Mi
mujer jadeaba con un ritmo continuado. El chico que tenía encima la
follaba despacio, sacando casi toda su enorme polla antes de metérsela
de nuevo hasta el fondo, momento en el que ella emitía su gemido
rítmico. El chico era un experto, además de estar excepcionalmente
dotado. Sabiendo que a mi mujer le cuesta llegar al orgasmo vaginal
(conmigo nunca llega), él alternaba el ritmo lento con el rápido, y las
penetraciones profundas con las superficiales. Y tenía un gran vigor,
pues ya llevaba más de veinte minutos bombeando.
Ella le tenía agarrado de la cabeza y acariciaba su cabello, aunque a
veces estrujaba el pequeño y apretado culo de su joven amante. Éste
acercaba a veces sus labios a los de ella y se encontraban en un
intenso beso, para luego sacar sus lenguas y entablar un tórrido
combate entre ellas mientras él le decía algunas ordinarieces que
parecían excitar aún más a mi mujer.
Llegó un momento en que mi mujer rodeó con sus piernas el cuerpo de él; su
orgasmo estaba cerca y no quería perderlo. El chico se dio cuenta y
aceleró las embestidas. Adentro, afuera, adentro, afuera, jadeos,
chillidos, y mi mujer se corrió con la polla del chico profundamente
hundida en su vagina.
El chico se entretuvo un rato antes de sacarla; cuando lo hizo mi mujer
dio un respingo y su sonrisa traslucía felicidad. La verga del joven
estaba en todo su esplendor, muy gruesa, tiesa, brillante por los
fluidos de mi mujer mezclados con los suyos propios. Al verla me
avergoncé un poco. Miré a la mía, que a pesar de estar tiesa por lo que
estaba contemplando no llegaba ni a la mitad de la suya. El chico se
alzó victorioso ondeando su bandera hacia la boca de ella. Mi mujer la
tomó y se metió el grueso glande en la boca mientras recorría toda su
gran longitud con la mano. Él empezó a jadear y a ponerse tieso,
mientras pellizcaba los pezones de ella, hasta que explotó. La garganta
de mi mujer se tensó visiblemente para tragar la primera oleada, pero
se atragantó con la segunda y se la saco. Parte se escurrió por sus
labios, y las tercera y cuarta oleadas fueron a su cara y su a cabello
rubio.
Mientras todo esto sucedía yo miraba sentado al borde de nuestra cama de
matrimonio. Yo estaba muy excitado desde el principio, pero pasó
bastante tiempo hasta que me decidí a sacármela y masturbarme. Me lo
llegué a hacer cinco veces, aunque para un eyaculador precoz como yo
eso no era nada extraño.
Me desperté sobresaltado. Eran las cuatro de la madrugada y dormía en el
sofá del salón. Me levanté para ir al baño. Al pasar por la puerta del
dormitorio los vi en la cama. Él yacía desnudo boca arriba con los
brazos en su cabeza, y mi mujer lo abrazaba con la cabeza apoyada en su
pecho. Su pierna estaba entrelazada con la de él, como ella duerme
cuando está agusto. Entre las sábanas admiré con envidia el cuerpo del
chico, musculoso, 20 años, sin nada de vello aparte del de la cabeza, y
ese maravilloso miembro que aun durmiendo en reposo mostraba un tamaño
increíble. Ya lo había visto antes así, desnudo, en la ducha del
gimnasio donde le conocí. El iba a hacer pesas, yo a adelgazar. Miré a
mi mujer, que llevaba bastante bien sus 42 años, y deseé acariciarla,
pero no era mi momento, era el del chico.
Fui al baño y me lavé la cara antes de volver al sofá. Me desperté
bruscamente al oír un ruido familiar, un chapoteo. Eran las seis y aún
era de noche. Me deslicé en silencio hacia el dormitorio. Aunque estaba
oscuro entraba bastante luz por la ventana para distinguir la espalda y
el culo de mi mujer, que estaba de rodillas entre las piernas del
chico. Ella agarraba su polla con ambas manos y chupaba su glande con
la lengua muy fuera. Luego se la metió en la boca y la bombeaba sin
soltar sus manos.
Tras un rato se echó hacia delante y pude ver la enorme polla bambolearse
detrás del culo de ella, bastante tiesa. Mi mujer se reclinó hacia
delante, y oí el inconfundible sonido de dos bocas juntas dándose un
intenso beso. Después ella se levantó ligeramente, y agarrándole la
polla por detrás se la enfiló a su entrepierna. Cuando se dejó caer
emitió un profundo y largo suspiro al sentir el miembro del chico
penetrar su carne. Él la agarró de su rotundo culo y empezó a agitarla
arriba y abajo. Sus jadeos aumentaban paulatinamente. El chico le hacía
a veces erguirse para agarrarla de sus grandes pechos, lo que implicaba
una penetración más profunda y el aumento de sus chillidos, aunque ella
no aguantaba mucho así y se echaba sobre él.
El joven ya
estaba en su momento, en ese momento en que sabes que eres el amo, en
que tú decides si das a esa mujer el placer que quiere o se lo niegas,
el momento en que sabes que aguantarás todo lo que haga falta (un
momento que yo nunca veré). Y él aguantó más de media hora. Mi imaginé
el cuerpo de mi mujer cubierto de sudor, su pelo humedecido, pero no
tenía que imaginar sus gemidos presa del paroxismo del orgasmo
inminente. Entonces él la empujó hacia tras de manera que tuvo que
apoyarse con las manos en el borde de la cama. Pude ver en la penumbra
su rostro descompuesto de placer. El chico la agarró de las caderas
para no soltarse y ambos chillaron como locos con sus orgasmos
simultáneos.
Mi mujer se
dejó caer rendida al lado de él; con una mano tocaba despacio su sexo
empapado del semen del chico, y pareció quedar dormida. Él también se
echó satisfecho sobre la cama. Yo fui al baño a mojarme de nuevo.
Estaba muy caliente. Entonces reparé que del picaporte colgaban las
bragas de mi mujer, las que había llevado esa tarde. Me las llevé a la
nariz y absorbí el aroma de hembra caliente que ve inminente el hacer
el amor con un macho viril. Eran las bragas que ella llevaba mientras
él la metía mano tras la cena en el salón. Me extasié con ese aroma. Me
volví al sofá a masturbarme.
Me desperté de día. Ya eran las nueve de la mañana. Me desperecé y me
encaminé al baño. Ellos seguían durmiendo. Yo estaba sexualmente
agotado, pues me habría hecho cinco o seis pajas. ¿Cómo estaría él? Que
yo contara, tuvo cuatro orgasmos, una buena marca. Decidí prepararles
un buen desayuno y llevárselo a la cama. Ellos lo agradecieron. Él
estaba en mi lado de la cama, pero no me importaba. Yo la quería mucho
y sabía que lo había pasado muy bien. Desayunaron como dos novios,
diciéndose tonterías y sin dejar de tocarse y besarse. Luego se fueron
a la ducha, donde se metieron juntos, y no dejaron de tontear. Mientras
les caía el agua les vi darse un cálido abrazo con beso en la boca. Me
hubiera excitado de no estar tan agotado.
Cuando entré al dormitorio me lo encontré a él hurgando en el cajón de la
ropa interior de mi mujer. Había encontrado un picardías blanco
transparente muy cortito que ella tenía y lo estaba admirando. Me dijo
que se lo iba a llevar a ella para que se lo pusiese, y que quería que
yo le hiciera algunas fotos para tener un recuerdo de ella. Fui a por
la cámara, y entonces entró ella preciosa con aquel picardías que ya no
solía querer ponerse conmigo. Se echó sobre la cama y le hice varias
fotos; ella estaba especialmente inspirada con las poses, casi parecía
una profesional, así que le hice bastantes fotos. Luego fui al
ordenador a imprimir una y hacer un CD con las demás para dárselo a él.
Cuando volví ella estaba de rodillas en la cama y él de pie, enzarzados en
un intenso beso. La chaquetilla del picardías caía ligeramente
mostrando el hombro desnudo de mi mujer. Él siguió besándola por el
cuello, el hombro y el pecho, y ella dejó caer la cabeza hacia atrás.
Las manos de ella se agarraban al culo del chico y lo apretaban, así
que podía imaginar que su miembro hacía lo mismo en el vientre de ella.
Luego la dejó caer y empezó a besarla y lamerla desde los pies, subiendo
por la pierna hasta el muslo, después pasó a la entrepierna. Mi mujer
se había depilado el sexo para la ocasión, así que sólo mostraba un
breve triángulo de pelo negro. El chico hundió su lengua entre sus
labios y empezó a moverla, lo que hizo que mi mujer se pusiera a jadear
casi de inmediato. A veces subía hasta su clítoris, pero luego volvía a
la vagina, pues él sabía por mí que el clítoris de mi mujer es muy
sensible y su estimulación la excitaba muchísimo. Él quería humedecerla
mucho y dejarla excitada, pues había dicho que quería metérsela por el
culo. Y estaba claro que en aquella noche intensa el chico había
aprendido a usar el cuerpo de mi mujer. Fui al baño a buscar el frasco
del aceite infantil.
Al regresar él había levantado las piernas de ella, de manera que su ano
quedaba a su alcance y lo lamía con la lengua. Le introdujo despacio el
dedo índice sin dejar de chupar su sexo. Mi mujer se retorcía, lo que
causaba que el dedo se metiera más. Entonces se lo sacó y la puso de
rodillas; le metió el pulgar mientras con la misma mano no dejaba de
tocarla el sexo. Luego me pidió que echara aceite por su culo. Derramé
un chorro que se escurrió hacia abajo; él sacó el dedo para recibirlo y
lo volvió a meter para lubricar bien su esfínter. Después me pidió que
echara en la otra mano.
El joven lubricó su gran miembro, que ya se veía bastante duro. Sacó el
dedo y lo enfiló hacia el esfínter de mi mujer. Abrió su culo todo lo
que pudo y fue apretando. Ella empezó a gritar y a decir que no cuando
sintió el glande dentro, pero aún le quedaban más de veinte
centímetros. Aunque yo había intentado sodomizarla muchas veces, nunca
lo había conseguido, así que se podía decir que era virgen. El joven
siguió empujando despacio, sin dejar de acariciar su clítoris. Me pidió
que echara más aceite sobre su polla, y siguió empujando imprimiendo un
movimiento circular a sus caderas, de manera que poco a poco aquello
iba entrando, a la vez que los chillidos de mi mujer aumentaban. Cuando
estaba ya casi a la mitad él empezó a bombear, dentro-fuera, y a cada
vez que la metía entraba un poco más. Al cabo de un rato ya le entraba
prácticamente entera; él no había dejado de tocar su sexo, ahora por
delante, y por el rostro de mi mujer se escurría un autentico río de
lágrimas.
Yo estaba muy excitado, y me situé muy cerca de ellos. Veía que el miembro
del chico salía sanguinolento del culo de mi mujer, que no paraba de
retorcerse. Pronto el placer ocultó el dolor, pues él no paraba de
tocarle el sexo, además de darle con la otra mano en el culo y decirle
obscenidades.
Cuando el chico notó que ella estaba cerca del orgasmo me hizo una
petición extraña, pues me dijo que le trajera el móvil. Se lo entregué,
lo tuvo un rato en la mano y luego me dijo que le llamara. Extrañado lo
hice. Entonces vi que en vez de sonar su teléfono vibraba. El chico
dejó de tocar a mi mujer, y echó sus rodillas para atrás, de manera que
quedaba echada sobre la cama. Antes de caer encajó su móvil vibrando en
el sexo de ella, y él aceleró las embestidas apoyado en la cama, por lo
que le hacía penetraciones profundísimas, con él bufando ante el
inminente orgasmo y mi mujer berreando de dolor y placer, pues el
teléfono la estaba llevando al orgasmo también.
Él se corrió bien dentro del culo de mi mujer, y ella apenas tardó un
minuto más, aprisionada bajo el cuerpo del semental y con su polla
todavía dentro de su recto. Cuando se levantó vi su esfínter cerrarse
despacio, todo rojo de irritación, y la polla del chico con sangre y
restos de excremento, aunque no parecía importarle, estaba muy
satisfecho. Ella no se movió, se quedó dormida tal cual, y decidí
taparla y dejar que descansara.
El chico se ducho y se vistió. Decía que lo había pasado muy bien, y que
esperaba poder repetirlo. Quedamos en vernos en el gimnasio. Le di el
CD con las fotos, lo que me agradeció mucho. Mi mujer durmió todo el
día y la noche, y se despertó repuesta y satisfecha en la mañana del
domingo. También me dijo que había disfrutado mucho, y que me agradecía
que le hubiera hecho este regalo, que de noche, una vez que se hubiera
limpiado bien por dentro y por fuera, me lo agradecería a mí
personalmente. Hicimos el amor aquella noche, y aunque para ella no fue
lo mismo, no me comporté demasiado mal. Y su culo tardó en recuperarse
varios días.
Aquellos regalos se prodigaron más. Quedamos un par de veces con él. Una
vez se fueron solos a un hotel a pasar la noche, y me dejaron que me lo
imaginara. Mi mujer se volvió muy dependiente del sexo, y yo no se lo
podía dar. Ahora está pasando las vacaciones de verano con un motero
que ha conocido. Me mandó una foto que se hizo con él. Dice que lo está
pasando muy bien, que es una mujer nueva. Yo creo que lo hace con más.
Otro día su novio me llamó al móvil para decirme que se la estaba
tirando sobre la moto, y al acercar el teléfono a su cara pude oír sus
inconfundibles gemidos
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