Tenía
su gracia como iban saliendo las cosas, conozco una mujer excelente en
la playa, y terminamos con su marido haciendo un trío
Cuando tienes muchas ganas de sexo, simplemente vas a por él, pero ahora
satisfecho pude admirar el cuerpo de esta mujer deseosa de complacer a
su
marido.
Era una verdadera delicia, y,
especialmente, sus senos me tenían embobado, ni enormes ni pequeños, un
tamaño tan bueno, tan turgente tan duros, de piel estirada adornados
por unas pequeñas y graciosas pequillas.
Ahora nos dirigíamos los tres en fila a la ducha. El primero fue el
marido, que dijo que iba a preparar el agua, seguidamente ella.
Yo dudé unos instantes, me levanté del suelo pero me quedé como atontado
esperando una segunda invitación.
Ella había llegado hasta la puerta, giró la cabeza, y comprendió mi
timidez. Se acercó y con una sonrisa me agarró el pene y me llevó
tirando de él como si fuera la correa de un perrito.
He leído de gente que se empalma sin más muchas veces, yo no soy de esos,
y en segundas y terceras veces necesito un poco de ayuda; pero en este
caso al ver su mano lo cogía y tiraba de él, no tardé más tiempo que
llegar al cuarto de baño para ya estar firmemente preparado.
Al llegar el marido nos echó una mirada llena de complicidad, si mi amigo,
esa mirada tuya sirvió para que me terminará de sentir integrado con
vosotros, y cuando percibe que yo ya estaba preparado para otro asalto
hizo un comentario jocoso sobre el escozor que iba a sentir nuestra
dama con tanto ajetreo.
Decidimos ducharnos y al tiempo llenar la bañera. Él fue el primero en
entrar, después ella y finalmente yo.
El agua caía sobre nuestros cuerpos dejándolos brillantes. Ellos se habían
quedado uno frente al otro, con lo que ella me daba la espalda a mí.
Comenzaron a enjabonarse mutuamente, y el marido, cuando me fije en él,
tenía su miembro totalmente erecto cubierto de jabón.
Tomé un frasco de gel, lo esparcí por mis manos y comencé a frotarle la
espalda haciendo mucha espuma. El juego comenzaba de nuevo. Me
asombraba la suavidad de su piel y poco a poco iba sintiendo más y mas
ganas, mientras me deleitaba echando espuma por su espalda, sus
piernas, sus pies, su culo.
Miré lo que estaban haciendo ellos; ella se lo frotaba mezclado con
espuma; le estaba haciendo una paja con las manos genial, que hizo que
él dejara de sobarle las tetas para agarrase a los asideros de la ducha
y no caerse, tenía los ojos en blanco de placer.
Como pude ver el campo libre hacia las tetas, rápidamente tomé posesión de
ellas, lo que me permitía, además de un disfrute de aquellas potentes
tetas, acercarme a su espalda y colocar mi pito entre sus nalgas.
El marido gritó anunciado su inminente corrida. Ella tomó el agua y le
limpió todo el jabón del pito para permitirle a él terminar en su boca.
Pero no hubo mucha suerte, porque no le dio tiempo a agacharse y él
comenzó a soltar leche como si no hubiese tenido una corrida en días.
Comenzó salpicando las piernas, y, a medida que ella se agachaba, le fue
salpicando las tetas (de cuyo placer de amasar había sido privado) y
finalmente la cara.
La visión me excitó y empecé a meneármela; ella comenzaba en esos momentos
una concienzuda limpieza con la boca del pene de su marido que,
obviamente, era toda una mamada.
Así estábamos, ella de rodillas entre nosotros que ambos permanecíamos de
pie. Como no me hacía ni caso, y el marido permanecía con los ojos
cerrados.
Comienzo a tocarle la cara con
el pene, pero ella seguía engullendo su pito no haciendo caso al mío.
Parecía evidente que a mi no me la iba a mamar. Pues bien. Me lo hice
yo solito y tuve una enorme corrida sobre su pelo rizado.
Después me senté a ver si el marido lograba una tercera corrida, cosa que
logró en un buen rato, y esta vez sí, dentro de la boca de aquella gran
loba.
La bañera se había llenado lo suficiente como para cerrar el agua y
permanecer sentados y descansar.
Nos reímos todos cuando ella descubrió mi corrida en su cabeza. Entre
risas y comentarios jocosos, ella exclamó:
- Pero me debéis uno cada uno.
Por supuesto ambos le dijimos que si, pero ambos miramos nuestros flácidos
miembros con una pequeña duda; estaban tan pequeños como rojos del
escocimiento.
- Je - Exclamé yo - creo que necesitaremos comer algo para reponer
fuerzas.
- Claro - dijo ella- pero solo
hay fruta, y tienes platos en la cocina; yo no tengo hambre.
- Ni yo tampoco (añadió el
marido).
Tuve una idea.
- No necesito platos - dije. Estás tan limpia que se podría comer en ti.
El marido me miró con una
sonrisa perversa, ella con asombro.
- Pues creo que me viene el
hambre - dijo el marido que ya suponía lo que iba a suceder.
Me dirigí a la cocina, ví plátanos, fresas, nata y yogures, había más
cosas pero esas eran las que iba a necesitar.
- Bueno, - dije al volver- vamos
a cenar.
Ellos me miraban desde la bañera como colocaba una gran toalla en el
suelo. Después ayudé a salir de la bañera tomándola de la mano y
haciendo que ella se tumbara en el suelo sobre la toalla.
El marido permanecía en la bañera atento. Tomé la nata y se la esparcí por
las tetas y el vientre.
Les dije:
- Estoy preparando el postre.
Pues el primer plato quiero un batido.
Ninguno de los dos dijo nada.
Me acerqué a su vagina y le fui echando primero el yogur, después le fui
metiendo fresas, y, finalmente la penetré con el plátano. Comienzo un
suave mete y saca que va mezclando todo dentro. Había tomado las fresas
mas maduras pues sino hubiera podido ser muy molesto. Pronto el masa
del batido comienza a asomar por los bordes de los labios vaginales.
Puesto que era una cena, yo comencé a lamer todo lo que salía, pero me
centraba mucho el comerle el clítoris y los labios sin dejar de meter y
sacar el plátano. Y ella tornó su cara de asombro por una de placer.
Él no tardó en salir de la bañera y comenzar, ya que no tenía otra opción,
por el postre.
Era una delicia comer en ese "plato", con esos deliciosos pelitos
recortados y cortitos; sólo de pensarlo, de recordar esos momentos,
hace que sienta un dolor de huevos que haga que tenga la necesidad de
una paja en su honor.
El marido, goloso él, me había dejado sin postre, le había comido toda la
nata del vientre, y ahora había dejado limpias las tetas, lo que le
permitía que pudiera hacerle una gran chupada de pezones.
Ella jadeaba como una loca.
- Quiero comerme el plátano, dijo él - y yo - añadió ella.
Saqué el plátano de la vagina y se lo di. Él se lo puso en al boca y se
acerca a la cara de ella, entre ambos, uno por un extremo y la otra por
el otro, se lo van comiendo hasta fundirse en un beso (por cierto ¿cómo
lograsteis morrear con la boca llena de fruta?. Un día me lo tienes que
contar).
Yo seguí comiéndome mi batido y,
cuando este se terminó, me comí su coño con gran pasión, metiendo la
lengua hasta donde pude. Ella gozaba, gemía lo que le permitía tener la
lengua de él en su boca. Y ambos de nuevo estábamos empalmados.
De pronto ella separó su boca de la de él. Me dijo (bueno, más bien, como
recordarás, me gritó) que le faltaba poco para correrse y no lo quería
hacer en "vacio"; Como quise suponer que en vacío era sin un pene
dentro, saqué la lengua y le metí la polla.
El marido hizo algo que me sorprendió y me dio mucha envidia. Se sentó
encima de su cara. Y comenzó a meneársela casi delante de mi cara.
Imaginen la postura. Ella tumbada, yo follándomela, y él sentado en la
cara de ella sacudiéndosela. Claro, tuve que levantarme un tanto para
apartar mi cara de su pene.
No sé lo que sucedía, no sé si te comía los huevos o el culo, no tuviste a
bien contármelo, pero chico, que cara de goce tenías.
Y yo no me quedaba atrás; del meneo suave pasé el fuerte, cómo gozaba!.
Realmente estabais muy compenetrados, pues mientras notaba las
contracciones de la vagina de ella, veía como volvías a soltar la leche
encima de sus tetas.
El marido se levantó y ella se sentó haciendo que no pudiera continuar.
- Yo ya he llegado, ¿tú no?.
- Pues no - dije poniendo un
tono triste a mi voz con fin de dar pena.
Ella lo miró a él, y éste asintió.
Me dijo que me pusiera de pié y añadió que tenía más ganas de plátano con
fresas. Y comenzó a hacerme una de las mejores mamadas de toda mi vida.
Finalmente me corría en su boca.
Si señor, fue el comienzo de una gran amistad.
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