.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Mi viejo y degenerado vecino desea follarse a mi esposa (4)".

 

 Para una mejor comprensión de la historia, sugiero a los lectores la lectura de las partes anteriores : (Primera parte) (Segunda parte) (Tercera parte).

 
Aquel Sábado estaba sentado en el sofá de mi casa intentando leer la prensa pero no podía concentrarme, Alba definitivamente había cambiado, Óscar la estaba emputeciendo día a día. Mi esposa se entregaba a él cuando mi odioso vecino se lo exigía, también follaba con Miguel Ángel, el antiguo rival en el trabajo de mi mujer, eso sí, previo pago de dinero a Óscar que definitivamente se había convertido en el chulo de mi esposa.

 Pero lo peor de todo era la actitud de Alba hacia mí, no me dejaba que la tocase, según élla era propiedad de Óscar y era mi degenerado vecino quien ordenaba cuando o con quien mi esposa se acostaba. Alba me comentaba sus aventuras sexuales con Óscar y Miguel Angel. Hubo ocasiones en que los dos follaron a mi esposa pero no me dejaban verlo, se encerraban en nuestro dormitorio y yo simplemente podía escuchar detrás de la puerta los gemidos y jadeos de Alba, así como las lindezas que me dedicaban sus dos amantes.

 Óscar y Miguel Angel me humillaban a la mínima ocasión, les tenía que llevar un buen vino o una cerveza antes de follarse a mi esposa mientras me llamaban cornudo pichafloja o pajillero. Pero lo que más me dolía era la indiferencia de mi esposa hacia mí, no dormíamos juntos, no follábamos y cuando intentaba acercarme a Alba me rechazaba con desprecio acusándome de no ser un buen esposo, o de no saber darle lo que una mujer necesita.

 Me encontraba absorto en mis pensamientos cuando Alba y Óscar entraron en el salón de mi casa. Mi esposa llevaba una bolsa de unos conocidos almacenes en la mano.

 - "Hola cornudo", dijo Óscar.

 - "Hola", balbuceé.

 La presencia de Óscar y el que me llamase cornudo provocó que mis pensamientos se desvaneciesen y comenzase a empalmarme. Óscar propinó una fuerte nalgada a mi esposa y le dijo:

 - "Putita ¿tienes que enseñarle algo a tu maridito?".

 Mi esposa alzó su falda y pude contemplar el tanga azul de Alba (por cierto mi preferido) completamente manchado.

 - "¿Sabes qué es esto, cornudo?", dijo Óscar toqueteando el sexo de mi esposa por encima de su tanga.

 - "Es tu leche", contesté.

 Óscar se rió con grandes carcajadas y dijo:

 - "Sí, es mi leche, la leche del macho de tu esposa. Alba me ha suplicado que me la follase en los probadores y he tenido que complacerla. Por cierto, nos ha sorprendido uno de los vendedores y amablemente le he tenido que 'ceder' a tu mujercita porque quería denunciarnos".

 - "¿Qué tal te ha follado el vendedor, Albita?".

 - "Regular. Me ha sobado el culo y las tetas, le he tenido que hacer una mamada y apenas me ha penetrado se ha corrido como un colegial. En cierto modo me ha recordado a ti", dijo mi esposa señalándome con el dedo.

 Óscar nuevamente se rió con estruendo y ordenó a Alba que fuese a ducharse y se vistiese con la ropa que habían comprado. Alba salió de nuestro salón y al poco escuchamos el sonido del agua.

 - "Tráeme una cerveza, cabrón", me ordenó Óscar.

 Fui a la cocina a cumplir la orden de mi odioso y degenerado vecino. Cuando volví, Óscar había ocupado mi sillón y leía la prensa atentamente. Le entregué la cerveza y me senté. Pasaron varios minutos, se oía el secador en nuestro cuarto de baño, Óscar dobló el periódico y me dijo:

 - "Hoy tengo un buen plan para vosotros, creo que vas a disfrutar como un verdadero cornudo".

 Reconozco que las palabras de Óscar hicieron que casi me corriese de gusto. Mi esposa apareció en ese instante. Estaba preciosa. Su melena recogida en una coleta, creo que las mujeres la llaman de caballo, discreto maquillaje, carmín marrón que realzaba la calidez de unos labios dignos de ser besados, una blusa blanca que trasparentaba un sujetador negro de encaje, una minifalda de color negro que dejaban a la vista sus largas piernas y firmes muslos y unos zapatos de tacón con enorme aguja.

 Óscar se acercó a mi esposa, se puso detrás de ella y dándole un beso en el cuello pasó sus enormes manazas por debajo sus axilas, atrapando sus pechos.

 - "Qué tetas tienes, zorra, son de lujo. ¡Cómo me gusta ordeñarlas!", le dijo.

 Alba se recostó sobre el cuerpo de Óscar y cogiendo una de las manos de mi degenerado vecino la bajó hasta su vientre, subió la minifalda y apartando un tanga negro totalmente transparente que pude contemplar brevemente introdujo esa sucia manaza en el interior de la ropa íntima de mi esposa.

 - "Totalmente depilada y mojada, eres una verdadera puta ramera", dijo Óscar.

 - "Sí, soy una zorra caliente, soy tu zorra y tú mi macho", contestó mi esposa.

 Al ver la escena intenté sacar mi verga para masturbarme, pero Alba me dijo:

 - "Ni se te ocurra masturbarte, cornudo pichafloja".

 Óscar se rió con grandes aspavimientos.

 - "Ya tendrás tiempo de pajearte, cornudito, ahora tenemos que irnos".

 - "¿Puedo acompañaros?", supliqué.

 - "El cornudo quiere venir, ¿le dejamos, mi amor?", dijo Óscar irónicamente.

 - "Por mí, que venga, necesitamos un chófer. Ya sabes que a mí no me gusta conducir", contestó mi mujer no con menos ironía.

 - "Pues vamos, cabrón", me ordenó mi asqueroso vecino.

 Bajamos al garaje y cogimos el coche. Ellos montaron atrás mientras yo conducía. Alba se lanzó sobre Óscar con intención de besarle, pero sorprendentemente el viejo la rechazó.

 - "Eres insaciable, Albita, me alegro de haber sacado a la luz lo más puta de ti, pero ahora no voy a follarte, tienes que llegar limpita a donde vamos", dijo mi despreciable vecino.

 Óscar me fue indicando cómo llegar al lugar donde nos dirigíamos. Tras un viaje de un cuarto de hora aproximadamente, Óscar me ordenó parar e hizo bajar a mi linda mujercita diciéndole:

 - "Ya sabes lo que tienes que hacer. El cornudo y yo vamos a observarlo todo. Si no lo consigues subiré a internet vuestras fotos y vídeos".

 - "¿Qué pretendes?", le dije a Óscar.

 - "Tú a callar, pichafloja", me contestó con tono de voz autoritario.

 - "¿Sabes lo que has de conseguir?", preguntó Óscar a mi mujer.

 - "Lo sé", contestó Alba.

 Mi esposa caminó calle adelante no sin volverse y con una cara de picardía nos sopló un besito.

 - "Arranca, gira dos calles a la derecha y entra en un garaje", me ordenó Óscar.

 Pasamos con el coche a la altura de mi esposa. Por el retrovisor contemplé su hermosa cara, parecía una niña buena que nunca hubiese roto un plato. Varios hombres voltearon sus cabezas para ver el culazo de Alba oculto bajo su minifalda. Aparqué el coche y nos bajamos. Subimos por un viejo montacargas llegando delante de una puerta. Óscar sacó unas llaves y la abrió.

 La habitación donde entramos era amplia, un par de sillas y una cámara de vídeo enfocaba a otra habitación que podía contemplarse a través de un espejo. Me quedé sorprendido. En la otra habitación había un escritorio de tamaño medio con una pantalla de ordenador, varios estantes con tarros cuyos nombres no acertaba a ver, una ducha y taza de váter con una cortinilla abierta y un espejo estratégicamente colocado, de tal forma que, mirándolo, podía verse el interior de ese mini cuarto de baño, y una camilla de unos dos metros de largo.

 - "¿Sabes dónde estamos, cornudito?", me dijo Óscar.

 - "Si no me equivoco esta es una sala de masajes", contesté.

 - "Bingo, cabroncete, qué listo eres", dijo mi despreciable vecino.

 La puerta donde nos encontrábamos se abrió. Un señor alto, aproximadamente de 70 años, con bigote, calvo y barrigudo se acercó.

 - "¿Qué tal querido Óscar?", dijo.

 - "Hola hermanito", contestó mi despreciable vecino.

 - "Voy a hacer las presentaciones: mi hermano Juan Carlos, el cornudito. Cornudito, mi hermano Juan Carlos".

 - "Vaya, vaya, aquí tenemos al famoso cabrón que disfruta viendo cómo su mujer es follada por otros hombres".

 No contesté pero aquella situación tan humillante provocó que mi polla se empalmase.

 Óscar se dirigió a mí:

 - "Mi hermano y yo tenemos muchos negocios, entre ellos este salón de masajes. Por aquí pasan hermosas mujeres y sin que lo sepan las grabamos mientras son masajeadas, o mejor dicho, mientras les meten mano nuestros masajistas. Entre nuestro personal tenemos un chico que creemos que es homosexual, no lo sabemos, pero tenemos algunos indicios, y aquí es donde entra en
juego Albita".

 - "No entiendo nada", dije.

 - "Tu querida mujercita tiene que seducir a nuestro masajista, tiene que conseguir follárselo. Si no lo hace...".

 - "Subirás nuestras fotos y vídeos a Internet, contesté".

 - "Exacto, cornudo".

 En ese instante la puerta de la sala contigua se abrió, mi esposa entró y se sentó en una silla cruzando sus piernas dejando a la vista sus hermosos muslos.

 - "Qué buena está la puta, está mejor al natural que en los vídeos que me enseñaste", dijo Juan Carlos a su hermano.

 - "¿Le has enseñado los vídeos a tu hermano?", pregunté a mi asqueroso vecino.

 - "Los vídeos y las fotos", precisó Óscar.

 - "Eres un hijo de puta", contesté.

 - "Y tú un cornudo pichafloja que no sabe dar a su esposa lo que necesita, cabrón de mierda", dijo Juan Carlos.

 La puerta de la habitación contigua se abrió. Un chico árabe de 1,70 cms, unos veinticinco años, con gafas de pasta y gruesos cristales, apareció. No tenía ningún atractivo: desaliñado, mal afeitado, gordo (muy gordo), vestido con una bata blanca, pero lo que más me llamó la atención fueron sus enormes manos, grandes, muy grandes. Se sentó delante del escritorio.

 Óscar accionó un botón y pudimos oir lo que se hablaba en la habitación contigua.

 - "Su nombre es Alba xxxxxx".

 - "Sí", contestó mi esposa.

 - "Soy Ahmed, su masajista. Según la conversación mantenida, Ud. tiene problemas en la espalda".

 - "Sí, además llevo un par de días con dolores en la pierna", contestó mi esposa, y subiéndose la minifalda dejando ver sus muslos señaló con la mano.

 El masajista carraspeó y dijo:

 - "Puede desnudarse en el baño mientras preparo los aceites".

 - "¿Me tengo que quitar toda la ropa?", preguntó Alba con un tono muy seductor.

 - "No es necesario, no se quite la ropa interior", dijo Ahmed.

 Mi esposa se dirigió al diminuto aseo, no cerró la cortinilla y procedió a desnudarse muy lentamente. Ahmed miró al espejo y pudo contemplar el culo de mi esposa cubierto por el hilo dental de su tanga. El masajista retiró la mirada pero al instante volvió a ver a través del espejo como mi esposa seguía quitándose la ropa.

 - "Qué esposa más puta tienes, chaval, me dijo Juan Carlos. Qué buena está, qué follada tiene", y en ese instante se bajó los pantalones y unos mugrientos calzoncillos, se sentó en una silla y empezó a masturbarse contemplando con deleite cómo Alba se desnudaba delante del chico árabe.

 Alba se quedó vestida solamente con su diminuto tanga negro y su sujetador de encaje a juego, dobló y colgó su ropa en una percha, y de esta guisa salió del diminuto aseo. Ahmed se quedó perplejo durante unos instantes deleitándose con el cuerpo de aquella mujer madura, de una MILF, y pasados unos instantes acertó a decir:

 - "Túmbese boca abajo en la camilla".

 Alba, contoneándose, se dirigió a la camilla por delante del masajista, se sentó y abrió sus piernas dejando a la vista de Ahmed su coño depilado únicamente cubierto por su tanga de encaje negro transparente.

 - "¿Se encuentra bien?", le preguntó mi esposa.

 - "Sí", balbuceó el masajista.

 Alba se tumbó boca abajo dejando a la vista del árabe su esplendido culo tapado por el hilo dental del tanga. Ahmed se acomodó el bulto que se adivinaba debajo de su fino pantalón de tela, cogió una toalla y tapó el culo de mi esposa.

 - "¿Es necesaria la toalla? Tengo mucho calor", dijo mi esposa.

 - "No quiero manchar su ropa interior, Señora, las clientas siempre vienen con un bañador viejo pero no con esa ropa interior", dijo el masajista.

 - "No me llames señora, llámame Alba por favor, espero que no te incomode mi ropa. ¿De dónde eres?".

 - "Soy de Marruecos, Rabat, y en absoluto me incomoda tu ropa, todo lo contrario", dijo Ahmed.

 - "Qué putita te has echado a la cara, hermanito. Tengo que follármela", dijo Juan Carlos.

 - "Todo a su tiempo, además, si quieres follarte a Albita tendrás que pedirle permiso al cornudo, dijo Óscar.

 - "Cornudo, ¿vas a dejar que mi hermano se folle a tu linda mujercita?".

 No contesté.

 - "Contesta, cabrón", repitió Óscar autoritariamente.

 - "Sí", balbuceé.

 - "¿Sí qué, cornudo?", dijo Óscar.

 - "Sí voy a dejar que tu hermano se folle a mi esposa", contesté.

 Juan Carlos y Óscar se rieron nuevamente.

 - "Además, si tienes suerte podrás dejarla embarazada, ya que Alba no toma la píldora por prescripción de su doctor, que soy yo", le dijo irónicamente Óscar a su hermano.

 - "Quizás la preñe Ahmed", contestó entre risas Juan Carlos.

 Ahmed por su parte se dirigió hacia la estantería y cogiendo un tarro de aceite vertió un poco sobre la espalda de mi esposa y empezó a extenderlo con firmeza. Alba se arqueó y gimió.

 - "¿Le hago daño?", dijo el masajista.

 - "Todo lo contrario", respondió mi esposa dirigiendo una mirada de vicio a Ahmed.

 - "Me parece que ese aceite va a manchar mi sujetador, ¿te importa que me lo quite?".

 Antes de que el árabe pudiese decir nada, Alba se incorporó y desabrochó el sujetador dejando a la vista de Ahmed sus tetas con sus dos oscuras aureolas y sus duros pezones. Ahmed no apartaba la vista de los pechos de mi esposa, mientras que Alba sin ningún tipo de pudor porque el árabe le estuviese viendo sus intimidades le entregó el sujetador y le dijo:

 - "Ahmed ¿puedes dejar mi sujetador con el resto de mi ropa?".

 El masajista, como un autómata, se dirigió al pequeño aseo apretando con fuerza la ropa interior de mi esposa. Entró en el baño y se lo llevó a la cara oliéndolo con deleite. A través del cristal pudimo observar la tremenda erección del masajista. Alba se había tumbado nuevamente en la camilla arrojando la toalla que cubría anteriormente sus nalgas. Ahmed se acercó y dijo:

 - "Alba, la toalla".

 - "No la necesitamos, ¿verdad?", dijo mi esposa con una mirada lasciva.

 Ahmed vertió una cantidad considerable de aceite sobre la espalda de Alba y empezó a extendérselo. No pude contenerme, ver aquella situación, como mi esposa se comportaba como una verdadera puta y como estaba siendo sobada por otro hombre, como el masajista veía a escasos centímetros el culo de mi esposa cubierto por el hilo dental de su tanga, me saqué la polla y empecé a pajearme con deleite.

 - "Cornudo pajillero de mierda, ¿te gusta ver cómo otro hombre acaricia a tu esposa? ¿te excita que un moro se la vaya a follar? ¡Mira cómo se la está poniendo a Ahmed!".

 El bulto de Ahmed se marcaba sin disimulo debajo de su fino pantalón de tela mientras masajeaba la espalda de mi esposa. Sus expertas manos se deslizaban por debajo de sus axilas y acariciaban el nacimiento de los pechos de mi mujer. Alba gemía levemente, no se si de forma intencional o de placer, lo cual provocaba que las caricias del masajista cada vez fuesen más audaces.

 Las manos de Ahmed abandonaron la espalda de Alba y se concentraron en sus muslos, el árabe los masajeaba a conciencia con una mano mientras que con la otra se tocaba su enorme bulto. Ahmed vertió directamente un buen chorro de aceite sobre el culo de mi esposa y sin ninguna contemplación comenzó a amasar las nalgas de Alba.

 - "¿Está bien así?", preguntó descaradamente el árabe a mi esposa.

 - "Fantástico", contestó mi mujer.

 - "Es una perfecta escena de una película porno", comentó Óscar. Se cercioró que la cámara lo estuviese grabando todo y bajándose los pantalones comenzó a masturbarse.

 Ahmed ordenó a mi esposa que se diese la vuelta y Alba quedó con sus tetas a la vista del masajista.

 - "No quiero ensuciar ese tanga tan bonito", comentó Ahmed, y sin más preámbulos se lo bajó a mi esposa totalmente pasiva, lo olió y se lo guardó en el bolsillo de su bata.

 Ahmed acarició las tetas de mi esposa sin ningún pudor, de forma golosa, ya no era un profesional dispuesto a tratar las dolencias de una paciente, era un macho que se iba a follar a una auténtica zorra que no había dejado de provocarle desde que entró en la consulta.

 Mi esposa empezó a gemir y jadear con los toqueteos del árabe, su coño empapado manchaba la sábana que cubría la camilla y estirando uno de sus brazos apretó con fuerza el duro miembro del masajista. Ahmed gimió ante aquella caricia y dijo:

 - "Qué zorra eres, con tu alianza de casada y poniéndome caliente desde el principio".

 Sin mas miramiento, Ahmed bajó sus pantalones y slip dejando a la vista un enorme pollón.

 - "Trágatelo zorra", le ordenó a mi esposa.

 Alba cogió con una de sus manos la verga del masajista, la empezó a masturbar y acto seguido se la llevó a la boca. Besó su glande, lamió el tronco hasta las huevos del macho para metérselos alternativamente en la boca y succionar con fuerza. Ahmed se arqueó de placer gimiendo y jadeando, e incorporándose un poco atrapó los pechos de mi esposa.

 - "Soy tu puta, Ahmed, ¡fóllame como se folla un perro a su perra!".

 Al oir las palabras de mi esposa me corrí como un vulgar pajillero.

 Ahmed propinó un soberano morreo a Alba, sus lenguas se entrecruzaron y sus saliva se mezclaron.

 - "Zorra ramera, te voy a dar lo que te mereces. ¿Dónde está el cabrón de tu marido mientras te follo?", dijo Ahmed.

 La boca de Ahmed se deslizó por el cuello de mi esposa hasta alcanzar sus pechos. Tuve que volver a masturbarme. La lengua del masajista jugaba con los pezones de Alba mientras mi esposa se arqueba por el gusto y placer recibido mientras jadeaba como una perra, la lengua del moro se deslizó por el vientre y abriendo las piernas de Alba comenzó a comerle el coño mientras con sus manos apretaba la cabeza del masajista contra su sexo.

 - "Sigue por favor, ¡qué bien lo haces, qué gusto!", dijo mi esposa.

 Ahmed levantó la cabeza e introdujo un par de dedos en el coño de Alba.

 - "Qué pedazo de puta eres, zorra", dijo Ahmed.

 - "Soy tu zorra, tu puta, dejaré que me hagas lo que quieras", contestó mi esposa.

 - "Suplica que te folle, Alba".

 - "¡Fóllame, te lo ruego, préñame!", gritó mi esposa.

 - "Voy a follarte sin condón y te voy a dejar preñada", contestó el moro, y subiéndose a la camilla abrió las piernas de mi esposa y poniéndoselas sobre sus hombros introdujo su enorme pollón dentro de la intimidad de mi mujer. Primero el glande, luego el enorme y grueso tronco hasta que sus huevos chocaron con la entrepierna de mi esposa.

 Nuevamente me corrí como un cerdo mientras el masajista iniciaba un mete-saca brutal. Los gemidos y jadeos de mi esposa y de Ahmed eran tremendos. Ahmed se la folló en varias posiciones, le ordeñó las tetas dándole tremendas nalgadas a mi esposa, le comió el culo y el coño repetidamente. Alba se arqueó y cruzando las piernas sobre la espalda del macho se corrio en un largo profundo e intenso orgasmo.

 Óscar y Juan Carlos en absoluto silencio veían el tremendo orgasmo alcanzado por mi esposa. Ahmed tras un último y violento pollazo a mi esposa tuvo un espasmo y entre gruñidos de placer se corrió dentro de Alba.

 - "Me corro dentro de ti, puta, ¡toma mi leche, zorra barata! ¡voy a preñarte como los perros preñan a sus perras!", dijo el moro.

 En ese mismo instante, Óscar gritó que se corría y, poniéndose de pie delante de mí, me inundó con su leche. Grandes trallazos de leche mancharon mi cara, mi pelo y mi ropa. Acto seguido Juan Carlos también se corrió encima mío mezclando su leche con la de su hermano.

 Ahmed siguió con su mete-saca, menos intenso. Se había corrido dentro de mi mujer y estaba vaciando la poca leche que le quedaba dentro de mi dulce mujercita. Finalmente, Ahmed descabalgó a mi esposa como el caballo desmonta a la yegua, se tumbó encima de la camilla y le ordenó a Alba:

 - "Limpia la verga de tu macho, ramera".

 Alba, abriendo las piernas del moro, limpió el enorme pollón que tanto placer le había dado, la lamió, se comió sus testículos y sin que Ahmed se lo ordenase pasó su lengua por toda la raja del culo del moro.

 - "No puedo más, eres la puta más insaciable que he conocido", dijo Ahmed.

 - "Yo pensaba que eras gay", dijo mi esposa con una risita de complicidad.

 Tras el cristal tuve que encargarme de limpiar las vergas de mi odioso y degenerado vecino y su querido hermanito.

 - "Quiero follarme a esa puta", dijo Juan Carlos.

 - "Ya buscaremos la ocasión ¿verdad cornudo?", me dijo Óscar.

 - "Sí", contesté.

 - "Así me gusta", cornudo. 

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