Después me levantó el picardías e hizo lo mismo en mi espalda.  Quería preguntarle qué hacía, pero recordé sus palabras y me quedé callada.

 -Ahora estás perfecta, Raquel, ponte a 4 patas y quiero oír estas palabras de tus labios: "Andrés, estoy muy cachonda y necesito que me folles".

 Me agaché y me puse a 4 patas, y sin ninguna pasión le dije:

 -"Andrés, estoy muy cachonda y necesito que me folles".

 -Claro que sí Raquel, desde que te vi supe que estabas necesitada de polla, (me dijo mientras se desnudaba de cintura para abajo).

 Se colocó entre mis piernas, apartó el tanga y con su mano acercó su polla que estaba dura como una piedra a los labios de mi coño. Yo no estaba excitada, con lo cual no había lubricado. Empezó a empujar y la verdad es que fue algo doloroso por mi falta de lubricación, aunque a él pareció gustarle la sensación de dificultad al penetrarme. Tras varios empujones, consiguió meterla, se agarró a mis caderas con una mano y con la otra pude ver que tenía su teléfono móvil en la mano.

 -Por favor, no hagas fotos ni vídeos, te lo ruego.

 Mis palabras le encendieron y me soltó un azote en las nalgas que me dolió mucho, además de penetrarme con más fuerza.

 -¿Qué te dije antes, puta? ¿Quién manda aquí?

 -Tú.

 -Repite: "Estoy casada y soy una puta".

 -Estoy casada y soy una puta.

 Ahora me vas a decir lo siguiente: "Andrés, quiero que me hagas un hijo, lléname el coño de leche".

 -Andrés, quiero que me hagas un hijo, lléname el coño de leche.

 Siguió follándome y siguió grabando o haciendo fotos con el móvil. Cuando se empezó a correr se dejó caer encima de mí. Pude sentir su corrida dentro de mi coño. No tenía miedo de quedarme embarazada, estaba tomando la píldora.

 -Qué coño tan bueno tienes, Raquel (me dijo mientras lo abría con sus dedos y seguía grabando con su móvil).

 Se levantó y me ordenó que me pusiese de rodillas.

 -Límpiame la polla, Raquel, no me gusta manchar mis calzoncillo.

 Metí su polla en mi boca y empecé a chupársela notando los restos de semen junto al sabor de mi coño. Me sentía sucia, guarra, y sobre todo una cualquiera. Esa era la palabra que me venía a la cabeza.

 -Lo has hecho muy bien, Raquel. Me la has dejado limpia.

 Andrés se subió los pantalones y me agarró de la mano para llevarme a su sillón. Se sentó y me hizo sentar entre sus piernas. Conectó su teléfono al ordenador y descargó unos archivos.

 -Mira qué sexy estabas.

 Abrió una foto y era yo a 4 patas. En una de mis nalgas se leía PUTA y en la otra ZORRA. En la espalda había escrito CASADA INFIEL. En la otra foto se veía mi coño abierto por sus dedos y el semen que me había depositado.

 -Seguro que te ha gustado, Raquel, pero ahora viene lo mejor, mira este vídeo.

 Abrió el archivo de vídeo y pude ver cómo me follaba, su polla entrando y saliendo de mi coño, sus gemidos y su saliva que caía en mi espalda mientras me follaba. Fueron exactamente 12 minutos y 36 segundos de humillación obligada a ver el vídeo abrazada a él como si fuese mi marido y sus dedos masturbando mi clítoris. Andrés me masturbaba sin parar mientras me besaba el cuello. Fue imposible para mí evitar que mi coño se humedeciese e incluso soltar algunos gemidos.

 -Te vas a correr, Raquel, tienes el coño empapado. Antes cuando te lo follé estaba estrechito, ahora palpita y tus pezones están duros.

 Aquel cerdo tenía razón. Sus dedos me estaban dando placer y con mucha vergüenza al final estallé y tuve un orgasmo.

 -Ahhh siii ahhhh yaaaaaa siiiiii ahhhhh.

 -Eres una buena zorra, Raquel, me has empapado la mano con tu corrida. Y mira cómo se me ha puesto la polla viendo cómo te corrias. Ponte encima de la mesa con las piernas abiertas ofreciéndome el coño, y ya sabes lo que tienes que decirme.

 Me levanté aún temblando por el orgasmo. Me puse encima de la mesa y me abrí de piernas diciéndole lo que quería escuchar:

 -Andrés, estoy muy cachonda y necesito que me folles.

 -Ahora mismo, Raquel, voy a darte rabo.

 Colocó mis pies en sus hombros y su polla en la entrada de mi coño. Esta vez entró fácilmente y yo me sentía muy mal porque esta vez estaba sintiendo placer con la penetración. Andrés me embestía como si el mundo se acabase, con fuerza y profundidad, y yo intentando disimular, pero sin poder hacerlo, gemía cada vez que su polla llegaba al fondo de mí.

 -Estoy a punto, ya sabes qué decirme, Raquel.

 -Andrés, quiero que me hagas un hijo, lléname el coño de leche.

 Mis palabras le excitaron más de lo que ya estaba y, dejando su polla en el fondo de mi coño, empezó a correrse como un animal. Para mi vergüenza yo también llegué al orgasmo de nuevo.

 -Vístete y siéntate. No olvides ducharte esta tarde, Raquel, no creo que a tu marido le haga mucha gracia leer lo que llevas escrito en tu cuerpo.

 Mientras me vestía, Andrés llamó por teléfono a alguien. Una vez terminé de vestirme me senté y pasados cinco minutos llamaron a la puerta del despacho.

 Fui a abrir dado que estaba cerrada por dentro y apareció mi marido.

 -Pasa, pasa Alberto, quería darte las gracias en persona por vuestra amable invitación.

 Mi marido se quedó con cara de tonto, de no saber nada y yo misma tenía la misma cara.

 -Ah, ¿Raquel no te lo ha dicho? Tu mujer ha tenido la amabilidad de invitarme a comer el próximo domingo y por supuesto que lo he aceptado. ¿No le habías dicho nada a tu marido, Raquel?

 Reaccioné como pude intentando disimular.

 -No, quería darle la sorpresa esta tarde.

 -Vaya, siento haberme adelantado. Bueno, no os preocupéis, yo llevaré la bebida. Mañana salgo de viaje con mi mujer por un tema familiar. Ella se quedará unos días allí pero yo regresaré el sábado por la tarde, no puedo dejar esto sin dirección.

 Por cierto, Alberto, supongo que sabías que a tu mujer le encanta la leche...

 Me quedé petrificada y mis mejillas se pusieron rojas como un tomate.

 -¿La leche?

 -Sí, Alberto, la leche, la toma con el café como si fuese una golosina.

 -Pues no lo sabía, la verdad, en casa la toma alguna vez.

 -Pues aquí en dos días que lleva no ha parado. En fin, siempre hay cosas nuevas que aprender. No os interrumpo más, gracias de nuevo por la invitación. El domingo iré sobre la una y media, ¿va bien?

 -Sí.

 -Perfecto, nos vemos el domingo entonces.

 

 El jueves y el viernes transcurrieron con relativa normalidad en el trabajo. Andrés estaba con su mujer de viaje y yo tuve demasiado tiempo para pensar en todo lo que había sucedido mis dos primeros días de trabajo. Me sentía muy mal, sucia, impotente ante la situación y una mentirosa. Había engañado a mi marido y cada vez que hablábamos de algo, instintivamente yo bajaba la cabeza para evitar mirarle a los ojos.

 El viernes por la tarde un mensajero trajo un sobre que iba dirigido a mi marido y a mí. Contenía dos entradas para el partido de fútbol del domingo y una nota de Andrés diciendo que era un regalo para mis hijos, que sabía que les encantaría. Mis 2 hijos de 20 y 18 años son seguidores de ese equipo de fútbol y evidentemente agradecieron el poder ir a ver ese partido. No entendí el porqué Andrés había tenido ese detalle ni que intenciones tenía, al fin y al cabo aunque mis hijos se fuesen el domingo mi marido estaría presente.

 Llegó el domingo, yo estaba muy nerviosa, preparando un asado en el horno y otras cosas para el aperitivo. Me puse un vestido muy clásico, elegante pero nada sugerente ni mucho menos sexy.

 A la hora indicada, sonó el timbre. Mi marido fue a abrir la puerta mientras yo terminaba de preparar la mesa. Andrés me saludó cordialmente mientras se sentaba en la mesa. La comida transcurrió con normalidad, hablando de varios temas pero en ningún momento nada laboral.

 A las 3 y media de la tarde mis hijos se fueron a ver el partido que empezaba a las cinco. Nos quedamos en la mesa tomando café hasta que Andrés dijo:

 -Bueno, vamos a abrir la botella de cava que he traído para celebrar tu nuevo trabajo, Raquel. Por favor, dime dónde están las copas y yo mismo la serviré.

 Le dije que no era necesario, que yo misma lo haría, pero insistió tanto que al final le indiqué donde estaban las copas. Abrió la botella en la cocina y regresó con las copas, una para cada uno.

 -Venga, un brindis, por Raquel, la nueva empleada de la empresa.

 Brindamos y nos tomamos las copas. Después seguimos sentados en la mesa pero a los 15 minutos mi marido se levantó de la mesa y se sentó en el sofá.

 -Perdón, me siento algo mal. Quizás ha sido el alcohol. Me quedo un rato aquí a ver si se me pasa. Lo siento mucho.

 -No te preocupes, la salud es lo primero.

 Al cabo de unos minutos y ante mi sorpresa, mi marido se había quedado dormido en el sofá.

 -Bien, ha hecho efecto. Ya me dijeron que es un somnífero muy potente, pero la verdad es que funciona de maravilla. Pero voy a comprobarlo por si acaso.

 Andrés se levantó y se acercó a mi marido, lo zarandeó y le habló, incluso gritó, pero mi marido estaba profundamente dormido.

 -Perfecto. Raquel, desnúdate por completo, aquí mismo, yo voy a por un par de cosas que he traído en el maletín.

 -Pero Andrés, por favor, aquí delante de...

 No me dejó terminar la frase, me tapó la boca con su mano y me dijo:

 -¿He de recordarte lo que eres, Raquel?

 Mirándolo, negué con la cabeza, quitó su mano de mi boca y repitió.

 -Desnúdate ya.

 Empecé a desnudarme delante de mi marido dormido mientras Andrés iba a buscar algo en su maletín.

 Cuando regresó yo estaba de pie, completamente desnuda. Colocó un cartel en el pecho de mi marido que decía "SOY UN CORNUDO". A mí me entregó un collar que decía "PUTA DE ANDRÉS" para ponérmelo en el cuello y finalmente un folio con muchas frases escritas.

 -Ponte a 4 patas, Raquel, mirando a tu marido. Quiero que mientras te hago cosas, vayas diciendo las frases que te he dado, y quiero que las digas con naturalidad, con pasión, ¿entendido?

 -Sí.

 Me puse a 4 patas, mirando a mi marido, que con ese cartel en su pecho me hacía sentir totalmente humillada y con ganas de llorar.

 Andrés puso una cámara, se desnudó y se colocó entre mis piernas y empezó a comerme el coño. Su lengua entraba y salía y también me succionaba el clítoris. Me señaló el papel que me había dado para que dijese esas frases.

 Intenté ser lo mas creíble posible.

 -Sí, sí... Qué bien me comes el coño, Andrés, lo estaba deseando, no pares, me vuelves loca con tu lengua.

 Continuó y mi coño sin desearlo se estaba humedeciendo. Metió un dedo dentro y al sacarlo lo metió en mi culo y entonces grité.

 -Vaya, no me digas que el cornudo no te ha sodomizado nunca...

 -No, soy virgen por ahí.

 -Jajajaa, qué suerte la mía, pues vas a dejar de serlo, Raquel, pero hoy no, necesitaría tiempo para encularte como dios manda.

 Siguió comiéndome el coño hasta que no pude más y me corrí. Me señaló el papel de nuevo.

 -Si solo tú haces que me corra de esta manera, te deseo todos los días.

 -Es tu turno, Raquel, que tu marido vea lo bien que tragas polla, abre la boca y no dejes de mirarlo.

 Abrí la boca y Andrés, que se había puesto de pie, me la metió sin miramientos. Agarrado de mi cabeza empezó a follarme la boca, paraba cuando veía que no podía respirar y después continuaba. Ahora era él quien le hablaba a mi marido.

 -Alberto, mira qué bien me la chupa tu mujer. ¿Sabes? Me la he follado varias veces y pronto le desvirgaré el culo. No eres más que un cornudo. Tu mujer piensa lo mismo pero ahora no puede hablar, tiene la boca ocupada.

 -Bien, ya la tengo lista para tu coño.

 Sacó su polla de mi boca y se puso entre mis piernas. Apuntó su polla y me la metió sin más.

 -¿Te gusta mi polla, Raquel?

 -Sí, Andrés, me gusta tu polla

 -Díselo a tu marido, golfa.

 -Alberto, cariño, me gusta la polla de Andrés.

 -Ponle más énfasis, Raquel, más sentimiento.

 -Alberto, me vuelve loca la polla de Andrés, él sabe follarme, no como tú, sabe cómo tratar a una mujer.

 -Eso es, mira cómo me la follo, cornudo, mira cómo disfruta de mi polla, tiene el coño encharcado de lo que está gozando aquí delante de ti.

 Realmente estaba húmeda, aunque me sentía fatal por todo lo que él y yo obligada le decíamos a mi marido, que por suerte no se enteraba. Andrés me seguía penetrando y yo estaba gimiendo.

 -Voy a correrme, Raquel, ya sabes qué decir.

 -Andrés, quiero que me hagas un hijo, lléname el coño de leche.

 Empujó hasta el fondo y soltó su leche dentro mientras yo una vez más me corría.

 -Levántate y ábrete los labios del coño, enséñale a Alberto la leche de tu macho.

 Me levanté y me abrí el coño con los dedos enfrente de mi marido, empezaba a gotear el semen que Andrés me había depositado.

 Se colocó detrás de mí, agarrándome las dos tetas, con su polla ahora flácida entre mis nalgas, besándome el cuello. Me dio la vuelta y por primera vez me besó en la boca. Metió su lengua encontrando la mía mientras sus manos apretaba mis nalgas. Me estaba excitando, no quería, odiaba esa situación, pero mi cuerpo reaccionaba de otra forma.

 -¿Estás cachonda, Raquel?

 -Sí, (le contesté por primera vez con sinceridad).

 Andrés se sentó al lado de mi marido en el sofá y me dijo que me arrodillase entre sus piernas. Lo hice tal y como me ordenó.

 -Dile a tu macho lo que quieres, Raquel.

 -Quiero tu polla, Andrés.

 -Chúpamela tú sola, como a mí me gusta, te voy a dejar hacer.

 Me puse entre sus piernas, con una mano le acariciaba los huevos mientras abrí la boca y bajé la cabeza hasta sentir su capullo en mi garganta. Subí de nuevo la cabeza y volví a tragármela, escuchaba sus gemidos de placer al notar que lo hacía como a él le gustaba.

 -Ahora sí eres una buena chupapollas, mira Alberto, a ti nunca te la ha chupado así, cornudo.

 Continué hasta que su polla estaba dura como una estaca.

 -Pídeme que te folle, Raquel, delante del cornudo.

 -Andrés, fóllame delante del cornudo.

 En ese momento supe que estaba gozando de aquellos momentos y no me importaba nada ni nadie.

 -Ven, siéntate encima de mi polla mirando al cornudo mientras te la clavas, no dejes de mirarlo.

 Me senté en su polla hasta que la sentí toda clavada dentro. Abracé a mi jefe, que me estaba chupando las tetas, mientras no dejaba de mirar a mi marido dormido con ese letrero en su pecho.

 Subía y bajaba sin parar cabalgando su polla, y entonces Andrés me dijo:

 -A partir de mañana mismo dejarás de tomar la píldora, no te lo pido, te lo ordenó.

 Con su polla clavada y a punto de correrme simplemente le dije que sí y me corrí entre sus brazos.

 Él no había terminado y le dije lo que le gustaba.

 -Andrés, quiero que me hagas un hijo. Lléname el coño de leche.

 Como si fuese una palabra mágica, empezó a correrse llenándome una vez más con su semen caliente.

 Nos quedamos abrazados en esa postura cinco minutos, hasta que Andrés miró su reloj y se levantó obligándome a mí a levantarme también.

 -El cornudo se despertará pronto, me iré antes de eso. Dile que no me he enfadado y que espero que se mejore. Vístete y no te duches hoy, duerme con mi leche al lado de tu marido.

 Nos vestimos juntos. Él recogió el cartel y la cámara, me quitó el collar y se despidió con una palmada en mis nalgas.

 Mi marido se despertó al cabo de una hora, pidiéndome perdón por haberse quedado dormido. Era yo la que tenía que haberle pedido perdón a él por follar con su jefe delante de sus narices...

 

 Continuará...
 

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