.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Para el marido de la loba (2)".

 

 

 

 Tenía su gracia como iban saliendo las cosas, conozco una mujer excelente en la playa, y terminamos con su marido haciendo un trío

 Cuando tienes muchas ganas de sexo, simplemente vas a por él, pero ahora satisfecho pude admirar el cuerpo de esta mujer deseosa de complacer a su
marido.

 

 Era una verdadera delicia, y, especialmente, sus senos me tenían embobado, ni enormes ni pequeños, un tamaño tan bueno, tan turgente tan duros, de piel estirada adornados por unas pequeñas y graciosas pequillas.

 Ahora nos dirigíamos los tres en fila a la ducha. El primero fue el marido, que dijo que iba a preparar el agua, seguidamente ella.

 Yo dudé unos instantes, me levanté del suelo pero me quedé como atontado esperando una segunda invitación.

 Ella había llegado hasta la puerta, giró la cabeza, y comprendió mi timidez. Se acercó y con una sonrisa me agarró el pene y me llevó tirando de él como si fuera la correa de un perrito.

 He leído de gente que se empalma sin más muchas veces, yo no soy de esos, y en segundas y terceras veces necesito un poco de ayuda; pero en este caso al ver su mano lo cogía y tiraba de él, no tardé más tiempo que llegar al cuarto de baño para ya estar firmemente preparado.

 Al llegar el marido nos echó una mirada llena de complicidad, si mi amigo,
esa mirada tuya sirvió para que me terminará de sentir integrado con vosotros, y cuando percibe que yo ya estaba preparado para otro asalto hizo un comentario jocoso sobre el escozor que iba a sentir nuestra dama con tanto ajetreo.

 Decidimos ducharnos y al tiempo llenar la bañera. Él fue el primero en entrar, después ella y finalmente yo.

 El agua caía sobre nuestros cuerpos dejándolos brillantes. Ellos se habían quedado uno frente al otro, con lo que ella me daba la espalda a mí.

 Comenzaron a enjabonarse mutuamente, y el marido, cuando me fije en él, tenía su miembro totalmente erecto cubierto de jabón.

 Tomé un frasco de gel, lo esparcí por mis manos y comencé a frotarle la espalda haciendo mucha espuma. El juego comenzaba de nuevo. Me asombraba la suavidad de su piel y poco a poco iba sintiendo más y mas ganas, mientras me deleitaba echando espuma por su espalda, sus piernas, sus pies, su culo.

 Miré lo que estaban haciendo ellos; ella se lo frotaba mezclado con espuma; le estaba haciendo una paja con las manos genial, que hizo que él dejara de sobarle las tetas para agarrase a los asideros de la ducha y no caerse, tenía los ojos en blanco de placer.

 Como pude ver el campo libre hacia las tetas, rápidamente tomé posesión de ellas, lo que me permitía, además de un disfrute de aquellas potentes tetas, acercarme a su espalda y colocar mi pito entre sus nalgas.

 El marido gritó anunciado su inminente corrida. Ella tomó el agua y le limpió todo el jabón del pito para permitirle a él terminar en su boca. Pero no hubo mucha suerte, porque no le dio tiempo a agacharse y él comenzó a soltar leche como si no hubiese tenido una corrida en días.

 Comenzó salpicando las piernas, y, a medida que ella se agachaba, le fue salpicando las tetas (de cuyo placer de amasar había sido privado) y finalmente la cara.

 La visión me excitó y empecé a meneármela; ella comenzaba en esos momentos una concienzuda limpieza con la boca del pene de su marido que, obviamente, era toda una mamada.

 Así estábamos, ella de rodillas entre nosotros que ambos permanecíamos de pie. Como no me hacía ni caso, y el marido permanecía con los ojos cerrados.

 

 Comienzo a tocarle la cara con el pene, pero ella seguía engullendo su pito no haciendo caso al mío. Parecía evidente que a mi no me la iba a mamar. Pues bien. Me lo hice yo solito y tuve una enorme corrida sobre su pelo rizado.

 Después me senté a ver si el marido lograba una tercera corrida, cosa que logró en un buen rato, y esta vez sí, dentro de la boca de aquella gran loba.

 La bañera se había llenado lo suficiente como para cerrar el agua y permanecer sentados y descansar.

 Nos reímos todos cuando ella descubrió mi corrida en su cabeza. Entre risas y comentarios jocosos, ella exclamó:

 

 - Pero me debéis uno cada uno.

 Por supuesto ambos le dijimos que si, pero ambos miramos nuestros flácidos miembros con una pequeña duda; estaban tan pequeños como rojos del escocimiento.

 - Je - Exclamé yo - creo que necesitaremos comer algo para reponer fuerzas.

 

 - Claro - dijo ella- pero solo hay fruta, y tienes platos en la cocina; yo no tengo hambre.

 

 - Ni yo tampoco (añadió el marido).

 Tuve una idea.

 - No necesito platos - dije. Estás tan limpia que se podría comer en ti.

 

 El marido me miró con una sonrisa perversa, ella con asombro.

 

 - Pues creo que me viene el hambre - dijo el marido que ya suponía lo que iba a suceder.

 Me dirigí a la cocina, ví plátanos, fresas, nata y yogures, había más cosas pero esas eran las que iba a necesitar.

 

 - Bueno, - dije al volver- vamos a cenar.

 Ellos me miraban desde la bañera como colocaba una gran toalla en el suelo. Después ayudé a salir de la bañera tomándola de la mano y haciendo que ella se tumbara en el suelo sobre la toalla.

 El marido permanecía en la bañera atento. Tomé la nata y se la esparcí por las tetas y el vientre.

 Les dije:

 

 - Estoy preparando el postre. Pues el primer plato quiero un batido.

 Ninguno de los dos dijo nada.

 Me acerqué a su vagina y le fui echando primero el yogur, después le fui metiendo fresas, y, finalmente la penetré con el plátano. Comienzo un suave mete y saca que va mezclando todo dentro. Había tomado las fresas mas maduras pues sino hubiera podido ser muy molesto. Pronto el masa del batido comienza a asomar por los bordes de los labios vaginales.

 Puesto que era una cena, yo comencé a lamer todo lo que salía, pero me centraba mucho el comerle el clítoris y los labios sin dejar de meter y sacar el plátano. Y ella tornó su cara de asombro por una de placer.

 Él no tardó en salir de la bañera y comenzar, ya que no tenía otra opción, por el postre.

 Era una delicia comer en ese "plato", con esos deliciosos pelitos recortados y cortitos; sólo de pensarlo, de recordar esos momentos, hace que sienta un dolor de huevos que haga que tenga la necesidad de una paja en su honor.

 El marido, goloso él, me había dejado sin postre, le había comido toda la nata del vientre, y ahora había dejado limpias las tetas, lo que le permitía que pudiera hacerle una gran chupada de pezones.

 Ella jadeaba como una loca.

 - Quiero comerme el  plátano, dijo él - y yo - añadió ella.

 Saqué el plátano de la vagina y se lo di. Él se lo puso en al boca y se acerca a la cara de ella, entre ambos, uno por un extremo y la otra por el otro, se lo van comiendo hasta fundirse en un beso (por cierto ¿cómo lograsteis morrear con la boca llena de fruta?. Un día me lo tienes que contar).

 

 Yo seguí comiéndome mi batido y, cuando este se terminó, me comí su coño con gran pasión, metiendo la lengua hasta donde pude. Ella gozaba, gemía lo que le permitía tener la lengua de él en su boca. Y ambos de nuevo estábamos empalmados.

 De pronto ella separó su boca de la de él. Me dijo (bueno, más bien, como recordarás, me gritó) que le faltaba poco para correrse y no lo quería hacer  en "vacio"; Como quise suponer que en vacío era sin un pene dentro, saqué la lengua y le metí la polla.

 El marido hizo algo que me sorprendió y me dio mucha envidia. Se sentó encima de su cara. Y comenzó a meneársela casi delante de mi cara.

 Imaginen la postura. Ella tumbada, yo follándomela, y él sentado en la cara de ella sacudiéndosela. Claro, tuve que levantarme un tanto para apartar mi cara de su pene.

 No sé lo que sucedía, no sé si te comía los huevos o el culo, no tuviste a bien contármelo, pero chico, que cara de goce tenías.

 Y yo no me quedaba atrás; del meneo suave pasé el fuerte, cómo gozaba!.

 Realmente estabais muy compenetrados, pues mientras notaba las contracciones de la vagina de ella, veía como volvías a soltar la leche encima de sus tetas.

 El marido se levantó y ella se sentó haciendo que no pudiera continuar.

 - Yo ya he llegado, ¿tú no?.

 

 - Pues no - dije poniendo un tono triste a mi voz con fin de dar pena.

 Ella lo miró a él, y éste asintió.

 Me dijo que me pusiera de pié y añadió que tenía más ganas de plátano con fresas. Y comenzó a hacerme una de las mejores mamadas de toda mi vida.

 Finalmente me corría en su boca.

 Si señor, fue el comienzo de una gran amistad.

 

 

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