.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "La fiera y la víbora".

 

 - Está bien, te lo cuento, es que no se puede ser más pesada, pues… lo que dice que le pone es… imaginarme con otro.

- Bueno, no sé si es lo más común del mundo, pero tampoco me parece tanta ida de olla -me respondió Marta como si tal cosa.

- Vale, si no digo que no, el problema es que lo de fantasía… como que está dejando de serlo. Que una cosa es fantasear, ya sabes… y otra cosa…

- A ver, a ver, que me estoy perdiendo, ¿qué quiere hacerlo de verdad? ¿qué te lo montes con otro? -exclamó incrédula a la vez que emocionada con la historia.

- Schhh, ¡quieres bajar la voz! -volteé mi cabeza comprobando que no había nadie cerca de nosotras en la terraza de aquella cafetería.

- Bueno, ¿y qué? ¿con quién?

- ¿Pero qué dices? A ti se te va más que a él. Con nadie, es una gilipollez, bueno no es tanta gilipollez porque a mi me tiene hasta las narices, llevamos casi un año con esto.

- ¿Cómo? ¿Qué dices? -me interrumpió- ¡Será la crisis de los cuarenta mujer! ¿Pero está muy pesado o qué?

- ¿Qué si está pesado? Es insoportable, saca el tema todos los días, me cuenta todo lo que se le va ocurriendo, donde sería, con quién…

-¡Jaja! ¡estás de coña! -bebió apresuradamente de su taza de café-. ¡Pero mándalo a la mierda! Dile que pasas, que no eres una mercancía, yo que sé…

-Mira te juro que lo he intentado todo. Ha habido veces que nos hemos pasado días sin hablarnos por discutir sobre el temita este.

-Espera, espera, ¿con quién decías que tenías que hacerlo? Es que hay que joderse.

- ¿Qué más da? Si total yo no pienso hacer nada. -Marta giraba la cabeza de un lado a otro como sin acabárselo de creer.

- Dime que conozco al chico y me caigo de la silla -dijo riéndose e inclinándose hacia mi.

- No -respondí seria-. Si lo tiene más que pensado el muy cabrón. Alucina con esto: dice que tendría que ser con… no sé como se llama… un chico de compañía… o algo así.

- ¿El qué?- me interrumpió muerta de risa-

- Schhh

- Bueno… es que me muero, ¿un puto? ¡Dios míooo, cómo está el patioo!-.

- A ver tía, no te rías, que a mi ni pizca de gracia me hace, que es realmente un problema, que me he planteado mandarlo a tomar viento, por lo menos, yo que sé, una temporada.

Marta se quedó pensativa, mirando a la nada, intercalando el café con su cigarrillo. Yo hacía lo propio esperando su diagnóstico definitivo.

- Pues mira, de todo lo que me has dicho… lo del puto me parece lo más coherente, ¿no? Quiero decir…, es alguien desconocido por lo que no va a haber celos, además es un tío que le pagáis para hacerlo, pasta tenéis, y joder es un profesional digamos, por lo que no tiene por qué haber deseo por su parte.

- Olvídalo

- ¿El qué?

- Que lo olvides, que no pienso hacer nada, es que ni se me pasa por la cabeza vamos.

- Joder, pero si tú misma me estás diciendo que es un callejón sin salida. Además estas cosas son una vez y no más.

- ¿Tú crees? No sé yo…

- Que sí, seguro, ¿sabes por qué? Porque los hombres están chalados, porque tienen pájaros en la cabeza…

- ¿Pero qué dices? Explícate, anda.

- Sí, a ver, lo que quiero decir es que ellos tienen su fantasía, ¿no? Pero claro después seguro que la cosa no sale como él o ellos…. Bueno, han imaginado ¿no?

- Vale ¿y qué?

- Joder, pues eso, que… igual no le gusta el tío… o que él se entrega de más o de menos, o que él ve que tú lo haces como favor, que no te entregas… no sé, pero estoy segura, pero es que segura, que cuando acabéis a él no le va a gustar como ha salido el tema y va a dar carpetazo digamos.

- ¿Y si no es así?

- ¡Si no es así, divorcio! ¡jaja! -rió de forma excéntrica.

- Pero va a ser así -prosiguió-: las fantasías en la cabeza. No sé decirte pero seguro que un no sé… ochenta por ciento de las fantasías una vez cumplidas… habrías preferido haberlas dejado dentro de la cabecita.

- Pero Marta, a ver, esta no es una fantasía normal, no es cómo cuando me pide que follemos estando yo vestida de ejecutiva o de colegiala, que por cierto, echando a bajo tu teoría, me lo pide casi siempre que lo hacemos. Así que descarta eso de que una vez cumplida ya no le gusta porque estoy hasta las narices de disfrazarme para follar.

- Bueno mujer, me refiero a fantasías digamos fuertes. Juan también me pide a veces que salgamos a cenar y que yo no me ponga ropa interior y joder, eso no le va a dejar de gustar, pero una fantasía así de verte con otro es diferente.

De nuevo se hizo un silencio, las dos dándole vueltas al asunto. Yo no veía escapatoria.

- ¿Y cómo no me lo has contado antes cabrona?-

- Yo que sé… es que… a ver, de un mes para aquí la cosa se ha salido de madre.

- ¿Por qué? ¿Por algo especial?

- Mmmm… sí. A ver, hace unas semanas sabes que nos fuimos de puente, ¿no? Bueno pues estábamos en el hotel, en la habitación, a punto de ir a dormir… A ver, te explico, el hotel ese, hacía como una U, tiene forma de U, ¿vale? y claro nos estábamos metiendo en cama y en esto que llegaron los vecinos de la habitación de en frente, yo le dije que dejara de mirar, bueno, mirar poco porque en seguida corrieron la persiana.

- Bueno, ¿y qué?

- Pues que en esto me dice que ese sería un sitio perfecto, que yo estaría con el chico en esa habitación o en la nuestra y que él nos vería desde la de enfrente. Es que mira, casi lo mato cuando me dijo eso, me parece de psicópata lo de esconderse en la habitación de enfrente. De enfermo, me parece de enfermo -Esperaba una carcajada de Marta pero se quedó completamente pensativa.

- Espera espera… a ver si me aclaro… ¿o sea que él no pretende estar en la misma habitación? ¡Joder, pero así casi no va a ver nada!

- Bueno, Jorge obviamente está loco, pero no es tonto, todo el dormitorio es cristalera y la cama está casi pegada a… bueno, al cristal. Si no corremos la persiana se ve todo.

- Pero… cómo, ¿a cuantos metros está?

- ¿Una habitación de la de enfrente? Pues no sé… a ver… ¿cinco? ¿diez metros? Es que no sé calcular.

- Bueno es casi un patio de luces pequeño entonces, ¿no?

- Sí, no sé, el caso es que… ah, por cierto, se oye todo -dije recordando la “sesión” que nos habían dado- el caso es ese, que una vez que ya digamos… centró el lugar donde sería ya es que no habla de otra cosa.

- Ya veo, ya… -Marta seguía pensativa. La dejé unos segundos más así, sabía que se le había ocurrido algo, le estaba dejando su momento de gloria para que se hiciera la interesante hasta que no pudo más.

- ¡Me debes la vida! -sonrió maliciosamente.

- ¿Qué? Bo, a ver, esto no tiene solución.

- Sí que la tiene. Ayy… con lo caro que te iba a salir el divorcio, me debes una ¡eh!

- A ver, dilo ya.

- ¡Finge!

- ¿Qué? - reconozco que lo primero que me vino a la cabeza fue fingir un orgasmo con el chico y me parecía una gilipollez.

- ¡Que finjas! A ver, te explico; -comenzó a hablar rápidamente- el chico llega, hola, qué tal, qué tal, muy bien y tú qué tal, y le dices: “mira chaval, no sé si sabes que esto es una fantasía de mi marido que está en la habitación de enfrente, así que vamos a fingir que follamos pero aquí no va a pasar nada“, le pagas y punto.

- Bueno, sí, el tío puede flipar… ¿y que voy a hacer? ¿cómo lo voy a fingir?

- ¡Joder! Os tiráis en cama y cada yo que sé… diez o quince minutos finges un poco, ¿acaso no sabes hacer de Meg Ryan? ¿se te ocurre algo mejor?

- Pero Marta, ¿no ves que el tío le digo eso y da media vuelta?

- Que no, tía.

- Que sí. -A mi la idea no me convencía en absoluto.

- ¿Pero por qué dices que se va a dar media vuelta? Mira, punto uno, el tío lo que quiere es cobrar, es cierto que preferiría cobrar sin hacer nada con una cincuentona que con una de treinta, pero él lo que quiere es la pasta. Punto dos: ¿tú sabes la de cosas que habrán hecho esos tíos? Fijo que le han pedido hacer de todo. A ver si te crees que la gente se deja la pasta para hacer un misionero y pa´casa. ¿cuánto cobra por cierto?

- Pues no sé bien… no sé si no me dijo trescientos o cuatrocientos la hora.

- Joder tía pues si que le ha dado bien a tu maridito con la fantasía. Bueno, al tema, a ver, no digo que el tío no vaya a flipar, raro se le va a hacer, joder, pero el tío va a cobrar igual, se la va a pelar. La idea es buena, te acabo de salvar el culo, pagas tú los cafés y creo que me voy a meter un chupito -rió absolutamente satisfecha con su solución.

Cierto era que entre la batería de palabras malsonantes de Marta se escondía una idea que podría salir bien. Me quedé pensando en cómo sería decirle al chico el plan, cómo fingir, si se notaría… era todo un lío totalmente surrealista.

- ¿Y cómo lo hacemos para que no se entere Jorge?

- Ay, mira chica… ahí eso ya tú verás, desnudar te vas a tener que desnudar…

- Ni eso -la interrumpí-

- ¿Cómo?

- Nada, nada, ya te contaré…

- A ver… igual os podéis quedar en tangazo los dos, jaja, -se rió seguramente por el absurdo de la escena que se le venía a la mente- ¿Pero Jorge va a estar asomado en plan prismáticos o qué?

- Pues hombre… no creo, por lo que me dijo, a ver, si te digo la verdad, es que cuando saca el tema hago como no le oigo, mejor dicho, no le escucho, pero bueno, creo que él estaría con la persiana bajada pero mirando por entre las tablillas de la persiana.

- Bueno, mira, pues si es así, yo creo que estando a esos diez metros os podéis quedar incluso en ropa interior. Mira, como te salga bien… es que me debes la vida.

- No sé, no sé...

- Por cierto… chico de compañía ¿no? ¿Esos que saben idiomas? Dile que te diga guarradas en francés que es mi sueño.

- Tú no tienes vergüenza. ¡Ah! ¡que por cierto! Aun si me decido por esto… es que no sé como llamarlo, por la escenita de fingimiento, a ver que chico aparece… porque aunque no vayamos a hacer nada… no sé…

- A ver mujer, supongo que será guapo y de estos caballerosos. Si es tan caro no va a ser un chalado o un pintas. Y desde luego si no te gusta… o no te da buen rollo… pues puerta, pero eso ya te lo habrá dicho Jorge ¿no? En plan que si no te gustase pasaríais.

- Pues ni eso.

- Joder, pues qué menos -respondió mi amiga.

- Sí, es como su fantasía y a joderse. Mira estoy por pasar de todo… es que como aparezca un macarrita o el típico gogo de discoteca ni le abro. No sé…

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Surrealista. “Surrealista” era la palabra que describía mejor aquella última semana. Surrealista la fantasía de mi marido y aún más que yo hubiera accedido a la idea de Marta. Surrealista yo allí en aquella habitación de hotel, la misma en la que había estado con Jorge aquella vez. Surrealista pensar que en la habitación de enfrente se ocultaba él tras las tablillas verticales de su persiana.

No sabía si sentarme o levantarme, si poner la tele o seguir en silencio, si ponerme una segunda copa de vino o asaltar directamente las botellitas de ginebra del mini bar.

Once menos cinco de la noche. Cinco minutos para la situación más embarazosa de mi vida. Dos horas: de once de la noche a una de la madrugada y todo habría acabado, eso me consolaba. Todo preparado por él, mi habitación iluminada por una lamparita en la mesilla, la suya a oscuras. Sólo desde su habitación se veía la mía, sólo faltaría…

Me preguntaba cómo había llegado a esa situación, -¿por amor?- Es que realmente no lo hacía por hacerle un favor a él si no por –digamos- solventar un problema, al fin y al cabo nadie dijo que el matrimonio fuera a ser fácil, supuse que a veces… habría que hacer sacrificios. Me agarraba como un clavo ardiendo a que aquella fuera la única y última vez, eso me había prometido Jorge, eso había concluido Marta.

¿Nerviosa? Sí, un poco, pero no por ser especialmente insegura, más bien porque la situación me superaba y podría llegar a superarme aún más. Dicen que uno de los motivos fundamentales del nerviosismo es por encontrarte ante algo fuera de tu control, y yo no estaba nada segura de cómo manejar aquello.

Tensa. Tensa y bastante enfadada. Lo veía realmente humillante, ya no sólo entregarme a un desconocido, aun encima el atuendo elegido, cómo no, por mi marido era de lo más degradante; camisa de seda con estampado de leopardo, falda negra, medias, liguero y zapatos de tacón, debajo tan sólo un tanga negro, ni siquiera sujetador. Una puta, vamos.

Cuando escuché el sonido característico de unos nudillos tocando en la madera de la puerta casi se me cae la copa de vino y creí que se me salía el corazón por la boca.

- Bueno vamos allá… - me dije al tiempo que maldecía que aquella puerta no tuviera mirilla.

Ahora sí, muy nerviosa, abrí la puerta.

- Hola.

- Hola -respondí.

- Emm ¿se puede?

- Ah sí, sí, lo siento… - joder que vergüenza- pensé. Me había quedado allí parada mirándole como una imbécil. Sin duda alguna la situación me superaba.

Estábamos en el pequeño saloncito que hacía de antesala del dormitorio, desde ahí mi marido aun no podía vernos. No hacía falta plantearle mi estrategia en voz baja en esa habitación, eso sí, una vez en el dormitorio sería mejor bajar el tono ya que hablando normal era posible que Jorge nos escuchara.

Él se quedó allí, en medio de la habitación, y yo no sabía ni qué decirle ni donde meterme. Era alto, y muy guapo la verdad, de complexión delgada y un denso flequillo negro de los que se llevan ahora. Vestía traje gris y camisa rosa, sin corbata. Era elegante, estiloso. -Qué menos- como diría mi amiga. ¿Edad? Como yo más o menos, dos años arriba, dos abajo.

- Bueno, qué, ¿soy cómo en la foto? -rompió el hielo de forma brusca- ¿Puedo? -dijo al tiempo que se servía una copa de vino como si estuviera en su casa.

- ¿Qué? ¿Qué foto?

- La foto, la de la página web.

- ¿Qué? No, a ver… es que yo esto… no lo llevo yo, no lo organicé yo digamos, bueno… que es mi marido, fue mi marido quién llamó y eso, que lo organizó él -dije nerviosa intentando llevar el tema hacia poder confesarle mi plan.

- Entiendo…-dijo antes de sentarse en un sillón y extender la mano mostrándome otro sillón para que yo tomara asiento. Apenas dos frases y dos gestos pero no me estaba gustando demasiado su actitud.

- Pero… ¿Soy un regalo de cumpleaños para ti o algo?-preguntó.

- ¿Pero qué dices?

- Lo digo por que si me dices que ni has visto mi foto, que lo organizó él todo…

- Bueno, es que es un regalo para él… me armé de valor y lo solté:

- Verás… él está en la habitación de enfrente, a él le gusta verme con otro, y eso, espero que no te importe pero él nos va a espiar digamos -yo no me podía creer lo que le estaba contando, sentada frente a ese desconocido con las piernas cruzadas, con una pinta de puta increíble y agarrando la copa con las dos manos. Él seguía callado, como esperando que prosiguiese- Y eso… pero la cosa es que… -sonreí forzadamente- es que… no vamos a hacer nada, es decir… vamos a fingir que lo hacemos y eso, nada más.

El chico bebió de su copa como si nada.

- ¿Pero tú sabes que esto ya está pagado, no?

- Sí, sí, ya lo sé.

- ¿Fingir? Bueno, no es por nada pero esto me parece un cachondeo. Es decir, no es la primera vez que llego a un encuentro y la chica se raja, a mi eso me da igual, mejor, por eso cobramos por adelantado. Pero vamos, que si no se va a hacer nada yo me voy.

- ¿Pero qué dices? Olvídate, las cosas no son así. -intenté aparentar seguridad.

- Bueno, yo ahora llamo a la agencia, digo que la clienta al final no quiso hacerlo y punto. Si quieres les llamas tú después contando eso que me has contado a mi a ver que te dicen.

Madre mía, aquello iba de mal en peor -¿y ahora que hago?- pensé. El tío por bueno que estuviera me parecía un gilipollas, es que ni siquiera se había presentado para empezar, educación poca, o nada.

- ¿Sabes que son ochocientos hasta la… una? -preguntó mirando su reloj- A partir de ahí cada hora son doscientos más y toda la noche son mil trecientos.

- Ya, bueno, ¿y que solución me das?

El chico se acabó la copa y dijo:

- Mira ¿sabes qué? este servicio es muy caro, te podría pedir doscientos más y hago la tontería esta que aún no sé como pretendes hacerlo.

- Ah, vale vale… -respondí aliviada.

- No no, déjalo, es igual. Todo esto lo que me parece es poco serio más que nada. Podríais haberme avisado de todo pero, mira, intentaré ser todo lo profesional posible, habéis pagado dos horas pues haré lo que queráis esas dos horas.

- Bueno… no sé si darte los gracias o qué hacer.

- No me las des. Por cierto soy un maleducado increíble, me llamo Marcio -dijo al tiempo que se levantaba y yo hacía lo propio. Siguiendo en mi línea de desaciertos me dispuse a darle dos besos cuando él lo que había hecho era extender su mano para estrechárnosla. Al final hicimos las dos cosas y yo vergonzosa le dije: “Sara”.

- Y… ¿llevas mucho tiempo haciendo esto? -tan pronto lo dije me pareció una indiscreción que no venía a cuento pero no sabía como retrasar el ir al dormitorio.

- Bueno, sí y no… depende a qué te refieras con mucho tiempo. ¿Te sirvo más vino?- De golpe se había convertido en todo un caballero, yo no entendía todavía “de que iba”.

- Sí, gracias… y… ¿cuál es tu… clienta tipo digamos?-

- Pues mira, cincuentonas divorciadas, alguna de cuarenta y muchos si tengo un buen día. Si me vas a preguntar ahora si alguna vez me ha llamado alguien joven y que esté tan buena como tú te diré que no, pero esto es un trabajo.

- ¿Cómo? ¿Qué has querido decir? - De nuevo me sacaba de quicio.

- A ver, eres una morenaza de escándalo, ¿y que tienes? ¿Treinta años? ¿Menos? Es sábado por la noche, deberías estar en la discoteca sacándote moscones de encima, no aquí haciendo esta gilipollez, ¿no?

Yo no daba crédito a lo que me estaba diciendo.

- ¿Vas a juzgar mi vida tú? ¿Con lo que tú haces?

- Bueno, igual es que mi vida ha sido más difícil que la tuya.

- No me vengas ahora con el típico victimismo del niño pobre que no cuela. Si seguro que te estás forrando con esto, no creo que no tengas otras formas de ganarte la vida. - Aquello era una discusión en toda regla.

- No es victimismo, bueno, lo dicho… ¿vamos ya? -dijo levantándose y dejando la copa en la mesa. Estuve a nada de mandarle a la mierda.

- Anda, nos hemos acabado casi la botella, tú algo le habías dado eh. A ver, siento lo que dije pero no sé, me molesta que tengas que hacer esto para cumplir las idas de bola de tu marido.

- ¿Te preocupas por mí ahora?

- ¿Tengo que conocerte de toda la vida para que me moleste esta… injusticia? -dijo con una mirada realmente entrañable.

Era el auténtico Jekill y Mr.Hyde, tan pronto me soltaba una bordería como me decía cosas que a lo mejor no eran nada del otro mundo pero la manera de decirlas era como que me reconfortaban. Las pocas cosas que me había dicho en buen plan, no era como si me las dijese sin más, era cómo que me abrazaba con esas palabras. Me cogió la copa y me tendió la mano para que me levantara y fuera con él.

- ¿Sabes? No eres como me imaginaba -le dije mientras él clavaba los ojos más negros que jamás hubiera visto en los míos.

- Sí, no sé… esperaba alguien más… no sé, serio o formal, te veo como a alguien normal, bueno, normal no, a ver… por lo que haces y bueno, como eres, pues no eres normal.

- Jaja, te estás haciendo un lío - me sonrió.

- A ver, quiero decir… que no sé, eres como muy coloquial o… no sé como decirlo.

- Bueno va dentro de mi trabajo adaptarme a lo que tenga en frente.

- Ya…- respondí sin estar muy segura de que había querido decir.

- ¿Vamos?

- Uff, sí. -respondí armándome de valor y sintiéndome hasta algo a gusto con él.

Hizo un gesto para que yo me adelantase pero sin soltarme la mano. -Llévame tú misma -dijo.

- No sé como pretendes hacer esto Sara, pero es… joder… es algo para contar a los nietos.

- ¿Estás seguro que esto es para contar a los nietos? -le sonreí girando la cabeza hacia él.

- Jaja, no, tienes razón, tienes razón- me sonrió.

El dormitorio, al igual que el resto de la estancia, era de diseño minimalista, todo blanco o de madera oscura. A la izquierda había un armario empotrado, a su lado la mesilla y la cama, a la derecha un gran escritorio que se alargaba a lo largo de toda la pared, y de frente el gran ventanal. Cuando llegué a la mitad de la habitación, a los pies de la cama no quise mirar hacia el dormitorio de mi marido y me di la vuelta, Marcio sí miró al frente, por encima de mi cabeza.

- Bueno pues… esto desnúdate -dije sin creerme que le estuviera mandando hacer nada.

- ¿No te da lástima? Ya no sé si más por ti o por él, el tío ahí escondido haciéndose una paja...

Yo me quedé muda, nunca sabía por dónde me podía salir.

- Mira, esto… -prosiguió- ya te dije que pasaba de esta gilipollez, pero si quieres hacerlo bien… supongo que tu maridito querrá un polvo normal, creo que nos deberíamos desnudar el uno al otro, no sé, hacer lo normal dentro de esta… anormalidad.

No le tuve que decir que bajara el tono porque él mismo me hablaba entre susurros, y mal que me pareciese tenía razón en lo que decía. Desgraciadamente en todo, no sólo en lo de desnudarnos.

Nos quedamos frente a frente y de una manera muy forzada posé mis manos sobre su pecho, colándolas bajo su americana, sobre su camisa rosa. Él dejó de mirar al ventanal para mirarme a mí.

- Tienes unos rasgos… como muy exóticos, pareces como de estas actrices indias, estas de… Bollywood se llama, ¿no? No sé, así… morena de piel y de ojos tan claros.

- Oye no tienes que conquistarme, eh -de golpe me parecía una persona encantadora.

Mis manos arriba, en su pecho, las suyas abajo, en mi cintura, un contacto tímido, mínimo, casi sin tocarnos. Él acercó su cara a la mía, yo me hice a un lado disimuladamente -¿qué pretendes?- pensé. Incliné mi cara levemente y él me dio un pequeño beso en el cuello pero que resonó por toda la habitación. Me quedé helada, inmóvil, no me había planteado que él intentara besarme. Pero la cosa fue a más cuando me vi sorprendida por un pequeño pico en los labios. Ante eso sí me eché algo hacia atrás, lo justo, tenía permanentemente en la cabeza que mi marido estaba mirando y sabía que no podía montar una escena.

- ¿Qué…? ¿Qué coño haces? -susurré.

- ¿Qué? vamos… ¿no quieres besarme para no sentirte infiel cuando tu marido quiere que te pongas a follar ahora mismo?

- ¿Pero qué dices? Igual si no quiero besarte es porque no me da la gana, ¿eso no lo habías pensado?

- Bueno, tú verás… pero…

- Está bien, está bien… se me acaba de ir un poco…

- ¿Sí?

- Sí -respondí cosa que él interpretó en seguida y volvió a juntar sus labios con los míos.

No quería pasar de ahí bajo ningún concepto, al menos en cuanto a besos. Tras dos o tres pequeños besos más y sin que yo apenas me diera cuenta me desabrochó un botón de la camisa.

- Espera, espera…

- Bueno… ¿Qué coño pasa? -dijo sin separar sus manos de mi cintura.

- A ver… ¿cómo te lo explico…? Es que… no puedes desnudarme, no del todo, quiero decir… bueno, la falda sí y a lo mejor abrir mi camisa pero… sin quitarla, es que a mi marido le pone hacerlo, bueno, en este caso verme así… dice que le pone más, no sé. -La verdad es que era todo un lío y yo ya no sabía ni como decirle las cosas para que no se largase dando un portazo.

- ¿Ah, sí? -preguntó serio-. ¿Y esta ropa de puta la eligió él también o la compraste tú solita?

- Bueno… supongo que eso a ti no te importa- Intenté no ser demasiado borde pero ganas me dieron de darle un bofetón. Intenté tragar, aguantar su insulto y seguir como si nada, posé mis manos en los cuellos de su chaqueta y se la quité dejándola caer por su espalda.

Después de hacerlo le miré, la verdad es que tenía una cara preciosa, algo aniñada pero a la vez morbosa, con una pequeña barba como de dos días y unos ojos más bien pequeños pero muy expresivos. Él pasó un dedo por mi cuello, después por mi barbilla y me besó sutilmente de nuevo. No perdió la oportunidad de ir subiendo la mano derecha sobre mi camisa hasta posar su mano sobre mi pecho. Me besó en la mejilla y me susurró al oído:

- Y esto de no llevar sujetador… ¿también es idea de tu marido?- Al hacerlo me mordió sutilmente el lóbulo de mi oreja, la verdad es que su movimiento había sido increíble. Permanecí callada, deseando que él hiciera lo propio, que se dejara de juegos, que fingiésemos follar y se acabase todo.

- No me creo que eso fuera idea suya, ¿no? –insistió, mientras hacía círculos con su pulgar sobre la seda, despertando la parte ya punzante de mi pecho.

- Eso tampoco te importa… -le susurré intentando mantener la calma. En ese momento él volvió a poner su cara frente a mí:

- Yo creo que eso sí que fue idea tuya… tienes pinta de que te gusta calentar…

- Bueno, tú eres un buen gilipollas. -le dije apartándome de él.

- Joder, que es coña.

- Pues ¿por qué no te dejas de coñas?

- A ver, Sara, vale que yo soy algo gilipollas, pero reconóceme que de los tres que estamos en este fregado soy el que está menos pa’ allá.

No se por qué pero parecía tener un don innato para producir en mí continuos cambios de humor y de parecer sobre él, su comentario me había hecho hasta gracia.

- Bueno, puede ser…, pero… creo que está claro que yo estoy de segunda, ¿no? -le sonreí.

- A ver, ven, ven aquí, -me dijo, atrayéndome hacia él. Posó una mano en mi cintura y la otra en mi mejilla, se acercó más y más. Su colonia me envolvía completamente, su boca en mi cuello, mis manos ahora en su cintura. Cada beso suyo era un escalofrío, su boca fue de mi cuello a mis labios, un pequeño beso, otro, otro, el siguiente apoderándose de mi labio inferior, los ojos cerrados, cada vez sentía más sus labios, eran suaves, tiernos y húmedos en su medida perfecta, mi mano fue a su nuca, para acercarle más, su otra mano me soltó otro botón, el segundo, si él quisiera ya podría colar su mano por mi escote, y comprobar, comprobarme, descubrir en mis pezones su maestría con esos besos. Con su otra mano bajó la cremallera de mi falda, ésta cayó al suelo pero él no aprovechó para tocar aquello que quedaba ahora al descubierto. Nuestras bocas se abrieron y ya no hubo más resistencia, notar el tacto de su lengua con la mía hizo que se detuviera el tiempo por un instante. Dos, tres, cuatro segundos, besaba increíble, firme a la vez que sensible, morboso y cariñoso casi a partes iguales, seis, siete segundos… Volví a la realidad y me aparté sutilmente. Se hizo un silencio que yo misma me vi obligada a romper.

- Bueno… ¿cómo hacemos ahora? -pensé en hacerme la loca pero decidí cortar por lo sano- Esto… bueno que sepas que esto no cambia nada.

- ¿El qué no cambia nada?

- Pues que nos besemos, la verdad es que no me había planteado nada sobre los besos, pero a ver si te vas a creer que…

- ¿Qué yo qué? Mira, niña rica, yo si me follo a alguien va a ser porque la chica se muera por mí ¿entiendes? No por cumplirle no sé qué mierda de fantasía a su marido. ¿Te crees que quiero follar contigo?

De nuevo se había convertido en el más absoluto imbécil.

- Me importa un carajo lo que quieras, sólo te digo lo que hay.

- Pues lo que hay es que me has alegrado el día con lo de no tener que follarte aunque me joda el paripé con el imbécil ese –dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia la ventana.

Me daban ganas de matar al chico, sólo esperaba que mi marido no hubiera oído ese altercado y que la cosa acabara cuanto antes. Le di la espalda y me acerqué al mini bar. Me sentía completamente desnuda ante ese gilipollas al estar ya sin la falda, pero qué remedio me quedaba… Cogí una botellita pequeña de ginebra, me di la vuelta, apoyé mi culo contra la enorme mesa y le pegué un pequeño trago a sabiendas que me iba a saber a rayos. Marcio había ido hacia la mesilla, se había sacado el reloj y lo había posado con sumo cuidado sobre la madera. Allí estábamos, a tres metros el uno del otro, pero más alejados que nunca.

- Está algo abierta la ventana. ¿es que la ha dejado así para oírnos?

- ¿Por qué haces tantas preguntas? - contraataqué.

- Bueno… creo que la ocasión lo merece, ¿no? -me hablaba mientras hurgaba en su cartera y su móvil y lo colocaba todo en la mesilla, junto a la única luz que nos iluminaba. Miré mi reloj, el tiempo pasaba, eso me animó.

- Oye… ¿quieres una botella de éstas?

-No... no. -me sonrió- ¿pero tú que te quieres… emborrachar?

- La ocasión lo merece, ¿no? -le sonreí.

- Jaja, no lo dudo.

- Oye, mira…, no sé si te tengo que pedir permiso para desnudarme yo… o qué… -me preguntó irónico y de nuevo con una expresión amable.

- No, no… bueno no sé si no del todo sí puede ser… no sé.

Yo apoyada contra la mesa, con la camisa tapando afortunadamente mi tanga pero desafortunadamente no mi liguero, con los brazos cruzados dando pequeños tragos a aquella bebida asquerosa viendo, contemplando como el chico, el chico más atractivo que había visto en años, se desabrochaba de manera exasperantemente lenta su delicada camisa rosa. De golpe parecía ausente, no se desnudaba de manera orgullosa como lo haría cualquiera con ese cuerpo, cuando se abrió la camisa… cuando vi ese pecho imberbe y esos abdominales perfectos… me quedé absorta. Su imagen a contraluz era auténticamente de póster que cualquier quinceañera querría tener en su habitación. Estaba increíblemente sexy, era la vista más morbosa que yo recordase haber visto en la realidad o en mi imaginación. Se dispuso a quitarse la camisa, a punto estuve de pedirle que no lo hiciera, por la inmensa sensualidad que desprendía al tenerla abierta pero sin quitársela, sin embargo pensé que ya bastaba de cosas raras, además, no quería perder mi segundo puesto en cordura.

Se acercó a mí con sus pantalones grises de pinzas aun puestos pero con un torso del que yo ya no podía quitar los ojos de encima.

- Son casi las doce -dijo ya a escasos centímetros de mí.

- Ya… -respondí mirando instintivamente hacia el ventanal. Él, sin embargo, ahora parecía completamente ajeno a lo de mi marido, deduje que no querría ni pensar en ello.

Me sujetó la cara cuidadosamente, la giró hacia él, de nuevo frente a frente, como diciéndome que lo interesante lo tenía delante. Y me besó. Me besó de nuevo haciéndome sentir como la primera vez, invadiendo mi boca lo justo, mordiéndome lo apropiado, acariciándome la cara con una mano, con la otra desabrochando uno a uno los dos o tres botones que le faltaban a mi camisa. Tenía una destreza casi mágica en todo lo que hacia en el cuerpo a cuerpo. Esta vez ya no me aparté, es más, le habría besado durante horas como en aquellos lejanos recreos de instituto, le habría palpado ese torso impecable por tiempo indefinido.

Su boca pasó de la mía a mi oreja, desde ahí bajó a mi cuello, cuando me mordió ahí ya no pude más y pose mis manos en su trasero, sobre su refinadísimo pantalón de traje, su tacto era como si de un sueño se tratase, estiraba mis manos y las encogía para poseer el delicioso culo de aquel chico, cerrábamos los ojos mientras me besaba, mientras me mordía, mientras atraía su cuerpo hacia a mí y notaba lo poderoso que podía ser.

Él me empujó, apretó su pelvis contra la mía, y lo noté, lo noté demasiado, y no sé por qué, pero como acto reflejo escapé un poco y me subí lentamente a la mesa. No sé cómo interpretó él aquella huída pero en el momento en que me senté sobre aquella madera oscura su boca abandonó mis labios. Se quedó frente a mí, desnudándome con la mirada pero sin hacerlo físicamente, mi camisa de leopardo desabrochada pero sólo mostrando mi canalillo. Mis pechos ocultos aun tras la seda, hinchados, orgullosos, deseosos. Mis pezones le señalaban acusándole pero permanecían escondidos. Él reparó en lo mismo que yo:

- Ya ves que estoy quietecito, eh, no quiero destapar a la fiera…

Yo le sonreí nerviosa, excitada. De nuevo giré mi cabeza hacia el ventanal por un instante; la más absoluta oscuridad. Nuestra habitación, a pesar de estar iluminada por una luz tenue, desde fuera se tenía que ver como un gran resplandor.

Mantenía la mirada en el vacío cuando escuché el inconfundible sonido de un cinturón y la consiguiente cremallera, a los pocos segundos volví la mirada hacia Marcio y ya sólo le cubría un boxer de lycra de color granate. Recordé a Marta diciendo que igual no era necesario que él se quitase la ropa interior pero veía difícil que desde la perspectiva de mi marido no se diera cuenta, más bien lo veía imposible.

El chico se agachó y comenzó a besarme los muslos, yo pegué un respingo, no me lo esperaba. Quería negarme pero algo teníamos que hacer. Me tranquilicé pensando que me dejaría tocar, besar, pero sólo aquello que no fuera estrictamente íntimo. Tenía el culo en la punta, en el borde de la mesa, y pronto Marcio acercó una silla para sentarse y besarme a su gusto. A los pocos segundos ya se las había arreglado para colocar mis piernas sobre sus hombros, me acariciaba el exterior de los muslos, besaba el interior de los mismos y jugueteaba con las tiras de mi liguero. A mí me daba tanta vergüenza mirar hacia la ventana como mirarle a él. A punto estuve de decirle que nos tirásemos en la cama, ya que al fin y al cabo, no tenía pensado permitir bajo ningún concepto que me besara donde él parecía pretender besarme. Sin embargo él se adelantó:

- ¿Sabes lo que pienso de todo esto? -preguntó sin dejar de besar la parte interna de mis piernas, aun sobre mis medias.

- Creo que tú, si con lo buena que estás aguantas esto, cumples estos caprichos de enfermo mental, es que eres una mantenida de puta madre -yo de nuevo tragué saliva y no le entré al trapo- ¿Tú has hecho algo en tu vida? ¿Has trabajado o algo? -me provocó.

- ¿A ti qué cojones te importa? -intenté no gritar pero le odié más que nunca. -¿Y tú? ¿Vales para algo más que para follar y para comer coños? ¿Eh?

El muy imbécil me sonrió maliciosamente desde abajo:

- ¿Coños cómo este? -dijo al tiempo que a toda velocidad sacaba su lengua y recorría de abajo arriba mi raja tapada por mi tanga.

- Ahh… -intenté contener aquel gemido que deseé que no hubiera escuchado-. Espero que te ponga comer tangas, idiota, porque va a ser lo único que vas a comer esta noche. -dije orgullosa a pesar de mi posición.

- ¿Sí? –preguntó, justo antes de volver a lamerme una sola vez aunque suficiente como para casi partirme en dos. Yo mordí mi labio para no recompensarle con ningún sonido.

- ¿Sólo voy a comer esto? -dijo mientras mordía mi tanga y lo atraía hacia él separándolo de mi cuerpo.

Mis muslos sobre sus hombros, él alternando besos en el interior de los mismos con lametazos sobre la tela. Yo no estaba dispuesta a permitirle que apartara el tanga, aunque él tampoco lo hacía, seguía lamiéndome sobre la ropa pero a mi me daba la impresión de notarlo absolutamente todo. Seguía y seguía lamiendo y a mi me estaba empezando a dar igual que me llamase lo que quisiese mientras no parase.

- Cómo te huele cabrona… tienes que estar que te fundes…

- No me estoy enterando de nada, guapito de cara -mentí como pude ya no sé si para no darle el gusto o para provocarle.

Cuando no me lamía ahí me besaba en unos muslos que ya ardían, yo intentaba que no se notase mi excitación. El problema era que cuando me lamía aquellos labios que se hinchaban un impulso me obligaba a apretar su cabeza entre mis piernas, y cómo eso no podía hacerlo para que no me descubriera, mis muslos temblaban libres, lo cual aun me desenmascaraba más. Dudé en hacer descender mi mano para posarla en su cabeza y apretarle contra mí -no lo hagas- pensé, no le des esa alegría a ese imbécil-.

Él continuó y al minuto yo me encontraba ya algo recostada, con un codo sobre la mesa. Al recostarme a un lado mi camisa se abrió emergiendo un pecho enorme, voluptuoso, hinchado por culpa de su destreza, pecho que tapé con mi ropa avergonzada antes de que lo viera.

Reprimía mis gemidos, pensaba que el silencio era mi victoria. Cuando mi tanga empezaba a empaparse por fuera, debido a su saliva, y por dentro, debido a lo que él producía en mí, me vi ya dispuesta a apartar aquella delicada tela negra; para darle vía libre, para abandonarme, para traicionarme, empezaba a no poder más, pero tan pronto acerqué la mano él se apartó, arrastró su silla hacia atrás sin levantarse, su polla casi le asomaba por encima de su boxer.

Me clavó la mirada y sin apartarla se deshizo de su ropa haciéndola caer a mi lado. Quedó ante mi una imagen que no olvidaré en la vida, lo que tenía aquel chico entre las piernas no era para nada normal. No estaba completamente dura y ya se veía más grande que ninguna otra que hubiera visto jamás. No tardó en empezar a acariciarse sin dejar de mirarme.

- Esto se puede hacer, ¿no? Total aquí nadie se está follando a nadie.

Al dejar de sujetarme tuve que posar mis dos codos en la mesa y no me quedó más remedio que apoyar mis zapatos en cada uno de los apoyabrazos de su silla. Me quedé así, inmóvil, petrificada… a los pocos segundos para cubrir aquello se necesitarían fácilmente más de dos manos.

- ¿Por qué pones esa cara de susto Sarita? En la web ponía “muy bien dotado”, ¡ah claro!, que tú ni pinchas ni cortas. Pues ya ves la polla que quiere tu maridito para ti, eh.

A mi me seguían dando igual las estupideces que fuera soltando con esa lengua de víbora que tenía. Él se seguía masturbando lentamente frente a mí y yo decidí erguir mi cuerpo de nuevo, quedarme sentada en la punta de aquella mesa a escaso medio metro de él. El muy cerdo retiró uno de mis pies de su silla para clavar la planta y el tacón de mi zapato en su pecho, yo no me resistí sin importarme ya que pensaría de mí al permitirle ponerme en esa postura tan guarra.

Quería tocarme, necesitaba tocarme al ver aquello pero me daba vergüenza, cerré los ojos y abrí mi camisa lentamente, comencé a acariciarme los pechos aun a sabiendas que el chico aprovecharía para recriminármelo.

- ¡Joder, Sarita, que buena estás! no me canso de repetírtelo, para estar más o menos delgada tienes “un buen par“, están para comérselas. Yo no sé en qué coño piensa tu marido, ¿las cubre con una mano? No, ¿no?

Mis pezones estaban más duros que nunca, tenía los pechos hinchados como no recordaba… Sobre lo que decía de mi cuerpo ya no sabía si me sentía insultada o halagada, si me producía vergüenza u orgullo.

Cuando abrí los ojos y vi como apenas podía cerrar la mano para agarrársela no pude más y enterré una mano bajo el tanga. Él sentado en la silla, yo sentada en la mesa, clavándole el tacón en aquel fino pero robusto pecho, los dos mirándonos, masturbándonos, excitados… Tenía mis labios encharcados, resonaban aun mas fuerte que su piel adelante y atrás cubriendo ese precioso glande. Su boxer al lado de mi mano que quedaba libre… la tentación de cogerlo… de olerlo… Lo agarré… dudé…

- La verdad es que tu marido no sé para que se empeña tanto en vestirte de puta… viendo lo que estoy viendo tendrías pinta de puta hasta con unas bragas de monja.

Él sonreía, sabía que yo estaba fuera de mí y disfrutaba orgulloso de haberme encendido. Yo me contuve y dejé caer el boxer al suelo.

- Qué estilazo tocándote, Sarita… -de nuevo me provocaba.

Por absurdo que parezca me sentí orgullosa e hice algo que no había hecho prácticamente nunca, abandoné mi clítoris para enterrar no un dedo, si no dos, el anular y el corazón, en lo más profundo de mí. No pude evitar soltar el gemido más puro que recordaba.

Cuando entreabrí los ojos el chico se había deshecho de mis piernas, se había levantado, y bruscamente me agarraba por la camisa atrayéndome hacia él. De una manera muy agresiva, casi violenta, se dejó caer sentado de nuevo en la silla y yo a horcajadas sobre él. Su polla totalmente dura sobre su abdomen, mi pelvis en contacto con el nacimiento de su pene aplastando ligeramente sus huevos que caían enormes sobre la silla.

- Es esto lo que querías ¿no? Schhh, vamos a fingir que follamos… -dijo susurrando en tono burlesco- ¡Venga! ¡Muévete! ¿A qué esperas? ¡Deben ser las doce y media ya!

No le aguantaba más pero de nuevo me alegré -media hora más, media hora más y se acababa todo- era poco tiempo, no dudaba de mi capacidad para resistirme a su juego, no sabría el tiempo que podría hacerlo pero sabía que no haría nada en media hora. Obedecí sin retrasarlo más, posé mis manos en mis propias caderas y comencé a moverme hacia delante y atrás.

- Espera espera, ¿qué haces? ¿Crees que tu marido es gilipollas? Bueno, seguramente lo sea pero en fin. Esto… tenemos que hacer como que te la metes, ¿no crees?

Dios mío, yo sólo quería que se acabara aquello de una vez, creo que no había odiado tanto a nadie en la vida, el tonito de voz que estaba usando me estaba desquiciando pero lo peor de todo era que tenía razón. Miré a la derecha de nuevo, resoplé y me levanté levemente, esperaba que él se la cogiese e hiciese como que apuntaba hacia mí y que yo haría como que me sentaba lentamente sobre ella pero no tuve tanta suerte.

- No, no, no, métetela tú, bueno… o haz que te la metes… como tú veas… yo… a mandar que pa’ eso me pagas.

Le cogí la base del pene con la mano derecha y no daba crédito a no poder ni cerrar la mano, aparté mi tanga hacia un lado y mirándole a los ojos hice como que lentamente me iba sentando y me la iba metiendo aunque realmente lo que hacía era pasarme su enorme polla de abajo arriba por entre mis hinchados labios. Toda la semana había pensado que en ese momento me tocaría gritar, fingir, pero no fue así, el tacto, el inmenso calor que desprendía su miembro, como separaba mi coño, como me dividía, produjo en mí un placer y un gemido increíblemente auténtico. Cuando me senté completamente sobré él cubrí su polla con mi tanga, lo apreté contra mí, lo apreté contra mi coño. Su polla se colaba por debajo de mi tanga y asomaba por encima de la cintura del liguero, tuve que echar mi cuerpo hacia adelante, hacia él, para que mi marido no pudiera descubrirme.

Marcio no tardó en intentar colar una mano por mi camisa para tocarme el pecho, mano que aparté inmediatamente, contradiciendo el deseo de mi cuerpo, para posteriormente tapar con mi camisa lo que mi vaivén me permitía.

- ¿Y dónde coño quieres que ponga las manos?

Yo ni me digné a responderle y con mis manos en mis caderas comencé de nuevo a moverme adelante y atrás, adelante y atrás. Tenía miedo de que su miembro se saliese de mi tanga, si había llegado hasta ahí no iba a dejar que la jugada me saliera mal y que mi marido se enterase de todo, así que casi continuamente tenia que sujetar su polla con una mano para pegarla hacía mí. Mi marido seguramente pensaría que mi mano bajaba para acariciarme a mí misma.

Me seguía moviendo, con los ojos cerrados, no quería ni mirar al chico, adelante y atrás… La sentía enorme, dura, mi coño ardía, su polla lagrimeaba, sentía que me podía correr así, sin metérmela, apretándola contra mi clítoris, contra todo aquello que se mojaba por culpa de aquella maravilla que me volvía loca sujetar. Y todo ese placer pero sin dejarme follar por aquel imbécil, sin cumplir la fantasía del otro imbécil, me veía ganadora… a punto de correrme…

- Joder que mal te mueves…, estás dando pena -yo entreabrí los ojos, le miré, de nuevo quería matarlo pero seguí a lo mío-. Bueno no te preocupes…, le pasa a muchas pijas como tú, que como siempre han tenido todo hecho, ni a follar aprenden.

Me estaba cabreando hasta un límite hasta donde no había llegado nadie. Me sacaba de quicio, la más absoluta rabia recorría todas las venas de mi cuerpo a cada frase.

- En serio... joder, mira que follas mal, no me extraña que tu marido tenga que vestirte de puta para conseguir correrse.

Me harté, no pude más, me paré en seco y le di un bofetón en la cara con todas mis fuerzas. El “clap” sonó como un estruendo no sólo por la habitación si no por todo el hotel. El chico se recompuso, me miró, sonrió y me dijo:

- Otra vez.

Dudé un par de segundos y le di otro bofetón, si cabe más fuerte.

Volvió a poner la cabeza en su posición inicial:

- Eso es, suéltate, ¿no ves que la puteada aquí eres tú y nadie más?

En ese momento le odié, le aborrecí, le detesté e intenté seguir abofeteándole pero él ya no se dejó más… me agarró fuertemente las muñecas, tiró de mí hacia sí y me intentó besar con violencia, yo me resistí, él me apretó más fuerte, yo giré la cara, él siguió buscando mi boca, hasta que me venció. Nada que ver con lo anterior, me devoraba la boca, yo pasé de la máxima resistencia a la máxima entrega tan pronto sentí su lengua, le odiaba pero me lo quería comer, no podía más, gemía al besarle, estaba entregada, adoraba su cuerpo, apoyaba mis manos en su abdomen, en su pecho, ya no me importaba reconocer que me moría por tocar ese torso perfecto, dejaba que mordiera mi cuello, mi boca. Estuvimos así un rato, entregándonos con una pasión irracional, besándonos, arañándonos. Después repté ligeramente hacia arriba, sobre él, dejando que su polla cayera enteramente sobre su abdomen. Así su boca quedaba a la altura de los pechos más hambrientos por ser devorados que se hubiera encontrado jamás. Eché a un lado mi camisa de puta y le dije:

- Cómemelas… ¿No querías comerte mis tetas? -Fue una súplica desesperada.

Él no dudó un segundo y comenzó a mordérmelas a besarme, a estrujarme, yo me cogía un pecho y se lo metía en la boca, gritaba, me arrancaba los pezones del cuerpo, parecía exagerado que pudiera gritar tanto por aquello pero es que la mezcla de placer y dolor me estaba volviendo loca.

- ¿Te gustan? ¡Eh cabrón! ¿Es lo que querías? ¿Comérmelas?

- Joder, estás hecha una puta, eh, lo supe desde que te ví -me susurraba entre mordisco y mordisco. Alargué mi mano para cogerle la base de su polla…

- ¿Me vas a meter esto? ¿Me vas a meter esto? ¿Es lo que querías, no?

- Métetela, métetela, niña rica…- se mofó de mí.

Ahora sí, sin más fingimientos, sin más absurdos, repetí lo mismo que antes pero ahora de verdad, aparté a un lado mi tanga, separé los labios más hinchados que hubiera tenido nunca y comencé a caerme lentamente sobre su polla.

- ¡Ahhh!

- ¡Ahhhhhhh! -gemí.

Cada centímetro provocaba el placer más absoluto, cada centímetro era un grito, un alarido, puro. Nunca había tenido tantas ganas de follar, de que me follaran como en aquel momento.

- ¡Ahhh, dios… joder! -dije cuando vi que aun quedaba algo más de su miembro al descubierto. El chico puso sus manos en mis caderas y bajó mi cuerpo al tiempo que levantó un poco el suyo y yo con un chillido desinhibido creí tocar el cielo.

- ¡¡Ahhhh!! -grité como una loca, totalmente impresionada- ¡Dios mío… que polla tienes cabrón…!

- Sé que te la querías meter desde que me desnudé, zorrita- dijo mientras posaba sus manos en mi culo y me penetraba muy lentamente.

Estuve a punto de reconocerlo, de decirle que seguramente había querido follar con él desde que había posado mis manos en su pecho aun estando completamente vestidos. Él me seguía penetrando lentamente, aquello era el más absoluto paraíso, cada milímetro era un resoplido incontenible, las paredes de mi interior se abrían para él, le acogían agradeciéndole cada segundo del inmenso placer que me estaba dando.

- Cómo no iba a besarte… con estos labios de zorrita que tienes…-dijo, mientras pasaba sus dedos por mis labios. No tardé en empezar a chuparle esos dedos sintiéndome como una auténtica puta, como lo que me había disfrazado mi marido. Con los ojos cerrados chupando sus dedos, con el ritmo perfecto, él con su otra mano me acariciaba con una maestría absoluta mis hinchados pechos…

- ¿Te vas a correr? -me preguntó

- ¿Quieres que me corra para ti? -le susurré con todo el morbo que salía de mí.

- ¿Pero ya? ¿Tan pronto? -se mofó.

- Ufff…. No sé… sigue… sigue con este ritmo y me corro ya…

Él obedecía implacable, perfecto. Me había cogido el punto a la primera, al minuto creí no poder más:

- ¡Jodeer… ! ¡Ahhhh…. Ahhh…. ! ¡Joder! ¡No puedo más! -gritaba echando mi cabeza hacia atrás, montándole como una auténtica profesional, con mis pechos subiendo y bajando, rozando su boca, mirando al techo con los ojos entreabiertos.

Estaba a punto, a punto, cuando un molesto sonido nos despertó de nuestro clímax.

- Lo siento, es mi móvil, sácate, sácate.

- ¿Qué? ¿Quién coño te llama? ¿Por qué le coges? -Dije sin poder evitar que me abandonase y se fuera a la mesilla.

- Nada, es la alarma, es la una. Bueno… todo un placer, un gusto conocerte. -dijo altivo.

- ¿Qué coño dices?

- ¿Qué quieres, Sara? Bueno ya sabes lo que tienes que hacer, ¿no?

- Espera –dije, mientras rápidamente iba en busca de mi bolso.

Cuando volví al dormitorio el chico estaba colocando un poco su ropa que se hallaba en el suelo, yo dejando el dinero en la mesilla aproveché para curiosear en su cartera sin que se diera cuenta.

- ¿Te vas a subir otra vez aquí, Sarita?-preguntó mientras se tiraba en cama y yo descubría en su carnet que en realidad se llamaba Rafael.

- No, vamos a cambiar un poco…-dije pensativa tras lo que acababa de ver en su billetera. Me senté de nuevo sobre él pero ahora en la cama.

- Joder, las tienes perfectas… -dijo, justo antes de empezar a lamer mi escote y recoger una de mis tetas con su mano.

Cuando no quedaba ninguna parte de mis pechos por ser devorado nos besamos violentamente, como dos amantes que no se hubieran visto en meses. Rodamos sobre la cama, su cuerpo, todo su cuerpo era como de piedra pero a la vez con una suavidad en su piel como no recordaba haber palpado.

- Métemela ya… ¿a qué esperas…? -le dije, mientras sentía todo su cuerpo sobre el mío y le besaba sin parar.

- ¿Quieres que te folle ya?

- Sí, joder… fóllame ya… -Le supliqué entre besos, entre mordiscos, entre arañazos…

- Bueno, ya que eres una leona… o una hembra de leopardo o lo que seas… lo mejor será que te pongas a cuatro patas ¿no?

- ¿Eso te pone, cabrón? ¿Eso te pone? -le dije mientras me colocaba como una gata en celo mirando hacia la ventana.

- Me pones tú, tú eres quien me pone… ya te lo dije antes -me susurró mientras se colocaba detrás.

- Joder, métemela ya… -le rogué, mirando hacia atrás.

- Así… no te gires… quiero verte la cara mientras la sientes… quiero ver tu cara de perrita…

El chico apuntó con su enorme polla a mi entrepierna, yo estaba de nuevo a punto de subir al cielo, sin embargo él hizo que resbalase por entre mis muslos, sin metérmela…

- ¿No querías fingir, eh? Así parece que te estoy follando, no? ¿Ya no te vale?

Yo aprisioné su miembro entre mis muslos, quise sentirla ahí un instante, era tan grande, tan poderosa, que la sentía latir, palpitar, la dejé libre otra vez y le imploré sin apartar mi mirada de la suya:

- Fóllame… por lo que más quieras… no me hagas esto… métela ya…

Aquel impresionante cuerpo se disponía a entrar en mí, en breves instantes todos nuestros músculos se tensarían… mis ojos llorosos de deseo le rogaban que no jugase más. El chico fue clemente por una vez, echó mi tanga a un lado y apuntó a mi hambriento coño…

-Ohhhh, dios… -Ni rastro de dolor, ni la más mínima molestia a pesar de la monstruosidad que entraba en mí.

-Ahhh, animal… joder… cómo la puedes tener tan grande cabrón… me estás matando, me estás matando del gusto, ¿no ves que me matas?… -le repetía llorosa intentando mantener los ojos abiertos, para seguir mirándole como él me había pedido.

- Ahhh, diooos, dame caña…

Le suplicaba que aumentase el ritmo, ya no quería el ritmo pausado de antes, quería que me lo hiciera más fuerte, que me follara con todas sus ganas. El ritmo de sus embestidas aumentaba, mis tetas iban y venían a cada golpe…

- ¿Te gusta, perrita? ¿Te gusta follar?

-Dioos… ¡Nunca me habían follado así! ¡Nunca me habían follado así!

Le gritaba la misma frase repetidas veces mientras ya no podía evitar mirar hacia la ventana, mientras me daba igual si mi marido seguía mirando o no, mientras con una mano me apartaba la camisa de puta que me había comprado mi marido para sobarme las tetas, para acariciar esos pezones que ya sólo quería en la boca de aquel chico.

Cuando noté un azote en el culo no me extrañé para nada a pesar de ser el primero que había consentido en mi vida.

-¡¡Ahhh, dame!! ¿Te gusta pegarme, cerdo? ¿Te gusta?

Él seguía a lo suyo, dándome un azote que resonaba con fuerza cada pocos segundos, y lo mejor era que yo sabía que no iba a tardar en seguir hablándome, insultándome. Lo cierto era que me volvía loca con sus palabras, cuanto más vulgares mejor. Una vez tuve el culo totalmente sonrojado sus manos acariciaron mis agitados pechos con maestría, después me montaba asiéndome por el liguero o la camisa, al rato una de sus manos se alargaba para que sus dedos fueran chupados por una boca entregada.

- No me había fijado pero vaya zapatos de puta llevas… estás manchando toda la colcha.

Eso ya no me enfadaba si no que me excitaba más y más. El chico me sacó los zapatos y dejó caer uno cerca de mi cara.

- ¡Te gusta chupar eh Sara! –dijo, mientras retiraba sus dedos de mi lengua-. Querrías tener otra polla en la boca eh, con una no te llega.

Intentaba humillarme, pero tenía razón en que por mucho que me la metiera notaba que algo me faltaba si no ocupaba mi boca. Con la mirada ida, como si no fuera yo, agarré aquel zapato de tacón de aguja y con mi cara contra la cama comencé a chuparlo. Lamía la punta con la lengua para luego mirarle al hacerlo demostrándole, respondiéndole que tenía razón. Imaginaba que aquel zapato era su preciosa polla.

No sé si eso le excitó aun más pero sus embestidas comenzaron a hacerse casi insoportables, su ritmo, su fuerza, el atronador sonido de sus huevos chocando contra mí… se estaba pasando, me estaba dando demasiado fuerte. Un par de azotes demasiado bestias hicieron que escapase un poco hacia adelante saliéndome de él.

- ¡Ei ei! ¿a dónde coño vas? -Intentó sujetarme del pelo pero no me alcanzó, no hasta que de pie nos encontramos en la ventana. Allí me giró bruscamente y me besó. Ya no sabía cuanto de excitación me envolvía y cuanto de tensión por verlo tan descontrolado. Me giró de nuevo violentamente y yo no pude evitar gritar cuando me puso contra el cristal.

- Dios… ¿me vas a follar así, cabrón?

- Cállate ya -me dijo con el máximo desprecio. Me empujó por la espalda, mis tetas se aplastaron contra el cristal, mis pezones se clavaron arañando aquel gélido ventanal, intentó echarme de nuevo el tanga a un lado pero no tenía ya más paciencia, empezó a tirar de él como un loco.

- ¿Pero qué haces? -le gritaba yo.

Estaba dando tales tirones de aquella fina tela negra que hacía ladear mi cadera a cada tirón. A los pocos segundos me había arrancado el tanga como un animal. Abrió la ventana a toda velocidad quedando mi cintura apoyada contra la barra horizontal de aluminio que dividía el ventanal. Me sujetó por mis caderas, no apuntaba, no la dirigía con la mano, no, me la clavó entera desde atrás a lo que yo respondí con un grito ensordecedor.

- Ahhhhh- grité, desinhibida resonando por todo patio- A los pocos segundos se volvió a salir de mí para repetir el mismo movimiento-. Ahhhhh -volví a gritar ante tal embestida que sacó la mitad de mi cuerpo por la ventana.

- ¿Por qué no te estás un poco calladita? –dijo, metiéndome mi propio tanga en la boca.

Me estuvo follando contra la ventana con un ritmo frenético, como si estuviera poseído, con mis tetas saliendo al vacío, con mi boca ocupada por aquella prenda que apestaba a mí más que nunca.

Mis gemidos eran ahogados, pero no por ello contenidos, mordía el tanga con todas mis fuerzas, me agarraba a la ventana, mis pechos se agitaban libres a cada embestida. Hasta que no pude más, sentía que me podía desmayar de placer en cualquier momento, como pude quité el tanga de mi boca, puse una mano en su nuca, otra en su culo para adecuar su ritmo al que yo quería:

- No puedo más… acaba con esto… yo no puedo más….

- ¿Te gusta?

- Joder… me vuelves loca… ¿te gusta a ti? ¿te gusta follarte a tu perrita?

- ¿Vas a correrte así?

- ¡Respóndeme, joder! -le ordené dejando caer mi cabeza sobre su hombro.

- Lo que me gusta es que te corras –respondió-. ¿Te vas a correr así? ¿Ahora?

- Sííí…

- ¿Vas a correrte ya?

- ¡¡Ahhh… síí… dioooos!! ¡Un poco más despacio, un poco más despacio y ya llego!

- ¿Así?

- ¡¡Sííí, asííí!! -Empecé a gritar como una loca, él también totalmente excitado me agarró de la melena, tensó toda mi espalda.

- ¡¡Sigueee!! ¡¡sigueee, cabróoon!!

Mi pelo a punto de ser arrancado por una de sus manos mientras con la otra tiraba de mi camisa de seda deshilachándola por el cuello. Cuando sentí esa descarga, cuando sentí que mis piernas temblaban, que mis muslos convulsionaban como si estuviera poseída, fui consciente de lo que llegaba y necesité agradecérselo.

- ¡¡Ahhhh…. Ahhhh…. Me corrroooo, me corrooo!!-grité pronunciando unas palabras que jamás había pronunciado.

Yo seguía ensartada, llena, completa. Me sujetaba él, porque si no fuera así caería desplomada al suelo. Necesitaba un respiro, pero él no me dejó, se salió de mí , me giró y me ordenó que me arrodillara.

Él se masturbaba lentamente a escasos centímetros de mi cara.

- ¿Te gusta mi polla, Sarita? -me preguntó prepotente.

Levanté la cabeza y sin hablar le respondí con la mirada. Él dejó de tocarse dándome permiso.

Allí estaba… con el liguero y las medias que me había comprado mi marido chupándole el pollón a aquel desconocido, aquel pollón que apestaba a mí, a mi propio coño, con la camisa abierta, con las tetas sonrojadas por la excitación, por los mordiscos, con mi propio líquido abandonándome y resbalando por mis muslos, muriendo en mis medias, mamando aquella polla maravillosa.

- Babea así… mójamela bien- me pedía con ese característico tono tan déspota que a mí me volvía loca.

Yo me la metía en la boca lo que podía para después alejarme un poco para de nuevo volver a metérmela. Se la babeaba como me pedía, dejaba que la saliva nos comunicase cuando me apartaba. Me encantaba hacerlo. Sentía que se lo estaba haciendo como se merecía. Esa saliva que hacía de puente entre mi boca y su polla caía sobre mis tetas y mi ropa si me apartaba demasiado. Cuanto más se la babeaba más sucia me sentía, más morbo me daba. Ya no pude evitar bajar una de mis manos a mi coño mientras se la chupaba.

El ritmo de mi mamada parecía que a él no le era suficiente ya que instantes más tarde me agarró por la cabeza y comenzó literalmente a follarme la boca. Lo hacía sin las manos, sin las mías, las cuales se encontraban ambas dándome un placer inmenso separando mi raja. No tardó en salirse de mí y comenzar a pajearse a unos veinte centímetros de mi cara.

-¿Te pone, cabrón? ¿Te pone correrte sobre mí? ¿Te pone mancharme? -Yo seguía totalmente desinhibida frotándome con toda la excitación que me envolvía.

-Ohhhh… -gimió echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.

Fue escuchar ese gemido, ese sonido tan morboso y un latigazo de placer subió por mi espalda hasta mi cuello, no podía creer volver a correrme, esta vez a la vez que él. Con mi cara compungida, con el gesto desencajado, con la boca abierta tapando sus gemidos con los míos. El primer chorro me recorrió la cara de abajo arriba, el segundo hizo lo mismo pero por la otra mejilla, de la barbilla a la frente subiendo por toda la cara, a cada impacto de su leche yo gemía con más placer, los tres o cuatro chorros siguientes mancharon mi cuello, mis tetas y mi camisa, empapándome calándome completamente con una violencia y una densidad pasmosa, con una potencia que hizo que uno de sus chorros manchase mi hombro llegando casi al cristal.

No fue suficiente para él ya que tras eso me la metió en la boca.

Tragué algo de lo que aún lagrimeaba cuando ambos aun temblábamos por nuestro orgasmo. A los pocos segundos él se retiró y yo usé los puños de mi camisa para limpiarme el semen de la cara.

Él estaba allí plantado, de pie, exhausto, mirándome con los brazos en jarra mientras chorros bajaban por mi cuerpo y acaban impregnando aun más mi camisa o mi liguero.

- ¿No te gusta? -preguntó recogiendo una enorme gota de mi canalillo y posándolo en mis labios. Al ofrecérmelo así no dudé en meterme la gota y todo su dedo en mi boca. Se le veía tan increíblemente morboso… con todos sus músculos tan marcados… sudoroso… y con aquella delicia a la que se le notaban todas sus hinchadas venas…

Aquella sensualidad sólo podía ser superada de una forma así que esta vez sí le pedí que se pusiera su camisa rosa un momento. Se la puso frente a mí mientras yo seguía de rodillas.

- No, no te la abroches… Joder, es que estás tan bueno así… -le dije mientras sin poder remediarlo más lamí rápidamente su polla desde la base hasta la punta y me metí su polla colgante en la boca… en estado de semi erección aun me parecía preciosa… y me permitía meterla mejor. A los pocos segundos de un sosegado vaivén de mi cabeza sobre su miembro me aparté y de nuevo apuntaba al techo.

- Ahora ya no me cabe -le sonreí, mientras me levantaba y me iba al cuarto de baño a limpiarme.

Me limpié un poco, aunque no del todo, poco más me que la cara, aun quería seguir sintiéndome sucia, manchada por él, la camisa ni la limpié y de mis pechos sólo aquellos chorretones más grandes.

Cuando salí del baño me crucé con el chico que parecía que también quería asearse un poco. Cogí mi móvil, tenía un mensaje de voz de mi marido de hacía pocos minutos:

- ”Me voy a otro hotel a unos kilómetros, a ver si allí no se oyen tus gritos de puta”.

Ni me inmuté, me acerqué a la ventana y vi lo mismo de siempre, nada. Mientras a mi espalda Marcio se echaba en cama.

- Vaya, parece que tenemos un marido celoso. -dije en voz alta al tiempo que escuchaba saltar su buzón de voz ante mi llamada. Le dejé un mensaje:

- “Hola cariño, ¿Cómo es que te vas? Joder, lo siento… supongo que sé por que estás enfadado… no sé… ya sé que contigo apenas grito y que no te parece bien pero bueno, el chico es un profesional, es lógico. Bueno… y lo que siempre te digo de ese placer especial, ese gusto que siento a veces contigo que te decía que no sabía si era o no era, pues nada, no es orgasmo eso, ya lo sé seguro, ¡ah! por cierto, se queda toda la noche el chico, un beso, chao”.

- Joder que cabrona eres, ¿no? -preguntó Marcio.

Me tumbé a su lado, nos miramos y yo dudé un instante en confesarlo o no hasta que no pude más:

- Venga, tío, lárgate.

- ¿Qué? ¿No decías que me quedaba toda la noche?

- A ver chico, ¿te crees que me chupo el dedo? ¿Por qué no me dices la verdad de una puta vez?

- ¿Qué verdad? ¿De qué hablas?

- Mira, chico… conozco a mi marido, tiene mucho dinero, muchísimo, pero sé que no se gasta un euro en algo que pueda conseguir gratis.

- ¿Y qué me dices con eso?

- Bueno… tu actuación de chico de compañía indignado con tener que fingir y demás… la verdad es que no estuvo mal pero en fin… seamos serios… actor no eres.

Me iba a interrumpir de nuevo pero yo proseguí:

- También tenemos el hecho de un chico de compañía follando sin condón como si tal cosa… ¿qué más? ¡ah! Y después está la tarjeta de la empresa de mi marido que tienes en la cartera… y que cuando la vi me di cuenta de que te había visto un día en el aparcamiento. El chico se quedó callado un buen rato.

- Joder… pues… -resopló sin saber que decir.

-Mira, a mí… tu papel en esto me da igual, bueno no me da igual la guerra psicológica que te montaste para conseguir follarme, pero es a mi marido a quién me dan ganas de matar. ¿Me vas a contar que pasó?

- No sé, Sara… no sé que decirte… bueno, un día después del trabajo, íbamos a veces los de la empresa a entrenar…

- ¿Qué pasa? ¿Te vio la polla en los vestuarios un día jugando al squash y se le ocurrió la idea o qué?

- No… exactamente.

- ¿Y te pagó?

- No, no, para nada, no me pagó, me… me pasó un par de fotos tuyas y yo acepté.

- ¡Qué hijo de puta…! -resoplé. Me quedé mirándole, cada vez me parecía más joven-. ¿Cuántos años tienes?

- Veintisiete. Bueno y… si sirve de algo, yo ya no trabajo allí, eran unas prácticas de seis meses.

- ¡Ah! Estoy mucho más tranquila ahora -dije sarcástica.

Nos quedamos un tiempo en silencio. Estuve a punto de decirle de nuevo que se marchara pero su cuerpo, su pose, esa camisa suya abierta y ese miembro que le colgaba sobre su muslo me lo impedían.

- O sea que lo sabías todo y aun así… -me dijo, pasando sutilmente las yemas de sus dedos por mis caderas y mi culo.

- A ti te da todo igual, eres increíble- le dije sin que me sorprendiera demasiado su actitud.

Le dejé hacer unos segundos sin saber aun lo que yo quería. Sus dedos resbalaban por mi culo y mis muslos con una suavidad pasmosa, casi sin tocarme, lo cual a mí empezaba a desesperarme más.

- ¿Quieres que pare?

Yo no le respondí y él trasladó sus caricias al interior de mis muslos.

A los pocos minutos su boca se relamía entre mis piernas y poco más tarde ya me estaba follando contra la pared.

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Hoy se cumplen seis meses de aquella noche. Mi marido -por supuesto- no quiso saber más de su fantasía y yo no le dije que lo sabía todo; pero bueno, me lo cobro negándome a tener sexo con él, le digo que no sé qué me pasa, que tengo baja la líbido. Igual lo hemos hecho un par de veces desde entonces. Eso, el pobre, no lo lleva nada bien.

En estos meses Marcio, curiosamente le sigo llamando así, ha estado viniendo bastante a menudo a nuestra casa, echamos unos polvos de escándalo. Mi marido trabaja todo el día y no se entera de nada. El chico alguna vez me ha confesado que empieza a sentir algo por mí y yo le digo que no confunda las cosas. Yo no tengo pensado divorciarme y seguro que mi marido tampoco, perdería demasiado dinero, aunque no folle y no me aguante.

Y aquí estoy, en la misma habitación de hotel, mirando por la misma ventana. Mi marido está de viaje en no sé dónde. Podría estar con Marcio en mi casa pero me daba más morbo celebrar esto aquí, y total en casa ya no quedan más rincones donde hacerlo.

- Hoy la habitación de enfrente está encendida -me sorprendió Marcio a mi espalda.

- Sí, hay unos chicos tomando algo -le respondí girándome hacia él.

- No hace falta que te disfraces de fiera para ponerme cachondo -me dijo, fijándose en la camisa que llevaba puesta, similar a la de aquel día.

- No es para ponerte cachondo a ti.

- Ya imagino. Por cierto, tienes la misma pinta de puta que cuando te vi por primera vez. -sonrió malicioso.

- Y tú la misma lengua de víbora… -le contesté, dándole un pequeño beso.

- La camisa es igual pero no es la misma, ¿no? -preguntó pasando las yemas de sus dedos sobre la seda haciendo despertar mis pezones.

- Claro que no, la otra está destrozada por tu culpa, a ver si me follas con más cuidado… -le susurré.

Él puso ahora sus dos manos sobre mis tetas, y tras sobarme por encima de la tela un instante, abrió la camisa violentamente haciendo saltar varios de sus botones al suelo de la habitación.

- ¿Así? -preguntó metiendo uno de mis pechos en su boca.

- Mmmm… no gano para camisas de puta… -le susurré.

- ¿Acaso las pagas tú?

- Pues no… -respondí pasando mis dedos por el pelo del chico y juntando mis tetas con los codos para que me comiera mejor.

- ¿Corremos la persiana? -dijo mientras su boca impregnaba de saliva mis pezones.

- No… déjala así… Email.

 

 

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