.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Tu cajita".

 

 - Ve a por tu cajita.

 Así es como Carla llamaba a aquel artilugio que habíamos comprado, medio en serio medio en broma, unas semanas atrás. Con aquel aparato, mi pene quedaba encerrado, quedaba enjaulado entre unas barras de acero. Un candado impedía que pudiera ser abierto y la llave, obviamente, obraba en manos de Carla.

 -Vamos, ¿no me has oído? Ve a por tu cajita- repitió Carla ahora con mayor firmeza.

 Ella siempre ha sido una mujer de fuerte carácter y personalidad. Dudo que nadie hubiera podido doblegarla en todos estos años y, mucho menos, que ese alguien pudiera ser yo. Así que, como era mi obligación, cumplí con sus órdenes. Abrí la puerta del armario y saqué, medio avergonzado, lo que significaba el fin, nuevamente, de mi corta libertad sexual.

 -Venga, póntelo, perra- me dijo severa.

Así lo hice. Seguí el que se había convertido en el ritual habitual cuando acababa de correrme. Rodee mi pene con la primera de sus partes. Junté ambos lados para formar un aro de metal en la raíz que abarcara también la base de los testículos. A continuación puse la otra parte del aparato de forma tal que abarcara todo mi pene. Finalmente, engarcé ambas piezas. Ya solamente quedaba poner el último detalle.

 -Ya está, mi ama.- fueron mis únicas palabras.

 -Muy bien, cada día lo haces más rápido.- Dijo Carla dirigiéndose decidida hacia donde yo me encontraba.

 En la mano llevaba la guinda del pastel. Llevaba el candado que impedía que ambas piezas pudieran separarse y que me iba a encerrar durante, posiblemente, todo el fin de semana. Como cada vez que Carla tenía algún plan con alguno de sus amantes, pasaba el fin de semana fuera y me dejaba encerrado con mi cajita. Así pasaba las horas, imaginando, pensando, recordando o solamente viendo pasar el tiempo con mi polla y mis orgasmos bajo el control estricto de Carla.

 -Venga, no pongas esa cara- me dijo con cierto tono burlesco –ya verás como te pasa enseguida. Solamente son dos días. Dentro de dos días vengo y te libero. Tranquilo.

 Me acarició el cuero cabelludo como hacía para recordarme que era un cornudo. Y volvió a reír antes de salir por la puerta.

 -Pórtate bien en mi ausencia, ya lo sabes.- me recordó.

 Y fueron estas las últimas palabras que me dijo. Las últimas noticias que tuve de ella hasta que llegó la tarde del domingo.

 -Llegaré en un par de horas a casa- oí al otro lado del teléfono. – Por favor, prepárame un baño calentito, que estoy molida.

 -Así lo haré, mi ama.- contesté.

 Cuando llegó a casa, tres o cuatro horas después de su aviso, el agua estaba en su punto, la espuma como a ella le gustaba y yo me encontraba, como ella siempre me quería, desnudo y arrodillado a la puerta del baño con una toalla en la mano.

 -Bien, veo que todo está como lo esperaba.

 -Espero que todo sea de tu agrado, mi ama.

 -Eres un buen sirviente. De eso no hay duda –me dijo.

 Y pasando de forma despreocupada por mi lado, volvió a acariciarme la cornamenta.

 -Muy bien, cornudo. Muy bien. Tus cuernos siguen creciendo a buen ritmo. Espero que estés muy orgulloso porque, por fin, tienes lo que querías. ¿No es cierto?

 -Sí, ama, es cierto. Muchas gracias. –respondí.

 -No me des las gracias. Nada de esto es por ti. No te olvides. No te hago ningún favor con esto. No me vuelvas a dar las gracias.

 -Lo siento, ama, no volverá a pasar. –dije antes de que se metiera en el agua colmada de espuma.

 -¿Quieres saber cómo me ha ido? –me preguntó mientras sacaba la pierna del agua para que yo, sin que me dijera nada, se la enjabonase con delicadeza.

 -Claro, mi ama, me encantaría que me lo contases.

 Carla había tomado la costumbre de contarme, con pelos y señales, lo que hacía en las escapadas con sus amantes. Había descubierto, para mi vergüenza, que me excitaba mucho oír sus relatos y disfrutaba viendo como me crecía la polla en el interior de mi cajita hasta que me doliese.

 -Hoy creo que te va a gustar mucho –me dijo mientras acariciaba mis testículos que colgaban entre los hierros del aparato –porque me lo he pasado en grande. Sabes que Carlos es un buen amante, pero lo de este fin de semana ha sido tremendo.

 Ya no volvió a decir nada. Se limitó a disfrutar del baño, de las caricias, de la temperatura agradable de la estancia y del sonido relajante del agua. Mientras tanto, yo me dedicaba a su comodidad y recordaba cómo había sido follar con ella. Recordaba lo bien que me sentía yo cada vez que follábamos y cómo se me cayó el mundo cuando me confesó que no le satisfacía sexualmente. Recordé cuando acepté, solo para no perderla, que pudiera follar con otros tíos que, según ella decía, estuvieran más y mejor preparados y dotados.
Mi mente se perdía en divagaciones cuando Carla se levantó, miró mi pene parcialmente erecto pero enjaulado. Sonrió pícaramente y esperó a que le pusiera el albornoz por los hombros.

 -Ve a la cama, que ahora voy –me ordenó sutilmente y con cierta condescendencia.

 De este modo, alcancé mi lugar. El lugar que días antes me había otorgado para contarme estas historias. Aún recuerdo con excitación sus palabras:

 -A partir de ahora, como eres una buena perra, te quedarás a los pies de la cama. No subirás a ella para no manchar las sábanas con tus patitas y te limitarás a escucharme desde el suelo.

 Así que allí estaba, arrodillado a los pies de la cama esperando a que mi ama apareciese. Se iluminó toda la estancia cuando ella entró y se dirigió a la cama. Se tumbó boca abajo con la cabeza hacia donde yo me encontraba y empezó a relatarme…

 -Vaya dos días que he pasado, cornudo. Vaya dos días. Tengo el coño que no puedo ni sentarme. Me ha destrozado. No sé de dónde ha sacado tanta energía, pero ha podido conmigo.

 En este momento, mi polla empezaba ya a presentar algunos signos de sufrimiento por la presión de los hierros contra mi erección.

 -Primero fuimos a bailar a ese pub donde vas siempre con tus compañeros de trabajo. ¿Cómo se llama? Bueno, da igual. Sabes al que me refiero ¿no?

 -Sí, a la Estrella –dije.

 -Exacto, a la Estrella –corroboró-. Pues estuvimos ahí. Por cierto, vimos a Carlos y a Verónica, que me preguntaron por ti. Les dije que te habías quedado en casa y creo que entendieron de qué iba todo, porque se alejaron riéndose mientras me daba el lote con Carlos casi en su cara. No te importa que todos tus compañeros sepan que eres un cornudo, ¿verdad? Bueno, si te importa da igual, pero lo saben.

 Carla utilizaba toda su psicología. Sabía perfectamente dónde podía clavar sus agujas. Tenía tal conocimiento sobre mis deseos, que me manejaba de derecha a izquierda, arriba y abajo como un pequeño muñeco de trapo, a su antojo.

 -Pues bien, como te decía, cornudín, que allí estuvimos un buen rato bailando. Creo que con la faldita que me habías preparado me vio el culo todo el mundo cada vez que me metía la mano por debajo de ella.

 Hacía dos días, Carla me había mandado a comprar ropa. Me había dicho que le comprase algo especial porque quería darle una sorpresa a Carlos. Y así lo hice. Le compré la falda más corta que encontré en unos grandes almacenes, y el jersey más escotado que había fue también para ella. Hacía unos años, yo le había insistido mucho en que fuera siempre sin bragas, así que podía hacerme una idea del espectáculo que habrían dado en el pub. Seguro que Carla había estado moviendo sus caderas con habilidad y que las manos de Carlos no daban abasto para tocar todas sus curvas. Seguro que se habían enrollado delante de todo el mundo y seguro que se habían calentado hasta sobrepasar los límites de lo mínimamente decente.

 -Cómo me pone este tío. No sé qué tiene, pero me pone a mil. Bueno, quizá la polla que tiene, siempre dura y desafiante, tenga algo que ver. O su resistencia sin límites para mi placer. O su virilidad… ¿Sabes? A veces he intentando pensar qué pasaría si le propusiese a Carlos ponerle una cajita de estas –dijo golpeando con desprecio mi pene- y, la verdad, ni se me pasa por la cabeza. Es tan hombre que no puedo siquiera pensar en ello.

 Nuevamente me tocó la cabeza, como acariciando mis cuernos y continuó.

 -Tú lo entiendes, ¿verdad? – me preguntó.

 -¿Si entiendo qué, mi ama? –le contesté algo confuso.

 -Pues que me guste pasear con un hombre de verdad y no con un medio hombre como tú. No te molesta ¿verdad?

 -No, ama, no me molesta –dije con un susurro de voz, convencido pero avergonzado.

 -¿Qué has dicho?

 -Que no me molesta –repetí.

 -¿Qué es lo que no te molesta? –insistió.
A lo que tuve que responder de forma más elaborada como sabía que quería oír:

 -No me molesta, ama, que vayas por ahí con otros hombres. Sobre todo hombres de verdad, que no sean medio hombres como lo que tienes en casa. Hombres dominantes que sepan hacerte disfrutar como yo no puedo y que jamás se pondrían una cajita como esta en su enorme polla.

 -Muy bien- me atajó –veo que lo tienes claro. Y continuó -pues, como te decía, estuvimos un buen rato en el pub hasta que estaba tan cachonda que le dije que necesitaba que me follase. No lo dudó ni un instante. No puso mil pegas como solías hacerme tú cuando salíamos y quería que me follases. Nos fuimos directos hacia el coche para ir a su piso. Pero estaba tan caliente que en la misma calle nos paramos unas cuantas veces. Me comía cada vez que nos parábamos y me daba sonoros cachetes en el culo cada vez que pasaba alguien para que todo el mundo supiera de quien soy. Creo que incluso nos cruzamos con algún otro compañero tuyo, aunque no te lo puedo asegurar porque no estaba yo como para fijarme en esas cosas. Total que, mal que bien, llegamos hasta el coche y sin darme opción a réplica me dio la vuelta, me tumbó sobre el capó y me la clavó por detrás. Yo estaba tan cachonda que no me dio tiempo ni a reaccionar. Pensé después, recapacitando, que no se había puesto condón, pero en ese momento, la verdad, es que ni se me pasó por la cabeza.

 Carla seguía con su relato, como si tal cosa, pero ella sabía igual que yo que desde que me hice la vasectomía no utilizaba ningún método anticonceptivo. Sin embargo, no me atreví a interrumpirla.

 -… así estuvimos un buen rato… mira que folla bien el cabrón. Mira que me dio placer en ese rato. Incluso uno desde la otra acera le animaba diciéndole que se follara bien a esa puta. Carlos incluso llegó a correrse en esta posición, porque después, una vez en el coche, noté como me refluía todo su semen por la entrepierna.

 En ese momento, yo ya estaba tan excitado que me dolía el pene atrapado por los hierros. Carla, obviamente, era consciente de la situación, y colaboraba dando detalles que sabía que me excitaban muchísimo.

 -¿Sabes? Cuando me la mete por detrás me da mucho más placer que cuando me la metes tú. Debe de ser un tema anatómico o algo, porque la noto hasta dentro y me encanta.

 -Lo sé, mi ama, sé con certeza que te da mucho más placer del que te doy yo –admití.

 -¿Quieres quitarte tu cajita, Javi? –me preguntó.

 Era esto infrecuente, pero cuando utilizaba mi nombre de pila para hablarme y no utilizaba sus habituales apelativos de cornudo, cabrón, medio hombre, nenaza, esclavo, maricona o cosas similares significaba que realmente me estaba preguntando por mis deseos, para que respondiera sinceramente lo que más me apetecía en ese momento.

 - Sí, me gustaría quitármelo –admití.

 - Muy bien, pues te lo puedes quitar y ponerte de pié.

 Alargó la llave que llevaba colgada al cuello y que abría el candado de mi jaula y dejó que, aún con dificultad por la erección, me quitara el aparato. Me quedé de pie, desnudo e indefenso, ante mi ama, quien se puso ahora boca arriba en la cama para recordar mejor los detalles de la velada y continuar contándome.

 -Durante todo el camino en coche, te decía, me ha ido metiendo mano, no ha dejado de tocarme ni al parar cerca del autobús. Todo el mundo me miraba como si fuera una puta. Ostras, qué bien me hace sentir eso… Puedes masturbarte si quieres, cornudo –intercaló en su relato- Porque lo que viene ya te lo sabes.

 -Cuando llegamos a su piso, me cogió fuerte y me llevó a la cama. Esa cama que nos enseñó el día que fuimos a tomar café, ¿te acuerdas? ¿Lo recuerdas o no?

 -Sí, ama, lo recuerdo –contesté mientras me imaginaba la escena y me masturbaba de pie delante de ella.

 -¿De verdad te acuerdas? Porque el día que fuimos parecía que no te enterabas de nada.

 -Porque fue ese día en el que le tuve que pedir a Carlos si quería follarte. Que para mí sería un honor que fuera él quien se follara a mi mujer.

 -Sí, es verdad, jajaja -rió burlona– no me acordaba que había sido el mismo día. ¿Te acuerdas cuando nos dijo que sí, que estaría encantado de follarse a una mujer como yo y nos hizo pasar al dormitorio donde te dijo que iba a follarme por primera vez? ¿Recuerdas que te dijo que podías ir a la cocina a tomarte una Coca-Cola, que te sirvieras tu mismo…? Qué recuerdos…

 Claro que me acordaba de aquello. Me acordaba de los ruidos de la cama contra la pared. Me acordaba del sonido del colchón al saltar sus cuerpos. Recuerdo el ruido de los azotes en su culo y los gritos de Carla mientras la Coca-Cola perdía el gas en mis manos. Me acordaba de cada latido de mi corazón queriendo salir del pecho. Fue aquella la primera vez que Carla folló con alguien sin estar conmigo, aunque no sería, ni mucho menos, la última.

 -Pues en esa habitación, cornudo mío, hemos pasado todo el fin de semana. En esa habitación he disfrutado como una loca. Ahí le he comido la polla, los huevos, el culo y todo lo que me ha pedido. En esa habitación le he hecho todo lo que tú tienes prohibido.

 Mi polla no podía más y sus manos acariciaron mis testículos mientras seguía:

 -En esa habitación me ha ahogado con su polla, me ha saltado las lágrimas embistiéndome, me ha follado a cuatro patas, me ha azotado y me ha hecho sentir follada. Me cogía del pelo. Me tapaba la cara. Me ponía del derecho y del revés. Me la metía por delante y por detrás, sin parar. Uffff… vaya macho…

 -Ahhhhhhh, mi ama, me corro… ahhhhhh –gemí ahogadamente notando como subía el placer desde los testículos hasta la punta de mi polla o, como ella la llamaba cariñosamente, de mi minúscula pilila.

 -Eso es, cabrón, eso es… córrete a gusto pensando en cómo me han follado. Pensando en lo que tú no tienes. Pensando en lo cornudo que eres cada día que pasa. Córrete, cabrón, córrete. Así, me gusta, así… Muy bien…

 Me corrí como últimamente acostumbraba a correrme: me corrí como un animal, echando el semen acumulado de los últimos días encerrado en mi jaula y escuchando la última aventura de mi querida mujer.

 -Acuérdate cuando acabes, cornudo, de ponerte tu cajita. He vuelto a queda para pasado mañana. No se te hará demasiado largo, ya lo verás. Email.

 

 

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