Sandra
y su marido Alberto tienen una empresa en Santander dedicada a la
fabricación de complementos de moda. Con la crisis, el negocio iba
cuesta abajo ya que los pedidos habían caído drásticamente. Cuando ya
estaban a punto de tirar la toalla, un cliente se puso en contacto con
ellos para negociar un pedido que podría ser su salvación. Varias
semanas después, quedaban los últimos flecos de la negociación, el
cliente solicitó visitar las instalaciones de la fábrica y si le
gustaba lo que veía, firmaría el contrato. Ya daban por seguro que
conseguirían el pedido.
Después de la visita, fueron a un restaurante y durante la comida
empezaron a charlar sobre el asunto. Ya casi al final, Sandra sintió
que un pie desnudo
tocaba sus piernas. Ella intentó apartar la pierna, pero el pie seguía
subiendo hasta que se metió entre sus muslos. Miró a su marido por si
se daba cuenta
de algo, pero él estaba charlando amigablemente con Luis, sin
percatarse de nada. Sandra metió la mano debajo del mantel, y agarró el
pie para que no subiera más. Él la miró y la sonrió.
- "Excusadme, regreso en un momento", dijo Alberto levantándose, y se
dirigió al servicio.
- "¿Qué hace usted? ¿Por quién me ha tomado?".
- "Discúlpame, pero eres una mujer muy bella". Y le agarró la mano.
- "Y casada", respondió apartando la mano de un tirón.
- "Estoy en el Hotel Gran Victoria, esta noche te invito a cenar y firmo
el contrato".
En ese momento, Alberto llegó a la mesa y los dos cambiaron de tema.
Sandra haciendo de tripas corazón sonreía, mientras que ellos departían
amigablemente.
- "Entonces, ¿podemos contar con su pedido?", preguntó Alberto.
- "Solo queda un pequeño 'trámite' y firmaré el contrato".
- "Bien, y ese trámite, ¿en qué consiste?".
- "Su mujer tiene los detalles. Bueno, me tengo que despedir". Se levantó
dándole la mano a él y a ella dos besos.
Cuando hubo salido del restaurante, el marido hizo un gesto con la cabeza
para que le dijese en qué consistía ese trámite.
- "Vamos a casa y hablamos".
- "¿No puedes decírmelo aquí?".
- "Me duele un poco la cabeza y quiero hablar con tranquilidad".
- "Bueno, pues vámonos".
Pagaron la cuenta y se dirigieron a su casa. Ella todo el camino fue
mirando por la ventanilla, sin mediar palabra. Él la miraba, pero no le
dio mayor
importancia. Cuando su mujer tenía jaquecas, lo mejor era no hablarle.
Ya en su casa, se pusieron cómodos en el salón, y él le volvió a
inquirir.
- "Bueno, y ese trámite ¿en qué consiste?".
Sandra le miró y le contó que la condición para la firma del contrato era
que ella tenía que cenar esa noche con él.
- "¿Solo eso?".
- "¿Y te parece poco?".
- "Mujer, si solo es una cena...".
- "Imbécil, ¿acaso no ves que es lo que pretende?".
- "Claro que lo veo, será hijo de... ¡Pero si perdemos este contrato
cerramos la fabrica!".
- "¿No pretenderás que me presente a la cena y...?".
- "Sólo digo que...".
- "Te estoy entendiendo perfectamente, quieres que me prostituya para
conseguir el contrato".
Se marchó al dormitorio dando un portazo.
Un rato después, Alberto escuchó el agua de la ducha y comprendió que
iría.
"Es
por el bien de la empresa", se decía a sí mismo.
Cuando salió, iba vestida con un vestido negro ceñido a su cuerpo, un
escote prominente resaltaba sus pechos firmes, iba marcando pezones ya
que no llevada sujetador y unas medias negras completaban una imagen de
infarto.
Pasó por delante de él sin dirigirle la palabra, le miró y pensó: "Si lo
que quieres son cuernos, los vas a tener.
Llegó al hotel y ya le estaba esperando Luis. Se saludaron con dos besos.
- "Gracias por venir, no me gusta cenar solo y en esta ciudad no conozco a
nadie".
- "¿Vamos a la mesa?", dijo ella con tono amable pero un poco forzado".
- "Sí, sí vamos".
Mientras cenaban, estuvieron hablando de temas intranscendentes. Poco a
poco Sandra se fue animando y ya estaba completamente relajada,
resultaba que Luis era un tipo encantador con un gran don de gentes y
una conversación muy amena. Ya a la conclusión de la cena, él se
levantó de la mesa.
- "Te invito a una última copa y firmamos el contrato. Vamos a un sitio
más tranquilo".
- "De acuerdo".
Puso su brazo para que ella se sujetara a él y subieron a su habitación.
Estuvieron tomando unas copas, charlando animadamente en un sofá que
había en la suite.
- "Dame el contrato que te lo firmo".
Sandra lo sacó del bolso que llevaba y se lo entregó, él firmó y le
devolvió una copia. Ella la guardó y se volvió a sentar en el sofá. Él
se acercó a ella y
puso una mano sobre su pierna, fue subiendo por la pierna hasta llegar
a su tanga. Ella no apartó la mano.
- "Eres una mujer muy bella, tu marido es un hombre de suerte".
Y le cogió por la nuca dándole un besó apasionado, el cual fue
correspondido ardientemente por ella. Sandra se puso de pié, se
desabrochó el vestido y éste cayó al suelo dejando al aire sus pechos
turgentes, él se puso de rodillas y le bajó el tanga dejando al
descubierto un pubis completamente depilado. Empezó a besárselo, ella
cerró los ojos y echando la cabeza hacia atrás, empezó a gemir. Sandra
ya no pensaba en su marido, lo que había empezado como algo detestable,
se había convertido en una pasión desenfrenada que no podía ni quería
detener.
Luis se puso de pié y se desnudó. Un enorme miembro erecto apuntaba hacia
Sandra. Ella lo miró y lo agarró con suavidad.
- "Qué maravilla, dijo extasiada mientras le masturbaba. ¡Es mucho más
grande que la de mi marido!".
- "Tú sí que eres maravillosa, nunca había visto una mujer con un cuerpo
como el tuyo. Tienes un cuerpo de diosa".
Se dieron un beso apasionado y así fueron hasta la cama. Se tumbaron en
ella y él le empezó a lamer el coño. Ella respiraba profundamente por
la excitación. Después se puso sobre ella y con toda la suavidad, la
penetró. Empezó lentamente un bombeo que poco a poco se fue
convirtiendo en unas embestidas brutales.
Sandra
daba alaridos. Su marido, el único hombre con el que había estado hasta
ese momento, nunca la había hecho gritar nunca así. Más, más pedía
entre gritos, Dios mío decía agarrándose el pelo por el placer que
estaba recibiendo. Él resoplaba por el esfuerzo hasta que con un grito,
que se oyó en toda la planta del hotel, ella tuvo un orgasmo. Él seguía
con sus embestidas, era incansable. Otro grito indicó que había tenido
otro orgasmo. Y por fin, se corrió dentro de ella quedando derrumbado
sobre su cuerpo. Ella le mesaba los cabellos, mientras éste recuperaba
el aliento.
- "Nunca había tenido dos orgasmos seguidos, ha sido maravilloso, mi
marido nunca me ha dado tanto placer".
- "Y esto es solo principio".
Se quedaron tumbados un rato, entonces, ella cogió y se dio media vuelta y
se puso sobre él, cogió su pene y se lo introdujo en la boca. A su vez,
él empezó a comerle el coño. Ambos se esmeraban en darse placer
mutuamente, hasta que, casi a la vez, llegaron al clímax. Abrazados
durmieron hasta que los primeros rayos de sol los despertaron.
- "Tengo que irme", dijo Sandra.
- "Aún no hemos terminado".
- "¿Todavía te quedan fuerzas?".
- "¡Tú no me conoces!".
Él se tumbó bocarriba e hizo que se pusiese sobre su miembro, ella lo
cogió, lo puso en la entrada de su vagina y de un golpe se lo
introdujo. Empezó a
galopar aumentando el ritmo rápidamente, sus gemidos se convirtieron en
alaridos. Sus pechos subían y bajaban, él la tenia agarrada por la
cintura para
ayudarla en la cabalgada hasta que con un estertor se volvió a correr
dentro. Ella seguía con todo afán follándoselo hasta que después de un
grito, se detuvo y se derrumbó sobre él. Respiraban profundamente
abrazados. Cuando se recuperaron, se levantaron y se fueron juntos a la
ducha".
Se vistieron en silencio. Cuando ella fue a salir por la puerta, se volvió
hacia él.
- "Ha sido un placer hacer negocios contigo, espero que esto sea el
principio de una larga y fructífera relación comercial".
- "Estoy seguro que sí, y si alguna vez vas por Sevilla hazme una visita.
Será un gran placer enseñarte la ciudad".
Sandra regresó a casa, su marido Alberto seguía en el salón, tenía ojeras
por no haber dormido en toda la noche. Se acercó a él y le arrojó el
contrato.
- "Toma, aquí tienes tu contrato. Me cambio y me voy a la fábrica a
preparar todo para comenzar la producción del pedido. Ah, y no se te
ocurra aparecer
hoy por allí".
"Pero ha sido por el bien de la empresa", se repetía Alberto
constantemente.
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