.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Cornudo a distancia (17)".

 

 Tres semanas después de haber asistido a los Sanfermines fue mi chica la que vino a visitarme a mi ciudad porque mis padres se habían ido de veraneo a la playa y me habían dejado solo en casa. Como ella estaba de vacaciones y yo tenía que trabajar estuvimos experimentando durante una semana entera cómo sería vivir juntos, y la verdad es que nos fue de maravilla. Además, gracias a que en verano mi empresa nos permite hacer jornada intensiva y salir a las 15:00, mi chica me tenía preparada la comida al llegar a casa y por la tarde hacíamos todo tipo de planes: ir de compras, a la piscina, al cine... Y sexo casi todas las noches. La verdad es que el día de regreso a su ciudad la separación fue dolorosa, pero teníamos el consuelo de que apenas tres semanas más tarde se celebrarían las fiestas en nuestro pueblo y podríamos pasar juntos otro buen montón de días.

 Pero lo más relevante de esa semana fue una información que compartió conmigo acerca de su amiga la ‘fumada’ con la condición de no revelársela a nadie: ella realmente no estaba viviendo en Pamplona para estudiar, sino que se estaba dedicando a la prostitución. Todo sobre sus notas de selectividad y su admisión en la universidad fueron mentiras para poder cambiarse de ciudad y minimizar el riesgo de que sus padres la descubrieran. Se hizo una segunda línea de móvil y puso anuncios en Internet, aunque aparentemente sólo le llamaban tíos bastante mayores. Era lo lógico, son los que tienen dinero y más dificultad para ligar. También le explicó sus tarifas: inicialmente probó a ofrecer que le pagaran la voluntad después de haberse acostado, pero se dio cuenta de que una vez superado el calentón los tíos se volvían más tacaños; así que pasó a cobrar por adelantado cantidades fijas dependiendo de lo que quisieran hacer en un tiempo determinado porque casi siempre pedían más cosas de las que luego eran capaces de llevar a cabo antes de correrse.

 Así que por eso estaba mi novia tan rara cuando llegué allí para los Sanfermines: su amiga le acababa de contar todo eso y se había quedado impactada. Evidentemente le preguntó que porqué no buscaba un trabajo normal, pero le respondió que en los trabajos normales hay que echar muchas horas por una miseria y que de puta con un solo cliente ya ganaba casi la mitad de lo que ganaría en un mes currando por ejemplo en un supermercado.

 Pasaron los días y cuando faltaba poco para nuestro reencuentro en el pueblo mi chica me llamó para darme una mala noticia: ese verano su familia no iría al pueblo porque su abuela estaba cada vez más enferma y no estaba en condiciones para hacer un viaje tan largo. Me sentó muy mal la noticia, pero como los motivos eran totalmente comprensibles me resigné e intenté afrontar las vacaciones con el mejor ánimo posible. Mientras tanto ella aprovechó para irse a ver a la ‘fumada’ porque decía que estaba muy preocupada por ella y quería intentar convencerla para que dejara definitivamente la prostitución y buscara un trabajo normal.

 Progresivamente fuimos llegando al pueblo todos los componentes de nuestro grupo de amigos, incluidas las chicas. Esperé con cierta tensión el reencuentro con la que el verano pasado acordamos aquel frustrado intercambio de parejas que le costó la relación con su novio, pero no se dio ninguna situación incómoda y la extrema simpatía con la que me saludó me resultó incluso algo chocante. Siguiendo mi política de no dar nombres, me referiré a ella como la ‘peque’, ya que era la menor del grupo.

 Esa noche hicimos nuestro habitual botellón y en el momento de despedirnos para irnos cada uno a nuestra casa, la ‘peque’ me dijo que al día siguiente fuera a buscarla para ir a la piscina, nuestro habitual destino diurno en el pueblo, porque me tenía que dar lo me debía. Me dejó perplejo. Lo único que me se me ocurría que me podía deber era la sesión de sexo que nunca llegó a producirse, pero no podía ser eso porque lo había dicho delante de todos. Me costó conciliar el sueño preguntándome qué podría ser, incluso pensé en mandarle un mensaje preguntándoselo directamente, pero me pareció excesivo y luché por resistir la curiosidad.

 Así que al día siguiente me dirigí a su casa a eso de las 17:00, la hora en que solemos acudir todos a la piscina. Llamé a su puerta y escuché cómo me invitaba a pasar. Entré, pero no vi a nadie. “¿Hola?”, pregunté. “¡Por aquí!”, me llamó desde otra habitación que resultó ser la cocina. Cuando entré la vi esperándome de pie con un vestido que le quedaba genial. Estaba preciosa. De repente, con mucha suavidad, se despojó de él dejándolo caer al suelo y revelando que era la única prenda que portaba. Casi me da un infarto. No fui capaz de articular palabra. Seguramente estaba viviendo el sueño de la mayoría de hombres que conocían a esta chica. Imaginé que no podía haber nadie más en la casa porque si no no se hubiera desnudado así como así. Se acercó a mí y cuando estaba a escasos centímetros reaccioné alejándome torpemente.

 “Ehm, no, de verdad que te lo agradezco, pero no puedo…”. “¿Cómo?”, me preguntó confundida. Insistí en mi negativa y me exigió explicaciones de porqué el año anterior podía y ese no. No me salieron las palabras, no fui capaz de explicar lo inexplicable. Sencillamente me sentí incapaz de tener sexo con otra chica a espaldas de mi novia, por mucho que ella me lo hubiera hecho a mí en tantas ocasiones. La situación me resultó tan incómoda que me marché abruptamente de allí, dejando a la ‘peque’ con una cara de incomprensión total.

 Cuando llegué a la piscina me di inmediatamente un chapuzón para intentar salir del estado de shock en el que me encontraba. Uno de mis amigos que se encontraba en el agua me preguntó si la ‘peque’ ya me había dado lo que me debía. Le respondí sin pensar que lo había intentado, pero que no se lo había aceptado. Mi amigo me replicó que era lo lógico porque hubiera estado muy feo que yo, teniendo trabajo, le cogiera dinero a ella que era estudiante aunque me lo debiera del año pasado.

 No le corregí porque esa interpretación me pareció estupenda. Cuando la ‘peque’ se presentó en la piscina no me dirigió ni una mirada en toda la tarde, supuse que se sentía humillada. A la hora de cenar, de vuelta en casa, llamé a mi novia y le conté lo sucedido. Literalmente me dijo: “Pues qué tonto has sido, hijo”, y me aseguró que le habría parecido bien que nos hubiéramos liado porque así habríamos ajustado cuentas. Le pregunté que si estaba segura de eso e intenté cerciorarme de que no había trampa, procurando no demostrar el entusiasmo que se arremolinaba en mi interior. Y, como me ratificó que iba totalmente en serio, le dije que esa noche sería yo quien se lo propondría a nuestra amiga. En cuanto colgué el teléfono me puse a dar saltos de alegría.

 Aquella noche solicité a la ‘peque’ una conversación privada y le expuse el asunto, pero me mandó a la mierda. Me dijo que ella no estaba para cuando a mí me apeteciera y que la oportunidad ya había pasado. Me sentí tan frustrado tras esa respuesta que me di a la bebida como pocas veces y me agarré una melopea de proporciones bíblicas.

 A la mañana siguiente, sufriendo una terrorífica resaca, llamé a mi novia para decirle que la ‘peque’ no estuvo por la labor de ajustar nuestras cuentas pendientes. Por su parte mi chica me dijo que lo sentía y que ella también había tenido una noche movidita. Me explicó que intentó mantener una charla con su amiga la ‘fumada’ acerca de su profesión pero que no sólo no consiguió convencerla para que lo dejara, sino que la rubia incluso logró revertir la situación: “Me dijo que no podía criticarla sin tener ni idea, que tenía que probarlo para poder hablar”. Cuando escuché eso un escalofrío recorrió mi cuerpo porque, conociendo a mi novia, no hacía falta ser muy listo para comprender lo que había sucedido: aceptó ser puta por una noche.

 Acordaron que el primer cliente que llamara lo atendería mi chica, y en cuanto cayó la noche no tardó mucho en sonar el móvil ‘del trabajo’ de la rubia. Como el que llamó se ofreció a pasar con el coche a recogerla, le dieron una dirección unas tres calles más lejos porque la ‘fumada’ no quería dar pistas acerca de dónde vivía realmente. Así que tras depilarse, ducharse, maquillarse y vestirse provocativamente con ayuda de su amiga (top, minifalda, medias de rejilla y sandalias de tacón según me contó), bajó al lugar especificado. Imaginaos cómo iría que me dijo que por el camino se la quedaba mirando todo el mundo. Me reconoció que estaba bastante nerviosa, pero que se esforzó por meterse en el papel para no cagarla y perjudicar el negocio de la ‘fumada’. No creo que le supusiera mucho esfuerzo después de todas las aventuras que había vivido ya, de hecho imaginé que más que nerviosa estaría emocionada o, incluso, ilusionada con la nueva experiencia.

 Cuando llegó allí el cliente ya estaba esperándola en el coche que les había descrito aparcado en doble fila. Según me contó se trataba de un hombre relativamente joven, de entre 30 y 40 años, y con un físico bastante decente. Durante el trayecto él le dijo que era militar y que iban a una pensión porque a la residencia del ejército en la que se alojaba no podían ir. También preguntó a mi novia si llevaba mucho en el negocio porque le parecía que era muy jovencita, y ella le respondió que era su primera vez. Como al militar no pareció entusiasmarle esa respuesta, añadió que no se preocupara porque tenía bastantes tablas. Después le preguntó por sus tarifas y le dijo las mismas que la “fumada” le había explicado, sin objeción por parte del hombre. Casualmente la pensión resultó estar muy cerca, así que llegaron muy rápido.

 Una vez en la habitación el tío le preguntó que qué tal se le daba hacer stripteases, y mi chica contestó que bien porque no quería cagarla otra vez. Él se sentó en una butaca y ella, tras poner música en el móvil, se puso manos a la obra. Según me dijo le hizo un trabajado y erótico baile mientras se iba quitando la ropa poco a poco y muy bien lo tuvo que hacer porque me confesó que hasta ella se puso cachonda. Cuando estuvo completamente desnuda el militar se sacó la polla y le pidió que se la chupase. Diligentemente mi novia se arrodilló frente a él para degustar su miembro y no hizo falta que me diera detalles acerca de la felación que le hizo, hacía ya tiempo que la garganta profunda era una práctica habitual cuando realizaba sexo oral. Según me contó en un momento dado se dio cuenta de que le estaba dejando el pene rojo del pintalabios, así que se tomó un pequeño receso para masturbarle y limpiárselo con la mano sin que se diera cuenta. “Cari, me suena que las putas hacen las mamadas con condón”, interrumpí. “Ya…, pero de eso me enteré después”, cuando más tarde le contó a su amiga todo lo que había hecho. “De todas maneras ya sabes que no me gusta cómo saben”, zanjó.

 Como al parecer el tío flipaba en colores, mi chica, al ver que la cosa iba tan bien, decidió subir una marcha más e interrumpió la mamada para decirle “Si quieres puedes follarme la boca” mientras echaba los brazos hacia atrás en señal de sumisión. Su cliente no lo dudó un instante: se levantó, la sujetó por la cabeza y penetró con decisión su boca hasta el fondo. Y supongo que pensó que se estaba aprovechando de la novata cuando, tras follarse su garganta todo lo que quiso, se corrió sin avisar. Pero se debió quedar alucinando cuando mi novia no sólo no se apartó sino que además se tragó su lefa sin ningún problema. “Joder, ahí te pasaste, no creo que sea ni medio normal que una puta haga eso”, le dije. “Ya, si hasta él me lo dijo...”, me contestó, “pero es la costumbre”.

 Lo que le dijo fue que ninguna mujer, puta o no, le había hecho sexo oral así en su vida y le reconoció que no se había tirado un farol cuando antes en el coche presumió de experiencia. Pero el hombre a continuación, contra todo pronóstico, se desnudó, se puso un condón y le dijo que a follar. “Sin descanso ni nada el tío”, puntualizó mi chica. Por lo que me contó el militar resultó ser una máquina sexual impresionante. Le echó varios polvos seguidos, a un ritmo brutal y con los únicos recesos para cambiarse el condón. “Qué animal, no sé cuántas veces me corrí...”, me relataba mi novia. Daba igual la postura, en todas el hombre llevaba la iniciativa y bombeaba con un ímpetu incansable. Si fue capaz de rendir así sin meterse una viagra hay que reconocerle el mérito. Entre sus palabras hubo una frase muy dura que se me va a quedar grabada para siempre: “Es el tío que mejor me ha follado en mi vida”. Ella misma se dio cuenta de que me había herido diciendo eso e intentó arreglarlo añadiendo que hubo ratos en que lo pasó mal porque le faltaba el aire y se mareaba de tanto ajetreo. Mentiras piadosas que me dolieron aún más. Seguramente no paró de decirle lo mucho que le gustaba y que le diera más.

 “Menos mal que quiso parar para cenar”, prosiguió. El militar se ofreció para ir a buscar algo de comida para llevar pero mi novia prefirió quedarse en la habitación poniendo la excusa de que quería darse una ducha. “La verdad es que no me veía capaz de andar bien porque me temblaban las piernas”, me confesó. El caso es que ella tampoco quiso dar por finalizada la sesión, todavía tenía ganas de más. Cuando se recuperó se duchó y esperó a su cliente viendo la tele. Poco después el hombre regresó con una pizzas y unas cervezas y cenaron. Estuvieron hablando y el tío le preguntó que, si no era indiscreción, por qué le había dado por prostituirse. Mi chica le contó la típica milonga de que lo hacía para pagarse los estudios. Aprovechando que él había roto el hielo, ella le preguntó que, teniendo buena presencia y follando tan bien, por qué recurría a meretrices. El militar le explicó en primer lugar que debido a su función en el ejército le cambiaban mucho de destino (sería inspector o algo así), lo que dificultaba mucho poder tener una relación. Pero además le confesó que, aunque no solía tener demasiadas dificultades para ligar, la mayoría de chicas se asustaban de sus necesidades sexuales y no querían volver a verle. Así que un día se decidió a probar una puta. Evidentemente le debió gustar la experiencia porque le dijo que llevaba ya varios años ‘consumiendo’ casi todos los fines de semana.

 Cuando terminaron de cenar el hombre le pidió a mi novia que le hiciera otra de sus mamadas, pero ella le advirtió de que tendría que ser más suave porque con el estómago lleno corría el peligro de vomitar. Así que se la estuvo chupando cariñosamente hasta que se le volvió a poner dura (lo que prueba que no había tomado viagra) y volvieron a ponerse a fornicar. “Pero en ese polvo me empezó a escocer el coño que no veas”, me explicó. Claro, tanto tiempo dale que te pego es lo que tiene. Y en el primer receso para cambiar de preservativo no se le ocurrió otra cosa que ofrecerle el culo. Menuda viciosa está hecha. El militar replicó que cuánto le iba a cobrar por eso porque no se lo había especificado cuando le preguntó por las tarifas, y que a lo tonto a lo bobo la broma le iba a salir por un ojo de la cara porque ya llevaban un montón de polvos. Ella le respondió que no se preocupara, que era un regalito de la casa y que además le iba a descontar la mitad de los ‘kikis’ porque se lo estaba pasando muy bien. Si es que es más guarra que puta.

 Evidentemente ante tal oferta el tío aceptó entusiasmado y ayudó a mi chica en las labores de dilatación anal aportando saliva mientras ella empleaba sus dedos impregnados en flujos vaginales. Una vez estuvo lista se lo hizo saber a su cliente y este comenzó una nueva ofensiva sin cuartel contra su ojete. “Joder, cómo eché de menos el lubricante”, me confesó, “hoy casi no me puedo ni sentar”. Pero aun así lo disfrutó porque se estuvo masturbando para conseguir varios orgasmo furtivos.

 De todas formas llegó un punto en que, dejando a un lado su orgullo, fue ella la que pidió parar porque la irritación llegó a resultarle insoportable. “Pero no le quise dejar así”. Siempre se guarda una carta para el final. “Como ya me sentía más ligera del estómago, le ofrecí una mamada de las buenas como despedida”. Pero bueno, ¿cuánto tiempo estuvo sodomizándola para que le diera tiempo a hacer la digestión? No daba crédito. Y dicho y hecho, el tío se quitó el condón y mi novia se dejó follar la garganta sin piedad. Cuando alcanzó el orgasmo pareció por fin relajarse, tal vez porque se mentalizó de que sería el último. Y he dicho orgasmo y no correrse porque se ve que su eyaculación fue prácticamente inexistente según me contó mi chica. No puedo culparle, sus pobres testículos no darían abasto esa noche. Tras eso el militar le pagó lo que le pidió (bastante menos de lo que debería gracias a los ‘descuentazos’ que le hizo mi novia) y la devolvió en coche al mismo punto donde la había recogido horas antes.

 Una vez concluido el relato le pregunté a mi chica si pensaba quedarse el dinero y me respondió rotundamente que sí. Le repliqué que haciéndolo se estaba convirtiendo en una puta de verdad; pero me dijo que eso le daba igual porque sentía que se lo había ganado trabajando duro, como en cualquier otro curro, a pesar de haber disfrutado.

 Después de esa experiencia mi novia dejó de criticar la profesión de la ‘fumada’ y pasó a respetarla mucho más. Decía que se había dado cuenta de que las prostitutas prestaban un servicio importante porque había personas que realmente las necesitaban y que no hacían daño a nadie. Volviendo a su amiga, el fin de semana siguiente el militar volvió a llamar preguntando por mi chica. Ésta le dijo que ya no estaba disponible y se ofreció a hacerle el servicio ella, pero a pesar de tener información de primera mano de lo que le esperaba no debió cumplir la expectativas porque no volvió a llamarla.

 Continuará...

 

 

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