Desde
luego, acostarse con la persona que una desea, es la experiencia más
liberadora de cuantas se puedan realizar.
El
objeto de mi deseo era mi vecino. Una pareja de nuestra edad (cuarenta
y tantos) que vivían pared con pared de nuestro piso. Ella era muy
mona, de pechos pequeños y delgadita, él era un auténtico macho.
Fuerte, guapo y con una bragueta espectacular, de esas que incitan a
mirar...
Yo había tenido muchísimas fantasías con mi vecino. No sé cuantos orgasmos
habré tenido follando con mi marido pero pensando en el colindante...
un montón.
Un día estaba yo en la cocina recogiendo la compra y oí que alguien
llegaba a casa de los vecinos. Como no era la hora habitual, salí a
preguntar, pues teníamos bastante confianza. Él me explicó que había
terminado el trabajo y le quedaba toda la mañana libre, así le podría
dar una sorpresa a su mujer, que regresaba de la oficina en unas tres
horas.
Estuve un rato en casa dándole vueltas a la cabeza, a ver cómo me las
podía ingeniar para aprovechar la ocasión y pasar un rato a solas con
él. Yo solita me fui calentando y me decidí a lo peor (o mejor). Esta
ocasión era única los dos solos hasta dentro de unas horas. Estaba
decidida a pasar la mañana con mi vecino y húmeda como estaba, si podía
pasar algo más, yo no iba a impedirlo.
No esperé a inventar nada, le invitaría a tomar una cervecita matutina, en
mi casa. Me quité el sujetador y me puse la camiseta más estrecha que
tenía. Solo la usaba para estar en casa por que me venía algo pequeña,
pero realmente me marcaba los pechos y los pezones como si no llevase
nada debajo, y tengo que deciros que uso una 110 de sujetador, no voy
mal.
Enseguida abrió la puerta y comprobé divertida cómo él, no podía dejar de
mirar mis pechos. Estuvimos un rato charlando y yo me estiraba y
desperezaba (diciéndole que había dormido mal) para que él pudiese
contemplar mis tetas en todo su esplendor. La bragueta se le hinchaba
por momentos, yo ya no sabía que hacer, pues veía que él no iba a dar
el primer paso, así que me la jugué.
Le dije que hacía tiempo que deseaba que me enseñara la polla, y tal y
como lo dije, se bajó la bragueta y me enseñó el trozo de carne que yo
tanto anhelaba. Nunca olvidaré aquella polla. Era larga y gruesa.
Venosa. Con un capullo... espectacular y unos cojones como los de un
toro, sí señor. Comencé a mamar despacio, disfrutando del momento.
Paladeando aquel glande y succionando los testículos con suavidad.
Que suerte tiene tu marido, cómo la chupas
decía él.
La que tiene suerte es la mosquita muerta de tu mujer pensaba yo. Vaya
pedazo de rabo...
Mi maña de sexo acabó antes de lo previsto, pues cuando menos me lo
esperaba, mi vecino se vació por completo en mi cara. Fue una de las
corridas más violentas de cuantas he visto. El semen salió despedido
con auténtica viveza. Él se disculpó, me dijo que le estaba dando
demasiado gusto y que jamás se la habían mamado tan bien. Yo sonreí, me
sentí bien al fin y al cabo.
Tardamos unos meses en decidirnos a encontrarnos de nuevo, y actuamos como
críos, como si no hubiese pasado nada
Al final nos pusimos de acuerdo y quedamos en un hotel de la ciudad.
Estuvimos jodiendo toda la noche. Quien me lo iba a decir. Cómo lo
disfruté. No me corté para nada, aullé como una perra en celo. Gastamos
media caja de preservativos.
Un
poquitín escocida me quedé al otro día, y tuve que castigar a mi
marido un par de días sin follar, pobrecillo. Me daba miedo que la
tranca de mi vecino me hubiese agrandado la vagina, pero gracias a
dios, no fue así.
Menos mal...
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