Efectivamente,
soy un cornudo absoluto. En realidad creo que todos somos un poco
cornudos. Yo he tenido varias novias. Algunas diría que nunca me han
engañado, aunque eso solo lo sabrán ellas. Otras decididamente sí. Este
relato hace referencia a una de las tantas historias cornudas que he
vivido, si bien ha sido esta la que ha marcado un punto de inflexión en
mi vida.
Esta historia ocurrió hace mucho tiempo, justo al comienzo de una relación
con una chica de 22 años, muy morbosa, morena, y delgadita con un
bonito cuerpo llamada Ángela. Ángela era una tía especial: le gustaba
mucho jugar a los malabarismos y tenía la cabeza llena de unas
preciosas trenzas. Trabajaba en una tienda de ropa en Malasaña (Madrid)
y un día sí y otro no pasaba a buscarla a la salida del trabajo.
Una calurosa noche de Junio fui a recogerla y nos fuimos a tomar algo a la
plaza de Chueca. Allí nos encontramos con un amgo suyo, un muchacho
mexicano que vendía bisutería de plata en la plaza. Un chico exótico,
musculoso y sin duda atractivo con el que Ángela pasó más tiempo de la
cuenta hablando. Ella le enseñó un anillo de plata muy bonito y ahí me
di cuenta que algo había un cierto flirteo entre ellos, pero yo
confíaba en mi novia. Si algo tenía que pasar, pues pasaría de todas
formas, así que ¿para qué preocuparme?
Después de aquel encuentro, nuestra relación siguió como siempre a su
ritmo despacio. Cabe destacar que me costó conquistarla y todo requirió
tiempo y esfuerzo. El primer beso, la primera noche. Pero en términos
generales las cosas iban bien.
Un domingo de aquel mes de Junio, ella estaba muy rara. Como pensando en
otra cosa. El lunes no hablamos y apenas me envió un mensaje de esos
típicos sin contenido... El martes siguiente fuimos a tomar algo y ella
seguía muy distraída. Como indecisa y nerviosa. Entonces, me percaté
del anillo en su mano izquierda, el mismo anillo que le había enseñado
al muchacho. Se lo pregunté directamente.
- "¿Has estado con él?"
Ella me respondió que sí.
Después del trabajo, él la fue a buscar. Vivía muy cerca de allí, así que
se había quedado en su casa. Se besaron pero me aseguró que no había
pasado nada. Me lo juró con lágrimas en los ojos y me dijo que me
prefería mil veces a mí.
Aunque cueste creerlo, nuestra relación mejoró mucho desde entonces.
Quizás por miedo a que la dejara o porque se dio cuenta de que nuestra
relación era sólida y yo un tipo maduro capaz de entender y perdonar
porque como ya he dicho antes, aquí ninguno somos angelitos.
Hasta que una noche de ese mismo verano, tomando una cerveza en una
terracita de su barrio, le pedí que me confesase la verdad.
- "¿Te acostaste con él?. Venga ya, ¿cómo vas a ir a su casa solo para
darte besitos?"
Lo negó de primeras, pero después... asintió con la cabeza.
- "¿O sea, que te lo has follado?"
- "Sí..." contestó ella.
Sentí una punzada en el corazón. No supe que más decir. Extrañamente, mi
polla, en contrapunto con mis sentimientos de tristeza, se puso dura
como una roca y mi corazón empezó a palpitar... Entonces, me sobrevino
la segunda pregunta:
- "¿Disfrutaste?"
- "Me gustas tú", dijo ella.
- "Pero... ¿te lo pasaste bien?", insistí.
- "Me gusta como follas tú".
Apenas pudo terminar la frase. La corté.
- "Ángela, dímelo, dime la verdad"
Ella se quedó mirando al vacío.
- "Me corrí enseguida", contestó con una sinceridad que me dejó helado.
Lo que más me dolió es haber tratado de impresionarla, haberme currado
tanto la relación para que en dos segundos, venga este tipo y le eche
el polvazo de su vida.
No dije nada y me fui a casa. Al llegar me senté en el sofá. Estaba
deprimido, pero sentía una extraña mezcla de rabía y placer.
Entonces, me saqué la polla palpitante que ya no cabía en el abultado
pantalón. Estaba durísima. Con los ojos llorosos, comencé a batirme el
miembro. No podía quitarme de la cabeza la imagen de Ángela corriéndose
y disfrutando con aquel chico. En menos de un minuto, mi polla explotó,
escupiendo una batería de espesos chorros de semen que brotaban a
borbotones y resbalaban sobre mi mano. Lo mejor de todo es que lo
disfruté como nunca y aquella noche me hice al menos tres pajas más.
La relación siguió igual que siempre. La perdoné y todo siguió igual,
aunque a veces cuando follábamos, me imaginaba como habría sido el
polvo que echaron, lo cual hacía que me corriera enseguida.
Nuestra relación terminó dos años después por otras razones, si bien a día
de hoy somos amigos. Estos cuernos siguen siendo un tema recurrente en
mis pajas nostálgicas, y lo cierto es que a día de hoy no dejo de
agradecerle, ya no solo su valentía y sinceridad, sino el hecho de que
me haya puesto semejantes cuernos.
¡Un saludo de un cornudo!
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