Fue
una reacción algo precipitada, me dije, ya que al ser bastante amigos
era normal que se pasase por casa si había ido al barrio por algo. Así
que subí a casa y me la encontré en el baño, vestida con un camisón
bastante sugerente y arreglándose el pelo después de haberse duchado.
Verla así hizo que los mareos me volviesen, era imposible que en los
cinco minutos que hacía que él había salido ella hubiese podido
ducharse ¡el pelo estaba casi seco!. Por otra parte, era imposible que
pasando él por allí no la hubiese visitado. Y si aun había dudas, la
cara de sorpresa de ella al verme llegar a esas horas y el apuro que no
conseguía disimular del todo no ayudaron a mejorar mi migraña.
A partir de entonces, en la oficina, cuando los veía bajar a tomar un café
juntos o reunirse para cualquier cosa, la sospecha o casi certeza de
que estaban coqueteando o incluso la idea loca que se habían ido a
otros menesteres diferentes de tomar un café venían a mi cabeza y me
impedían concentrarme en el trabajo. Incluso cuando volvían, diez o
veinte minutos más tarde, aun tardaba un buen rato en tranquilizarme y
volver a mi trabajo. Ni que decir el estado en que me encontraba las
veces que ambos tenían que salir una semana de viaje de empresa, fuesen
solos o fuesen acompañados por más gente.
Todo fue bastante más claro un día que prácticamente tenía la oficina para
mí, todo el mundo o estaba de viaje, ausente o reunido. No pude evitar
la tentación y le eché un vistazo al papeleo de administración. Allí
pude leer las facturas y reservas de hotel, prácticamente siempre una
sola habitación, y en muchas especificando cama de matrimonio. Ese día
poco pude trabajar, dado mi estado de excitación. No solo era ya una
certeza, sino que al menos en administración conocían el asunto, con lo
que no era de extrañar que más gente supiese que eran amantes.
Tras unos días sintiéndome humillado e incomodo en la oficina me obligué a
hablar con ella. No era fácil, y no resultó fácil para ninguno de los
dos. Ella nerviosa y mostrándose indignada lo negaba todo. Y solo tras
insistir mucho, lo que le molestó bastante, y asegurar que no la quería
perder por nada en el mundo, reconoció que había mantenido relaciones
sexuales con él.
Aun habiendo dado el paso de comentar con ella la situación, y dejando
claro que mi intención era perdonarla y no tenerlo en cuenta en el
futuro, la sensación en la oficina era incomoda. Las miradas con mi
mujer eran algo incomodas, ella como todos los días salió a tomar café
con él y supongo que lo puso al tanto de nuestra conversación la tarde
anterior, ya que un par de horas fue a mí a quien invitó a tomar un
café.
Curiosamente, al día siguiente la conversación con él fue más fácil e
interesante. Fue él quien me abordó y me pidió hablar tranquilamente
mientras tomábamos un café. En ningún momento rehuyó ninguna de las
preguntas que le hice y las contestaciones fueron bastante claras y
directas. Ante todo quiso dejar claro desde el principio que en ningún
momento había pretendido hacerme daño o que yo me sintiese humillado,
pero que la tentación de tener a una mujer joven y de físico lujurioso
(fueron sus palabras exactas) como ella al lado constantemente y el
carácter coqueta y extrovertido de ella había sido demasiado para él.
También me pidió que no fuese excesivamente impulsivo y cortase con
ella solo por esto.
No negó en ningún momento ser amante de mi pareja. Llevaban manteniendo
relaciones sexuales de manera regular algo más de dos años (ella había
hablado únicamente de unos meses). Evidentemente mantenían relaciones
sexuales durante los viajes de empresa, lo cual era inevitablemente
conocido por algún compañero que en alguna ocasión los acompañaba. En
ese momento me importaba más el cuanta gente estaba al tanto que el
hecho de que se beneficiase a mi pareja.
A parte de eso, no solo se lo montaban en mi casa, la oficina también
había sido escenario de sus pasiones. A última hora, tras esas
reuniones entre ambos que ya buscaban terminar pasada la hora, se
entregaban a la lujuria. Sin poder evitar una sonrisa ante mi pregunta
llegó a confirmar que prácticamente todas las estancias habían sido
utilizadas para ello.
La única respuesta que le costó algo dar fue que no fue difícil llevarla a
la cama, de hecho me confirmó que en cuanto se lo propuso se dejaron
llevar por la pasión y la lujuria.
Debo reconocer, que en aquel momento, pese a no estar anímicamente bien,
tras casi una hora hablando de la vida sexual de mi pareja volví a la
oficina ocultando una buena erección bajo los pantalones. En esa
ocasión no fue muy explicito acerca de sus encuentros, cosa que sí
sería en futuras ocasiones.
Llegados a este punto, yo pensaba en aquel entonces que la cosa entre
ellos se enfriaría, para evitar complicaciones. Pero nada más lejos de
la realidad, mi reacción condescendiente, no queriendo echarle en cara
a ella su infidelidad y a él haber estado acostándose con ella, se tomó
como una aceptación de la situación por mi parte. Y de hecho, en eso se
convirtió, ya que entonces no reaccioné al ver que seguían con su
aventura.
No era raro que fuesen a comer solos, o verlos salir de la oficina una
hora antes, sobretodo cuando la noche anterior habían salido dos o tres
horas más tarde de la hora de cierre. En esas ocasiones, tampoco era
raro volver a casa encontrármelos allí, bien en la cama, bien en el
salón o la cocina hablando como buenos amigos (y con poca ropa).
Aunque ya no trabajo en aquella oficina, ni con mi ya actual mujer ni con
su amante. Los tres años siguientes que pasé en la empresa fueron una
mezcla de cuernos, morbo y humillación. Nunca pensé que podría
excitarme, pero las situaciones se fueron sucediendo y cada vez me
provocaba mayor excitación. No era raro en aquel entonces quedarme
dentro del lavabo de la oficina un buen rato, en el retrete, no solo
masturbándome, que también, sino esperando escuchar furtivamente alguna
conversación de algún que otro compañero hablando de mi mujer, de mí o
de su amante. Y la verdad es que se daban bastantes ocasiones en que
algunos se ponían al tanto de los últimos chismorreos acerca de
nosotros. Lo que me provocaba una necesidad de masturbarme, incluso por
segunda vez si acababa de hacerlo.
Podría extenderme más y más, pero tampoco pretendo aburrir al personal con
interminables tomos. Así que tal vez continúe en otro momento, ya que
de esto hace ya más de diez años.
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