Ella
no sabe qué le espera, esas braguitas son nuevas para ella, pero esa
tarde es de los dos, suya y de él, del deseo, de la risa y de la
humedad de sus labios.
El mando oculto deja claro quién tiene el poder, hoy, él va a decidir
donde, como y cuando se va a correr. No va a haber concesiones ni
treguas, hoy se folla como manda él. Quiere que se corra a gritos,
arañando, golpeando e incluso sufriendo, no desea otra cosa que verla
moverse delante de otro hombre, agitarse, sudar, suspirar y retozar
como una puta. Es su puta, de nadie más.
En el restaurante el vino sube el brillo de la copa, la mirada de ella es
diferente, tiene luz, sabe que es su tarde, el placer de ella es la
única meta para él.
Le pide que se suba el vestido hasta los muslos, el final de las medias se
muestran pero no se ve.
El juego ha empezado, no hay marcha atrás.
Le pasa la mano por el muslo, el restaurante es calido y las yemas de sus
dedos también. El vestido ahora si que muestra lo que él quiere que se
muestre, una media con fin...pero de tela, la piel continúa, suave,
tersa, firme y al final humeda.
Al pedir el vino el camarero se acerca y ve con toda nitidez el fin de la
media. Ella entre nerviosa y excitada se queda inmóvil, solo sabe sacar
una sonrisa que se vuelve mueca por la situación. Durante un segundo el
hombre fija la mirada en las bragas, se ve la tela oscura que hace de
pequeña división entre él y un coño humedo que espera ser mordido,
tocado y penetrado.
El palpitar del corazón recuerda a un tamborilero, un sonido que reafirma
que le ha encatado ser observada, pero sobretodo, deseada.
Tiene prohibido bajarse el vestido, en esa postura «descuidada» se
desarrolla toda la cena.
La pareja no había conocido camarero tan servicial; el vino, los platos,
el postre, el café, las copas y los chupitos son la excusa para mostrar
al mundo una erección que a dura penas puede ocultar.
Y justo en ese momento, cuando el camarero está frente a ella, él acciona
el mando.
En un pequeño gesto deja claro quien manda, ella aprieta la servilleta
mientras baja el rostro.
Las vibraciones inundan como un tsunami todo su cuerpo, directo en el
clitoris la vibración actúa como un resorte que en un movimiento
reflejo provoca que ella abra las piernas.
Un placer tenso que lleva a los dos una situación jamás vivida.
Entre las preguntas del camarero y los monosílabos de él ella se humedece
hasta empapar el poco bello púbico que se ha dejado.
Entre idas y venidas del camarero el mando es accionado, cada vez que se
iba suspiraba, cuando volvía abría las piernas para dejar brotar el
placer que le provocaba las pequeñas descargas. Estaba desatada,
desinhibida y contenta. Se lo estaba pasando de puta madre.
Y él disfrutaba viéndola tan bella y suelta. La ama, y mucho.
En un último gesto del camarero para situarse una polla que pedía a gritos
saltar del pantalón nos trae la cuenta.
Pagamos y nos vamos, no antes del que el camarero nos invitara a venir de
nuevo; «espero verlos pronto».
Besos y manoseos son ahora el único mantra que recitan en cada esquina del
barrio de ruzafa.
Los pub son la excusa para tocarse y besarse, y en cada copa una descarga
que la vuelve loca. En un momento ella le pide que la deje correrse, él
se niega, «la tortura» no ha terminado.
«te voy a follar mientras un taxista se corre en tu vestido»
Una frase lapidaria que la hace dudar, pero el no la deja ni pensar, su
mano es un arma eficaz que impide el razonamiento en ella, solo quiere
correrse, y si es mientras un tío se pajea le da igual, incluso es un
morbo que no la atenaza.
Eligen un taxista, un cuarentón normal, un argentino bien parecido.
Las ordenes son claras, ella entrará atrás por la puerta derecha, él por
la del conductor. Nada más entrar, la obediente zorra se sienta de
forma que se le vea las bragas. Un vestido a medio muslo pone en alerta
al taxista.
«nos va llevar a un lugar reservado cerca de la playa del Saler»
El conductor obedece sabiendo que va ser un rato memorable. Él se abalanza
sobre ella y la besa mientras le toca el pecho. Está todo vendido, es
una guerra sin cuartel donde no cabe prisioneros.
Los gemidos hace que el taxista regule el retorvisor para no perderse un
instante de lo que acontece en la parte de atrás de su coche.
La erección del taxista compite con la de él, ella se abalanza a sacarle
la polla y a masturbarle como si la vida le fuera en ello. Cuando
detiene el vehículo el taxista se acomoda como el que va ver un buen
espectáculo.
Ella con un desenfreno total se quita las bragas y se comienza a
masturbar. Él le pide contención al taxista; «se ve pero no se toca».
Los gemidos de ella son música celestial que provoca en el taxista una
erección de oro olímpico, una polla gruesa y venosa que haría las
delicias de cualquier coño ansioso.
Se saca los pechos mientras se agacha para hacerle una mamada a su pareja,
todo ello en una posición que ofrecía al taxista un panorama
inmejorable, un culo firme y un coño entreabierto y humedo por la
excitación.
A pocos centímetros ella sabe que tiene otra polla enorme, hecho que la
pone más cachonda todavía, situación inimaginable que entre el miedo,
la duda, los nervios y la excitación, sobre todo la excitación, hará
del momento un recuerdo imborrable.
Él le pide que se ponga de cara mirando al taxista, con el culo como altar
para la penetración le introduce la polla en un coño humedo y al rojo
vivo.
Así subiendo y bajando disfrutan ambos de un polvo deseado, y en frente, a
escasos centimetros un hombre con un miembro enorme al borde del
colapso.
Tal es la excitación de ella que le pide al conductor que le toque los
pechos, el hombre lanza una mirada de permiso hacía él que es concedida
al instante.
Ahí, ellos follando y un desconicido sobando a su mujer, él logra una
fantasía enormemente esperada.
De los pechos a los muslos, y de los muslos al coño ocupado por la polla
de su pareja, el taxista disfruta de un cuerpo nuevo para él. Ella con
una excitación total saborea las manos de otro hombre, un tío que ni
siquiera habría mirado a los ojos en otra situación.
Pero hoy era otra, una auténtica puta que disfrutaba de la penetración y
del magreo de unhombre al que no conocía de nada.
En un gesto el hombre le acerca la polla y ella se la agarra para
masturbarlo, una paja descomunal con un miembro que le obliga a abrir
la mano más de lo normal para albergar tal grosor.
«chupar no, solo paja» dice él mientras ella obedece...el taxista se
conforma.
Y justo en el momento que ella se empieza a correr, el conductor vierte
todo el esperma en brazos, pechos y muslos.
La primera experiencia delante de otro hombre que Clara jamás olvidará.
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