Estaba
delante del ordenador, revisando los correos que había recibido por los
relatos e intentando contestarlos en la medida de lo posible. Abrí uno
de Ricardo, cortito, con una dirección, una hora para ir y sobre todo
diciéndome que llevase dinero. ¿Dinero? No sabía de qué iba el tema y
desde luego desconocía en ese momento cual podía ser el motivo. Me
había citado para el sábado por la mañana, a las diez, y que preguntase
por Angie.
Pasaron los días y llegó el sábado. Me duché y salí de casa sobre las
nueve, paseando hasta el centro de la ciudad. Llegué 20 minutos antes
de la hora, así que decidí meterme en un bar cercano a tomar un café
mientras esperaba la hora. Estaba tomándome el café, mirando al
edificio y pensando en qué narices hacía yo allí y en el porqué de
todo. Terminé y crucé la calle, llegando al número indicado. Lo primero
en lo que me fijé es que el timbre del piso indicado era de color rojo,
lo cual me hizo pensar muy mal. Llamé al timbre y me abrieron la
puerta. Subí al ascensor no muy convencido, llegando por fin a la
puerta. De nuevo otro timbre y al cabo de unos segundos me abrió la
puerta una señora de mediana edad, bien vestida, aunque excesivamente
maquillada para mi gusto.
-¿Angie?
-Sí, soy yo, ¿tú eres el que viene de parte de Ricardo no?
-Sí.
-Bien, pasa, eres más puntual que ella.
Entré pensando en lo peor después de decirme lo de la puntualidad de
ella. Nos sentamos en unos sofás muy cómodos que estaban en una
especie de salón.
-Bueno querido, no has venido aquí para hablar. Son 100 euros y puedes
disponer del tiempo que quieras.
-¿Cómo? ¿100 euros? ¿Para qué?
-Mira guapo, Ricardo me ha dicho que vendrías a follar a la puta nueva,
que eras un amigo especial y que te diese todo el tiempo del mundo.
Mi mente se quedó totalmente en blanco, pero mi corazón me decía que la
zorra de mi mujer era esa mujer de la que me había hablado Angie hacía
unos segundos.
Saqué la cartera y le di los 100 euros, pero le pedí que entrase antes que
yo y le vendase los ojos, quería asegurarme por completo que en el caso
de que fuese ella, no me viese.
-No te preocupes, lo haré. Todas las habitaciones tienen esas cosas que
os gustan a algunos.
Al cabo de unos minutos volvió al salón y me dijo que ya podía entrar,
indicándome que era la segunda puerta a mano derecha.
Caminé por el pasillo hasta llegar a la puerta. Me quedé quieto unos
segundos y entonces decidí entrar. Abrí la puerta y efectivamente, mis
peores temores se estaban confirmando. La mujer que estaba sentada en
la cama con los ojos vendados era Marina, mi mujer, la nueva, la puta.
La sangre me hervía, pensé muchas cosas pero decidí continuar con aquello.
Me acerqué a ella y me senté en el suelo, justo delante. Me dijo Hola
pero no contesté, la voz me habría delatado. La agarré por los pies y
le quité las plataformas plateadas que llevaba puestas, dejándolas a un
lado. Desabroché los ligueros que unían su minúsculo tanga con las
medias de rejilla y deslicé las medias hasta sacárselas por completo.
Ella estaba quieta mientras yo la desnudaba pero seguía hablando,
preguntándome cosas como qué me gustaba, así que me levanté por un
momento y busqué en uno de los armarios llenos de juguetes una
mordaza.
Le arranqué el tanga bruscamente y se lo metí en la boca, para después
ponerle la mordaza y dejarla sin poder hablar. Acto seguido le saqué la
minifalda negra y pude ver su coño totalmente depilado. Mis
pensamientos venían uno tras otro. ¿Cuántas pollas se la habrán
follado? Desabroché con rabia los botones de la camisa dejando sus
tetazas al aire, pues la muy guarra no llevaba sujetador. La empujé
contra la cama y la coloqué de espaldas. Cogí sus medias y até sus
muñecas a los laterales de la cama. Había pagado 100 euros por ella,
por mi mujer, y estaba realmente enfadado, triste, desesperado, una
mezcla de sentimientos me invadían.
Coloqué dos cojines debajo de ella para levantarle el culo. Le di un par
de azotes con todas mis fuerzas, uno en cada nalga, con toda la rabia
acumulada, la miré y le di un par más, haciendo resonar la habitación
con el ruido de mis palmadas en sus nalgas. Su culo estaba rojo. Metí
un dedo en su coño y comprobé que estaba mojada. No me lo podía creer,
le había dado con todas mis fuerzas y mis manos estaban marcadas en su
culo y la muy zorra estaba mojada. Nuevamente la azoté, con fuerza,
haciendo temblar sus nalgas con cada golpe. Yo no deseaba que gozase.
Me senté en su espalda y la elevé, agarrándola por sus tetas. Empecé a
estirar sus pezones, alargándolos todo lo que podía. Aquello sí le
dolía pues pude escuchar sus quejidos a través de la mordaza y ver como
pataleaba la cama con sus pies mientras mi polla no paraba de crecer y
ponerse bien dura.
Me levanté y me desnudé. Había pagado por una prostituta y ahora lo estaba
disfrutando. Fui al armario y rebusque entre el material que había.
Cogí un par de juegos de esposas, unos de tamaño normal y los otros más
pequeños, para los tobillos. Vi un vibrador bastante grande y unas
pinzas para los pezones, de esas que tienen una cadenita que las une.
Lo cogí todo y me dirigí a la cama de nuevo. Desaté sus manos de la
cama y se las esposé a la espalda. Después coloqué las otras esposas en
sus tobillos, bien juntitos. Abrí sus aún enrojecidas nalgas y metí mi
dedo índice de golpe. Era la primera vez que hurgaba el ojete de mi
mujer. Empecé a moverlo sacarlo y meterlo. Le hundía el dedo hasta el
fondo, lo sacaba y lo volvía a meter. Después le metí uno más, haciendo
los mismos movimientos. La zorra no se movía, se dejaba hacer.
Cuando consideré que tenía el ojete dilatado intenté meterle el vibrador.
Puse mi saliva en la punta y empujaba pero no entraba. Insistí con
fuerza hasta que su ojete se dilató y entró toda la punta del vibrador.
Miré cómo su culo se tragaba la punta del vibrador y mi polla goteaba
líquido preseminal sin parar. Apreté el botón de encendido y el
vibrador empezó a moverse dentro de su culo. La cogí en brazos y la
senté encima de la cama, obligándola a tragar buena parte del vibrador
en su culo. Por último, le puse las pinzas, metálicas, una en cada
pezón. Le quité la mordaza y el tanga que tenía metido en su boca.
Estaba totalmente humedecido y empecé a masturbarme con su tanga,
restregándomelo por toda mi polla, Usaba una mano para menearme la
polla sin parar y la otra la iba alternando, empujando sus hombros para
que se clavase más el vibrador y estirando la cadenita de sus pezones,
lo cual la hacía gritar. No pude aguantarme más y los chorros de semen
empezaron a salir de mi polla a su tanga. Escupí encima de mi leche y
se lo volví a meter en la boca, amordazándola de nuevo.
Me senté en sus rodillas, de cara a ella, mirándola a la cara y pensando
en lo zorra y puta que era y en cómo me había engañado. No paré de
estirarle la cadena de los pezones mientras disfrutaba de la vista y me
vengaba por todas las mentiras y humillaciones. Me levanté y le di la
vuelta. Tenía más de medio vibrador metido en su culo, lo cual teniendo
en cuenta su tamaño y grosor era mucho. Empecé a sacarlo despacio,
disfrutando con cada centímetro que le iba quitando del culo hasta que
lo saqué por completo. Nunca había visto su ojete tan abierto ni tan
cerca.
La polla se me puso tiesa otra vez. La coloqué de rodillas, con la cabeza
apoyada en la cama y se la metí de golpe, sin ninguna dificultad. Por
primera vez en mi vida, desde que nos casamos, estaba sodomizando a mi
mujer. Mi mano derecha estaba apoyada en su hombro y la izquierda la
tenía agarrándola el pelo mientras mi polla iba descubriendo las
calientes paredes de su ano. Se la hundía hasta el fondo, de un golpe
seco, sin dificultad, dejaba mi polla unos segundos dentro, sintiendo
la calentura de ese culo que nunca había poseído hasta hoy, la sacaba
de golpe y volvía a empujarla dentro.
No tardé mucho tiempo en correrme y llenarle el culo de leche. La dejé
dentro hasta que salió sola. Me puse de pie, mirando a Marina, sus
perfectas piernas arqueadas y su culo dilatado y con mi semen empezando
a salir de aquel acogedor agujero. Me vestí mientras la miraba. Cuando
terminé me acerqué y le quité las pinzas de los pezones. Después la
mordaza y el tanga de su boca, que estaba empapado. Le metí de nuevo
los dedos en el coño y estaba encharcado como el tanga. ¡Menuda Puta!
La subí a la cama, sin desatarla, y recogí las medias de red que había
usado para atarla al principio y me las guardé, como un recuerdo. Al
salir me encontré con Angie:
-¿Qué tal?
-Muy bien, gracias, la tienes en la cama atada, es una buena zorra.
-Sí, eso me han dicho los que la han probado. Lástima que solo venga algún
sábado.
-Sí, bueno, adiós y gracias.
-Hasta pronto.
Llegué a mi casa con tiempo suficiente para ducharme y preparar un vermut
casero. Me senté en el sofá, viendo la televisión, cuando sobre las dos
escuché el ruido de la puerta abriéndose. Marina entró en casa, con
unos tejanos, unos zapatos planos y un jersey. En esos momentos pensé
que dónde estaban las plataformas, la minifalda y la camisa de puta que
hacía unas pocas horas llevaba puestas.
Obviamente sabía dónde estaban las medias de rejilla, pues las tenía yo.
Se acerco a mí y me dio un beso en la boca, saludándome.
-Hola cariño, ¿Qué tal el sábado?
-Bien, un poco movido, pero ha sido intenso, he ido a dar una vuelta. ¿Qué
tal el tuyo?
-Bien, mucho trabajo, estoy algo cansada.
-Vaya, cómo lo siento, ¿has ido de culo, cariño? (me encantan las ironías,
sobre todo cuando sabía lo mucho que había ido de culo la zorra).
-Sí, ha sido una mañana con mucho trabajo.
-Bueno, no te preocupes, ve a ducharte y después nos sentamos a comer.
Imagino que tendrás mucha hambre ¿no?
-Sí.
Entró en la ducha mientras yo disfrutaba recordando cómo la había
sodomizado. Quise alargar mi placer. Fui a la habitación donde tenía
las medias de rejilla y las saqué. Empecé a olerlas, sintiendo el
perfume que se había puesto esta mañana. Las pasé por mi bragueta y mi
polla se endureció de nuevo. Fui al cuarto de baño y desde fuera miré
por una pequeña ventana que da a la ducha.
Marina estaba secándose la piel con la toalla mientras yo la observaba con
la polla tiesa. Sus tetas se balanceaban cuando ella pasaba la toalla
por encima. Pude ver su culo aunque no el ojete que había dilatado y
follado hacía unas horas. Me masturbé como un poseso. Es increíble lo
mucho que te puede excitar y poner como una moto el ver a la zorra de
tu mujer desnuda, como si nunca la hubieses visto pero sabiendo que la
muy puta había estado con otros hombres, sabiendo que otras pollas
habían entrado en su coño, que ese delicioso culo había sido desvirgado
por otro hombre, que esas enormes tetas eran la delicia de muchos y que
incluso llegaban a pagar por tenerla abierta de piernas.
Me corrí una vez más sin hacer ruido pero completamente satisfecho. Marina
se había puesto una bata y unas sandalias de playa. Fui al comedor
mientras se secaba el pelo y me limpie las manos con una servilleta,
guardando previamente las medias de red.
Durante la comida, no paré de mirarla, imaginándome todo lo que había
vivido hoy con ella, apenas hablamos. Yo estaba salidísimo pero me dijo
que estaba cansada. ¡Cómo no iba a estar cansada! ¡Menuda puta! No me
arrepentía para nada de lo sucedido, al contrario, pensé que me había
quedado corto. De hecho, se me ocurrió una idea que quería poner en
práctica lo antes posible. Esa zorra me las iba a pagar todas.
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