A
pesar de los alucinantes episodios sexuales que ya había vivido mi
novia, se seguía negando a poner en práctica conmigo todo lo aprendido.
Estoy hablando de realizarme mamadas con garganta profunda. Decía que
en realidad no le gustaba hacerlo, que le hacía daño y que le daban
ganas de vomitar. No recuerdo que dijera nada parecido cuando lo hizo
con otros hombres, pero evidentemente no me quedó más remedio que
aguantarme.
Tras mucho pensar llegué a la conclusión de que si quería disfrutar de las
habilidades de mi chica en su máximo esplendor, debía preparar otro
encuentro sexual con alguien más aparte de mí para llevarla a ese nivel
de excitación que conmigo a solas parecía incapaz de alcanzar y tal vez
de ese modo yo también recibiera parte. La verdad es que haberla visto
meses atrás en aquel bar chupando con ansia pollas que se hundían por
completo en su garganta, siendo rociada y tragando semen había sido lo
más excitante que me había pasado en la vida.
Se aproximaba la semana santa y mi novia y yo podríamos volver a vernos
durante un periodo algo más prolongado de tiempo pero, en lugar de
pensar simple y llanamente en disfrutar de su compañía, estuve
maquinando un plan para buscar una nueva aventura. Pero esa vez quería
más, quería presenciar cómo era penetrada por otro. U otros. Y no
quería conformarme con que me lo contara.
La verdad es que no fue nada fácil idear cómo hacerlo, pero tras devanarme
los sesos al final se me iluminó la bombilla. Y es que cuando me
obsesiono con algo estoy día y noche dándole vueltas, creo que hasta
durmiendo estoy pensando. Se me ocurrió ir a un cine X. Nunca había
estado en ninguno, pero recordé el mito sobre las orgías que se montaba
la gente en ellos y me apetecía comprobar si eran ciertos. Además era
la opción perfecta porque si en algún momento quisiéramos parar, nos
podríamos marchar sin ningún problema porque no conoceríamos a nadie.
Así que me puse a buscar. En su ciudad no había ninguno, pero por
fortuna en la mía quedaban un par, así que elegí uno muy céntrico. Por
supuesto no le comenté nada a mi chica, así que no tenía ni idea de lo
que yo estaba tramando.
Por fin llegó el periodo vacacional y, tal y como habíamos planeado, ella
viajó a mi ciudad. Acordamos que la misma tarde de su llegada
saldríamos de fiesta y, como ya era primavera y hacía buen tiempo, se
puso camiseta y minifalda. Como sabía que necesitaría emborracharla
para convencerla de entrar al cine porno, esgrimí como motivo de
celebración que había aprobado todos mis exámenes y, dado que le
pareció bien, empezamos a consumir cubatas desde el principio. Todos
los bares estaban llenísimos por ser festivo, así que me ofrecí
continuamente para ir a la barra a pedir las bebidas, pero para mí
siempre encargaba tónica a secas. Quería que se emborrachara sólo ella
mientras yo permanecía sobrio, y no había peligro de que me descubriera
porque siempre ha odiado los gin-tonics, que es lo que le decía que yo
estaba tomando, y nunca quiere ni probarlos. Entre bar y bar procuré
darle todos los besos con lengua que pude para excitarla y se ve que la
cosa funcionó porque no tardó en ser ella la que pasó a acosarme a mí,
no dejándome casi ni respirar entre beso y beso.
Cuando me empezó a acariciar la entrepierna le pregunté si le apetecía
vivir una aventura. Ella me dijo que claro, y sugirió encerrarnos en el
lavabo y desfogarnos allí, pero yo repliqué que había mejores sitios
públicos para hacerlo. Nos podemos meter a un cine porno, propuse. La
idea le sonó extraña, pero la aceptó. Así que nos dirigimos allí,
entramos, compramos las entradas a un cincuentón con un frondoso
cabello blanco que encontramos en el vestíbulo, decorado igual que
hacía tres décadas como mínimo, y pasamos a la única sala que había.
Al entrar nos costó unos instantes acostumbrarnos a la oscuridad. La
película aún no había empezado a ser proyectada y unas tenues lámparas
estaban encendidas. También olía a cerrado. Nos quedamos quietos junto
a la puerta hasta que empezamos a vislumbrar las butacas y pudimos
comprobar que no había nadie más aparte de nosotros, así que nos
sentamos por la mitad de la sala porque las entradas no estaban
numeradas.
Casi al instante de sentarnos notamos que se encendió la luz de la cabina
de proyección y empezó la película. Se trataba de un film francés
titulado La Fiebre de Laura. No me sorprendí cuando vi el año de
publicación: 1998. Bastante antigua. Tanto, que tanto actores como
actrices lucían abundante vello púbico. Además no era como las
películas de ahora, en las que ya ni se molestan en adornar un poco con
un argumento. Esta película, por lo que pude escuchar entre beso y beso
con mi novia, trataba de una muchacha que se iba de casa a una gran
ciudad y por distintos avatares del destino terminaba convirtiéndose en
prostituta. Muy original.
Viendo que seguíamos solos, pensé que al menos sería morboso follar allí
mismo, así que empecé a meterle mano. Cuando le toqueteé las tetas me
di cuenta de que no llevaba sujetador. ¿Había decidido no ponerse ese
día? Imposible, de haber sido así me hubiera dado cuenta a lo largo de
la tarde. Pero tampoco estaba completamente seguro. A continuación metí
la mano entre sus piernas y alcancé su vello púbico sin toparme con
ninguna prenda, así que no pude evitar preguntarle si había salido de
casa sin ropa interior. Me contestó que se la había quitado una de las
veces que había ido al baño en el último bar en el que habíamos estado
y que la llevaba guardada en el bolso.
La verdad es que había acertado de lleno, el detalle me encantó. Tras
algunos besos en su cuello y estimulación manual entre sus piernas,
decidió que ya habíamos tenido suficientes preliminares y se apresuró a
extraer mi polla del pantalón para chupármela. Fue una interesante
experiencia recibir una felación al mismo tiempo que estaba viendo otra
en la pantalla, nunca antes lo había experimentado. Empujé ligeramente
su cabeza intentando que captara la idea de que me apetecía que
desplegara todas las habilidades de su garganta, pero no funcionó.
Instantes después oí la puerta de la sala abrirse porque coincidió
casualmente con un momento de silencio de la proyección. Giré la cabeza
y vi que alguien entraba, pero mi novia no se enteró porque estaba
ocupada en otros menesteres. Con la oscuridad sólo pude distinguir que
se trataba de una sola persona, pero estaba claro que las posibilidades
de llevar a cabo al menos un trío acababan de reavivarse. Así que le
dije a mi chica que quería que continuara lo que estaba haciendo pero
en otra postura. Se apartó, me levanté y de un salto me puse de pie en
la fila de detrás. Entonces le dije que quería que se pusiera de
rodillas sobre los reposabrazos de su butaca, con las piernas abiertas
y de espalda a la pantalla. Afortunadamente no puso pegas, se colocó
como le dije y prosiguió con su servil labor. Lo que yo quería era que
su entrepierna quedara totalmente desprotegida; y la posición que
adoptó, sumado a que llevaba minifalda sin ropa interior, dejaba el
camino libre a cualquiera que se atreviera a acercarse.
Con mi novia distraída en sus labores, giré la cabeza para tratar de
distinguir quién había entrado. Gracias a la iluminación proveniente de
la pantalla pude ver que había una persona sentada en la última fila, y
por el pelo corto parecía un hombre. Noté como en lugar de mirar a la
pantalla me miraba a mí, y no lo dudé ni un instante. Le hice una seña
para que se acercara y se levantó al instante. Se acercó tranquilamente
por el pasillo y al llegar a nuestra altura se quedó observando la
escena. De cerca descubrí quién era: ¡el cincuentón al que habíamos
comprado las entradas! Por lo que parece sabía muy bien a lo que íbamos
y entró a la sala para ver si le permitíamos participar. Entonces puse
una mano sobre la cabeza de mi chica para taparle disimuladamente la
visión hacia donde estaba nuestro acompañante y evitar que le
descubriera; y con la otra señalé al hombre el trasero de mi novia,
indicándole que ése era su sitio. Pareció comprender y se dirigió a su
puesto.
Como ya tenía mi aprobación se concentró en su tarea. En primer lugar
contempló unos instantes el culo en pompa de mi chica, aunque por algún
motivo esta se percató de que había alguien detrás de ella y trató de
girarse, pero para evitarlo le sujeté la cabeza con ambas manos. No
quería que viera quién tenía detrás porque me temía que si descubría
que era el hombre de la entrada se negaría a hacer nada y se acabaría
la diversión. La verdad es que con eso me jugué el tipo porque si ella
no hubiera estado de acuerdo me habría soltado tal mordisco que
seguramente me habría abierto varios orificios nuevos por los que mear,
pero parece ser que no le desagradó la idea de tener un tercer
componente completamente desconocido. A partir de ese momento se podría
decir que la felación que me practicaba tocó a su fin porque su
atención pasó a estar centrada en lo que le hacía nuestro misterioso
compañero en sus desguarnecidas partes íntimas. Sencillamente aceptó
que mi rabo siguiera en su boca, pero mostrándose completamente pasiva
hacia él.
Tuve que volver a hacer una seña a nuestro invitado, que se había quedado
inmóvil al darse cuenta de nuestra pequeña disputa, para que pasara a
la acción. Se escupió en los dedos de una mano y procedió a juguetear
con el coño de mi novia. Como tenía unas manos muy grandes, y dedos a
juego, pensé que mi chica iba a disfrutar bastante, y acerté. El hombre
parecía saber muy bien lo que hacía porque mi novia no tardó en exhalar
aire en un suspiro de placer. Y los gemidos no se hicieron esperar. Los
resultados denotaron la maestría de nuestro acompañante.
Al cabo de un par de minutos se detuvo para buscar algo en un bolsillo. No
me esperaba el parón y mi chica volvió a intentar girar la cabeza, pero
estuve rápido y logré evitarlo, aunque posiblemente por el rabillo del
ojo pudo ver algo. Ella pareció comprender que formaba parte del juego
y aceptó de nuevo mi censura. Lo que buscaba el cincuentón era un
condón, toda precaución es poca con desconocidos, debió pensar. Y es
que no sólo hay que preocuparse de los embarazos no deseados, tampoco
se sabe quién te puede contagiar una enfermedad de transmisión sexual.
Se giró un poco para colocárselo correctamente aprovechando la luz de
la pantalla, así que pude comprobar que su miembro ya estaba
completamente erecto. Me pareció muy rápido para su edad, tal vez se
había tomado una viagra justo después de vendernos las entradas. Una
vez de nuevo en posición colocó una mano en la cadera de mi novia y con
la otra se agarró la polla para apuntar. Tras palpar un poco encontró
el camino y penetró con delicadeza, ante lo cual mi chica gimió otra
vez. Aprovecho la otra mano para terminar de aferrarse a sus caderas y
empezó lentamente el movimiento de inserción-extracción que fue
acelerando paulatinamente.
La verdad es que el cincuentón terminó alcanzando un ritmo admirable,
embistiendo con contundencia. Se notaba que tenía tablas. Mi novia ya
no gemía, gritaba. En un momento dado consiguió escupir mi pene, pero a
pesar de ello sujeté su cabeza para asegurarme de que no se diera la
vuelta. De repente porfirió un alarido mucho más fuerte que los
anteriores, se encogió bruscamente y, entre convulsiones y aguantando
la respiración, bajó las rodillas de los reposabrazos al asiento de
manera que también se desacopló de nuestro acompañante: había alcanzado
el orgasmo. Pensé que se había acabado la diversión porque, hasta la
fecha, siempre que tenía uno significaba terminar toda actividad
sexual. Como ya he dicho en alguna ocasión, hasta entonces ella nunca
me había dado muestras de ser multiorgásmica.
A los pocos segundos recuperó la respiración y empezó a jadear
violentamente, pero rápidamente volvió a adoptar lentamente la posición
anterior invitando al desconocido a continuar la penetración. El
cincuentón evidentemente volvió a penetrar y bombear con brío a mi
chica, que de momento no parecía reaccionar. Pero pasados unos segundos
los gemidos volvieron. En un principio pensé que lo que estaba haciendo
era ofrecer a nuestro invitado la ocasión de buscar su orgasmo, pero
contra todo pronóstico estaba empezando a estimularse de nuevo. Intenté
volver a penetrarle la boca pero no se dejó, así que pensé en correrme
en su cara y empecé a pajearme buscando el clímax por mi cuenta. Pero
entonces ocurrió algo inesperado: mi chica volvió a alcanzar el
éxtasis, repitiendo exactamente lo mismo que hizo antes. El cincuentón
había logrado lo que nadie hasta la fecha había conseguido, provocarle
dos orgasmos seguidos. Y, tras el breve receso, por tercera vez se
pusieron de nuevo a la faena.
Me empecé a cansar de la situación y decidí intentar cambiar los roles
porque el fantasma del 'gatillazo' empezaba a sobrevolarme; así que le
hice una seña al hombre, que se detuvo inmediatamente. En ese momento
mi novia hizo el ademán de intentar ver qué pasaba, pero de nuevo
estuve rápido y le tapé los ojos. El cincuentón se dirigió al pasillo y
luego se acercó a mí recorriendo la fila en la que me encontraba. Se
detuvo justo a mi lado y sin hablar supimos perfectamente qué hacer:
aparté mis manos de sus ojos y él colocó las suyas al instante. A
continuación acercó su pene a la boca de mi novia, pero ella
interrumpió el plan: en cuanto se percató de que había un condón de por
medio levantó las manos y se lo retiró hábilmente de un tirón. El
cincuentón me miró y se encogió de hombros. Tras eso ella sí le admitió
y comenzó a chuparle el miembro. Al ver que había finalizado la pausa,
salté a la fila siguiente. La luz de la pantalla me permitió ver con
claridad la tentadora imagen de las piernas abiertas de mi chica y
penetré placenteramente su excepcionalmente lubricada vagina. También
pude ver claramente a nuestro temporal compañero sexual, poniendo
muecas de placer, y como esa imagen no me resultaba nada excitante,
miré para otro lado.
Aunque embestí con todas mis ganas, no debí quedar en buen lugar porque no
logré que mi novia volviera a correrse. Y al contrario que conmigo
instantes antes, ella pareció esmerarse mucho más en la mamada que le
dedicó al cincuentón. De hecho en un momento dado le sujetó con las
manos por las caderas y le indicó cómo deseaba que se moviera para que
le penetrara con fuerza la boca. Evidentemente ante semejante
despliegue de sexo oral el afortunado hombre alcanzó el clímax bastante
rápido y cuando empezó a eyacular mi novia no hizo ningún esfuerzo por
apartarse para evitar recibir su lefa en la boca. Esto incrementó los
gemidos del hombre, que pareció disfrutar aún más. Otra vez se estaba
vertiendo semen en la boca de mi novia y otra vez no era mío.
Una vez estuvo satisfecho extrajo su miembro de la boca de mi chica y
volvió a cubrir sus ojos con las manos puesto que durante su orgasmo no
logró mantenerlas en posición, con lo cual imagino que ella logró
verle. Me hizo una seña para reemplazarle, ya que como para él la
acción había terminado deseaba marcharse, pero sin romper el encanto.
Yo había pausado mis actividades de penetración cuando reparé en el
orgasmo del desconocido, así que simplemente me recosté sobre ella y le
tapé los ojos sustituyendo a nuestro invitado. Éste comprendió que su
papel había terminado definitivamente y salió de la sala. Cuando se
cerró la puerta despejé la vista de mi chica y me aparté, permitiéndole
que se incorporara. A la luz de la pantalla pude ver que tenía las
mejillas rojas, algunas lágrimas y una enorme sonrisa dibujada en su
rostro. Estaba más satisfecha que nunca y, para qué engañarnos, yo
había gozado también a pesar de no haber podido correrme.
Le pregunté que qué tal y me dijo Joder, he tenido dos orgasmos, nunca me
había pasado. Confirmado. Y como ya habíamos cumplido lo que habíamos
ido a hacer allí, decidimos irnos. La película no iría ni por la mitad
pero evidentemente no nos importaba lo más mínimo, aunque antes de
marcharnos se me ocurrió comprobar algo. Cuando mi chica comenzó a
recorrer el pasillo, yo, que iba detrás, me detuve justo en la fila
anterior a la nuestra y, utilizando el móvil a modo de linterna,
iluminé el suelo donde había estado el cincuentón cuando alcanzó su
orgasmo. No había nada. Busqué también más arriba, en el respaldo del
asiento, y tampoco hallé el más mínimo rastro de esperma. Me di por
vencido y corrí hasta alcanzarla. Por fortuna el ruido de mis pisadas
fue amortiguado por el sonido emitido por la película, así que ella no
reparó en que me había rezagado. Pero me había quedado claro: se había
vuelto a tragar una ración de lefa, y esta vez no cabían dudas de que
lo había hecho voluntariamente.
Ya en el rellano el cincuentón estaba sentado en el mismo sitio en el que
le encontramos al entrar, pero ahora tenía una sonrisa de oreja a oreja
y se le notaba sudoroso. El muy pícaro nos despidió con un alegre
¡Adiós pareja!. Puede que tener un cine porno en plena era digital no
fuera rentable, pero si le permitía vivir experiencias parecidas a la
de esa tarde de vez en cuando, desde luego que merecía la pena. No creo
que muchos hombres de su edad hayan podido beneficiarse a una jovencita
de 18 años sin pagar.
Curiosamente ella jamás me ha preguntado por el tercer miembro del trío
que montamos. La verdad es que no sé con certeza si en algún momento
pudo verle porque la única conversación que tuvimos al respecto fue
para regañarme por ser el autor intelectual del plan: Eres un cerdo,
al final siempre haces conmigo lo que quieres. Menos mal que no se ha
enterado nadie
. Pero, en el fondo, creo que le gusta seguir con la
incógnita.
Continuará
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