.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Cornudo a distancia (5)".

 

 Al reinicio del curso escolar, tras las vacaciones navideñas en las que celebramos tan sonadamente el cumpleaños de mi novia a base de partidas de futbolín, en su clase surgió un nuevo tema de debate: el viaje de fin de curso. El caso es que todos los destinos que les apetecían se salían de presupuesto, por lo que decidieron pensar alguna iniciativa para recaudar fondos.

 Alguien expuso que lo tradicional era la venta de papeletas para hacer una rifa, pero el delegado, un repetidor que se ganó el puesto de representante de la clase por méritos propios ya que según mi novia era “el líder y todos hacían lo que él decía”, sugirió algo más interesante. Dijo que ya había organizado dos anteriormente porque ese era ya su tercer año en ese curso y, basándose en su experiencia, aseguró que lo recaudado nunca fue lo esperado y tuvieron que escoger destinos decepcionantes.

 

 Así que propuso lo que, según dijo, habían probado sus amigas universitarias con resultados excepcionales: hacer un calendario erótico con fotos de las chicas de clase. Evidentemente todas protestaron y se negaron, pero cuando el delegado comentó la cifra que estimaban recaudar muchas de ellas retiraron sus protestas, aunque no así mi novia. Era tan alta que prácticamente alcanzaría para que toda la clase pudiera viajar a Ibiza o incluso Punta Cana, sus destinos predilectos.

 En cuanto me lo contó hice todo lo posible por hacerla cambiar de opinión porque la idea me pareció morbosísima. Le dije que seguro que sería algo de buen gusto, que merecería la pena porque podrían disfrutar de un viaje increíble, que un proyecto en común como ese serviría para que la clase estuviera más unida y reforzaran su amistad… todo lo que se me ocurrió, vamos; y al menos conseguí que me dijera que se lo iba a pensar.

 Al día siguiente los chicos propusieron concesiones para intentar convencer a las chicas más reticentes a ejecutar el plan. Comenzaron ofreciendo hacerse cargo de todo: contratar el fotógrafo, pagar la imprenta y distribuir los calendarios. Pero un pequeño grupúsculo, en el que se encontraba mi chica, siguió sin ceder. Por suerte un par de días después, debido a la insistencia del resto de la clase, dieron su brazo a torcer.

 

 La clarificación de conceptos, dejando claro que se trataría de algo erótico y no pornográfico como yo había predicho, y una última oferta que, según mi novia, era irrechazable, surtieron efecto: les ofrecieron comprar primero los viajes de las chicas, con lo cual si faltaba dinero al final sólo pondrían de más los chicos.

 Los acontecimientos se sucedieron vertiginosamente y los chicos orquestaron la sesión de fotos con un fotógrafo que era primo del delegado para ese mismo fin de semana. Pero las chicas pusieron otra condición: ninguno de los chicos podría asistir a la sesión. “Les jodió un montón pero no les quedaron más cojones que aceptar. Se creían que les íbamos a dejar estar ahí viéndonos posar y cambiándonos”, me dijo mi novia. Antes de la cita los chicos transmitieron a las eventuales modelos las instrucciones del fotógrafo: debían acudir bien depiladas y llevarse cada un conjunto de ropa interior, lencería si fuera posible, y un bikini. Así que el sábado se presentaron todas en el estudio a la hora acordada.

 Por la noche mi chica me explicó cómo fue la sesión. Primero el fotógrafo les contó la idea que tenía sobre las fotos y les dijo que tomaría unas cuantas de cada una en varias posturas y con distintos atuendos para posteriormente elegir entre ellas. Que por supuesto no había que enseñar nada, así que lo máximo sería, si alguna se atrevía, posar en tanga o braguitas tapándose las tetas con las manos.

 

 Mi novia, acomplejada como estaba por sus anchas caderas e incipientes cartucheras, le pidió por favor que sólo la retratara de cintura para arriba, y también le dejó claro que no quería posar de espaldas porque tampoco se sentía cómoda enseñando el culo, pero el fotógrafo le dijo que no se preocupara por nada de eso ya que después retocaría las imágenes con Photoshop y eliminaría todas las imperfecciones.

 Y tras firmarle los pertinentes permisos hicieron las fotos. Al parecer se divirtieron bastante porque pusieron música y las chicas terminaron animándose bastante, llegando a intercambiarse prendas y retarse entre ellas para adoptar posturas más sexys. También me dijo que, como eran más de 12 chicas, tuvieron que hacer algunas por parejas para que pudieran salir todas ya que un calendario sólo puede tener una lámina por cada mes. Ese día envidié y mucho al fotógrafo. Antes de irse les dijo que aproximadamente en dos semanas se curraría un primer borrador y se lo mandaría a su primo, el delegado, para que lo llevara a clase y decidieran si mandarlo a imprimir o cambiar algo. Yo estaba ansioso por verlo.

 Pero pocos días después el fotógrafo llamó hecho una furia a su primo regañándole por no advertirle de que le había enviado un grupo de chicas todas menores de edad salvo una. Los permisos firmados por menores eran nulos y el fotógrafo se vio obligado a eliminar las fotos porque, de demostrarse que las conservaba a sabiendas de su ilegalidad, podría tener serios problemas si alguna chica se decidía a denunciarle. Las únicas fotos legales resultaron ser las de mi novia, la mayor de la clase y única mayor de edad. Con lo cual se encontraron ante una auténtica encrucijada: si mi chica no consentía que el calendario estuviera protagonizado exclusivamente por ella tendrían que renunciar al proyecto que tan avanzado tenían ya y decidirse por otra alternativa recaudatoria, amén de las pérdidas que les supondría pagar al fotógrafo por el trabajo realizado hasta ese momento.

 Pero convencerla no sólo no fue tarea fácil, sino que resultó imposible porque decía que le daba vergüenza ser la única cuyas fotos fueran a ser distribuidas. Llegados a ese punto bloqueante el delegado propuso una votación y mi chica quedó en minoría aunque todas las demás le dieron su apoyo. Así que los chicos decidieron obviar su opinión, supuse que movidos a partes iguales por el morbo y por el viaje, y seguir adelante. Esa tarde me explicó lo sucedido hecha una furia y, aunque yo también traté de ablandarla diciéndole que no sería para tanto y que lo hiciera por el bien común, tampoco lo conseguí.

 “Cari, no puedo dejar que publiquen el calendario. He llamado al delegado y voy a quedar con él esta tarde para intentar convencerle a solas. Te quiero”, me dijo antes de colgar. Ya por la noche recibí un mensaje suyo que contenía un escueto “Lo siento” que inicialmente no supe interpretar.

 

 Envié otro mensaje pidiendo explicaciones, pero no obtuve respuesta. Tras pensarlo un poco me di cuenta que lo más probable es que me hubiera vuelto a ser infiel. Llegué a la conclusión de que la única forma de convencer al repetidor fue a cambio de sexo. Llamé a su móvil pero no me lo cogió. Esa noche mi cabeza estuvo tan atribulada que me costó conciliar el sueño de la emoción.

 Al día siguiente logré que me cogiera el teléfono después de clase y me confirmó que en efecto había recibido unos nuevos cuernos, pero no quiso entrar en detalles. Tras disculparse apeló a mi comprensión ya que, según ella, tenía que hacer todo lo necesario porque no podía permitir que sólo sus fotos salieran a la luz. Al menos conseguí cerrar el acuerdo que ya otras veces habíamos alcanzado: obtendría mi perdón a cambio de contarme en nuestro próximo encuentro hasta la última coma de lo ocurrido.

 El resto de la conversación giró en torno a lo ocurrido en clase esa mañana. Por lo visto el delegado cumplió con lo pactado, se enfrentó a la clase e intentó convencerles de que no era justo sacar el calendario en contra de la voluntad de mi chica. Evidentemente este repentino cambio de opinión despertó sospechas, pero el muchacho no se amilanó a pesar de la contradicción.

 

 A favor de seguir adelante se argumentó que qué más daba una foto que doce, que si se había comprometido tenía que cumplir, que había sido una fatalidad pero que no podía dejar tirados a todos... También llegaron a ofrecer a mi novia ir a gastos pagados, incluido todo lo que consumiera durante el viaje, pero ni por esas reculó. El debate estuvo al rojo vivo, pero al final el poder del repetidor se impuso y el proyecto fue abortado. Por suerte el fotógrafo no les cobró nada y lo único que perdieron fue el tiempo.

 Eso me fastidió mucho, pero todavía más lo hizo el hecho de no saber qué había hecho exactamente con el delegado porque tuve que esperar bastante hasta enterarme dado que acordamos que me lo contaría cuando nos viéramos en persona. Cuando por fin viajé a su ciudad me confesó qué favores sexuales le había hecho al delegado para convencerlo. En primer lugar me contó que quedaron en un bar. Cuando ella llegó allí él ya estaba esperándola con una sonrisa socarrona. Empezó diciéndole que por favor comprendiera su situación y le intentó dar pena, pero le replicó que lo que él comprendiera o dejara de comprender dependía de lo que ella estuviera dispuesta a hacer. La cosa pintaba interesante.

P ara no andarse por las ramas mi chica le preguntó directamente qué quería, y el repetidor le dijo que ver en persona lo que se iba a perder si al final no se publicaba el calendario. Eso no se lo esperaba, pero accedió ingenuamente a pesar de que seguramente su primo el fotógrafo ya le habría enseñado las fotos. “Me dio mogollón de vergüenza, pero como quería terminar rápido le dije que vale y fuimos al baño”.

 

 Una vez dentro cerraron la puerta, mi novia se quedó en ropa interior y al parecer al muchacho le gustó lo que vio. Después le pidió que se diera la vuelta porque también quiso echarle un ojo su trasero. “Con la celulitis que tengo…”, añadió mientras me lo explicaba sin poder evitar empezar a sonrojarse. Es cierto que tiene ligeros atisbos pero, si te gustan las curvas, habría que ser muy exquisito para hacer ascos a su cuerpo.

 “Pero no se conformó con eso, ¿verdad?”, anticipé. “No…”. Claro que no. “Me empezó a magrear el culo y me aparté, pero me dijo que si de verdad quería convencerle para que me ayudara que más me valía estarme quietecita. Menudo hijo de puta…”.

 

 A continuación el atrevido chaval hizo algo chocante: le dio un contundente cachete en una nalga. Me hizo gracia y apenas pude contener una carcajada. “Joder, no te rías que me hizo daño”, replicó indignada. Le pregunté que si con eso se quedó satisfecho, pero de eso nada. “Qué va, le dije que de qué coño iba pero me mandó callar y todavía me dio unos cuantos más”.

 

 Cuando se cansó de sacudir y estrujar fue un paso más allá, le bajó el tanga y le hizo una húmeda visita con la lengua en pleno ojete por sorpresa. Exigí que no se detuviera, ansioso por enterarme de todo y cada vez más excitado.

 Tras el beso negro el repetidor le pidió que se inclinara y abriera las piernas, de modo que pudiera tener acceso oral a su vagina. “Me comió el coño un rato y… bueno… me puso bastante cachonda”, me confesó con la cara roja como un tomate. De repente lo que estaba siendo un chantaje se convirtió en un encuentro sexual completamente consentido y mi novia no rechistó cuando el muchacho se sacó la polla y la penetró. Quise saber si esa fue la única postura en la que lo hicieron y me contó que también le dieron un rato al asunto estando el delegado sentado sobre la taza del WC y ella cabalgándole encima. No me extrañó que lograra convencerle.

 No proseguí con el interrogatorio porque ya estaba muy cachondo, así que me abalancé sobre ella y nos pusimos a follar. Sabía que me convenía demostrar con efusividad que me alegraba que me confiara sus aventuras para que nunca se planteara ocultármelas.

 

 Después del polvo me comentó que, como se lo había montado con el repetidor a pelo porque ninguno de los dos llevó condones a la cita, había tenido que volver a pedir la píldora del día después; y añadió que había decidido empezar a tomar la píldora anticonceptiva regular para evitarse tener que volver a pasar por ese engorro. Yo ya se lo había propuesto en otras ocasiones porque me apetecía mucho que folláramos sin preservativo, pero hasta entonces siempre me había dicho que no merecía la pena hormonarse de ese modo cuando sólo nos veíamos una vez al mes como máximo. Su cambio de opinión dejaba claro que le importaba más estar preparada para poder disfrutar de cualquier aventura futura sin preocupaciones que de complacer mis deseos pero, como a mí me convenía, no sólo no protesté sino que me mostré de acuerdo con ella.

 Pero no acabó aquí la historia. Esa noche salimos de fiesta y, mira tú qué casualidad, nos encontramos con el delegado. El muchacho, lejos de sentirse incómodo por mi presencia, se acercó para saludarnos efusivamente por sus tendencias a buscar la polémica y meterse en líos.

 

 Como estábamos en un bar de copas y había mucho ruido aprovechó para decirme sin que se enterara mi novia: “Qué suerte tienes, ya me gustaría a mí tener una piba que se lo traga”. Me quedé petrificado, pero intenté disimular para que mi chica no sospechara que acababa de recibir semejante información.

 

 Es verdad que yo no le pregunté detalles concretos sobre el final de la sesión que tuvieron, pero no es menos cierto que ella no me los contó. Ese valioso dato me lo guardé para esgrimirlo a mi favor cuando lo encontrara conveniente y, si el chaval pensó que me iba a enfadar con él por lo que me dijo, no pudo estar más equivocado.

 

 Continuará…

 

 

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