Desde
que descubrí la excitación que me produce la idea de saber que mi mujer
fue gozada por otros hombres en forma clandestina durante todos estos
años de matrimonio, esto se ha convertido en un ingrediente indispensable
de nuestras relaciones, de hecho, al día de hoy no consigo una buena
erección a menos que María me cuente alguna de sus experiencias de
infidelidad a lo largo de estos años.
Las experiencias que he
contado anteriormente ocurrieron hace años; la que voy a contarles esta
noche, aprovechando mi ataque de ansiedad e insomnio, es una aventura que
me contó mi esposa el viernes pasado antes de sodomizarla con un
vibrador, y que ocurrió hace sólo unos meses, a mediados de diciembre del
año pasado. Para aquellos que no hayan leído mis relatos anteriores, les
pongo en autos sobre las condiciones de mi mujer, cuenta con unos bien
llevados cuarenta y tres, si bien es algo rellenita, es una mujer hermosa
de piel suave y su figura es muy atractiva.
Los eventos ocurrieron durante
la preparación de los alumnos para exámenes finales de un colegió de la
zona norte de Buenos Aires. Mi esposa y dos de sus amigas y compañeras de
estudios montaron hace ya más de tres años un instituto particular donde
se da clases de apoyo a alumnos de colegios privados con dificultades
para alcanzar las exigencias académicas; según entiendo (ya que a veces
yo las ayudo con las cuestiones contables) no es un gran negocio pero
lentamente van prosperando.
Lo concreto es que durante la
división de alumnos para el trabajo, a mi mujer le toco un grupo de seis
muchachos con dificultades en el área de ciencias sociales, cinco de
ellos entre los diecisiete y dieciocho años y uno con historial de
repetir cursos de diecinueve años ya camino a los veinte. El curso tenía
el último turno de la tarde 17 a 19:30 en el contrafrente de un segundo
piso de un edificio de avenida Maipú. Durante las primeras semanas le
relación con los muchachos fue la normal de una docente con un grupo de
alumnos conflictivos. El cambio de actitud me lo comentó con gracia, mi
mujer cuando, con los calores del mes de noviembre, ella comenzó a vestir
prendas más ligeras, notó el cambio de actitud en la mirada de los
jóvenes y aprovecho la situación para impulsar la clases, ya que en este
tipo de instituto es esencial conseguir que los alumnos pasen sus
exámenes para seguir en el negocio.
El juego de provocar a los
muchachos con sus escotes, minifaldas, cruces algo atrevidos de piernas,
más la confianza mutua generada en las horas compartidas casi a diario,
dieron paso a un giro de comentarios y doble sentidos de obvia alusión
sexual que crecía día a día. Esto excitaba a mi esposa de manera
creciente (lo cual yo disfrutaba sin saber), ella había visto en varias
ocasiones los bultos de los jóvenes que ya no intentaban ocultar sus
erecciones y en varias oportunidades los había sorprendido espiando
dentro de su escote, o tratando de rozarle las nalgas con el dorso de las
manos o inclusive con el miembro. Cuando me contaba estas cosas (por
aquella época nuestro sexo era bastante tradicional todavía) bromeábamos
sobre como reaccionarían de poder gozar de ella, de hecho estos
comentarios provocaban una catarata de jugos en la concha de mi esposa.
Sobre la primera fecha de los
exámenes mi esposa decidió asistir al curso con una camisa bastante
liviana (semi transparente) y sin corpiño, cuando le pregunté si no le
parecía demasiado me respondió que se trataba de un recurso pedagógico
para que los alumnos estuviesen distraídos y relajados y no se pusieran
nerviosos por el examen del día siguiente. Funcionó conmigo de maravillas
ya que me olvide de una importante reunión de trabajo y la practique un
cunnilingus de antología, debo confesar que detrás albergaba la idea de
que estuviera sexualmente satisfecha antes de salir de casa para que no
me hiciera cornudo esa misma tarde. Iluso de mí, aún no había descubierto
los límites de mi perversión, ni los de ella.
Esa misma noche me contó que
la imagen de los muchachos en el aula cerrada al verla quitarse el
chalequito que llevaba como parte de su atuendo y ver la transparencia de
su camisa y sus pechos redondos y aún firmes fue perturbadora, por unos
minutos todo fue muy tenso y "erecto" hasta que ella misma hizo un
comentario gracioso sobre sus tetas y descomprimió la situación y si bien
no dejaron en las dos horas y media de mirarla fijo a los pezones,
respondieron bastante bien al cuestionario tipo que servía de modelo a
los exámenes.
La noche siguiente volvió muy
malhumorada porque ninguno de los seis había aprobado el examen y tenían
que repetirlo diez días después. Estaba decida a hacerlos aprobar como
fuera necesario, si era preciso los iba a torturar para que estudiaran me
comentó. Y en efecto fue lo que hizo.
Durante tres días la relación
con los "chicos" fue formal y "seca" de acuerdo a lo que me contó, hasta
que faltando exactamente una semana para repetir el test, se paró frente
a ellos sobre el final de la clase y mirándolos uno a uno les dijo estoy
sorprendida y decepcionada- a lo que siguió otra reprimenda por los
resultados así que decidí darles un incentivo- haciendo una pausa para
que absorbieran lo que estaba ocurriendo, luego sin decir más se fue
quitando la ropa, primero la camisa, luego el corpiño, luego la tanga y
por último y con un gesto teatral dejó caer la pollera al suelo, dio un
paso al costado saliendo del encierro de las prendas, y los miro uno por
uno les gusto?- preguntó hace semanas que me devoran con la vista,
cuanto hace que sueñan con verme así? ninguno pronunció palabra alguna,
mi esposa recorrió lentamente el semicírculo de los pupitres delante de
ellos volvió al centro y tomando sus ropas del suelo les espetó ¡el que
aprueba me coge!, así que se acabaron las clases de ahora en más estudian
solos y terminando de vestirse salió del aula y del edificio.
La semana transcurrió con
lentitud y la tarde del día del examen, mi esposa los esperó puntualmente
en el aula donde todo había ocurrido. Los seis llegaron juntos, serios y
callados, tomaron asiento mirándola fijamente y con pereza pusieron sobre
las mesas los exámenes corregidos. Mi mujer recorrió las mesas y sonrió
con satisfacción todos aprobados dijo dirigiéndose hacia la puerta,
la cual cerró por dentro. Al volverse los vio, de pie y sonrientes, llevo
su mano hacia atrás, descorrió el broche del vestido que llevaba y se lo
quitó por sobre la cabeza. No tenía ropa interior por lo cual los jóvenes
tuvieron el espectáculo de su desnudez ahora accesible. Se abalanzaron
sobre ella casi haciéndola caer contra una pared.
Al contarme esto María tenía
una suerte de doble placer, el de haber logrado enseñar algo a esos
torpes y de la hembra caliente al tener todo el sexo que pudiera pedir.
-Fue como un sueño- me dijo sentía manos, dedos, pelliscones, lenguas,
besos y caricias y miembros en contacto con todos los rincones de su
cuerpo, no solo sus pechos, sus nalgas, su vulva, sino también sus
rodillas, sus pies, sus axilas, estaban siendo explorados en forma
compulsiva. La levantaron en el aire y la llevaron hacia el escritorio.
Mientras alguno la besaba
introduciendo su lengua hasta la garganta, otro introducía su lengua en
la concha y otras lenguas recorrían sus pechos. Sin saber cuando ni cómo
todos los "chicos" se fueron desnudando, y fue tocando pijas y huevos que
acariciaba con frenesí. En minutos tuvo un cuerpo sobre ella y sintió sus
piernas abrirse sin que su cerebro diera la orden (de hecho eran dos
muchachos que abrieron sus piernas) y el calor de una verga dura dentro
de su concha (así me lo relató, con esas mismas palabras). Sabe que todos
la gozaron, que a todos los beso, que lamió los miembros de todos, pero
no puede definir a ninguno en particular, fue como una experiencia
mística, como un paseo por el paraíso.
Cuando salieron del aula era noche cerrada.