El
verano en que yo tenía 20 años y mi novia 19, el pasado, nada apuntaba a
su comienzo que iba a ser tan fabuloso. Para empezar, en la universidad
nos alargaron el periodo de exámenes hasta días crueles y nos metieron
unos
temarios demasiado extensos, por lo que además de estar jodidos más
tiempo que nadie también nos jodían más profundamente, pues estábamos tan
liados estudiando que ni organizar unas vacaciones en condiciones
pudimos.
Yo
hice mi último examen 4 días antes que mi novia el suyo, y pasé esos días
relajándome, apoyándola moralmente y sobretodo buscando un apartamento
barato en algún lugar de costa. Pero esos son los que primero se acaban.
Finalmente, nos encontramos sin qué hacer, encerrados en una calurosa
ciudad del interior y con poco dinero. Nada parecía indicar que todo
cambiaría. Para bien de unos y mal de otros, desgraciadamente.
Se presentaba la cosa tan aburrida que me busqué un trabajo de reponedor
en una gran superficie. Un martes medio entrado el verano, estaba
reponiendo las lechugas cuando sonó mi nombre en el altavoz. Acabé lo que
estaba haciendo y acudí aprisa a la llamada. Cogí el teléfono, era mi
padre: Tu tío-abuelo ha muerto. Me despedí del trabajo y acudí con
urgencia. No
entraré en detalles.
Este desgraciado hecho, sin embargo, iba a cambiar mi verano y mi vida
sexual. Resulta que el viejo me dejó un coche de lujo, antiguo pero de
lujo,
y diesel, y un cuarto de millón de pesetas. Esto sumado a las cien mil
que
sumábamos entre las carteras de mi novia y mía apuntaba para unas buenas
vacaciones. Y así nos propusimos hacerlo. Y de manera especial.
Compramos
un mapa de Europa y trazamos una línea de viaje en coche para ver las
mejores playas del mediterráneo. A Maria, mi novia, le encanta el mar. A
mi me resulta indiferente y en ocasiones molesto, pero accedí a hacer un
viaje viendo las playas. Era la excusa perfecta para liberarme de tanta
mierda
como había entonces en mi cabeza. La idea final acabó configurada en ir
desde nuestra ciudad hasta Almería y desde esta subir sin dejar de ver el
mar, parándonos cuando nos apeteciera y con destino a Marsella y ya de
esta
volver a casa.
Empleamos una semana en organizarlo todo. Yo le pedí el dinero prestado a
mi padre, pues no me lo habían entregado aún. No así el coche, que lo
obtuve 5 días después de muerto el viejo.
Un
día, volviendo de despedirme del trabajo, paré en mi antiguo barrio. Allí
había crecido hasta entrado en la adolescencia y de allí me mudé a uno de
clase mucho más alta cuando mis padres prosperaron. Aparqué mi coche y me
compré una litrona en una tiendecilla y me senté en un parque. Mirando a
los niños jugar, vi que una figura de yonki carcomido se acercaba a mi.
- "¿Tienes un cigarro, tío?", me preguntó.
- "Si, ten", le dije y le extendí el paquetillo.
Lo miré fijamente un rato mientras se lo encendía y sólo cuando daba media
vuelta me di cuenta de que ese individuo era mi mejor amigo de toda la
vida.
Juntos habíamos empezado a fumar, luego a beber y a meternos mierda.
Cuando me mudé, me limpié por completo y a él lo abandoné. Lo detuve y le
dije quien era. Se alegró profundamente de verme y se sentó conmigo.
Era un tío muy comunicativo. Siempre lo había sido. En absoluto le costó
trabajo abrirse a mi y en menos de media hora me había contado su vida
con
pelos y señales, sin faltar a la verdad por muy escabrosa que esta fuera
y
sin obviar detalles. Había estado muy metido en el infierno de la droga.
Pero ahora estaba limpio. Llevaba 4 meses sin meterse nada, hacía dieta
para
engordar y trataba de alejarse de las juntas que lo habían inducido a
esto
(entre las cuales no me incluía a mi, para mi sorpresa). Este era el
punto más conflictivo: no tenia dinero para salir del barrio y así era
imposible.
Me
dio pena; me sentía responsable de su situación, así que, inocentemente,
pensé que estaría bien que se viniera con nosotros de viaje. Era una
manera
de que se despejara y se alejara de las malas juntas el tiempo suficiente
como para limpiarse por completo. Y así se lo comuniqué. Al principio no
me
creyó, pero lo convencí. Accedió entusiasmado.
Con María fue otro cantar. Ella es una niña muy pija. Todo le gusta de
marca
y lo más importante de todo es la estética. Odia a los inmigrantes y a
los
yonkis con todas su fuerzas; lejos de motivo convencional para esto, ella
los odia porque dice que afean la ciudad. Fui muy directo con ella, le
conté
todo con pelos y señales. Puso el grito en el cielo, pero cuando le conté
cuan importante era para mi, aceptó.
Tres días después, estábamos en marcha. Recogí primero a mi amigo, Jaime,
que traía una maleta medio vacía y una bolsa con bocadillos que su madre,
que luego me contó que estaba entusiasmada con que saliera del barrio,
había preparado para todos.
Luego
fuimos a por Mari. Aparqué en la puerta y llamé al porterillo de su
chalet. Al rato bajaba cargando con una gran maleta de ruedas. Estaba
espectacular. Llevaba una faldita corta que dejaba intuir su precioso
culo de diez, la mejor parte con diferencia de su cuerpo, una camiseta
con las mangas recortadas blanca, un poco vieja que dejaba trasparentarse
levemente la parte de arriba de su bikini y una gorra azul que tapaba su
rostro, solo dejando ver sus carnosos labios con un piercing en la
comisura superior izquierda.
Jaime
y ella se saludaron como desconocidos mientras yo me destrozaba la
espalda subiendo el maletón y nos pusimos en camino.
El viaje hasta Almería transcurrió en más o menos 4 horas. En el asiento
del
copiloto iba Jaime, que estuvo hablando animadamente con María todo el
viaje sobre nuestra niñez. Cualquier trastada que yo hubiera hecho era
motivo de risas a mi costa.
Ya
en Almería, paramos en una playa apartada que no tenía más que 4 ó 5
familias bañándose. Jaime y yo hicimos turnos para cambiaros en el coche
y fuimos a la arena. Allí ya estaba María. Me sorprendió su bikini, no lo
había visto antes. Estaba brillando bajo el sol, sonriente, sentada en su
toalla. Sus pequeños pero redondos pechos apuntaban directos al agua y la
brisa los endureció mientras hablábamos.
Al
rato, ella se levantó y se fue para el agua. Me quedé boquiabierto: su
bikini era de tanga.
Estuvimos bañándonos hasta que el sol cayó. Nos aseamos en las duchas de
la playa y nos acercamos al primer pueblo que encontramos: Vera. Buscamos
la zona de discotecas y aparcamos cerca, al lado del paseo marítimo.
Entramos a la primera que vimos y estuvimos toda la noche bailando.
Mari
iba espectacular: llevaba un pantalón pirata vaquero sin abrochar, atado
con una cuerdecilla y una camiseta top que dejaba ver su ombligo.
Cuando
nos cansamos, nos volvimos al coche. De camino, Mari se paró a hablar con
tres chicos holandeses que iban muy pedos y muy salidos y mientras Jaime
me dijo que él dormiría en la playa para que ella y yo pudiéramos
intimar. Le dije que no era necesario, pero insistió.
Cuando
llegamos al coche fue a tumbarse en la playa. Mari al verlo lo siguió y
se tumbó con él. Yo hice lo mismo.
Nos despertamos al amanecer. La playa estaba desierta y nosotros cansados.
- "Quiero bañarme", dijo Mari.
- "Hazlo".
- "Si, pero será mejor que vayas al coche a por tu bikini. ¿No irás a
bañarte con esa ropa de salir, no?", dije yo extendiéndole las llaves.
- "Uf, qué lejos. Paso. ¡Tengo una idea!", dijo ella.
Se levantó y se desnudó con total naturalidad y alegría y se fue a
bañarse.
Jaime y yo nos quedamos en silencio viendo alejarse ese precioso y
desnudo
culo. Cuando hubo entrado en el agua, Jaime dijo:
- "Yo...".
- "No digas nada, tío. Perdona. No sabía que iba a pasar esto. Supongo que
estarás muy incómodo", le dije.
- "Si, me incomoda esto. Sobretodo por ti".
- "Hablaré con ella".
Esa misma tarde salimos rumbo al norte. El resto del viaje transcurrió con
mediana normalidad. Tuve una fuerte discusión con Mari respecto a lo que
hizo en Vera. Ella me dio a entender que si ella había dado su brazo a
torcer e ido de vacaciones con un yonki, yo tenía que dar a torcer el mío
y
dejarla disfrutar en libertad de su cuerpo y broncearse como le placiera.
No
tuve argumentos para contrarrestar aquello. Estuvimos enfadados sin
hablarnos dos días.
Algunas
noches dormíamos en la playa y otras en hostales. Cuando parábamos en
hostales, Mari y yo cogíamos una habitación aparte y yo entonces la
sodomizaba con furia, hasta hacerle daño, en reprimenda por su actitud,
pero por su sonrisa al final de los coitos me daba la impotente impresión
de que por mucho que empleara fuerza, ella siempre ganaba la batalla.
Un día en una discoteca de Murcia, Jaime me confesó que llevaba años sin
follar. El aspecto cadavérico no ayudaba. Yo me propuse encontrarle ligue
a
toda costa. Era una tarea relativamente fácil. Soy resultón, gusto a las
chicas. Sólo había que acercarse a una pandilla de tías, atraerme a
algunas
y dejarle alguna de calidad media a mi amigo. El problema era la
presencia
de María, que lo estropeaba todo... aunque sin culpa.
No se me ocurrió que el polvo de Jaime iba a ser mi propia novia hasta que
llegamos a Benidorm. Me impactó este lugar. Es como un universo bipolar.
El
predominio de los ancianos de por el día se sustituye al caer la noche
por
un fiesta desenfrenada donde corre mucha joven libertad. Aquí paramos
para
pasar tres días. Cogimos dos habitaciones de hotel e hicimos vida normal
de
playa y paella por el día.
La primera noche fuimos a un complejo de fiesta. Y allí le fui infiel a
María. Fue inevitable, una preciosa sudamericana cuyo nombre ya ni
recuerdo
se acercó a mí un momento en que bailaba solo porque Mari y Jaime
bailaban
juntos muy agarrados. La agarré sin pensármelo. Yo ya llevaba unas copas
de
más y cuando ella me propuso ir al cuarto de baño accedí sin darme cuenta
de
qué hacía realmente.
Nos
encerramos en un retrete y se levantó la falda y empezó a restregar su
culo contra mi polla. Me la saqué del pantalón y la agarré con fuerza del
pelo hasta que la obligué a hincar las rodillas en el suelo lleno de
orín. Me hizo una mamada de escándalo y me corrí en su boca.
Cuando
aún tenía mi semen en la boca, yo seguía follandole la garganta sin
piedad. Pronto se me enderezó de nuevo y se la introduje en la vagina sin
pensarlo. La golpeé con furia. La chica gritaba como una perra y yo rugía
como una bestia. Alrededor del reservado se oían voces masculinas que
comentaban divirtiéndose lo que hacíamos. Se corrió. Yo le tiraba con
fuerza
del pelo y ella gritaba de dolor y placer a la vez.
-
"¿Te correrás en mi culito, papi?", me preguntó, y con sólo oír estas
palabras me corrí inundando su coño.
-
"No, no va a poder ser", le dije aún jadeante. Me subí los pantalones y
salí del baño.
Me confundí entre la gente de la pista de baile y poco a poco me fui
acercando a mi novia y mi amigo, que bailaban con los labios muy
cercanos.
-
"¿Qué pasa?", pregunté.
Me
preguntaron donde me había metido y dije que había estado tonteando con
unas niñas. Mari no le dio importancia y nos fuimos.
Cuando íbamos por la puerta, Mari se paró a hablar con los de seguridad,
que
se la llevaron a una habitación un momento.
- "¿Has ligado?", le pregunté a Jaime.
- "¿Con tu novia pegada a mí como si fuéramos una pareja?. Imposible".
- "Lo siento".
- "No pasa nada, tío. Pero que sepas que me la ha calentado muchísimo",
dijo
Jaime riendo.
Los dos reímos.
Dos
minutos después salió Mari muy contenta. No pregunté qué había pasado.
Pensé que había estado poco rato para que hubiera pasado nada.
Y en cualquier caso, ya no tenía derecho a molestarme por una
infidelidad.
Eso pensé. Y ahí empezó mi plan.
Esa noche dormimos plácidamente en un hostal. Ella se fue a la cama de
primeras. Yo me fui a al ducha. Mientras me aseaba, empecé a darle
vueltas a
la cabeza respecto a lo que había pasado y lo que yo proyectaba hacer.
¿Estaba loco?. No, era un acto de solidaridad que además me daba mucho
morbo.
El
día siguiente lo pasamos con normalidad. A la noche volvimos a la
discoteca.
Después de un par de cubatas, nos pusimos más bailones los tres. Esta
noche, la música era más espesa y machacona. Mari no paraba de rozarse
con los dos. Llevaba una faldita militar corta y una camiseta negra de
tirantes. El pelo recogido en dos coletas y los pómulos brillantes.
De
cuando en cuando, también rozaba su espectacular culo con algún varón que
se acercara por allí, pero sobretodo se lo rozaba a Jaime. Pensé que mi
plan iba a salir perfecto, por la forma de mirarlo, juraría que a María
le
gustaba un poquito mi raquítico amigo.
En mitad de un baile de roce, Mari y mi amigo estaban sujetándose el uno
al
otro frotando sus partes íntimas. Me acerqué a Jaime y le dije al oído el
gran secreto de María:
-
"Si le logras meter un dedo en el chocho y luego se lo llevas a su boca,
lo lamerá y entonces será completamente tuya. Es lo que más le pone con
diferencia".
Ambos
lo oyeron. Se quedaron sorprendidos mirándome, quietos ya sin bailar.
Ella dio un paso para alejarse de él, pero él la sujetó con fuerza contra
si y deslizó su mano entre sus piernas, vi como Mari se debatía en su
interior, pero se dejó hacer. El trabajo estaba cumplido.
Minutos después íbamos los tres como motos hacia el coche. Mari y Jaime se
paraban por el camino a besarse apasionadamente. Él la agarraba de las
piernas y subía sus manos con lascivia hacia el culo, levantándole la
falda
delante de quien hubiera en el lugar, y ella reaccionaba poniéndose más
cachonda. De cuando en cuando le metía el dedo en el coño o en el culo y
se
lo llevaba a la boca y ella lo chupaba hasta el fondo, succionando con
fuerza y dejándolo lleno de babas. Yo estaba empalmadísimo.
Llegamos al coche. Me senté en el asiento del conductor y ellos se fueron
al
trasero.
- "¡Vamos al hotel!", grité.
- "Yo no puedo aguantar tanto", dijo Jaime, levantándole la camiseta a
María,
que se dejaba hacer.
Me volví y la miré. Estaba absorta, con los ojos puestos en mi amigo, que
la
sobaba con agresividad. Su boca estaba entreabierta, húmeda, su rostro
enrojecido. Sus firmes pequeños dulces pezones aparecían de cuando en
cuando entre los dedos de las raquiticas manos de Jaime, que parecía
desvivido por lo que estaba haciendo.
No
me había fijado hasta ese momento, pero las coletas habían volado y tenía
el pelo enmarañado; pero aun así estaba más preciosa que nunca.
Él
deslizó su mano hacia la entrepierna de mi novia y en un pis pas le sacó
el tanga, que tiró por la ventana, lo que la puso aún más cachonda.
Empezó a masturbarla con fuerza. Ella apoyó los brazos en el respaldo del
asiento trasero y en el cabecero del copiloto y empezó a gemir con
desesperación.
Sus
pulmones se hinchaban alzando sus tetas a cada gemido y su coño debía
estar muy húmedo, pues desde mi posición se podía oir un ruido, como una
palmada húmeda, cuando Jaime introducía con velocidad su dedo hasta el
fondo y sus nudillos chocaban con el coño de mi novia. Cuando parecía que
iba a correrse, él sacaba sus dedos y se los restregaba por la cara,
poniéndola a mil, cosa que repitió varias veces.
Mientras hacía esto, se desabrochó el pantalón y se lo bajó, dejando al
descubierto su enhiesta polla. Ella la agarró con una mano y comenzó a
pajearlo sin cerrar su boca. Poco después, la agarró de los sobacos y se
la
montó encima.
De
una estacada se la introdujo hasta el fondo, soltando ambos, sobretodo
él, un largo suspiro. Ella tomó aquí una parte más activa. Comenzó a
cabalgar con fuerza. Movía sus cadera hacia adelante con velocidad,
deslizando su bonito culo sobre las piernas de mi amigo. El contraste
entre las delgadas piernas blancas de él y el redondo y morenito culo de
ella era casi cómico. Él empezó a jadear con fuerza, de manera
entrecortada. Estaba claro que se iba a correr. Lo supimos los tres a la
vez.
María
saltó de su lugar y casi en la misma caída se metió la polla de mi amigo
en la boca y empezó a chupar con valentía. Tanto se la hundía hasta el
fondo de la garganta como se la sacaba y besaba la punta como si fuera un
chupachups, subiendo y bajando con la lengua hasta el tronco y
mordisqueando con furia los testículos. A menudo, cuando separaba su boca
de la polla, un hilo de baba las unía como advirtiéndola de que no debía
alejarse demasiado.
Él soltó un berrido y la agarró de la cabeza, hundiéndole la polla en la
boca. Acto seguido empezó a tener espasmos. Vi como ella miraba
sorprendida
para arriba mientras él seguía corriéndose más y más. Pronto, el semen
desbordó su boca empezó a correrle de las comisuras hasta la barbilla, de
donde le goteó a la camiseta arrugada sobre las tetas. Él se retiró al
poco
para atrás y se dejó caer en el asiento.
- "Me encanta como sabe", suspiró ella, relamiéndose.
Los miré alucinado. Ella me miró a mi sonriendo con satisfacción. Después,
como una culebra se deslizó por el asiento y volvió a meterse la polla de
mi
amigo en la boca y empezó a succionar. Él me miro:
- "¿Por qué has hecho esto?".
- "Tú te merecías a esta puta", le contesté.
Ella siguió chupando intentando endurecérsela a mi amigo. Yo, con el culo
de
ella en primer plano, adelanté mi dedo hasta este y empecé a metérselo
bien
a fondo.
- "Puedes darle por culo, si quieres", dije.
Ella rió sin sacarse la polla de la boca. Jaime y yo también reímos. Poco
después él la tenía de nuevo dura. Ella lo montó y follaron
sosegadamente,
mirándose a los ojos durante largo rato y besándose con furia. Yo metía
ya
tres dedos en el culo de mi novia.
Luego
comenzaron a darle más fuerte, hasta que ella se corrió, lo desmontó y le
ofreció el culo. Él dudó un poco y después se la introdujo por el agujero
de atrás. Empezó a follarla con violencia, dándole manotazos y tirándole
del pelo. Al poco acabó corriéndose en el interior de mi novia. Ella se
separó de él y le lamió durante largo rato la polla.
Cuando se vistieron, conduje lentamente hasta el hotel. Entramos los tres
a
la habitación. Yo fui directo al baño. Me tomé una ducha fría y cuando
salí
ellos dos dormían en la cama. Me acosté yo también.
El resto del viaje continuó en circunstancias similares. Cuando uno se la
follaba, el otro miraba. A veces nos la chupaba a los dos y hasta una vez
nos hizo esto delante de varios mirones, en una playa de Gerona.
Cuando
volvimos a la ciudad, soltamos a Jaime en su casa y nunca más hemos
vuelto a saber de él. No sé si habrá recaído o no en la droga, no me
importa en absoluto. Lo importante de esta historia para mi es la
cantidad de fronteras que nos ha abierto a Mari y a mí en lo sexual. Y
bien que lo aprovechamos.
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