Pocos
días después de la orgía que nos montamos con la pareja de maduritos
surgió un nuevo plan veraniego: acudir a las fiestas populares más
famosas de nuestro país, los Sanfermines. El plan surgió porque una de
las amigas de mi chica, la fumada, se había ido a estudiar la carrera
a Pamplona y nos había ofrecido alojamiento gratuito en el piso en el
que vivía compartiendo habitación. Y dado que no tenía que estudiar
porque había aprobado todas las asignaturas en su primer año, no había
posibilidad de causarle molestias porque ella también pretendía vivir
las fiestas al máximo. Lo único negativo sería que no íbamos a poder
tener sexo, y no nos quedó más remedio que asumirlo. Así que el día
antes del chupinazo nos dirigimos a la capital de Navarra desde
nuestras respectivas ciudades en tren.
Cuando llegué, mi novia y su amiga llevaban largo rato esperándome en la
estación porque su ciudad dista unos 100 kilómetros de allí, mientras
que la mía está considerablemente más lejos. Encontré a mi chica muy
rara, carente de su alegre chispa habitual y un tanto ausente, pero en
presencia de su amiga no podía preguntarle qué le pasaba. Tras un largo
paseo llegamos a la casa de la fumada para dejar las mochilas y
comer. Después nos ataviamos con la tradicional vestimenta blanca con
pañuelo rojo al cuello y nos fuimos a que nos enseñara la ciudad,
desconocida para ambos. Ya se podía oler el ambiente pre-fiestas porque
había decoración por doquier, estaban colocadas las vallas para
celebrar los famosos encierros y había muchísima gente por las calles.
Cenamos como pudimos comprando comida por la calle y pronto nos unimos
a la fiesta que fue in crescendo en cuanto anocheció. Pero nos fuimos a
dormir relativamente pronto porque queríamos intentar coger sitio al
día siguiente en la plaza del ayuntamiento para presenciar el estallido
de jolgorio que se da durante el acto que inaugura las fiestas a
mediodía: el chupinazo.
Por la mañana nos levantamos a buena hora, cargamos en bolsas algunas
botellas de sangría y calimocho casero y nos dirigimos a la susodicha
plaza. A pesar de la recomendación de no llevar encima el móvil ante la
total seguridad de terminar empapados, convencí a las chicas de que
lleváramos los nuestros envueltos en bolsitas de congelación
herméticas. No quería que en caso de extraviarnos entre el gentío no
contáramos con ellos para poder reencontrarnos. La fumada, además,
nos prestó una copia de la llave de su casa a cada uno, que también
introdujimos en las bolsitas. Y como elemento culminante para completar
el kit de supervivencia incluimos algo de dinero.
Cuando llegamos, tres horas antes de la hora prevista para el chupinazo,
ya estaba la plaza prácticamente llena. Afortunadamente aún era
mínimamente transitable y logramos entrar. Gracias a mi altura pude
observar cómo la gente se las arreglaba para llamar la atención entre
la marea blanca: unos iban disfrazados mientras que otros portaban
pancartas. Los que más destacaban eran unos chicos que llevaban una que
decía Si nos organizamos follamos todos porque su mensaje despertaba
muchas simpatías. El ambiente se fue caldeando progresivamente, no
paraba de llegar más gente a la plaza y se oían cánticos y bocinas por
todas partes. Empezamos a sentirnos realmente incómodos, pero ya no
podíamos escapar, no nos quedaba otra que aguantar hasta que pasara
todo y la masa se dispersara. Nos dimos cuenta demasiado tarde de que
estar allí era un error. Mi principal preocupación era luchar por
conseguir espacio para que mis dos acompañantes pudieran respirar, ya
que al ser tan bajitas corrían serio riesgo de desmayo por falta de
aire o golpe de calor, lo que además conllevaría el peligro de ser
aplastadas. Menos mal que ninguno padecíamos de claustrofobia. Para
combatir esas amenazas les aconsejé que bebieran todo lo que pudieran,
la hidratación en ese momento era fundamental, aunque fuera a base de
alcohol. El problema es que a la larga ejerce el efecto contrario, pero
sólo podía preocuparme por el corto plazo.
Minutos antes de las 12:00 la situación era casi insoportable, pero no
teníamos más salida que seguir aguantando. Por fin llegó la hora y las
autoridades de la ciudad se asomaron al balcón del ayuntamiento para
dar el pregón, produciéndose entonces un fenómeno digno de ver: la
plaza entera alzó los pañuelos rojos, sujetándolos con ambas manos de
manera que formaban un triángulo.. Tras las primeras palabras un
griterío se fue extendiendo entre los asistentes que nos agolpábamos y
las cabezas se fueron girando hacia un balcón en la fachada contraria:
había una pareja desnuda practicando sexo. La multitud enloqueció,
especialmente los que portaban la pancarta que he mencionado antes. Por
su parte, los lectores del pregón, acostumbrados a los intentos de
interrumpirlo año tras año, no hicieron caso y siguieron a lo suyo.
Finalmente lanzaron el cohete que simboliza el comienzo de los festejos
y se desató la locura colectiva. Todo el mundo empezó a agitar botellas
y pistolas de agua surgieron para lanzar líquidos alcohólicos en todas
direcciones mientras el estruendo se volvía ensordecedor. Entonces el
grupo de chicos asalvajados que teníamos al lado lograron aupar a la
fumada y a mi novia a hombros, al igual que sucedía con muchas otras
chicas en la plaza. El salir de la situación de cuasi-aplastamiento les
sentó muy bien porque pudieron respirar aire fresco, además de volver a
ser regadas una y otra vez con distintos licores.
La marabunta empezó a pedirles que mostraran los pechos y, como se
encontraban bastante ebrias, accedieron. La fumada, al tener apenas
busto, simplemente se levantó la camiseta y mostró sus pezones ya que
no se había molestado ni en ponerse sujetador; pero a mi chica le costó
más trabajo. Esos segundos de más que tardó en dar al descontrolado
público lo que deseaba no le salieron gratis: una avalancha de manos se
cernió sobre ella y le despojó de su empapada camiseta, arrancándosela
casi de cuajo, aunque no pareció importarle. Asumí que tendría que
prestarle la mía para el camino de vuelta a la casa de nuestra amiga.
La parte superior del bikini, que era lo que había decidido ponerse
como sostén, sí que se lo consiguió quitar ella misma antes de que lo
alcanzaran y lo alzó como si de uno de los pañuelos rojos se tratase,
despertando vítores entre el gentío. Pero la cosa no terminó ahí, la
avalancha de manos resurgió para intentar tocar sus magníficos senos; y
ella, lejos de resistirse, los ofreció orgullosa.
Yo esperaba que el episodio de exhibicionismo público terminase en ese
punto porque cuando el resto de chicas que eran aupadas permitían esos
tocamientos eran liberadas, pero no fue el caso con la mía. De hecho la
fumada ya se encontraba a mi lado de pie sin haber sido objeto de esa
práctica, supongo que por sus carencia físicas. El problema fue que mi
novia no pedía que la soltaran, sino que siguió jaleando a los
histéricos que la rodeaban lanzándoles la prenda de baño.
Repentinamente el torrente de manos cambió de objetivo y empezaron a
bajarle sus minúsculos pantalones. Normalmente las chicas que son
víctimas de esos intentos se resisten y logran su libertad, pero ya
conocemos a mi novia. Ella, sin perder la sonrisa, se dejó caer hacia
atrás para que la sostuvieran también por la espalda y finalmente
estiró las piernas de modo que terminó aupada en horizontal. Con este
cambio de postura fue despojada de los pantalones y la braga del bikini
de inmediato. Ya únicamente conservaba el pañuelo rojo al cuello y el
calzado mientras un ejército de manos la aupaba y tocaba por todas
partes. No puedo negar que disfruté contemplando la escena.
La fumada, que estaba muy preocupada ante lo que estaba presenciando, me
sacó de mi estado pasivo ordenándome que ayudara a mi chica: ¡Pero no
te quedes ahí mirando y haz algo!. Así que traté de alcanzarla para
bajarla al suelo, pero me resultó imposible. La mayoría de
enfervorecidos hombres eran más corpulentos que yo y no conseguí pasar
entre ellos. De repente el grupo comenzó a abrirse camino y desplazarse
mientras entonaban un cántico que decía ¡Queremos follar
. follar sin
pagar
.! , llevándose consigo su trofeo. Intenté seguirles, pero el
hueco que iban dejando tras de sí era inmediatamente ocupado por gente
a la que a nosotros dos nos costaba mucho apartar porque además se
giraban para aclamarles. Progresivamente la marea humana que portaba a
mi novia desnuda se fue alejando y los cubos de agua que caían desde
los balcones no nos facilitaban su seguimiento. Hasta que, como era
previsible, les perdimos definitivamente de vista.
Tanto la fumada como yo entramos en pánico y empezamos a pensar qué
podíamos hacer. Llamar a su móvil resultaba inútil porque ella ya no
llevaba puestos los pantalones, la policía estaba desbordada ante
tantísima gente alcoholizada por las calles, no contábamos con nadie
que nos ayudara a buscarla... Así que no se nos ocurrió nada mejor que
repartirnos las bocacalles de la calle por la que el grupo de
secuestradores se había marchado para irlas registrando como
buenamente pudiéramos, y estuvimos varias horas buscando sin resultado.
Hasta se nos pasó la hora de comer de la angustia. Cuando nos volvimos
a reunir estábamos tan desesperados que decidimos rendirnos y buscar
una patrulla de policía para pedirles ayuda, pero de repente sonó el
móvil de la fumada. Era mi chica, que al parecer había logrado
recuperar su teléfono.
No pude escuchar lo que dijo, pero con las indicaciones que dio a su amiga
logramos llegar hasta donde se encontraba: se trataba del local donde
el grupo de salvajes tenía su peña, un par de manzanas más allá del
alcance de nuestra búsqueda. Cuando llegamos nos la encontramos en la
puerta dando unas caladas a un porro y echando unas risas con varios
tíos. Por suerte volvía a portar sus pantalones, lo que explicaba que
hubiera recuperado su móvil, pero en la parte de arriba llevaba una
camiseta de la peña tan empapada de sangría que se le transparentaban
claramente las tetas. Del pelo mejor no hablar porque era un amasijo
indescriptible. Al vernos reaccionó saludándonos alegremente como si
nada raro hubiera pasado, pero por su rostro se podía apreciar que
estaba muy cansada, aunque satisfecha. Inmediatamente empezó a
despedirse efusivamente dando dos besos a los chicos con los que
compartía el porro y tras eso se asomó a la puerta de la peña, de donde
salía una amalgama de ruido mezcla de música y voces de muchos hombres,
y gritó ¡Bueno, que yo ya me voy!. Al instante el ejército de
secuestradores acudió a la llamada para despedirse de ella uno por
uno con abrazos y muchos besos en las mejillas. Desde luego parecía que
habían hecho muy buenas migas, incluso le invitaron a que volviera a
pasarse cuando quisiera por allí.
Cuando nos hubimos alejado unos metros su amiga le empezó a echar la
bronca Joder tía, estábamos preocupadísimos, te hemos estado buscando
por todas partes.... Mi novia le respondió que sentía habernos
preocupado, pero que sólo había estado de juerga con los chicos de esa
peña. Y si en todo ese tiempo no se había acordado lo más mínimo de
nosotros sólo podía significar que la fiesta que se había pegado tenía
que haber sido de índole sexual. ¿Y habéis estado ahí todo el día?,
pregunté yo, ávido de información pero sin querer que pareciera un
interrogatorio. Contestó que sí, pero la fumada prosiguió con las
preguntas: Pero, ¿haciendo qué?. Mi chica no pudo disimular una
sonrisilla al recordar lo sucedido: Joder, de todo
. La rubia
insistió pidiendo más detalles, y entonces soltó lo que yo ya me
esperaba: Pues creo que me han follado todos.
La fumada se quedó de piedra a pesar de que conocía algunas de las
libertinas aventuras de mi novia. ¿Qué? ¿Que te han follado todos?,
exclamó en cuanto pudo reaccionar. Mi novia le pidió que bajara la voz
porque más de una cabeza se giró hacia nosotros al oírlo. ¡Pero tía,
vamos a la policía, que te han violado!, dijo sin disminuir el tono.
Mi chica volvió a reclamarle que moderara el volumen y le replicó que
no dijera barbaridades porque todo había sido consentido y para nada se
trató de una violación. A mí ya se me estaba empezando a levantar la
polla ante el excitante relato que me esperaba, pero no me quise
inmiscuir en su discusión porque prefería enterarme de todos los
detalles cuando estuviéramos a solas. Cuando logró calmarla le pidió
que fuéramos a su casa porque necesitaba ducharse y cambiarse de ropa,
amén de ponerse ropa interior.
Mientras mi novia se duchaba la fumada y yo aprovechamos para comer
algo, y evidentemente me terminó haciendo más de una pregunta incómoda.
¿Y a ti te parece bien que haga estas cosas?. Lo primero que me vino
a la cabeza fue la verdad es que me jode habérmelo perdido, pero esa
no era la respuesta adecuada para ese momento. A ver, gracia no me
hace, pero cuando quieres a una persona tienes que aprender a tolerar
sus defectos. Para ser franco lo que más me había molestado de todo
había sido verla fumando un porro en la puerta de la peña, pero no se
lo dije porque siempre he pensado que los trapos sucios hay que
lavarlos en casa y a puerta cerrada. Esa misma tarde a mi chica le vino
la regla, así que en caso de haber mantenido relaciones sin protección,
al menos había pasado el peligro de embarazo y no era necesario ir a
por la dichosa píldora del día después.
El resto de días que estuvimos allí no ocurrió nada reseñable, aparte de
que cada vez que me quedaba a solas con mi novia le pedía que me
contara algo de lo sucedido en la peña de aquellos chicos sin lograr
que soltara prenda. Ya te lo contaré cuando tengamos más tiempo, me
repitió una y otra vez. Desgraciadamente tuve que esperar bastante
porque cada uno tuvimos que volver a nuestra respectiva ciudad y,
aunque volví a intentar sonsacarle información por teléfono cuando
íbamos cada uno en nuestro tren, se negó a contarme nada argumentando
que no quería que la oyera el resto de viajeros. Pero finalmente cuando
estuvimos en nuestras casas pudimos mantener una conversación al
respecto.
Bueno, entonces ¿qué hicísteis?, pregunté. Se echó a reír y me dijo que
terminaría antes si me dijera lo que no habían hecho. La cosa prometía.
Antes de nada me advirtió de que en aquel momento estaba muy borracha y
tenía los recuerdos muy mezclados, así que no podía explicármelo todo
al detalle, pero que haría lo que pudiera. Lo primero que pasó al
llegar a la peña fue que la tumbaron en una mesa, y como por el camino
la habían ido metiendo mano y ya estaba bastante cachonda, empezó a
acariciarle la polla a todo el que se ponía a su alcance. Al grupo de
tíos aquello evidentemente les gustó y pronto un corro de ansiosos
borrachos se formó alrededor de la mesa para ofrecerle un considerable
número de penes. Lo siguiente no hizo falta ni que me lo contara,
estaba cantado que empezó la degustación de rabos.
Mientras, los cabrones me duchaban con kali y sangría, se quejó, pero en
aquel momento seguro que le encantó que le perdieran todo respeto. No
tardaron en empezar a follársela por turnos, así, sin contemplaciones.
Pregunté que si se pusieron condones, más por curiosidad que por
preocupación, y me contestó que ni idea porque siguió chupando las
pollas que le ofrecían y no pudo ver lo que le hacían en la
entrepierna. Aunque creo que más de uno se me debió correr dentro
porque recuerdo que se ponían muy salvajes.
Después me confesó que le empezó a escocer la vagina: la combinación de
licores con esperma y tanta fricción no le sentaron bien, pero no por
eso quiso poner fin a la fiesta. Entonces les grité que me la metieran
por el culo. Sin dilatación previa, sin una lubricación adecuada
le
dio igual. Pero no le salió gratis porque me dijo que al principio le
dolió bastante, aunque su estado embriaguez y excitación le ayudaron a
acostumbrarse y empezar a disfrutar. Y allí había tantos hombres que en
ningún momento la dejaron libre, cuando uno eyaculaba otro ocupaba su
lugar.
Creo que a algunos les dio asco meter la polla donde otros se habían
corrido porque unos cuantos se pajeaban y me echaban lefa por encima.
Evidentemente los que más le complacieron fueron los que apuntaron a su
cara. De hecho llegó un punto en el que se debieron dar cuenta de que
no intentaba evitar el semen sino que demostraba quererlo en la boca, y
no dudaron en concederle sus deseos. No tragaba tanta lefa desde aquel
día en el pueblo que me intentaron tangar con el vaso de falsa
horchata, qué locura. Eso explica por qué ni se acordó de comer, tenía
el estómago repleto de esperma.
Vaya tela, menuda orgía, dije yo pensando que había terminado. Espérate
que hay más
, me replicó. Y lo que faltaba resultó ser un bombazo. A
los salvajes borrachos en un momento dado se les debió secar la
reserva de semen, pero como mi chica pedía más, ni cortos ni perezosos
empezaron a mearle encima. Me quedé estupefacto al oírlo. Pero el shock
fue aún mayor cuando mi novia me confesó que se tragó parte de lo que
le llegó a la boca. Al principio tragué un poco porque estaba súper
cachonda, es que no controlaba, pero enseguida me atraganté y tosí
mogollón. Después me tapé la cara porque no podía ni abrir los ojos ni
casi respirar. Pero no por eso pararon, le dieron una ducha que, según
me dijo, se le hizo interminable. Impresionante. En esa aventura había
superado todos sus niveles de ninfomanía, la lluvia dorada era algo que
jamás pensé que pudiera agradarle. Le pregunté dubitativo si le
gustaría volver a practicarlo y su rotundo no me alivió
considerablemente. Todo había sido fruto de la situación porque decía
que sólo de pensarlo le entraban arcadas.
Desde luego no me extrañó que perdiera la noción del tiempo, había sido
una experiencia que muy pocas chicas en el mundo podrían haber
disfrutado, y por suerte mi novia es una de ellas.
Continuará...
|