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  "Cornudo a distancia (6)".

 

 A pesar de los alucinantes episodios sexuales que ya había vivido mi novia, se seguía negando a poner en práctica conmigo todo lo aprendido. Estoy hablando de realizarme mamadas con garganta profunda. Decía que en realidad no le gustaba hacerlo, que le hacía daño y que le daban ganas de vomitar. No recuerdo que dijera nada parecido cuando lo hizo con otros hombres, pero evidentemente no me quedó más remedio que aguantarme.

 Tras mucho pensar llegué a la conclusión de que si quería disfrutar de las habilidades de mi chica en su máximo esplendor, debía preparar otro encuentro sexual con alguien más aparte de mí para llevarla a ese nivel de excitación que conmigo a solas parecía incapaz de alcanzar y tal vez de ese modo yo también recibiera parte. La verdad es que haberla visto meses atrás en aquel bar chupando con ansia pollas que se hundían por completo en su garganta, siendo rociada y tragando semen había sido lo más excitante que me había pasado en la vida.

 Se aproximaba la semana santa y mi novia y yo podríamos volver a vernos durante un periodo algo más prolongado de tiempo pero, en lugar de pensar simple y llanamente en disfrutar de su compañía, estuve maquinando un plan para buscar una nueva aventura. Pero esa vez quería más, quería presenciar cómo era penetrada por otro. U otros. Y no quería conformarme con que me lo contara.

 La verdad es que no fue nada fácil idear cómo hacerlo, pero tras devanarme los sesos al final se me iluminó la bombilla. Y es que cuando me obsesiono con algo estoy día y noche dándole vueltas, creo que hasta durmiendo estoy pensando. Se me ocurrió ir a un cine X. Nunca había estado en ninguno, pero recordé el mito sobre las orgías que se montaba la gente en ellos y me apetecía comprobar si eran ciertos. Además era la opción perfecta porque si en algún momento quisiéramos parar, nos podríamos marchar sin ningún problema porque no conoceríamos a nadie. Así que me puse a buscar. En su ciudad no había ninguno, pero por fortuna en la mía quedaban un par, así que elegí uno muy céntrico. Por supuesto no le comenté nada a mi chica, así que no tenía ni idea de lo que yo estaba tramando.

 Por fin llegó el periodo vacacional y, tal y como habíamos planeado, ella viajó a mi ciudad. Acordamos que la misma tarde de su llegada saldríamos de fiesta y, como ya era primavera y hacía buen tiempo, se puso camiseta y minifalda. Como sabía que necesitaría emborracharla para convencerla de entrar al cine porno, esgrimí como motivo de celebración que había aprobado todos mis exámenes y, dado que le pareció bien, empezamos a consumir cubatas desde el principio. Todos los bares estaban llenísimos por ser festivo, así que me ofrecí continuamente para ir a la barra a pedir las bebidas, pero para mí siempre encargaba tónica a secas. Quería que se emborrachara sólo ella mientras yo permanecía sobrio, y no había peligro de que me descubriera porque siempre ha odiado los gin-tonics, que es lo que le decía que yo estaba tomando, y nunca quiere ni probarlos. Entre bar y bar procuré darle todos los besos con lengua que pude para excitarla y se ve que la cosa funcionó porque no tardó en ser ella la que pasó a acosarme a mí, no dejándome casi ni respirar entre beso y beso.

 Cuando me empezó a acariciar la entrepierna le pregunté si le apetecía vivir una aventura. Ella me dijo que claro, y sugirió encerrarnos en el lavabo y desfogarnos allí, pero yo repliqué que había mejores sitios públicos para hacerlo. “Nos podemos meter a un cine porno”, propuse. La idea le sonó extraña, pero la aceptó. Así que nos dirigimos allí, entramos, compramos las entradas a un cincuentón con un frondoso cabello blanco que encontramos en el vestíbulo, decorado igual que hacía tres décadas como mínimo, y pasamos a la única sala que había.

 Al entrar nos costó unos instantes acostumbrarnos a la oscuridad. La película aún no había empezado a ser proyectada y unas tenues lámparas estaban encendidas. También olía a cerrado. Nos quedamos quietos junto a la puerta hasta que empezamos a vislumbrar las butacas y pudimos comprobar que no había nadie más aparte de nosotros, así que nos sentamos por la mitad de la sala porque las entradas no estaban numeradas.

 Casi al instante de sentarnos notamos que se encendió la luz de la cabina de proyección y empezó la película. Se trataba de un film francés titulado La Fiebre de Laura. No me sorprendí cuando vi el año de publicación: 1998. Bastante antigua. Tanto, que tanto actores como actrices lucían abundante vello púbico. Además no era como las películas de ahora, en las que ya ni se molestan en adornar un poco con un argumento. Esta película, por lo que pude escuchar entre beso y beso con mi novia, trataba de una muchacha que se iba de casa a una gran ciudad y por distintos avatares del destino terminaba convirtiéndose en prostituta. Muy original.

 Viendo que seguíamos solos, pensé que al menos sería morboso follar allí mismo, así que empecé a meterle mano. Cuando le toqueteé las tetas me di cuenta de que no llevaba sujetador. ¿Había decidido no ponerse ese día? Imposible, de haber sido así me hubiera dado cuenta a lo largo de la tarde. Pero tampoco estaba completamente seguro. A continuación metí la mano entre sus piernas y alcancé su vello púbico sin toparme con ninguna prenda, así que no pude evitar preguntarle si había salido de casa sin ropa interior. Me contestó que se la había quitado una de las veces que había ido al baño en el último bar en el que habíamos estado y que la llevaba guardada en el bolso.

 La verdad es que había acertado de lleno, el detalle me encantó. Tras algunos besos en su cuello y estimulación manual entre sus piernas, decidió que ya habíamos tenido suficientes preliminares y se apresuró a extraer mi polla del pantalón para chupármela. Fue una interesante experiencia recibir una felación al mismo tiempo que estaba viendo otra en la pantalla, nunca antes lo había experimentado. Empujé ligeramente su cabeza intentando que captara la idea de que me apetecía que desplegara todas las habilidades de su garganta, pero no funcionó.

 Instantes después oí la puerta de la sala abrirse porque coincidió casualmente con un momento de silencio de la proyección. Giré la cabeza y vi que alguien entraba, pero mi novia no se enteró porque estaba ocupada en otros menesteres. Con la oscuridad sólo pude distinguir que se trataba de una sola persona, pero estaba claro que las posibilidades de llevar a cabo al menos un trío acababan de reavivarse. Así que le dije a mi chica que quería que continuara lo que estaba haciendo pero en otra postura. Se apartó, me levanté y de un salto me puse de pie en la fila de detrás. Entonces le dije que quería que se pusiera de rodillas sobre los reposabrazos de su butaca, con las piernas abiertas y de espalda a la pantalla. Afortunadamente no puso pegas, se colocó como le dije y prosiguió con su servil labor. Lo que yo quería era que su entrepierna quedara totalmente desprotegida; y la posición que adoptó, sumado a que llevaba minifalda sin ropa interior, dejaba el camino libre a cualquiera que se atreviera a acercarse.

 Con mi novia distraída en sus labores, giré la cabeza para tratar de distinguir quién había entrado. Gracias a la iluminación proveniente de la pantalla pude ver que había una persona sentada en la última fila, y por el pelo corto parecía un hombre. Noté como en lugar de mirar a la pantalla me miraba a mí, y no lo dudé ni un instante. Le hice una seña para que se acercara y se levantó al instante. Se acercó tranquilamente por el pasillo y al llegar a nuestra altura se quedó observando la escena. De cerca descubrí quién era: ¡el cincuentón al que habíamos comprado las entradas! Por lo que parece sabía muy bien a lo que íbamos y entró a la sala para ver si le permitíamos participar. Entonces puse una mano sobre la cabeza de mi chica para taparle disimuladamente la visión hacia donde estaba nuestro acompañante y evitar que le descubriera; y con la otra señalé al hombre el trasero de mi novia, indicándole que ése era su sitio. Pareció comprender y se dirigió a su puesto.

 Como ya tenía mi aprobación se concentró en su tarea. En primer lugar contempló unos instantes el culo en pompa de mi chica, aunque por algún motivo esta se percató de que había alguien detrás de ella y trató de girarse, pero para evitarlo le sujeté la cabeza con ambas manos. No quería que viera quién tenía detrás porque me temía que si descubría que era el hombre de la entrada se negaría a hacer nada y se acabaría la diversión. La verdad es que con eso me jugué el tipo porque si ella no hubiera estado de acuerdo me habría soltado tal mordisco que seguramente me habría abierto varios orificios nuevos por los que mear, pero parece ser que no le desagradó la idea de tener un tercer componente completamente desconocido. A partir de ese momento se podría decir que la felación que me practicaba tocó a su fin porque su atención pasó a estar centrada en lo que le hacía nuestro misterioso compañero en sus desguarnecidas partes íntimas. Sencillamente aceptó que mi rabo siguiera en su boca, pero mostrándose completamente pasiva hacia él.

 Tuve que volver a hacer una seña a nuestro invitado, que se había quedado inmóvil al darse cuenta de nuestra pequeña disputa, para que pasara a la acción. Se escupió en los dedos de una mano y procedió a juguetear con el coño de mi novia. Como tenía unas manos muy grandes, y dedos a juego, pensé que mi chica iba a disfrutar bastante, y acerté. El hombre parecía saber muy bien lo que hacía porque mi novia no tardó en exhalar aire en un suspiro de placer. Y los gemidos no se hicieron esperar. Los resultados denotaron la maestría de nuestro acompañante.

 Al cabo de un par de minutos se detuvo para buscar algo en un bolsillo. No me esperaba el parón y mi chica volvió a intentar girar la cabeza, pero estuve rápido y logré evitarlo, aunque posiblemente por el rabillo del ojo pudo ver algo. Ella pareció comprender que formaba parte del juego y aceptó de nuevo mi censura. Lo que buscaba el cincuentón era un condón, toda precaución es poca con desconocidos, debió pensar. Y es que no sólo hay que preocuparse de los embarazos no deseados, tampoco se sabe quién te puede contagiar una enfermedad de transmisión sexual. Se giró un poco para colocárselo correctamente aprovechando la luz de la pantalla, así que pude comprobar que su miembro ya estaba completamente erecto. Me pareció muy rápido para su edad, tal vez se había tomado una viagra justo después de vendernos las entradas. Una vez de nuevo en posición colocó una mano en la cadera de mi novia y con la otra se agarró la polla para apuntar. Tras palpar un poco encontró el camino y penetró con delicadeza, ante lo cual mi chica gimió otra vez. Aprovecho la otra mano para terminar de aferrarse a sus caderas y empezó lentamente el movimiento de inserción-extracción que fue acelerando paulatinamente.

 La verdad es que el cincuentón terminó alcanzando un ritmo admirable, embistiendo con contundencia. Se notaba que tenía tablas. Mi novia ya no gemía, gritaba. En un momento dado consiguió escupir mi pene, pero a pesar de ello sujeté su cabeza para asegurarme de que no se diera la vuelta. De repente porfirió un alarido mucho más fuerte que los anteriores, se encogió bruscamente y, entre convulsiones y aguantando la respiración, bajó las rodillas de los reposabrazos al asiento de manera que también se desacopló de nuestro acompañante: había alcanzado el orgasmo. Pensé que se había acabado la diversión porque, hasta la fecha, siempre que tenía uno significaba terminar toda actividad sexual. Como ya he dicho en alguna ocasión, hasta entonces ella nunca me había dado muestras de ser multiorgásmica.

 A los pocos segundos recuperó la respiración y empezó a jadear violentamente, pero rápidamente volvió a adoptar lentamente la posición anterior invitando al desconocido a continuar la penetración. El cincuentón evidentemente volvió a penetrar y bombear con brío a mi chica, que de momento no parecía reaccionar. Pero pasados unos segundos los gemidos volvieron. En un principio pensé que lo que estaba haciendo era ofrecer a nuestro invitado la ocasión de buscar su orgasmo, pero contra todo pronóstico estaba empezando a estimularse de nuevo. Intenté volver a penetrarle la boca pero no se dejó, así que pensé en correrme en su cara y empecé a pajearme buscando el clímax por mi cuenta. Pero entonces ocurrió algo inesperado: mi chica volvió a alcanzar el éxtasis, repitiendo exactamente lo mismo que hizo antes. El cincuentón había logrado lo que nadie hasta la fecha había conseguido, provocarle dos orgasmos seguidos. Y, tras el breve receso, por tercera vez se pusieron de nuevo a la faena.

 Me empecé a cansar de la situación y decidí intentar cambiar los roles porque el fantasma del 'gatillazo' empezaba a sobrevolarme; así que le hice una seña al hombre, que se detuvo inmediatamente. En ese momento mi novia hizo el ademán de intentar ver qué pasaba, pero de nuevo estuve rápido y le tapé los ojos. El cincuentón se dirigió al pasillo y luego se acercó a mí recorriendo la fila en la que me encontraba. Se detuvo justo a mi lado y sin hablar supimos perfectamente qué hacer: aparté mis manos de sus ojos y él colocó las suyas al instante. A continuación acercó su pene a la boca de mi novia, pero ella interrumpió el plan: en cuanto se percató de que había un condón de por medio levantó las manos y se lo retiró hábilmente de un tirón. El cincuentón me miró y se encogió de hombros. Tras eso ella sí le admitió y comenzó a chuparle el miembro. Al ver que había finalizado la pausa, salté a la fila siguiente. La luz de la pantalla me permitió ver con claridad la tentadora imagen de las piernas abiertas de mi chica y penetré placenteramente su excepcionalmente lubricada vagina. También pude ver claramente a nuestro temporal compañero sexual, poniendo muecas de placer, y como esa imagen no me resultaba nada excitante, miré para otro lado.

 Aunque embestí con todas mis ganas, no debí quedar en buen lugar porque no logré que mi novia volviera a correrse. Y al contrario que conmigo instantes antes, ella pareció esmerarse mucho más en la mamada que le dedicó al cincuentón. De hecho en un momento dado le sujetó con las manos por las caderas y le indicó cómo deseaba que se moviera para que le penetrara con fuerza la boca. Evidentemente ante semejante despliegue de sexo oral el afortunado hombre alcanzó el clímax bastante rápido y cuando empezó a eyacular mi novia no hizo ningún esfuerzo por apartarse para evitar recibir su lefa en la boca. Esto incrementó los gemidos del hombre, que pareció disfrutar aún más. Otra vez se estaba vertiendo semen en la boca de mi novia y otra vez no era mío.

 Una vez estuvo satisfecho extrajo su miembro de la boca de mi chica y volvió a cubrir sus ojos con las manos puesto que durante su orgasmo no logró mantenerlas en posición, con lo cual imagino que ella logró verle. Me hizo una seña para reemplazarle, ya que como para él la acción había terminado deseaba marcharse, pero sin romper el encanto. Yo había pausado mis actividades de penetración cuando reparé en el orgasmo del desconocido, así que simplemente me recosté sobre ella y le tapé los ojos sustituyendo a nuestro invitado. Éste comprendió que su papel había terminado definitivamente y salió de la sala. Cuando se cerró la puerta despejé la vista de mi chica y me aparté, permitiéndole que se incorporara. A la luz de la pantalla pude ver que tenía las mejillas rojas, algunas lágrimas y una enorme sonrisa dibujada en su rostro. Estaba más satisfecha que nunca y, para qué engañarnos, yo había gozado también a pesar de no haber podido correrme.

 Le pregunté que qué tal y me dijo “Joder, he tenido dos orgasmos, nunca me había pasado”. Confirmado. Y como ya habíamos cumplido lo que habíamos ido a hacer allí, decidimos irnos. La película no iría ni por la mitad pero evidentemente no nos importaba lo más mínimo, aunque antes de marcharnos se me ocurrió comprobar algo. Cuando mi chica comenzó a recorrer el pasillo, yo, que iba detrás, me detuve justo en la fila anterior a la nuestra y, utilizando el móvil a modo de linterna, iluminé el suelo donde había estado el cincuentón cuando alcanzó su orgasmo. No había nada. Busqué también más arriba, en el respaldo del asiento, y tampoco hallé el más mínimo rastro de esperma. Me di por vencido y corrí hasta alcanzarla. Por fortuna el ruido de mis pisadas fue amortiguado por el sonido emitido por la película, así que ella no reparó en que me había rezagado. Pero me había quedado claro: se había vuelto a tragar una ración de lefa, y esta vez no cabían dudas de que lo había hecho voluntariamente.

 Ya en el rellano el cincuentón estaba sentado en el mismo sitio en el que le encontramos al entrar, pero ahora tenía una sonrisa de oreja a oreja y se le notaba sudoroso. El muy pícaro nos despidió con un alegre “¡Adiós pareja!”. Puede que tener un cine porno en plena era digital no fuera rentable, pero si le permitía vivir experiencias parecidas a la de esa tarde de vez en cuando, desde luego que merecía la pena. No creo que muchos hombres de su edad hayan podido beneficiarse a una jovencita de 18 años sin pagar.

 Curiosamente ella jamás me ha preguntado por el tercer miembro del trío que montamos. La verdad es que no sé con certeza si en algún momento pudo verle porque la única conversación que tuvimos al respecto fue para regañarme por ser el autor intelectual del plan: “Eres un cerdo, al final siempre haces conmigo lo que quieres. Menos mal que no se ha enterado nadie…”. Pero, en el fondo, creo que le gusta seguir con la incógnita.

 

 Continuará…

 

 

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