Pasaron
varios meses hasta que volvimos a vivir una aventura digna de mención.
Yo seguía trabajando y mi novia por su parte empezó su segundo y último
curso del módulo de formación profesional que estaba cursando. El otoño
dio paso al invierno y ambos envejecimos un año más, cumpliendo 24 y 20
respectivamente.
A partir de febrero del nuevo año mi novia comenzaría la etapa de
prácticas en empresa como última tarea para completar sus estudios. El
caso es que decía que como tendría mucho más tiempo libre quería
buscarse un trabajo a tiempo parcial. Buscó y buscó, pero la crisis
económica no perdona a nadie y no encontró nada interesante. Un día se
enteró de que el bar en el que habíamos celebrado aquellos dos
cumpleaños con apuestas de futbolín de índole sexual iba a cerrar. Nos
apenó mucho la noticia pero, dado que su hermano mayor siguió muy de
cerca la evolución de los acontecimientos porque había trabajado ahí
años atrás, también supo que un nuevo dueño iba a reabrir el local y
buscaba personal.
Mi chica logró cita para una entrevista y entre los dos puestos que
ofertaban, camarera y gogó, la cogieron como camarera. Según me contó,
entre que lo de gogó sólo era para los fines de semana y que el hombre
le insinuó que para ese puesto buscaba a otro tipo de chicas (supongo
que más altas y delgadas), terminó consiguiendo el de camarera. La
contrató para trabajar por las tardes de lunes a jueves, cuando el
local funcionaría como cafetería/cervecería. Para los viernes y sábados
cogió a otra chica para estar tarde y noche en modo pub hasta las 3:00
de la mañana, más una gogó que animara el cotarro. Aun así él siempre
estaba rondando por allí, dispuesto a echar una mano cuando fuera
necesario porque, al fin y al cabo, era su negocio.
Pero
por desgracia la misma crisis que le permitió hacerse con ese bar a un
precio muy asequible amenazó con arruinarle a las pocas semanas de
empezar. Su plan de negocio no se estaba cumpliendo y la clientela no
consumía lo que él había previsto erróneamente. Las primeras
consecuencias se notaron en los pagos a sus empleadas, acumulando días
de retraso. Por suerte para mi novia el hecho de cobrar un poco más
tarde no suponía ningún drama porque vivía con sus padres, pero al
parecer para las otras chicas sí y terminaron abandonando.
Ante esa situación el dueño propuso a mi chica ampliar su horario para
cubrir el puesto de la otra camarera, pero no aceptó porque también
necesitaba tiempo para descansar. El hombre contraofertó permitiéndole
librar domingos y lunes porque eran los días más flojos en cuanto a
asistencia de clientes se refería, y con esas nuevas condiciones
consiguió convencerla. Inicialmente me mosqueé porque ese nuevo horario
no sólo significaba que nunca vendría a mi ciudad a visitarme mientras
siguiera con ese trabajo, sino que además cuando yo fuera allí
pasaríamos menos tiempo juntos. Ella trató de restarle importancia
diciéndome que trabajaría ahí sólo durante su periodo de prácticas
porque al año siguiente quería matricularse en la universidad, y que
además tras el cierre del bar a las 3:00 de la mañana aún teníamos
mucha noche para disfrutar el uno del otro. El plan seguía sin
convencerme, pero tampoco pude hacer nada por evitarlo. Así que durante
los siguientes tres meses fui yo el que tuvo que viajar para vernos.
El domingo del primer fin de semana que mi novia trabajó me contó que
tanto el viernes como el sábado sucedieron cosas dignas de mención. En
primer lugar, en un momento dado mi chica reparó en que el dueño estaba
en un extremo de la barra revisando papeles con mala cara y con la
cabeza gacha. Fue a preguntarle qué pasaba y le dijo que ni con las
nuevas medidas las cuentas terminaban de salir, que se temía que
tendría que cerrar el bar. Tras unos minutos de reflexión mi chica le
dijo que se pusiera a atender él en la barra, que ella se iba a subir a
la tarima a bailar haciendo las veces de gogó. Me pegué un palizón, no
sabes lo cansado que es estar ahí sola venga y venga casi 3 horas; pero
como después a la hora de cerrar me dijo que se había notado y que la
recaudación había subido, al día siguiente me llevé ropa más sexy y lo
volví a hacer. La verdad es que no me sorprendió porque a esas alturas
ya me había dado cuenta de que cada vez disfrutaba más exhibiéndose y
esa oportunidad no iba a ser diferente, pero lo más reseñable ocurrió
el sábado por la noche.
En un descanso que hizo para ir al baño pasó por el almacén a coger unos
clínex y presenció una escena muy desagradable: un hombre negro estaba
amenazando con una navaja de grandes dimensiones a su jefe. Cuando la
vieron el dueño del bar le dijo que se fuera, pero parece ser que el
asaltante no pudo disimular que le gustaba lo que veía. Mi novia, en
lugar de marcharse, intentó aprovechar que el matón no le quitaba ojo y
se les acercó diciéndoles con tono desenfadado que notaba mucha tensión
en el ambiente y que se tendrían que relajar. Entonces mi chica empezó
a acariciarle el brazo en el que llevaba el arma mientras le decía que
le ponían mucho los chicos malos y que seguro que ella podría hacer
algo para que se le pasara el enfado. Con eso parece ser que consiguió
que soltara al pobre desgraciado de su jefe y se centrara en ella. Le
dije con la mirada que se fuera, que ya me ocupaba yo de eso y él,
tras dudar un instante, salió del almacén. Una vez a solas pasó lo que
tenía que pasar y tuvieron sexo. Según me dijo primero se dejó magrear
el culo y las tetas, después le hizo una mamada y por último terminaron
follando sobre las cajas de transportar bebidas.
Le eché la bronca a mi novia diciéndole que por qué se metía donde no la
llamaban, que se le fue la olla haciendo de heroína y que con los
sicarios era mejor no jugársela. Pero me contestó que como vio la
posibilidad de evitar que hicieran daño a alguien, no dudó en
intentarlo y que al final le salió bien. Si al final lo único malo que
me pasó es que me cortó el sujetador con la navaja y se lo llevó, así
luego tuve que salir a bailar con una camiseta atada por debajo de las
tetas. Cuando el intruso se fue su jefe entró al almacén y le pidió
tantas disculpas como veces le dijo que no tenía que haberlo hecho
porque esos eran asuntos suyos y tenía la situación bajo control. Pues
desde luego no lo pareció, y tampoco se esforzó mucho para evitar que
mi chica interviniera. También le explicó que todo venía a raíz de un
dinero que había tenido que pedir a un prestamista para salvar el
negocio porque el banco ya no le concedía más crédito. Incompetente,
temerario y cobarde, todo en el mismo pack.
Me imaginé que el asaltante le diría al prestamista que le había dado un
buen repaso a la empleada que había salido en defensa del moroso y se
llevó el sujetador como prueba. Lo peor del asunto era que sin duda el
usurero le mandaría más veces para darle más sustos hasta que pagara.
Mi novia preguntó al dueño del bar cuánto le faltaba por devolver y
éste no se lo dijo a las claras, pero le insinuó que con recaudaciones
como las de esas dos noches en las que ella había estado bailando
alcanzaría la cifra más rápido.
Al
fin de semana siguiente decidí viajar a la ciudad de mi chica para
estar en el bar e intentar evitar que sucediera algo similar. A estas
alturas no me importaba que mi novia se follara a otros tíos, pero no
por un chantaje tan vil. Cuando entramos en el bar me di cuenta de que
había sido remodelado de arriba abajo, el jefe de mi novia ni siquiera
había esperado a ver qué tal iba el negocio antes de hacer un
desembolso de ese calibre cuando lo reabrió. Después pasamos la tarde
tras la barra charlando entre cliente y cliente. La segunda sorpresa me
la llevé cuando mi chica se dispuso a bailar a eso de las 12:00 de la
noche. Primero entró al almacén a cambiarse y cuando salió me costó
salir de mi asombro por cómo iba vestida. Me había dicho que se ponía
ropa provocativa, pero no me esperaba una malla de rejilla de cuerpo
entero (comprada en un sex-shop) junto con un top negro y una minúscula
minifalda blanca que apenas conseguía taparle su generoso trasero. ¿Te
gusta?, me preguntó con una sonrisa. Le respondí que me parecía que
enseñaba demasiado, pero me replicó contrariada que tenía que hacerlo
para atraer clientela porque la vida de una persona estaba en juego.
Cuando vi cómo bailaba e interactuaba con los chicos que la señalaban y le
ofrecían un trago de sus cubatas pude comprobar lo mucho que disfrutaba
luciéndose, no se comportaba en absoluto como las clásicas gogós que
están todo el rato serias e ignoran todo lo que ocurre a su alrededor.
No voy a negar que me excité muchísimo con sus contoneos, y la
creciente asistencia de hombres al local dejaron patente que no fui el
único. Mi novia podría tener un ligero sobrepeso y curvas muy
pronunciadas, pero sabía cómo moverlas para sacarles partido.
Estaba
tan embelesado mirándola que de pura casualidad me di cuenta de que el
dueño del bar estaba hablando con un cliente bastante más mayor que el
resto. Pero más llamativos eran sus acompañantes, seis hombres negros
que iban vestidos como pandilleros de alguna banda callejera, así que
deduje que se trataba del prestamista y sus matones. Como el dueño del
bar estaba muy apurado hablando con el usurero no tuve problemas para
colarme en el almacén y esconderme, aunque por desgracia ya sabía que
nada podría hacer contra todos esos tipos si mi novia decidía
intervenir.
Instantes después se demostró que no me equivocaba porque los matones y su
jefe entraron al almacén siguiendo al moroso. Le empezaron a echar la
charla acerca de lo que le podía pasar si seguía sin pagar sus deudas,
pero no les dio tiempo a amenazarle mucho porque al cabo de pocos
segundos entró en escena mi chica, que se había percatado de todo desde
la tarima y acudió al rescate. Entre dos de los matones la sujetaron
rápidamente y el prestamista dijo Así que esta es la zorra que usaste
para distraer al que mandé el finde pasado
pero hoy no te va a servir
el truco; o me pagas, o aquí mis chicos te van a enseñar que de mí no
se ríe ni mi puta madre. El dueño del bar le insistió que con lo de
esa noche ya le había pagado todo, pero el usurero le dijo que los
intereses habían subido por los retrasos. El empresario rogó más tiempo
para poder ir devolviéndoselos, asegurando que últimamente el negocio
iba mejor y que según sus cuentas en menos de un mes podría liquidar su
deuda.
Pero al prestamista no le convenció la petición y le dijo a sus matones
que se ocuparan de él. Inmediatamente mi novia les suplicó que no le
hicieran daño y que se lo cobraran en ella, que estaba dispuesta a
hacerles cualquier cosa. De nuevo el jefe de mi chica no puso objeción
a la oferta, el muy cobarde. El prestamista se rió buscando complicidad
en sus matones pero se quedó con un palmo de narices porque no se
esperaba lo que obtuvo por respuesta. Parece que el sicario que
disfrutó de mi novia la semana anterior había hablado muy bien de ella
a los demás y tenían ganas de probarla. Se quedó unos instantes
pensativo y debió juzgar conveniente dar ese premio a sus subordinados
porque pidió al dueño del bar que saliera del almacén con él para
dejarlos a solas con ella. A mí me gustan más delgaditas, pero supongo
que a ellos les gusta porque tiene cuerpo de negra
fue lo último que
oí que decía según regresaban a la zona del local abierta al público.
En cuanto se cerró la puerta los seis hombres se abalanzaron sobre mi
chica y le empezaron a quitar la escasa ropa que llevaba a tirones,
rompiendo la malla. Ella no oponía resistencia, pero a pesar de eso no
dejaban de sujetarle los brazos detrás de la espalda, tirarle del pelo
hacia atrás para que se mantuviera erguida y darle sonoros cachetes en
las nalgas. Parecía que tenían experiencia en someter a una chica en
grupo, seguro que en su delictiva vida ya habían violado a más de una
de esa forma. Mi novia intentó razonar con ellos diciéndoles que no
hacía falta que se pusieran brutos, que les haría lo que le pidiesen,
pero sólo consiguió que también le taparan la boca. A continuación la
forzaron a inclinarse hacia delante contra unas cajas para transportar
botellines, sin dejar de sujetarla. Venga, métele el güevo, dijo uno.
Otro se le acercó por detrás y la penetró con contundencia, provocando
que emitiera un gemido ahogado porque seguían sin dejarle la boca
libre. Pero tuve la mala suerte de que uno de ellos me descubriera.
Me sacó de mi escondite a rastras mientras decían que era un paracaída y
entre él y otro me sujetaron tal y como habían hecho con mi novia
cuando entró al almacén. Cuando ella me vio se puso histérica,
gritándoles que no me hicieran nada, que me dejaran marchar y que a
ella le hicieran lo que quisieran. Yo también traté inútilmente de
hablar con ellos, pero a la segunda palabra me dieron un puñetazo en la
boca del estómago que me cortó la respiración. Como se había puesto tan
nerviosa por mi presencia comprendieron que había algo entre nosotros,
así que decidieron obligarme a ver cómo se la iban a singar entre
todos por la fuerza (sus expresiones centroamericanas se me quedaron
grabadas). Ante eso intenté liberarme pero sólo conseguí otro doloroso
puñetazo. Después uno de mis opresores me enseñó algo que me quitó
definitivamente las ganas de volver a resistirme: una pistola. Era la
primera vez que veía una tan de cerca que no estuviera en la cartuchera
de un policía. Desde luego habían ido allí dispuestos a darle más que
un susto al dueño del bar. La verdad es que, visto con perspectiva, que
yo entrara al almacén no fue la mejor idea precisamente; me tenía que
haber quedado fuera para cortar el paso a mi chica cuando siguió al
grupo de extorsionadores y a su jefe.
Los
cuatro matones que sujetaban a mi novia siguieron a lo suyo: el que se
la estaba zumbando volvió a penetrarla y otro se acercó a su cabeza, la
sujetó por el cuello al tiempo que le decía Me vas a mamar, ¿verdad
puta? y sin dejarle contestar le dio una sonora bofetada. Todavía le
preguntó tres veces más lo mismo y tres sopapos más le propinó antes de
meterle su negra polla en la boca a pesar de que ella la había abierto
a la primera. Suerte que estaba más que acostumbrada a que un pene le
entrara hasta la garganta porque le forzaron a ello en numerosas
ocasiones, otras mujeres hubieran sufrido mucho con esas prácticas.
A los negros pareció frustrarles el hecho de que mi chica no protestara
por las penetraciones orales y vaginales simultáneas porque parecía
disfrutar hasta de los cachetes en el trasero, de modo que tras varios
intercambios entre los que le follaban el coño y la boca, uno decidió
metérsela por el culo sin contemplaciones. Como empezó a gritar de
dolor le dieron nuevas bofetadas por dejar de chupar el pene que tenía
en la boca. No jimiquiés, que tu jevito está mirando. Su trasero pasó
a ser el nuevo objeto de deseo e incluso los dos que me sujetaban
pidieron ser relevados para poder raparle el sieso.
Afortunadamente el ano de mi chica estaba bien entrenado y no tardó mucho
en dilatarse de manera que dejó de causarle tanto dolor, así que, en
lugar de quejarse, cada vez que le dejaban la boca libre les pedía a
chillidos que le dieran más fuerte porque, según me explicó después,
eso les jodía. Efectivamente los matones parecían desconcertados por su
comportamiento porque se miraban entre sí asombrados, seguro que nunca
les había pasado nada igual. Para intentar putearla un poco más uno de
ellos empezó a pellizcarle los pezones, pero no logró más que ligeros
gemidos que no quedaba claro si eran de dolor o de placer. Me alivió
mucho que mi novia manejara tan bien la situación, por lo que me relajé
y mi agobio empezó a tornarse en excitación al ver cuánto gozaba.
Llegó un momento en el que se vieron incapaces de satisfacer su demanda y
uno decidió ir terminando la sesión eyaculando en su recto. Poco a poco
todos fueron pasando por caja y le dejaron su ración de leche
alternativamente en el culo y en el coño. Me sorprendió que no les
diera ningún asco mancharse la polla con el semen de otro. Durante el
turno del último que buscaba su orgasmo, como ya habían dejado de
forzarla a chupar penes, les pidió que alguno se corriera en su boca
porque le apetecía mucho probar la lefa de negro, pero no le hicieron
caso. Cuando todos hubieron terminado nos soltaron para irse.
Vaya cuernos que te ha puesto la muy puta, me dijo uno seguido por las
risas de los demás mientras salían. En cuanto pude me acerqué a mi
novia y la ayudé a incorporarse. La verdad es que daba pena verla,
estaba hecha un cromo: el pelo hecho un completo desastre, los ojos
inyectados en sangre y llorosos, todo el maquillaje corrido, marcas
rojizas en las mejillas y las nalgas de los cachetes que había
recibido, los pezones muy inflamados y la marca de las cajas sobre las
que había estado apoyada en las tetas y la tripa; aparte de los
copiosos restos de esperma que le fluían de la entrepierna. ¿Cómo
estás, te traigo hielo o algo?, le pregunté mientras le apartaba el
pelo de la cara. Pero su respuesta me dejó atónito: con una intensa
mirada me dijo que jamás la habían puesto tan cachonda, que había
disfrutado como nunca y que le alcanzara un vaso. No sabía para qué,
pero en cuanto se lo pasé lo utilizó para recoger el semen que tenía en
sus partes íntimas. Cuidadosamente se metió los dedos tanto en el coño
como en el culo para irlo extrayendo y depositarlo en el recipiente de
cristal para bebérselo cuando creyó haberlo reunido todo. Increíble.
Me puso tan cachondo verla hacer eso que inmediatamente le mostré mi
erecto pene y le pedí que me lo chupara. Por suerte no se negó y
mediante la felación más salvaje que me había hecho hasta la fecha
terminé vaciándome en el fondo de su garganta. Después de eso volvimos
a nuestros cabales y empezamos a relajarnos. Le pregunté si le habían
hecho mucho daño y me dijo que bastante en momentos puntuales, pero
añadió que seguramente se debió a mi presencia porque notó que se
pusieron mucho más bestias a partir del momento en el que me
descubrieron. Así que ya sabes, el próximo finde no puedes estar
aquí. Me chocó la forma en la que aceptaba seguir siendo usada como
moneda de cambio pero, por otro lado, después de comprobar lo
satisfecha que se había quedado no me extrañaba lo más mínimo. Entre
los dos recompusimos su vestimenta para volver a salir a bailar con los
restos que estaban menos destrozados: sólo el top y el tanga, ya que la
malla de rejilla y la minifalda habían quedado inservibles. Su nuevo
aspecto causó sensación entre los asistentes al bar ya que muy poco le
faltaba para estar desnuda.
Cuando ya estaban cerrando el bar aproveché que mi chica se había metido
al almacén a ponerse su ropa normal para tener unas palabras con su
jefe. Le dije lo deplorable que me parecía su comportamiento,
permitiendo que una chiquilla le sacara las castañas del fuego de esa
manera; a lo que me contestó que se había pasado toda la semana
diciéndole a mi novia de que lo mejor era cerrar el bar, traspasarlo o
venderlo y pagar la deuda; pero que ella no paró de suplicarle que no
lo hiciera hasta que le convenció. Según me contó, mi novia esgrimió
una y otra vez que ese trabajo le encantaba y estaba dispuesta a todo
por mantenerlo. Y si con estar dispuesta a todo nos estamos
refiriendo a tener sexo, apaga y vámonos. Tras esa conversación me
quedé con la sensación de que el tipo prácticamente le estaba haciendo
un favor a mi chica y todo cobró más sentido.
Ya en la calle comenté con ella lo que había hablado con el dueño del bar
y no me negó ni una coma, añadiendo que estaba deseando repetir al
finde siguiente lo que había pasado esa noche. Se había convertido en
una ninfómana y no pretendía disimularlo lo más mínimo. Le recordé el
riesgo añadido de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual al
que se estaba exponiendo, pero no le importó. Me dijo que no tenía
miedo a eso y yo le contesté que no me hacía ni puta gracia que pudiera
contagiarme a mí algo; así que me dijo que si a mí me preocupaba que
volviera a ponerme condones (no atreviéndonos ninguno de los dos a
plantear la alternativa de dejar de follar entre nosotros porque sin
duda eso supondría nuestra ruptura). Me dio bastante rabia su
temeridad, pero como no podía hacer otra cosa si quería follar con
seguridad terminé consultando en el móvil dónde estaba la farmacia de
guardia esa noche para comprar una caja antes de ir al hotel que
teníamos reservado para esa noche. Y dado que durante los polvos que
echamos no pareció acusar las consecuencias de lo que le habían hecho
los matones, no pude encontrar más pegas al respecto. Si haciendo eso
era feliz y no significaba ningún obstáculo insalvable para nuestra
relación, quién era yo para cuestionarlo.
En los dos meses posteriores estuve viajando cada fin de semana a su
ciudad para estar en el bar con ella y el patrón no dejó de repetirse.
Entre la 2:00 y las 3:00 de la madrugada del viernes o el sábado
algunos de los matones se presentaban y, tras recoger el dinero que el
dueño del bar les daba, se metían al almacén con mi chica. Sus
encuentros solían durar media hora aproximadamente y ella cada vez
parecía más satisfecha porque, aparte de que adquirió la buena
costumbre de aplicarse lubricante abundantemente antes de que llegaran,
parece ser que poco a poco los fue domando. Progresivamente fueron
dejando a un lado la brutalidad extrema y se centraron más en las
propuestas que les hacía mi calenturienta novia, como la doble
penetración. Se mostraba sorprendida por lo mucho que les gustaba
recibir cubanas y, aunque tal práctica le dejaba las tetas bastante
doloridas, decía que le merecía la pena porque era lo más cerca que
estaba de que se corrieran en su boca ya que no resultaron ser amigos
de los bukkakes. En las últimas sesiones incluso probaron a meterle dos
pollas al mismo tiempo por el coño, lo cual le encantó; y también
intentaron eso mismo por el culo, pero con resultados más dolorosos y
mucho menos satisfactorios para todos.
Mientras tanto, gracias al tiempo que pasé allí me hice amigo del dueño y
terminé echándole un cable de vez en cuando tras la barra cuando había
muchos clientes. También sucedió que gente que nos conocía descubrió
las actividades lúdico-eróticas de mi chica porque la vieron bailar,
pero por suerte nadie se enteró de los pagos en carne que hacía en el
almacén. Algunas amistades me decían que ellos no permitirían a sus
novias exhibirse de esa forma, pero yo, con todo lo que ocultábamos, no
lo consideraba un problema en absoluto.
Cuando la deuda fue pagada por completo mi chica pidió un cambio de
condiciones en su trabajo: quería tener un fin de semana libre al mes
para poder viajar a mi ciudad a visitarme, y evidentemente su jefe no
se lo pudo negar. A los matones, de los cuales ya se había hecho amiga,
les dijo que podían pasar a visitarla de vez en cuando para celebrar
alguna fiestecita y recordar los viejos tiempos, pero no volvieron a
acudir nunca más. Supongo que el prestamista acabó harto de la adicción
en la que habían caído sus muchachos y les prohibió volver al bar. Por
otro lado, mi novia se hizo pruebas para determinar si había pillado
alguna ETS y, como milagrosamente todo salió negativo, pude volver a
dejar de usar condones con total tranquilidad.
Continuará...
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