De
un tiempo a esta parte habíamos establecido la costumbre de celebrar
una fiestecita los viernes por la tarde. Alrededor de las ocho de la
tarde solía regresar yo a casa, después de dar por finalizada la semana
de trabajo.
Al llegar al portal
de la calle la prevenía de mi llegada a través del portero automático y
de esta manera ella disponía aán de los minutos que tardara yo en subir
los tres pisos por la escalera. Llamaba al timbre de la puerta y
esperaba que me abriera.
Tras breves
instantes, el tintineo de unos tacones acercándose al otro lado del
umbral iba seguido del ruido de la cerradura al descorrerse, para
abrirse la puerta a continuación y mostrar a Silvana en todo su
esplendor: zapatos negros de alto tacón, medias y ligueros negros y un
chal que cubría su torso sólo cubierto por un sujetador de blonda
también negro; maquillada y con los ojos pintados. El aroma de un
perfume dulzón, elegido especialmente para las fiestas, envolvía el
umbral. Y una vez franqueada la entrada empezaba una tarde de lujuria
sin límites.
Sólo que en esta
ocasión las cosas iban a discurrir por un camino un poco diferente,
puesto que tenía una sorpresa para ella. Así que tras haber pulsado el
timbre de la puerta de nuestro piso, me aparté hacia un lado para
quedar fuera del umbral. Silvana abrió la puerta y se quedó sin habla:
no era yo quien estaba frente a ella, sino nuestro amigo Alejandro todo
sonriente.
Asomé la cabeza
diciendo hola, sorpresaaa
y me adelanté a mi amigo traspasando el
dintel y abrazando a Silvana la besé en la boca. Pregunté si no iba a
dar la bienvenida a Alejandro y en respuesta dijo sí, señor y se
arrimó a él y le besó en la boca.
l la abrazó y dejó discurrir las
manos por su espalda en una caricia que llegó hasta las nalgas.
Silvana, hoy vamos
a tener una fiesta especial, pues todo será verdad. Voy a entregarte a
otro hombre y quiero que te sometas a todos sus deseos, sean éstos
cuales sean. Hoy serás nuestra puta de verdad, se cumplirá tu fantasía.
Y yo gozaré y te sentiré más mía que nunca al culminar mi acto de
posesión entregándote. Añadí que le pedía total sumisión y ella
respondió agachándose frente a Alejandro para acariciarle el paquete
por encima del pantalón. Así me gusta, le dije; y dirigiéndome a
Alejandro: Es tuya. Ella gozará dándote gusto; ásala segán tus deseos.
Mira, seguro que a estas alturas ya tiene el coño mojado
prueba,
compruébalo tá mismo. Pedí a Silvana que se levantara para que
Alejandro pudiera meterle mano entre las piernas, palparle el coñito y
comprobar que, efectivamente, estaba chorreante. ¿Lo ves?, concluí.
Invité a Alejandro
a acomodarse en el sofá y pedí a Silvana que nos trajera unos Whiskys.
Mientras ella los preparaba coloqué una cinta porno en el vídeo y la
puse en funcionamiento. Silvana nos entregó un vaso a cada uno y quedó
de pie junto al sofá, con las manos caídas a sus costados. Le dije que
no debía mirarme a mí sino a Alejandro, que era hoy su dueño.
Ni corto ni
perezoso, Alejandro le ordenó que le ayudara a desnudarse y le fue
entregando las prendas que se quitaba, pantalones, camisa y camiseta,
hasta quedar ánicamente en calzoncillos bóxer y calcetines a rombos.
Silvana se retiró
un momento para colocar adecuadamente sobre una silla la ropa del
cliente. Alejandro se había sacado la polla a través del orificio
delantero del calzón y empezaba a masturbarse. La llamó y le dijo ven
putita y ella se acercó. Le pidió que le sacara los calcetines y que
le besara los pies y ella así lo hizo. Anda, quítate la ropa, le
ordenó y ella se fue desnudando lentamente mientras le miraba a los
ojos y se mostraba todo lo insinuante que es capaz.
l la devoraba con
los ojos encendidos de deseo y continuaba excitándose con la mano
Reiteré a mi amigo
que no debía cortarse por nada y que podía hacer todo lo que quisiese
con Silvana. Le previne que ella no había follado nunca por el culo,
pero que no debía perderse sus cualidades para la mamada, género en el
que era experta. No debía irse sin follarla de todas las maneras.
Mientras decía esto
notaba como aumentaba la respiración de Silvana, cuyo rostro estaba ya
encendido y brillaban de sexo sus ojos. Alejandro, que ya se había
despojado de los calzoncillos y lucía una considerable erección, le
dijo vamos a ver si es verdad, puta y ella se arrodilló frente a él y
se situó entre sus piernas, que la abrazaban por los costados.
Tomó la verga de
aquél sesentón con ambas manos y tras darle unos suaves masajes se la
metió en la boca y chupó durante un rato. Alejandro la agarraba del
cabello y de la nuca y dirigía el ritmo de la mamada. Ella deslizaba su
lengua a lo largo de todo el pene, prolongando las lamidas hasta la
peluda bolsa de los huevos, cosa que producía cada vez un
estremecimiento en Alejandro.
De repente la hizo
parar y me dijo que deseaba pasar con ella un rato al dormitorio. Me
preguntó si tenía inconveniente y respondí que no, que esperaría un
rato mientras hacían sus cosas y después me incorporaría a la fiesta.
Se levantaron cogidos de la mano y Silvana, tras darme un casto beso en
la mejilla, le condujo hasta nuestra cama.
La propuesta de
Alejandro me había producido una inmediata erección que amenazaba
anticipar los acontecimientos, por lo que decidí enfriarme un rato
mientras esperaba.
Así que me senté
frente al ordenador y me entretuve ordenando unos ficheros. Puse música
a medio volumen, pues aunque la habitación está al otro extremo de la
casa, quería que estuviéramos completamente aislados. Así dejé
transcurrir poco más de veinte minutos, me desnudé y me dirigí hacia la
habitación.
Cuando entré en el
aposento recibí la impresión más fuerte de mi vida: mi mujer estaba
sobre la cama a cuatro patas y Alejandro, de rodillas y detrás suyo, la
estaba follando con fuertes arremetidas mientras ella jadeaba, gemía y
se retorcía de gusto saboreando el enorme trozo de polla que llenaba su
vagina y su lujuria.
Me acerqué a la
cama y Alejandro se apercibió de mi presencia; me miró a los ojos y
creí notar en su mirada un gesto de interrogación y a la vez de cierta
satisfacción, en un rictus labial de prepotencia, por el hecho de estar
follándose a mi mujer en mis narices mientras ella, ignorante aán de
que yo la estuviera contemplando, disfrutaba como una perra en celo.
Estaba ya junto a
ellos y podía percibir el olor a sexo que emanaban y ver los surcos de
sudor correr por la frente y el pecho de Alejandro. Alargué la mano y
acaricié la espalda de mi querida compañera y esposa. Fue entonces, al
sentir una tercera mano sobre su cuerpo Alejandro le tenía
aprisionados los pechos con las suyas que se enteró de mi presencia.
Me situé frente a ella, de pie; acerqué mi polla a su boca con una mano
mientras con la otra la agarraba por la nuca para hacerle saber lo que
quería de ella. Tomó mi pene en su boca y lo tragó como nunca lo había
hecho; prácticamente desapareció entero en su boca mientras con una
mano me acariciaba los cojones casi hasta estrujármelos.
Alejandro follaba y
me miraba enfebrecido. Le pedí que continuara y que se la metiera con
fuerza hasta el fondo, que a ella le gustaba así. Le pregunté si lo
pasaba bien y dijo que de puta madre, que mi mujer era un volcán y yo
un amigo de verdad.
Le dije a Silvana
que la quería con toda mi alma y que me hacía feliz su lujuria.
Respondió que me amaba y que disfrutaba compartiendo su lujuria
conmigo.
Su mirada destilaba
deseo incontenido y me siguió mirando mientras movía el culo y las
caderas para adaptar mejor su cuerpo al de Alejandro, que en este
instante jadeaba como un salvaje, mientras Silvana gritaba que buena
polla tienes, métela toda
asííí
más, no pares
. Babeaba sobre mis
cojones y los llenaba de saliva con cada lametón, retorciéndose
mientras tanto por la sensación que le producían los pollazos de su
semental.
Alejandro y yo
convinimos mediante un gesto que todavía no era el momento de
corrernos, por lo que casi simultáneamente ambos paramos.
l salió de
inmediato del coño y yo la solté y retiré mi polla de su boca. Al
quedarse sin apoyos, ella rodó sobre sí misma y cayó de espaldas sobre
la cama. Decidimos descansar fumando un cigarrillo, no sin que
Alejandro pidiera a Silvana que nos sirviera unos whiskys. Cuando lo
hubo hecho, brindamos por la ocasión y nos relajamos.
Mi mujer había
quedado en medio de los dos y ambos le acariciábamos suavemente los
pechos mientras hablábamos. Alejandro me preguntó si la había azotado
alguna vez y respondí afirmativamente. Quiso saber cuantos azotes
resistía y le sugerí que lo comprobara. La tersura que de pronto
adquirieron los pezones de Silvana denotaban que no era ajena ni
contraria a lo que estábamos hablando, aunque prescindiéramos de su
punto de vista.
Alejandro me pidió
algo para atarla y Silvana casi se corrió a juzgar por su respiración
entrecortada. Le facilité dos cinturones de albornoz, que en alguna
ocasión ya habían sido usados con el mismo fin y se aprestó a coger las
muñecas de mi mujer.
Hábilmente las ató
a su espalda y amarró el segundo cinturón al nudo, de modo que quedaba
como una correa desde la cual se podían dirigir y forzar sus
movimientos. Mi amigo la besó tiernamente y le hizo saber que pensaba
azotarla con ganas, con todo su ardor, por el amor que sentía hacia
nosotros dos. Por eso mismo iba a extremar el vicio que le ofrecíamos.
La agarró de las
tetas y las estrujó en sus manos, provocando un gritito y un gesto de
protesta. La llamó puta y le dijo que si seguía protestando se
ensañaría con ella. Me dijo que la tenía mal educada y que necesitaba
un correctivo. Estuve de acuerdo y le pedí, por favor, que la siguiera
usando a su antojo.
Empecé a meneármela
con suavidad gozando de la escena que me ofrecía Silvana, ya ofrecida
tumbada de bruces sobre la cama, con la manos atadas a su espalda y con
el culo indefenso. Alejandro me entregó la correa y me ordenó
sostenerla en tensión para evitar que ella pudiera protegerse las
nalgas con las manos. A ella le mandó contraer las rodillas y elevar el
culo.
Y de esta guisa,
mientras yo no solamente ofrecía mi mujer a mi mejor amigo para que
disfrutara con ella, me disponía a sujetarla fuertemente para que otro
la azotara. No había más que mirar la entrepierna de Alejandro para ver
el efecto que la situación producía también en él.
Descargó con
rapidez y sin avisar una fuerte palmada sobre la nalga de Silvana, que
gritó de dolor. Al cabo de unos largos segundos el ardor cayó sobre la
otra nalga. Otros largos segundos de inactividad y espera precedieron a
una descarga continua de palmetadas sobre sus crecientemente doloridas
nalgas.
Hacía fuerza con
brazos y manos para librarse de sus ataduras y para protegerse, pero mi
participación hacía inátil sus esfuerzos. Las nalgas enrojecían a cada
azote y por entonces chillaba como una loca. Pasé mi mano por debajo de
ella y le agarré una teta. Estrujé el pezón y provoqué un nuevo
estremecimiento.
Entonces le dije a
Alejandro que era el momento mejor para follársela, si bien antes
quería que ella hiciera algo conmigo. Alejandro estuvo de acuerdo. La
desatamos y pedí a Silvana que me diera las gracias por el placer que
le había traído. Ella se giró y volvió la cabeza sobre mis nalgas, las
separó con las manos y hundió su boca entre medio, buscando con avidez
la entrada de mi ano. La halló con la punta de la lengua y empezó a
penetrarme a base de leng¸etazos que poco a poco se iban abriendo
camino en mi interior, retorciéndome y matándome de gusto.
Al mismo tiempo,
Alejandro le estaba metiendo mano entre los muslos, palpándole todos
los pliegues de su entrepierna. Me moví para verlo y pude observar como
también le acariciaba el ano a la muy zorra. No podía más de
excitación, mi cuerpo temblaba de pies a cabeza y pasaban por mi cabeza
sensaciones que siendo tan deseadas como desconocidas se manifestaban
con toda su brutalidad.
Silvana quedó con
el culo erguido al tener la cabeza hundida entre mis nalgas. Me estaba
prodigando el mejor lametón en el culo de toda mi existencia; su lengua
me estaba follando de verdad. Alejandro se desasió de sus caricias y se
colocó detrás suyo para hundir su tranca en ella, que la acogió con
gemidos de entusiasmo que noté en lo más íntimo de mí merced a su
lengua; y a sus manos, que ahora se cernían sobre mi sexo, ansiosas de
darme placer.
Silvana se corrió
ruidosamente a las primeras embestidas. Yo lo hice entre sus manos, al
compás de sus propios estertores y de las caricias que me estaba
prodigando. Alejandro pronto no pudo resistir más: mientras pronunciaba
nuestros nombres y otras palabras desconocidas dejó de moverse, tembló
y prorrumpió en una serie de estertores que terminaron en una
gigantesca eyaculación dentro del cuerpo de mi mujer, antes de
derrumbarse satisfecho y sonriente sobre el catre para quedar
inmediatamente adormilado, no sin antes haber palpado por última vez el
coño de Silvana.