Todos
nuestros relatos tienen algo de realidad y algo de ficción.
María iba espectacular, un pantalón negro de cuero a medio muslo muy
ajustado, que marcaba su precioso trasero, un top negro que apenas
cubría su delantera, por encima una blusa semitransparente y zapatos de
tacón y, por supuesto, la dichosa mascarilla.
Habíamos salido a celebrar el fin del estado de alarma y entramos en un
bar de copas de nuestra localidad.
Allí
nos encontramos a tres parejas de amigos que también lo estaban
celebrando, entre los cuales se encontraba uno que, según se comenta en
nuestro círculo, es un experto en lamer coños y se ha comido ya muchos,
a pesar de la atractiva rubia que tiene por esposa.
Nos invitaron a tomar copas con ellos y mi mujer, según me contó después
en casa, comenzó a notar cómo el come coños se estaba restregando
contra su trasero disimuladamente e, incluso, aprovechó para rozar sus
pechos. En un momento dado, la cerveza hizo su efecto y María me dijo
que iba al baño. Nuestro amigo, al que llamaremos Paco, la escuchó y,
tras dejar pasar unos segundos, dijo que él también iba.
En ese local los servicios se encuentran en el sótano y están un poco
aislados.
Distraído como estaba no me di cuenta que María tardaba más de lo normal,
aunque pensé que tal vez había cola, ya que el local estaba lleno,
haciendo caso omiso de que nuestro amigo también tardaba.
Al poco llegó él, con la ropa algo descolocada y, un par de minutos más
tarde, ella.
Al parecer, ella entró en el baño y, cuando salió de la cabina, Paco
estaba en la puerta, había entrado en el baño de señoras aprovechando
que no había nadie por allí. Aún con la puerta abierta la abrazó y le
dio un morreo fenomenal, tras decirle que había notado su excitación
mientras se frotaba contra ella.
Poco a poco, la empujó hacia el interior de la cabina y cerró la puerta
con pestillo, le quitó los pantalones y las bragas y la invitó a
sentarse sobre la tapa del wc, se puso de rodillas ante ella, con los
muslos de ella sobre sus hombros, y empezó a pasar su lengua muy
hábilmente sobre su clítoris.
Ella empezó a jadear, pero aquello sólo fue el comienzo. Aquella lengua
ansiosa la penetraba, le lamía sus labios menores y el espacio entre
éstos y los labios mayores, que terminó mordisqueando, y cuando ella
estaba próxima al orgasmo, paraba y la besaba mientras decía:
- "Prueba tus sabores íntimos".
Cuando la respiración de ella se había casi normalizado, bajaba de nuevo a
su interior, tiraba con su boca de los labios menores y la penetraba
con la lengua. Así varias veces hasta que, por fin, continuó la
fenomenal comida de coño hasta que ella llegó al éxtasis.
Cuando ella llegó por segunda o tercera vez al orgasmo, me contó que había
perdido casi la noción del tiempo. Él se puso en pie y, bajándose los
pantalones, le puso el pene, ya totalmente húmedo de líquido preseminal,
en la boca, dejando que ella lamiera y chupara hasta que, estando
próximo al orgasmo él, la sacó de su boca y, en la misma posición,
sentada sobre la tapa y con los muslos en alto, la penetró,
afortunadamente con preservativo.
Ella alcanzó dos orgasmos seguidos, ya iban cuatro o cinco, mientras duró
la follada, que iba alternando su ritmo, a veces muy fuerte, a veces
más suave, hasta que terminó.
Cuando ella volvió al grupo, venía con el maquillaje un poco corrido, algo
despeinada y, al fijarme bien, noté la señal de un chupetón en su
cuello. Afortunadamente estaba llegando la noche y, entre la tenue
iluminación del local y que había oscurecido, había que fijarse bien
para notarlo.
Ella me confesó que le gustaría repetir. Yo le comenté que me gustaría
probar a la rubia, con lo que quedamos en intentar ir a cenar una noche
los cuatro y luego dejar que la naturaleza siguiera su curso.
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