.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Jamás sería una esposa infiel (3)".

 

 Capítulo 3 – La Revelación.

 Parte I – El Deseo.

 
A la noche siguiente, al volver del encuentro semanal con mis amigas me sorprendió encontrar a Javier de buen humor y dispuesto para conversar, de modo que olvidé lo del día anterior y me quedé un rato conversando de lo bien que lo había pasado con las chicas. Mi marido estuvo de lo más cariñoso y me dio pena haberle mentido. Intentó acariciarme pero lo eludí diciendo que al día siguiente tenía que levantarme temprano para entregar un informe que estábamos preparando con Franco. ¿Por qué le nombré a Franco? ¿Por qué le dije esa mentira tan idiota? Apagué la luz y me mordí los labios para evitar que se me escapara una confesión absurda, de algo que no había sucedido y que nunca iba a permitir que ocurriera.

 Al día siguiente Franco estuvo muy atareado, casi no me dirigió la palabra y tampoco me invitó a almorzar. No tengo ningún otro recuerdo de ese viernes en la oficina que no fuera la angustia de pensar que su interés por mí se había evaporado. Quizás estuve demasiado terminante la última vez y perdió las esperanzas. Pero: ¿No era eso acaso lo que yo buscaba? Ahora estaba claro que no, que solamente me estaba cuidando para no perder el control porque realmente extrañaba sus atenciones y, especialmente, el brillo del deseo en su mirada azul.

 Al final del día salimos todos juntos pero Franco no estaba porque se había retirado antes para organizar los últimos detalles. Nos esperaba en su departamento ubicado en un barrio alejado del centro de la ciudad. Cuando llegamos me recibió con su mejor sonrisa, con un beso en la mejilla demasiado cerca de mis labios y una breve caricia en mi brazo que me devolvió el alma al cuerpo. Llegaron las pizzas y todos nos acomodamos en la sala para comer y disfrutar de la suave música que nos envolvía.

 La cena dio paso al baile. Sin decir palabra, Franco me tomó de la cintura y me llevó a bailar. Mientras sentía sus manos acariciando mi espalda pensé en toda mi “ideología” contra la infidelidad y comprendí ya no tenía ningún sentido, estaba ebria de excitación. Pensé en mi antiguo novio y lo perdoné inmediatamente, su infidelidad ya no me lastimaba sino que la comprendía, al fin me sentía en paz con él y conmigo misma.

 Ya entrada la noche, mientras esquivaba los intentos de Franco por besarme, miré a mi alrededor y noté la disimulada complicidad de los pocos compañeros que aún quedaban. Por último pensé en mi marido y dudé... Cuando se despedían los últimos invitados Franco se ofreció para llevarme hasta mi casa y así todos se retiraron tranquilos pensando que yo saldría detrás de ellos escoltada por este caballero tan atento.

 Parte II – El Descontrol.

 Pero en lugar de las llaves del auto que supuestamente había ido a buscar, Franco se apareció con una “última copa” y me tomó firmemente de la cintura para seguir bailando. Pero ya no había nadie, estábamos solos, no podía seguir bailando en esas condiciones, él me hablaba y no me dejaba pensar, mi mente se descontrolaba, qué rico perfume tiene, no puedo hacer esto, qué linda sonrisa, esto no puede continuar ni un minuto más, qué bien se mueve, basta Andrea tenes que detenerlo... “Franco, se hace tarde”, alcancé a decir con voz nerviosa.

 Pero Franco seguía diciéndome las cosas más lindas y yo ardía al sentir el calor de su cuerpo pegado al mío... Pero estoy casada! pensé. Entonces junté fuerzas para decirle: “Tengo que irme Franco, por favor.” Se detuvo y mirándome a los ojos me dijo: “Te quiero Andrea, estoy enamorado desde el primer día” y con esas solas palabras me derretí por completo. Recibí su beso largo y profundo y mis pensamientos desaparecieron. Sentí que se me erizaba la piel a cada centímetro que recorría la mano de Franco bajando por mi espalda y subiendo por debajo de mi pollera. Cuando alcanzó mi entrepierna y la encontró completamente mojada sonrió triunfador.

 Sin dejar de acariciarme me llevó al dormitorio y me detuvo frente a un gran espejo. Allí me quitó la blusa y el sujetador y comenzó a besarme los senos, lamiendo y mordisqueando mis pezones que estaban duros como piedras, mientras me desprendía la pollera que cayó al piso al igual que sus pantalones. De pie a mi lado me besaba la boca, el hombro, el cuello y bajaba lamiendo hasta mi agitado pecho. Con su enorme y tieso miembro me frotaba el costado mientras me acariciaba con ambas manos, por adelante y por detrás, esparciendo toda mi excitación.

 Sin ningún pudor tomé su miembro y lo acaricié con el deleite una ansiedad contenida, admirando cada centímetro de su anatomía, esas venas hinchadas recorriendo el tronco curvado hacia el cielo, ese irresistible glande violáceo, exageradamente grueso y ya aceitado por el brillante líquido que pronto estuvo en mis labios. Quedé arrodillada frente a ese altar saboreando delicadamente esa hermosura, besándola y lamiéndola de arriba abajo, me la pasaba por los labios, por las mejillas y luego volvía a introducírmela, absorbiendo el inconfundible aroma viril que se desprendía, al mismo tiempo que le acariciaba el vientre, las piernas, los testículos y me aventuraba más allá explorando lugares nuevos. Más de una vez elevé la vista buscando la mirada de mi enamorado, pero Franco solo se concentraba en mi boca y jadeaba con una sonrisa extraña.

 Luego sentí sus manos empujando mi cabeza cada vez más fuerte y profundo. Se me incrustaba en el fondo de la garganta un tiempo demasiado largo, me gustaba sentirlo tan excitado pero casi no podía respirar. Traté de alejarlo un poco pero él no cedía y tuve que luchar para liberarme y reclamarle “así no Franco, así no!”. Pareció serenarse pero su mirada se había puesto de un gris lejano y continuó dándome. Su ahora áspera voz me sobresaltó: “Hace rato que esperaba este momento Andreíta... te hacías la difícil... pero yo sabía que no te podías resistir... porque sos la puta más caliente de todas... te voy a partir en dos... despedite de tu cerrado culito porque te lo voy a dejar como una flor... y te va a encantar”. Mi corazón se estrujó, quise protestar pero él siguió empujando en mi boca espumosa.

 Parte III – El Espejo.

 Finalmente me soltó y me incorporé decidida a ponerlo en su lugar, pero en ese momento me encontré con una visión impactante: En el espejo una hermosa mujer rubia, vestida solo con el portaligas negro, las medias color piel y la tanguita desacomodada, encendida por una lengua y unas manos que no dejaban de lamerla y acariciarla... Era yo!, la esposa irreprochable, entregada al deseo y a punto de ser penetrada por un joven que la había estado cortejando, declarándole un falso amor con el sólo propósito de hacerla suya de ese modo tan depravado. Pero también era yo esa mujer, la que mi marido creía haber visto en mi interior, el reflejo me devolvía la exacta imagen que yo había instalado en su cerebro, pero esta vez esa hembra caliente era real y completamente verdadera.

 Con la respiración tumultuosa quedé inmóvil mientras Franco se acomodaba detrás mío y me empujaba por la espalda para inclinarme hacia delante. Se reía cuando hizo a un lado la tirita de la tanga y vió la puertita cerrada pero palpitante, apoyó la cabeza de su miembro en la entrada de mi colita virgen y le desparramó algo de líquido hasta que el hoyito se puso resbaladizo. Con un tirón de mis cabellos me obligó a arquear la espalda y de un largo empujón la insertó despacio pero constante hasta el fondo.

 Sentí una punzada de dolor que desapareció en un segundo porque de inmediato me embargó una lujuria desenfrenada. Pude ver en el espejo mi propio rostro en una expresión desconocida, con los ojos todavía sorprendidos y la boca igualmente abierta. Un escalofrío de placer se desprendía de mi orificio en todas direcciones, subía hasta la nuca y bajaba por las piernas hasta los tobillos. Todos mis sentidos extremaban el placer. Embelezada veía por el espejo el movimiento del tronco entrando y saliendo entre la viscosidad blanquecina de saliva y esperma. Mis manos palpaban la recia piel de los marcados abdominales a cada incontenible avance. Cautivada escuchaba el chapoteo por el roce de los genitales y más me fascinaba el sonido que en mi interior producían las paredes del recto cediendo en una apertura cada vez mayor.

 Amé esa verga dilatando mi esfínter, amé a esa hembra que me mostraba el espejo y amé a mi marido que la había adivinado y aceptado. Una extraña sensación me invadió y pude escuchar los cristales estallando en mi propio cerebro.

 Andrea. Email
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