Hacía
ya casi cuatro meses que sabía que Ester me estaba poniendo los cuernos
con nuestro compañero de trabajo. Cuatro meses en los que los veía
todos los días coqueteando en la oficina, quedándose hasta tarde o bien
saliendo bastante antes de tiempo. Cuatro meses en que notaba las
miradas de mis otros compañeros, con una sonrisa cuando los veían
marcharse juntos o disimulándola cuando yo estaba cerca.
Uno de esos días, en que ellos salieron temprano, yo también había
terminado todo lo que tenía pendiente, así que me permití salir
ligeramente temprano también. En mi mente, como durante todos los días
anteriores que ellos salían antes, no podía más que imaginarme la
escena de sexo que podía estar teniendo lugar en casa. Pero hasta ese
momento, lo más cerca que había estado de pillarlos in fraganti era
haberla visto saliendo de la ducha o arreglándose tras ducharse o
incluso cambiando las sábanas. Pero al fin, esa tarde tuve la
oportunidad de verlos en la cama. Entré en casa con las mismas
sensaciones que días anteriores. En esta ocasión, no obstante, nada más
abrir la puerta pude advertir que los dos estaban en casa, y no
precisamente hablando de trabajo. Cerré la puerta con todo el cuidado
que pude, y me dirigí sin hacer ruido hacia el dormitorio, en donde
estaban los dos.
Ester estaba encima, cabalgando salvajemente mientras él hundía la cabeza
en sus tetas y sus manos apretando las nalgas. Ni ella, que estaba de
espaldas, ni él, que no dejaba de comerse las tetas de mi mujer,
advirtieron mi presencia, así que me quedé al lado de la puerta, todo
lo oculto que podía, observando como ambos disfrutaban de una sesión de
sexo que me pareció de lo más espectacular. En aquel momento no quería
para nada intervenir e interrumpir el clímax que estaban experimentado.
Desde donde estaba podía ver casi en primer plano como él se hundía en
Ester, como ella movía sus caderas en ese momento, provocando un gemido
sincronizado de ambos. En esos momentos me pareció como si todo el
ruido de la calle hubiese cesado de golpe, mis oídos solo escuchaban
sus gemidos, el sonido de los muelles de la cama siguiendo el ritmo de
las sacudidas de Ester, y sobretodo el sonido húmedo de los dos cuerpos
sudorosos percutiendo uno en la otra. Ni siquiera fui consciente de
cuando me había sacado mi propia polla de los pantalones, pero me
encontré, casi sin ser consciente, masturbándome frenéticamente. Estaba
tan excitado viéndolos que prácticamente fue empezar y correrme. Me
aparté para que no me viesen y me corrí en mis manos, escuchando los
sonidos lascivos que salían del dormitorio.
Me quedé unos minutos apoyado en la pared, con la polla en la mano
mientras escuchaba como el movimiento en la cama era cada vez más
frenético. No quería que me viesen hasta acabar, pero aun así me asomé
y pude ver como ahora él estaba encima, moviendo sus caderas de manera
salvaje y prácticamente haciendo que ambos cuerpos botasen en la cama
por el ímpetu con que estaba follándola. Ester podría haberme visto,
pero a pesar de tener la cara ladeada hacia donde yo estaba, tenía los
ojos completamente en blanco, disfrutando entre gemidos, con las
piernas completamente estiradas hacia el techo. Era tal el ritmo que
estaba llevando que él no tardó en unirse al recital de gemidos de mi
mujer, terminando en un profundo gemido mientras sus sacudidas
terminaron de golpe, apretando sus caderas lo máximo a las de ella,
manteniendo la penetración todo lo profunda que podía.
Volví a apartarme de la puerta, apoyándome en la pared e intentando
escuchar sin mucho éxito lo que se estaban cuchicheando entre risas. Y
así estaba, con los pantalones bajados y apoyado en la pared cuando
apareció Joaquín por la puerta desnudo. Por la cara que puso era
evidente que ni me habían visto, ni me esperaban. Pero casi a
continuación sonrió y me saludo con un gesto de los ojos, avisando a mi
mujer de mi presencia con un simple "¡Cariño, tu marido está aquí!".
Ester salió rápida, asomando la cabeza por la puerta del dormitorio, como
si no quisiese que la viese desnuda con Joaquín. Me saludó también,
algo más turbada que Joaquín de verme allí, o tal vez de verme
subiéndome los pantalones, nunca me lo aclaró. Salió corriendo de la
habitación para ir al lavabo, para no exhibirse mucho delante de los
dos, aunque sin mucho éxito en lo de evitar atraer nuestra mirada.
A pesar de que él seguía desnudo, nos sentamos a hablar en los sillones.
Saqué una botella de licor del mueble y serví una copa para cada uno.
Evidentemente, la conversación no tuvo que dar muchas vueltas para
llegar al tema sexual. Él, de mucha más verborrea y mucho más habituado
a tratar con gente que yo empezó directamente. La conversación,
aproximada, ya que hace unos años de esto, más o menos fue como sigue:
Nos ha sorprendido verte, no sabíamos que era tan tarde. Pero ahora me
alegro de haber hablado de esto contigo antes, sino la situación
hubiese sido algo violenta jeje.
Si, no sé como hubiese reaccionado si no hubiese tenido estos meses para
hacerme a la idea y aceptarlo. De todas formas, reconozco que llevaba
unas semanas esperando este momento. ¿Venís a menudo a casa o tenéis
otro lugar de encuentro?
Intentamos quedar mínimo dos o tres veces por semana. A veces más. Ya
sabes, es difícil resistirse a una mujer como la tuya. Y más teniéndola
al lado todo el día. Antes nos veíamos más en la oficina, pero a pesar
del morbazo que eso supone, era un poco estresante. Esperar que se
fuese todo el mundo era un suplicio con el escote de Ester al lado todo
el día. Y luego estaba el hecho que no era el lugar más íntimo que se
pudiese buscar.
En ese momento Ester volvió del lavabo, se había puesto un camisón en un
intento de estar un poco más recatada, aunque la verdad es que
consiguió todo lo contrario. Tomó un sorbo de mi copa mientras me
echaba una mirada interrogante, imagino que para estar segura que
realmente aceptaba la situación. A continuación se dirigió a donde
estaba Joaquín y se sentó encima de él, y no precisamente sobre sus
rodillas. Verla con un camisón semitransparente, sin nada debajo,
sentada sobre su amante, totalmente desnudo este, y delante de mí, fue
algo que volvió a provocarme una erección casi instantánea. Mientras él
continuó su conversación conmigo. Eso sí, sin cortarse en absoluto, ya
que apoyaba una de sus manos en el muslo de mi mujer, acariciándola
suavemente arriba y abajo.
A ver, tampoco te lo tomes como algo personal. Nos llevamos muy bien, pero
siempre ha estado claro que entre nosotros es solo sexo. La vida hay
que aprovecharla. (En este punto él la abrazó por la cintura,
apretándola contra él mientras ella reía por el comentario y el gesto).
Bueno, como te he dicho, he tenido tiempo para pensar en ello. Si Ester
necesita su espacio, no tengo problemas. A estas alturas prohibírselo
sería contraproducente, ¿no? (Ester asintió seria al comentario,
mientras se movía para acomodarse sobre Joaquín). No me gustaría
perderla. Pero volviendo a lo que hablabas, ¿en la oficina? (no quería
perder el hilo de algo que me excitaba mucho). Un poco atrevido, ¿no?
Quiero decir, en horario laboral sería pasarse un poco, pero fuera de
él también tiene su riesgo. Que siempre se da el caso de que alguien
puede volver a por algo.
Ya por eso mismo desde que hablamos contigo venimos más a menudo por aquí.
El único que podría pillarnos eres tú, y ya nos has sorprendido hoy.
¿Os han pillado en la oficina? (Ester asintió, con un gesto de apuro en el
rostro) ¿Así, tal y como os he visto hoy, dándolo todo? (Ester volvió a
asentir)
Sí, nos han pillado. Dándolo todo como tu dices y también en juegos
previos o posteriores. Piensa que hace dos años era el sitio más fácil
que teníamos, teniendo en cuenta que ninguno de nosotros dos teníamos
tiempo para ir a buscar una habitación.
Joder, ¿muchos? ¿quien lo sabe en la oficina?
Nombraron a siete personas en total, más cuatro más que en los viajes
habían contemplado como dormían en la misma habitación. Mientras los
contemplaba delante de mí, casi desnudos los dos, Ester dejándose
acariciar los muslos, me preguntaba que opinarían exactamente en la
oficina de mí. Explicaron algunas de estas ocasiones, con más o menos
detalle: Ester desnuda debajo de la mesa, chupándosela. O bien saliendo
del lavabo desnuda y encontrarse de frente con un compañero de trabajo,
boquiabierto. Incluso una vez los pillaron en la mesa de reuniones, en
plena fornicación.
Hablar de esas ocasiones nos pusieron a los tres a mil. Yo la tenía como
una piedra debajo del pantalón y no podía evitar dejar de tocarme,
delante de ellos. Ester estaba dejando no solo que la acariciase por la
parte interior de los muslos, sino que ahora sus manos estaban
prácticamente acariciándole el sexo. Al final él comentó que debía
ducharse ya, que si no llegaría a casa a una hora poco prudente. Se
levantaron los dos, ella delante llevándolo a la ducha y él detrás, con
una erección de mucho cuidado, frotándola sobre sus caderas mientras
sus manos sopesaban las tetas de mi mujer por encima del camisón. Eso
sí, ambos me miraron cuando pasaban, no sabría decir si mitad disculpa,
mitad lascivia o mitad morbo por verme allí, como buen cornudo, tan
caliente como ellos.
Entraron los dos en la ducha y allí, de nuevo, dieron rienda suelta al
calentón que llevaban. Yo volví a asomarme a la puerta y volví a
masturbarme, esta vez sin preocuparme de ocultarme, viendo como él la
tenía abrazada por detrás, agarrándole las tetas mientras la penetraba
de nuevo con fuerza. Ninguno de ellos pareció percatarse de mi
presencia y en cuestión de un par de minutos ya había vuelto a derramar
mi semen en mis manos.
Algo después ellos también acabaron, en un prolongado abrazo, las tetas de
mi mujer aplastadas por sus manos y sus caderas totalmente apretadas a
las nalgas de Ester. Finalmente salieron de la ducha, él se vistió
rápido, se despidió de Ester con un largo beso, mientras le tocaba el
culo y finalmente se despidió de mí con un gesto de la cabeza, no con
las manos, ya que seguramente se había dado cuenta de que no estaban
precisamente limpias.
Yo pensaba que a partir de entonces la cosa se volvería una relación a
tres de tipo voyeur, ellos montándoselo y yo mirando y masturbándome,
pero estaba equivocado. Ester opinaba que no era lo más adecuado con
Joaquín, pero que más adelante y en otra situación, podíamos hablar del
tema.
Así que su relación ha continuado sin mí, las veces que he llegado a casa
y he podido observar el espectáculo, disfrutando, ninguno ha puesto
objeciones, pero nunca me han avisado que iban a quedar. La gran
diferencia con lo que ocurría con anterioridad es que siempre que hemos
estado los tres juntos, en la situación que sea, ya no se han contenido
y cualquiera que nos viese por la calle pensaría que la pareja son
ellos y yo un simple amigo que está de más.
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