.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Cornudo a distancia (19)".

 

 Pasaron varios meses hasta que volvimos a vivir una aventura digna de mención. Yo seguía trabajando y mi novia por su parte empezó su segundo y último curso del módulo de formación profesional que estaba cursando. El otoño dio paso al invierno y ambos envejecimos un año más, cumpliendo 24 y 20 respectivamente.

 A partir de febrero del nuevo año mi novia comenzaría la etapa de prácticas en empresa como última tarea para completar sus estudios. El caso es que decía que como tendría mucho más tiempo libre quería buscarse un trabajo a tiempo parcial. Buscó y buscó, pero la crisis económica no perdona a nadie y no encontró nada interesante. Un día se enteró de que el bar en el que habíamos celebrado aquellos dos cumpleaños con apuestas de futbolín de índole sexual iba a cerrar. Nos apenó mucho la noticia pero, dado que su hermano mayor siguió muy de cerca la evolución de los acontecimientos porque había trabajado ahí años atrás, también supo que un nuevo dueño iba a reabrir el local y buscaba personal.

 Mi chica logró cita para una entrevista y entre los dos puestos que ofertaban, camarera y gogó, la cogieron como camarera. Según me contó, entre que lo de gogó sólo era para los fines de semana y que el hombre le insinuó que para ese puesto buscaba a otro tipo de chicas (supongo que más altas y delgadas), terminó consiguiendo el de camarera. La contrató para trabajar por las tardes de lunes a jueves, cuando el local funcionaría como cafetería/cervecería. Para los viernes y sábados cogió a otra chica para estar tarde y noche en modo pub hasta las 3:00 de la mañana, más una gogó que animara el cotarro. Aun así él siempre estaba rondando por allí, dispuesto a echar una mano cuando fuera necesario porque, al fin y al cabo, era su negocio.

 

 Pero por desgracia la misma crisis que le permitió hacerse con ese bar a un precio muy asequible amenazó con arruinarle a las pocas semanas de empezar. Su plan de negocio no se estaba cumpliendo y la clientela no consumía lo que él había previsto erróneamente. Las primeras consecuencias se notaron en los pagos a sus empleadas, acumulando días de retraso. Por suerte para mi novia el hecho de cobrar un poco más tarde no suponía ningún drama porque vivía con sus padres, pero al parecer para las otras chicas sí y terminaron abandonando.

 Ante esa situación el dueño propuso a mi chica ampliar su horario para cubrir el puesto de la otra camarera, pero no aceptó porque también necesitaba tiempo para descansar. El hombre contraofertó permitiéndole librar domingos y lunes porque eran los días más flojos en cuanto a asistencia de clientes se refería, y con esas nuevas condiciones consiguió convencerla. Inicialmente me mosqueé porque ese nuevo horario no sólo significaba que nunca vendría a mi ciudad a visitarme mientras siguiera con ese trabajo, sino que además cuando yo fuera allí pasaríamos menos tiempo juntos. Ella trató de restarle importancia diciéndome que trabajaría ahí sólo durante su periodo de prácticas porque al año siguiente quería matricularse en la universidad, y que además tras el cierre del bar a las 3:00 de la mañana aún teníamos mucha noche para disfrutar el uno del otro. El plan seguía sin convencerme, pero tampoco pude hacer nada por evitarlo. Así que durante los siguientes tres meses fui yo el que tuvo que viajar para vernos.

 El domingo del primer fin de semana que mi novia trabajó me contó que tanto el viernes como el sábado sucedieron cosas dignas de mención. En primer lugar, en un momento dado mi chica reparó en que el dueño estaba en un extremo de la barra revisando papeles con mala cara y con la cabeza gacha. Fue a preguntarle qué pasaba y le dijo que ni con las nuevas medidas las cuentas terminaban de salir, que se temía que tendría que cerrar el bar. Tras unos minutos de reflexión mi chica le dijo que se pusiera a atender él en la barra, que ella se iba a subir a la tarima a bailar haciendo las veces de gogó. “Me pegué un palizón, no sabes lo cansado que es estar ahí sola venga y venga casi 3 horas; pero como después a la hora de cerrar me dijo que se había notado y que la recaudación había subido, al día siguiente me llevé ropa más sexy y lo volví a hacer”. La verdad es que no me sorprendió porque a esas alturas ya me había dado cuenta de que cada vez disfrutaba más exhibiéndose y esa oportunidad no iba a ser diferente, pero lo más reseñable ocurrió el sábado por la noche.

 En un descanso que hizo para ir al baño pasó por el almacén a coger unos clínex y presenció una escena muy desagradable: un hombre negro estaba amenazando con una navaja de grandes dimensiones a su jefe. Cuando la vieron el dueño del bar le dijo que se fuera, pero parece ser que el asaltante no pudo disimular que le gustaba lo que veía. Mi novia, en lugar de marcharse, intentó aprovechar que el matón no le quitaba ojo y se les acercó diciéndoles con tono desenfadado que notaba mucha tensión en el ambiente y que se tendrían que relajar. Entonces mi chica empezó a acariciarle el brazo en el que llevaba el arma mientras le decía que le ponían mucho los chicos malos y que seguro que ella podría hacer algo para que se le pasara el enfado. Con eso parece ser que consiguió que soltara al pobre desgraciado de su jefe y se centrara en ella. “Le dije con la mirada que se fuera, que ya me ocupaba yo de eso” y él, tras dudar un instante, salió del almacén. Una vez a solas pasó lo que tenía que pasar y tuvieron sexo. Según me dijo primero se dejó magrear el culo y las tetas, después le hizo una mamada y por último terminaron follando sobre las cajas de transportar bebidas.

 Le eché la bronca a mi novia diciéndole que por qué se metía donde no la llamaban, que se le fue la olla haciendo de heroína y que con los sicarios era mejor no jugársela. Pero me contestó que como vio la posibilidad de evitar que hicieran daño a alguien, no dudó en intentarlo y que al final le salió bien. “Si al final lo único malo que me pasó es que me cortó el sujetador con la navaja y se lo llevó, así luego tuve que salir a bailar con una camiseta atada por debajo de las tetas”. Cuando el intruso se fue su jefe entró al almacén y le pidió tantas disculpas como veces le dijo que no tenía que haberlo hecho porque esos eran asuntos suyos y tenía la situación bajo control. Pues desde luego no lo pareció, y tampoco se esforzó mucho para evitar que mi chica interviniera. También le explicó que todo venía a raíz de un dinero que había tenido que pedir a un prestamista para salvar el negocio porque el banco ya no le concedía más crédito. Incompetente, temerario y cobarde, todo en el mismo pack.

 Me imaginé que el asaltante le diría al prestamista que le había dado un buen repaso a la empleada que había salido en defensa del moroso y se llevó el sujetador como prueba. Lo peor del asunto era que sin duda el usurero le mandaría más veces para darle más ‘sustos’ hasta que pagara. Mi novia preguntó al dueño del bar cuánto le faltaba por devolver y éste no se lo dijo a las claras, pero le insinuó que con recaudaciones como las de esas dos noches en las que ella había estado bailando alcanzaría la cifra más rápido.

 

 Al fin de semana siguiente decidí viajar a la ciudad de mi chica para estar en el bar e intentar evitar que sucediera algo similar. A estas alturas no me importaba que mi novia se follara a otros tíos, pero no por un chantaje tan vil. Cuando entramos en el bar me di cuenta de que había sido remodelado de arriba abajo, el jefe de mi novia ni siquiera había esperado a ver qué tal iba el negocio antes de hacer un desembolso de ese calibre cuando lo reabrió. Después pasamos la tarde tras la barra charlando entre cliente y cliente. La segunda sorpresa me la llevé cuando mi chica se dispuso a bailar a eso de las 12:00 de la noche. Primero entró al almacén a cambiarse y cuando salió me costó salir de mi asombro por cómo iba vestida. Me había dicho que se ponía ropa provocativa, pero no me esperaba una malla de rejilla de cuerpo entero (comprada en un sex-shop) junto con un top negro y una minúscula minifalda blanca que apenas conseguía taparle su generoso trasero. “¿Te gusta?”, me preguntó con una sonrisa. Le respondí que me parecía que enseñaba demasiado, pero me replicó contrariada que tenía que hacerlo para atraer clientela porque la vida de una persona estaba en juego.

 Cuando vi cómo bailaba e interactuaba con los chicos que la señalaban y le ofrecían un trago de sus cubatas pude comprobar lo mucho que disfrutaba luciéndose, no se comportaba en absoluto como las clásicas gogós que están todo el rato serias e ignoran todo lo que ocurre a su alrededor. No voy a negar que me excité muchísimo con sus contoneos, y la creciente asistencia de hombres al local dejaron patente que no fui el único. Mi novia podría tener un ligero sobrepeso y curvas muy pronunciadas, pero sabía cómo moverlas para sacarles partido.

 

 Estaba tan embelesado mirándola que de pura casualidad me di cuenta de que el dueño del bar estaba hablando con un cliente bastante más mayor que el resto. Pero más llamativos eran sus acompañantes, seis hombres negros que iban vestidos como pandilleros de alguna banda callejera, así que deduje que se trataba del prestamista y sus matones. Como el dueño del bar estaba muy apurado hablando con el usurero no tuve problemas para colarme en el almacén y esconderme, aunque por desgracia ya sabía que nada podría hacer contra todos esos tipos si mi novia decidía intervenir.

 Instantes después se demostró que no me equivocaba porque los matones y su jefe entraron al almacén siguiendo al moroso. Le empezaron a echar la charla acerca de lo que le podía pasar si seguía sin pagar sus deudas, pero no les dio tiempo a amenazarle mucho porque al cabo de pocos segundos entró en escena mi chica, que se había percatado de todo desde la tarima y acudió al rescate. Entre dos de los matones la sujetaron rápidamente y el prestamista dijo “Así que esta es la zorra que usaste para distraer al que mandé el finde pasado… pero hoy no te va a servir el truco; o me pagas, o aquí mis chicos te van a enseñar que de mí no se ríe ni mi puta madre”. El dueño del bar le insistió que con lo de esa noche ya le había pagado todo, pero el usurero le dijo que los intereses habían subido por los retrasos. El empresario rogó más tiempo para poder ir devolviéndoselos, asegurando que últimamente el negocio iba mejor y que según sus cuentas en menos de un mes podría liquidar su deuda.

 Pero al prestamista no le convenció la petición y le dijo a sus matones que se ocuparan de él. Inmediatamente mi novia les suplicó que no le hicieran daño y que se lo cobraran en ella, que estaba dispuesta a hacerles cualquier cosa. De nuevo el jefe de mi chica no puso objeción a la oferta, el muy cobarde. El prestamista se rió buscando complicidad en sus matones pero se quedó con un palmo de narices porque no se esperaba lo que obtuvo por respuesta. Parece que el sicario que disfrutó de mi novia la semana anterior había hablado muy bien de ella a los demás y tenían ganas de probarla. Se quedó unos instantes pensativo y debió juzgar conveniente dar ese premio a sus subordinados porque pidió al dueño del bar que saliera del almacén con él para dejarlos a solas con ella. “A mí me gustan más delgaditas, pero supongo que a ellos les gusta porque tiene cuerpo de negra…” fue lo último que oí que decía según regresaban a la zona del local abierta al público.

 En cuanto se cerró la puerta los seis hombres se abalanzaron sobre mi chica y le empezaron a quitar la escasa ropa que llevaba a tirones, rompiendo la malla. Ella no oponía resistencia, pero a pesar de eso no dejaban de sujetarle los brazos detrás de la espalda, tirarle del pelo hacia atrás para que se mantuviera erguida y darle sonoros cachetes en las nalgas. Parecía que tenían experiencia en someter a una chica en grupo, seguro que en su delictiva vida ya habían violado a más de una de esa forma. Mi novia intentó razonar con ellos diciéndoles que no hacía falta que se pusieran brutos, que les haría lo que le pidiesen, pero sólo consiguió que también le taparan la boca. A continuación la forzaron a inclinarse hacia delante contra unas cajas para transportar botellines, sin dejar de sujetarla. “Venga, métele el güevo”, dijo uno. Otro se le acercó por detrás y la penetró con contundencia, provocando que emitiera un gemido ahogado porque seguían sin dejarle la boca libre. Pero tuve la mala suerte de que uno de ellos me descubriera.

 Me sacó de mi escondite a rastras mientras decían que era un ‘paracaída’ y entre él y otro me sujetaron tal y como habían hecho con mi novia cuando entró al almacén. Cuando ella me vio se puso histérica, gritándoles que no me hicieran nada, que me dejaran marchar y que a ella le hicieran lo que quisieran. Yo también traté inútilmente de hablar con ellos, pero a la segunda palabra me dieron un puñetazo en la boca del estómago que me cortó la respiración. Como se había puesto tan nerviosa por mi presencia comprendieron que había algo entre nosotros, así que decidieron obligarme a ver cómo se la iban a ‘singar’ entre todos por la fuerza (sus expresiones centroamericanas se me quedaron grabadas). Ante eso intenté liberarme pero sólo conseguí otro doloroso puñetazo. Después uno de mis opresores me enseñó algo que me quitó definitivamente las ganas de volver a resistirme: una pistola. Era la primera vez que veía una tan de cerca que no estuviera en la cartuchera de un policía. Desde luego habían ido allí dispuestos a darle más que un susto al dueño del bar. La verdad es que, visto con perspectiva, que yo entrara al almacén no fue la mejor idea precisamente; me tenía que haber quedado fuera para cortar el paso a mi chica cuando siguió al grupo de extorsionadores y a su jefe.

 

 Los cuatro matones que sujetaban a mi novia siguieron a lo suyo: el que se la estaba zumbando volvió a penetrarla y otro se acercó a su cabeza, la sujetó por el cuello al tiempo que le decía “Me vas a mamar, ¿verdad puta?” y sin dejarle contestar le dio una sonora bofetada. Todavía le preguntó tres veces más lo mismo y tres sopapos más le propinó antes de meterle su negra polla en la boca a pesar de que ella la había abierto a la primera. Suerte que estaba más que acostumbrada a que un pene le entrara hasta la garganta porque le forzaron a ello en numerosas ocasiones, otras mujeres hubieran sufrido mucho con esas prácticas.

 A los negros pareció frustrarles el hecho de que mi chica no protestara por las penetraciones orales y vaginales simultáneas porque parecía disfrutar hasta de los cachetes en el trasero, de modo que tras varios intercambios entre los que le follaban el coño y la boca, uno decidió metérsela por el culo sin contemplaciones. Como empezó a gritar de dolor le dieron nuevas bofetadas por dejar de chupar el pene que tenía en la boca. “No jimiquiés, que tu jevito está mirando”. Su trasero pasó a ser el nuevo objeto de deseo e incluso los dos que me sujetaban pidieron ser relevados para poder ‘raparle el sieso’.

 Afortunadamente el ano de mi chica estaba bien entrenado y no tardó mucho en dilatarse de manera que dejó de causarle tanto dolor, así que, en lugar de quejarse, cada vez que le dejaban la boca libre les pedía a chillidos que le dieran más fuerte porque, según me explicó después, eso les jodía. Efectivamente los matones parecían desconcertados por su comportamiento porque se miraban entre sí asombrados, seguro que nunca les había pasado nada igual. Para intentar putearla un poco más uno de ellos empezó a pellizcarle los pezones, pero no logró más que ligeros gemidos que no quedaba claro si eran de dolor o de placer. Me alivió mucho que mi novia manejara tan bien la situación, por lo que me relajé y mi agobio empezó a tornarse en excitación al ver cuánto gozaba.

 Llegó un momento en el que se vieron incapaces de satisfacer su demanda y uno decidió ir terminando la sesión eyaculando en su recto. Poco a poco todos fueron ‘pasando por caja’ y le dejaron su ración de leche alternativamente en el culo y en el coño. Me sorprendió que no les diera ningún asco mancharse la polla con el semen de otro. Durante el turno del último que buscaba su orgasmo, como ya habían dejado de forzarla a chupar penes, les pidió que alguno se corriera en su boca porque le apetecía mucho probar la lefa de negro, pero no le hicieron caso. Cuando todos hubieron terminado nos soltaron para irse.

 “Vaya cuernos que te ha puesto la muy puta”, me dijo uno seguido por las risas de los demás mientras salían. En cuanto pude me acerqué a mi novia y la ayudé a incorporarse. La verdad es que daba pena verla, estaba hecha un cromo: el pelo hecho un completo desastre, los ojos inyectados en sangre y llorosos, todo el maquillaje corrido, marcas rojizas en las mejillas y las nalgas de los cachetes que había recibido, los pezones muy inflamados y la marca de las cajas sobre las que había estado apoyada en las tetas y la tripa; aparte de los copiosos restos de esperma que le fluían de la entrepierna. “¿Cómo estás, te traigo hielo o algo?”, le pregunté mientras le apartaba el pelo de la cara. Pero su respuesta me dejó atónito: con una intensa mirada me dijo que jamás la habían puesto tan cachonda, que había disfrutado como nunca y que le alcanzara un vaso. No sabía para qué, pero en cuanto se lo pasé lo utilizó para recoger el semen que tenía en sus partes íntimas. Cuidadosamente se metió los dedos tanto en el coño como en el culo para irlo extrayendo y depositarlo en el recipiente de cristal para bebérselo cuando creyó haberlo reunido todo. Increíble.

 Me puso tan cachondo verla hacer eso que inmediatamente le mostré mi erecto pene y le pedí que me lo chupara. Por suerte no se negó y mediante la felación más salvaje que me había hecho hasta la fecha terminé vaciándome en el fondo de su garganta. Después de eso volvimos a nuestros cabales y empezamos a relajarnos. Le pregunté si le habían hecho mucho daño y me dijo que bastante en momentos puntuales, pero añadió que seguramente se debió a mi presencia porque notó que se pusieron mucho más bestias a partir del momento en el que me descubrieron. “Así que ya sabes, el próximo finde no puedes estar aquí”. Me chocó la forma en la que aceptaba seguir siendo usada como moneda de cambio pero, por otro lado, después de comprobar lo satisfecha que se había quedado no me extrañaba lo más mínimo. Entre los dos recompusimos su vestimenta para volver a salir a bailar con los restos que estaban menos destrozados: sólo el top y el tanga, ya que la malla de rejilla y la minifalda habían quedado inservibles. Su nuevo aspecto causó sensación entre los asistentes al bar ya que muy poco le faltaba para estar desnuda.

 Cuando ya estaban cerrando el bar aproveché que mi chica se había metido al almacén a ponerse su ropa normal para tener unas palabras con su jefe. Le dije lo deplorable que me parecía su comportamiento, permitiendo que una chiquilla le sacara las castañas del fuego de esa manera; a lo que me contestó que se había pasado toda la semana diciéndole a mi novia de que lo mejor era cerrar el bar, traspasarlo o venderlo y pagar la deuda; pero que ella no paró de suplicarle que no lo hiciera hasta que le convenció. Según me contó, mi novia esgrimió una y otra vez que ese trabajo le encantaba y estaba dispuesta a todo por mantenerlo. Y si con ‘estar dispuesta a todo’ nos estamos refiriendo a tener sexo, apaga y vámonos. Tras esa conversación me quedé con la sensación de que el tipo prácticamente le estaba haciendo un favor a mi chica y todo cobró más sentido.

 Ya en la calle comenté con ella lo que había hablado con el dueño del bar y no me negó ni una coma, añadiendo que estaba deseando repetir al finde siguiente lo que había pasado esa noche. Se había convertido en una ninfómana y no pretendía disimularlo lo más mínimo. Le recordé el riesgo añadido de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual al que se estaba exponiendo, pero no le importó. Me dijo que no tenía miedo a eso y yo le contesté que no me hacía ni puta gracia que pudiera contagiarme a mí algo; así que me dijo que si a mí me preocupaba que volviera a ponerme condones (no atreviéndonos ninguno de los dos a plantear la alternativa de dejar de follar entre nosotros porque sin duda eso supondría nuestra ruptura). Me dio bastante rabia su temeridad, pero como no podía hacer otra cosa si quería follar con seguridad terminé consultando en el móvil dónde estaba la farmacia de guardia esa noche para comprar una caja antes de ir al hotel que teníamos reservado para esa noche. Y dado que durante los polvos que echamos no pareció acusar las consecuencias de lo que le habían hecho los matones, no pude encontrar más pegas al respecto. Si haciendo eso era feliz y no significaba ningún obstáculo insalvable para nuestra relación, quién era yo para cuestionarlo.

 En los dos meses posteriores estuve viajando cada fin de semana a su ciudad para estar en el bar con ella y el patrón no dejó de repetirse. Entre la 2:00 y las 3:00 de la madrugada del viernes o el sábado algunos de los matones se presentaban y, tras recoger el dinero que el dueño del bar les daba, se metían al almacén con mi chica. Sus encuentros solían durar media hora aproximadamente y ella cada vez parecía más satisfecha porque, aparte de que adquirió la buena costumbre de aplicarse lubricante abundantemente antes de que llegaran, parece ser que poco a poco los fue ‘domando’. Progresivamente fueron dejando a un lado la brutalidad extrema y se centraron más en las propuestas que les hacía mi calenturienta novia, como la doble penetración. Se mostraba sorprendida por lo mucho que les gustaba recibir cubanas y, aunque tal práctica le dejaba las tetas bastante doloridas, decía que le merecía la pena porque era lo más cerca que estaba de que se corrieran en su boca ya que no resultaron ser amigos de los bukkakes. En las últimas sesiones incluso probaron a meterle dos pollas al mismo tiempo por el coño, lo cual le encantó; y también intentaron eso mismo por el culo, pero con resultados más dolorosos y mucho menos satisfactorios para todos.

 Mientras tanto, gracias al tiempo que pasé allí me hice amigo del dueño y terminé echándole un cable de vez en cuando tras la barra cuando había muchos clientes. También sucedió que gente que nos conocía descubrió las actividades lúdico-eróticas de mi chica porque la vieron bailar, pero por suerte nadie se enteró de los ‘pagos en carne’ que hacía en el almacén. Algunas amistades me decían que ellos no permitirían a sus novias exhibirse de esa forma, pero yo, con todo lo que ocultábamos, no lo consideraba un problema en absoluto.

 Cuando la deuda fue pagada por completo mi chica pidió un cambio de condiciones en su trabajo: quería tener un fin de semana libre al mes para poder viajar a mi ciudad a visitarme, y evidentemente su jefe no se lo pudo negar. A los matones, de los cuales ya se había hecho amiga, les dijo que podían pasar a visitarla de vez en cuando para celebrar alguna ‘fiestecita’ y recordar los viejos tiempos, pero no volvieron a acudir nunca más. Supongo que el prestamista acabó harto de la adicción en la que habían caído sus muchachos y les prohibió volver al bar. Por otro lado, mi novia se hizo pruebas para determinar si había pillado alguna ETS y, como milagrosamente todo salió negativo, pude volver a dejar de usar condones con total tranquilidad.

 Continuará...

 

 

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