Hola,
soy el maricón de Raúl y lo primero de todo es pediros disculpas por
tardar tanto en enviar esta nueva parte de nuestras experiencias,
no encontraba el tiempo necesario para sentarme delante
del ordenador para escribir un nuevo relato. Os recuerdo que todo
es real, no son fantasías, y a los que se incorporen ahora les
recomiendo leer las partes anteriores :
PARTE 1 -
PARTE 2
Después
de la experiencia en el yate con Bernardo estuve semanas
haciéndome pajas sin parar pensando en lo que me contó mi esposa Estela
de que él le había meado en el coño y en la barriga cuando estaban en
la ducha. Yo en esos momentos estaba arriba del barco, en la cubierta,
por eso me perdí tan morboso momento. Estela me dijo que le hubiera
gustado que él le echara más cantidad de meado, sentir sus tetazas
llenas del caliente líquido amarillo.
Así
que cuando volvimos a contactar por teléfono con Bernardo para volver a
quedar, le dijimos que queríamos profundizar en eso de la lluvia
dorada, que ella quería repetir la experiencia y que yo quería verlo.
Nos dijo que por supuesto, que nos complacería con una abundante lluvia
dorada.
Bernardo
reservó una habitación en un hotel de León, que está más o menos a
mitad de camino entre Avilés (donde vive él) y Valladolid (donde
vivimos nosotros). Cuando estábamos llegando a León nos llamó para
decirnos que en vez de ir al hotel directamente fuéramos a una
cervecería que estaba bastante cerca.
Llegamos
a la cervecería, y allí estaba Bernardo, junto a la barra, hablando con
el camarero y con una gran jarra de cerveza en la mano. Se había bebido
ya cinco, y cuando Estela se acercó para saludarlo y darle dos besos,
él la agarró fuerte de la cabeza y le metió la lengua en la boca. Me
quedé sorprendido, él nunca había actuado en público de una forma tan
descarada, y noté que el camarero quedó desconcertado, porque Estela y
yo habíamos entrado cogidos de la mano en el bar, lo cual evidentemente
causó confusión al camarero y me hizo quedar a mí como el cornudo que
soy.
Durante
el tiempo que estuvimos en la cervecería, Bernardo se bebió
aproximadamente ocho jarras de cerveza, lo cual resultaba muy positivo
y prometedor para lo que pensábamos hacer después en el hotel. Mi mujer
bebió dos o tres, y yo me bebí dos Fantas, que es una bebida de
maricón, como muy acertadamente me recuerda siempre Bernardo.
Salimos
de allí y caminamos hacia el hotel. A mí durante casi todo el rato en
el bar me habían estado ignorando completamente, apenas me dirigieron
la palabra. Íbamos por una bonita calle de León, y Bernardo llevaba
agarrada de la cintura a Estela, mientras ella se mostraba cariñosa con
él acariciándole la barriga o se agarraba fuertemente a su brazo. ¡Era
la primera vez que Estela mostraba una relación tan estrecha y
romántica con Bernardo en público!
Una
vez en la habitación de hotel, lo primero que hizo él fue desnudarse
por completo, lanzó un enorme eructo y dijo :
-
"Qué ganas de mear tengo, me cago en la hostia, me explota la vejiga,
pero habrá que esperar un poco más porque las cosas hay que hacerlas
bien y quiero que me chorree por el nabo la máxima cantidad de meado
posible".
Acto
seguido abrió el minibar y se sirvió un whisky para él y otro para mi
mujer. A mí ni me preguntó si me apetecía tomar algo.
Mientras
tanto, Estela se había quitado la ropa, quedándose en tanga, sujetador
y tacones. Yo simplemente me senté en la cama esperando instrucciones,
hasta que por fin Bernardo me dijo, con tono imperativo :
-
"¡Quédate tú también en pelotas, coño!".
Me
desnudé y me senté en el borde de la cama. Bernardo y Estela, cada uno
con su vaso de whisky en la mano, estaban de pie, enfrente mía, se
acercaron el uno al otro y se morrearon.
-
"Sujeta mi vaso de whisky para que pueda agarrarle con las dos manos el
culo a tu mujer, maricón", me dijo Bernardo.
-
"Cada día estás más buena, zorra", añadió después dirigiéndose a mi
mujer mientras le cogía cada teta con una mano y se las estrujaba.
-
"Tengo el coño ardiendo. Me echa fuego", dijo Estela.
-
"No me extraña, no me extraña, porque estás buenísima, tienes un cuerpo
que pide caña y el cornudo con el que te has casado no puede
satisfacerte, y por eso siempre vas cachonda, pero por suerte aquí está
Bernardo para hacerte disfrutar, so guarra", añadió Bernardo entre las
risas socarronas de ambos.
Después
él se sentó en la cama y mi mujer y yo, de rodillas en el suelo, le
mamamos juntos la polla y los cojones. Cuando la polla adquirió su
punto máximo de dureza, Bernardo se tumbó en la cama y mi mujer lo
cabalgó, mientras yo los observaba sentado en una silla masturbándome.
Bernardo no tardó en correrse, y lo hizo dentro de su coño, mientras
entre gruñidos la insultaba a ella y a mí.
-
"Bueno, vamos al baño que ahora empieza lo bueno y además no puedo
aguantar más".
Mi
mujer y yo, nerviosos y emocionados, nos dirigimos al baño siguiendo
sus instrucciones.
-
"Métete en la bañera, Estela, mientras tu marido me limpia con su
lengua los restos de semen que me quedan en la polla".
Ella
se sentó en la bañera y observó con cara de cachonda cómo yo, el puto
maricón de su marido, le limpiaba la polla al macho que acababa de
follarla. Mientras observaba se acariciaba las tetas y el coño.
-
"Bueno, a ver, ya me viene todo el meado. Raúl, tú vas a ser el
encargado de sujetarme la polla mientras le meo encima a la puta de tu
mujer, ¿entiendes? Procura apuntar bien, eh. Quiero que apuntes a la
cara, las tetas y el coño, que vayas alternando de una zona a otra".
Le
dije que sí, que de acuerdo, y una sensación electrizante invadió mi
cuerpo. No se me había ocurrido esa posibilidad de ser yo el que
agarrase su polla mientras meaba, lo cual era una gran idea, ya que
resultaba incluso más humillante para mí. ¡Ser yo mismo el que aguanta
la polla del tío que se está orinando sobre mi esposa!
Estela
se tumbó por completo en la bañera y noté en mi mano como la
temperatura de la polla de Bernardo aumentó súbitamente y un potente
chorro de luminoso meado empezó a brotar de ella.
-
"¡Empieza por la cara, maricón!", me ordenó Bernardo, y así lo hice,
apunté el chorro a la cara de mi mujer, que con los ojos cerrados y una
sonrisa de placer en los labios recibía el caliente líquido de su
macho.
Después
fui dirigiendo el chorro hacia las tetas, que iban quedando empapadas
de meado, y por último le regué el coño, y de nuevo volví hacia la cara
repitiendo la acción, procurando que su cuerpo entero fuera bien bañado
en meado.
-
"Estupendo, Raúl, lo estás haciendo muy bien. Cuando haces algo bien
hay que reconocerlo, y ser un jodido mamporrero se te da fenomenal",
comentó con voz socarrona.
-
"¡Ay! ¡Ay qué bien! ¡Qué calentito está! ¡Me encanta sentir tus meados
en mi cuerpo, Bernardo!", dijo mi mujer con una divertida voz de
guarra.
Bernardo
me apartó la mano, el orín paró de brotar de su polla y me pidió que me
metiera con Estela en la bañera, que me pusiera tumbado encima de ella
y que nos besáramos. Fue una sensación muy morbosa sentir cómo el
húmedo cuerpo de Estela mojaba el mío, fundir nuestros cuerpos
impregnados de meado, y sentir en sus labios el sabor del maravilloso
líquido de Bernardo.
Y,
de pronto, ¡una torrencial lluvia amarilla empezó a caer
inesperadamente sobre nuestras caras!
Notar
cómo el caliente chorro impactaba sobre mi cara y mi espalda me
proporcionó una sensación indescriptible. También, durante unos breves
instantes, apuntó su chorro sobre mi culo, lo cual hizo que la polla se
me endureciera más de lo que ya estaba.
-
"¡Venga, y ahora sentaos uno junto al otro mirando hacia mí!", nos
ordenó.
Estela
y yo, que habíamos estado tumbados, obedecimos su orden y nos sentamos
sobre el suelo de la bañera.
-
"Así, muy bien, pero con las caras más juntas. Quiero que vuestras
cabezas estén pegadas, y todo el rato mirando hacia mí, sin moverlas ni
un centímetro".
Rodeé
con mi brazo derecho el hombro de Estela, ella con su brazo izquierdo
me agarró de la cintura y, mirando hacia Bernardo, recibimos el
maravilloso impacto de su meado en nuestras caras.
-
"¡Abrid las bocas un poco! ¡Abrid las bocas para que también os entre
dentro!", nos dijo.
Y,
entre los labios, noté cómo penetraba el caliente pipí de Bernardo, que
dejaba impregnada mi lengua y boca de un agradable sabor. Un sabor
nuevo para mí y para Estela. ¡Un sabor fantástico!
De
pronto, Estela giró su cara hacia la mía y comenzó a besarme con
pasión. Bernardo dio el visto bueno a esa acción y nos besamos como
hacía mucho tiempo que no lo hacíamos. Un profundo beso lleno de morbo,
saboreando juntos el meado del maduro barrigudo que tan feliz nos
estaba haciendo.
Aunque
parezca increíble, la lluvia dorada siguió cayendo sobre nosotros
durante dos o tres minutos más. Nuestros cuerpos quedaron empapados en
meados, desde la cabeza hasta los pies, y un charco enorme de color
amarillo cubrió el suelo de la bañera.
-
"¡Esta ha sido la mejor meada que he echado en toda mi puta vida,
joder!", dijo gritando Bernardo, soltando después una sonora carcajada.
Al
finalizar y cuando yo me disponía a abrir el grifo para darnos una
ducha, él me dijo que no, que saliéramos de la bañera tal y como
estábamos, sin limpiarnos ni secarnos, algo que a Estela y a mí nos
desconcertó pero también nos excitó.
Fuimos
los tres hacia la parte de la habitación donde estaba la cama, y
Bernardo se sirvió un whisky, se encendió un puro y nos dijo que
echáramos nosotros un polvo mientras tanto. Y así lo hicimos. Nos
pusimos a follar con los cuerpos llenos de orines ante la sonriente
mirada de Bernardo, que iba dando caladas al enorme y caro puro y bebía
whisky.
Me
estaba follando a Estela placenteramente y cuando estaba a punto de
correrme, Bernardo me dijo que me apartara inmediatamente de ella, que
si quería correrme me hiciera una paja en el baño. Con sorpresa y cara
de gilipollas, le hice caso, me aparté de mi mujer, me fui al baño y me
masturbé hasta correrme, escuchando de fondo las risas de ambos.
Al
cabo de una hora, cuando nuestros cuerpos se secaron de forma natural y
la piel terminó de absorber el meado de Bernardo, nos vestimos,
abandonamos la habitación, nos despedimos de él, nos subimos a nuestro
coche y emprendimos el viaje de vuelta hacia Valladolid.
Permanecimos
con el aroma del pipí de Bernardo sobre nuestros cuerpos durante dos
días, y al tercer día nos duchamos, tal y como él nos había indicado.
Raúl
y Estela.
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