.:: RELATOS DE CORNUDOS ::.

  "Cornudo a distancia (16)".

 

 Pocos días después de la orgía que nos montamos con la pareja de maduritos surgió un nuevo plan veraniego: acudir a las fiestas populares más famosas de nuestro país, los Sanfermines. El plan surgió porque una de las amigas de mi chica, la ‘fumada’, se había ido a estudiar la carrera a Pamplona y nos había ofrecido alojamiento gratuito en el piso en el que vivía compartiendo habitación. Y dado que no tenía que estudiar porque había aprobado todas las asignaturas en su primer año, no había posibilidad de causarle molestias porque ella también pretendía vivir las fiestas al máximo. Lo único negativo sería que no íbamos a poder tener sexo, y no nos quedó más remedio que asumirlo. Así que el día antes del chupinazo nos dirigimos a la capital de Navarra desde nuestras respectivas ciudades en tren.

 Cuando llegué, mi novia y su amiga llevaban largo rato esperándome en la estación porque su ciudad dista unos 100 kilómetros de allí, mientras que la mía está considerablemente más lejos. Encontré a mi chica muy rara, carente de su alegre chispa habitual y un tanto ausente, pero en presencia de su amiga no podía preguntarle qué le pasaba. Tras un largo paseo llegamos a la casa de la ‘fumada’ para dejar las mochilas y comer. Después nos ataviamos con la tradicional vestimenta blanca con pañuelo rojo al cuello y nos fuimos a que nos enseñara la ciudad, desconocida para ambos. Ya se podía oler el ambiente pre-fiestas porque había decoración por doquier, estaban colocadas las vallas para celebrar los famosos encierros y había muchísima gente por las calles. Cenamos como pudimos comprando comida por la calle y pronto nos unimos a la fiesta que fue in crescendo en cuanto anocheció. Pero nos fuimos a dormir relativamente pronto porque queríamos intentar coger sitio al día siguiente en la plaza del ayuntamiento para presenciar el estallido de jolgorio que se da durante el acto que inaugura las fiestas a mediodía: el chupinazo.

 Por la mañana nos levantamos a buena hora, cargamos en bolsas algunas botellas de sangría y calimocho casero y nos dirigimos a la susodicha plaza. A pesar de la recomendación de no llevar encima el móvil ante la total seguridad de terminar empapados, convencí a las chicas de que lleváramos los nuestros envueltos en bolsitas de congelación herméticas. No quería que en caso de extraviarnos entre el gentío no contáramos con ellos para poder reencontrarnos. La ‘fumada’, además, nos prestó una copia de la llave de su casa a cada uno, que también introdujimos en las bolsitas. Y como elemento culminante para completar el ‘kit de supervivencia’ incluimos algo de dinero.

 Cuando llegamos, tres horas antes de la hora prevista para el chupinazo, ya estaba la plaza prácticamente llena. Afortunadamente aún era mínimamente transitable y logramos entrar. Gracias a mi altura pude observar cómo la gente se las arreglaba para llamar la atención entre la marea blanca: unos iban disfrazados mientras que otros portaban pancartas. Los que más destacaban eran unos chicos que llevaban una que decía “Si nos organizamos follamos todos” porque su mensaje despertaba muchas simpatías. El ambiente se fue caldeando progresivamente, no paraba de llegar más gente a la plaza y se oían cánticos y bocinas por todas partes. Empezamos a sentirnos realmente incómodos, pero ya no podíamos escapar, no nos quedaba otra que aguantar hasta que pasara todo y la masa se dispersara. Nos dimos cuenta demasiado tarde de que estar allí era un error. Mi principal preocupación era luchar por conseguir espacio para que mis dos acompañantes pudieran respirar, ya que al ser tan bajitas corrían serio riesgo de desmayo por falta de aire o golpe de calor, lo que además conllevaría el peligro de ser aplastadas. Menos mal que ninguno padecíamos de claustrofobia. Para combatir esas amenazas les aconsejé que bebieran todo lo que pudieran, la hidratación en ese momento era fundamental, aunque fuera a base de alcohol. El problema es que a la larga ejerce el efecto contrario, pero sólo podía preocuparme por el corto plazo.

 Minutos antes de las 12:00 la situación era casi insoportable, pero no teníamos más salida que seguir aguantando. Por fin llegó la hora y las autoridades de la ciudad se asomaron al balcón del ayuntamiento para dar el pregón, produciéndose entonces un fenómeno digno de ver: la plaza entera alzó los pañuelos rojos, sujetándolos con ambas manos de manera que formaban un triángulo.. Tras las primeras palabras un griterío se fue extendiendo entre los asistentes que nos agolpábamos y las cabezas se fueron girando hacia un balcón en la fachada contraria: había una pareja desnuda practicando sexo. La multitud enloqueció, especialmente los que portaban la pancarta que he mencionado antes. Por su parte, los lectores del pregón, acostumbrados a los intentos de interrumpirlo año tras año, no hicieron caso y siguieron a lo suyo. Finalmente lanzaron el cohete que simboliza el comienzo de los festejos y se desató la locura colectiva. Todo el mundo empezó a agitar botellas y pistolas de agua surgieron para lanzar líquidos alcohólicos en todas direcciones mientras el estruendo se volvía ensordecedor. Entonces el grupo de chicos asalvajados que teníamos al lado lograron aupar a la ‘fumada’ y a mi novia a hombros, al igual que sucedía con muchas otras chicas en la plaza. El salir de la situación de cuasi-aplastamiento les sentó muy bien porque pudieron respirar aire fresco, además de volver a ser regadas una y otra vez con distintos licores.

 La marabunta empezó a pedirles que mostraran los pechos y, como se encontraban bastante ebrias, accedieron. La ‘fumada’, al tener apenas busto, simplemente se levantó la camiseta y mostró sus pezones ya que no se había molestado ni en ponerse sujetador; pero a mi chica le costó más trabajo. Esos segundos de más que tardó en dar al descontrolado público lo que deseaba no le salieron gratis: una avalancha de manos se cernió sobre ella y le despojó de su empapada camiseta, arrancándosela casi de cuajo, aunque no pareció importarle. Asumí que tendría que prestarle la mía para el camino de vuelta a la casa de nuestra amiga. La parte superior del bikini, que era lo que había decidido ponerse como sostén, sí que se lo consiguió quitar ella misma antes de que lo alcanzaran y lo alzó como si de uno de los pañuelos rojos se tratase, despertando vítores entre el gentío. Pero la cosa no terminó ahí, la avalancha de manos resurgió para intentar tocar sus magníficos senos; y ella, lejos de resistirse, los ofreció orgullosa.

 Yo esperaba que el episodio de exhibicionismo público terminase en ese punto porque cuando el resto de chicas que eran aupadas permitían esos tocamientos eran liberadas, pero no fue el caso con la mía. De hecho la ‘fumada’ ya se encontraba a mi lado de pie sin haber sido objeto de esa práctica, supongo que por sus carencia físicas. El problema fue que mi novia no pedía que la soltaran, sino que siguió jaleando a los histéricos que la rodeaban lanzándoles la prenda de baño. Repentinamente el torrente de manos cambió de objetivo y empezaron a bajarle sus minúsculos pantalones. Normalmente las chicas que son víctimas de esos intentos se resisten y logran su libertad, pero ya conocemos a mi novia. Ella, sin perder la sonrisa, se dejó caer hacia atrás para que la sostuvieran también por la espalda y finalmente estiró las piernas de modo que terminó aupada en horizontal. Con este cambio de postura fue despojada de los pantalones y la braga del bikini de inmediato. Ya únicamente conservaba el pañuelo rojo al cuello y el calzado mientras un ejército de manos la aupaba y tocaba por todas partes. No puedo negar que disfruté contemplando la escena.

 La ‘fumada’, que estaba muy preocupada ante lo que estaba presenciando, me sacó de mi estado pasivo ordenándome que ayudara a mi chica: “¡Pero no te quedes ahí mirando y haz algo!”. Así que traté de alcanzarla para bajarla al suelo, pero me resultó imposible. La mayoría de enfervorecidos hombres eran más corpulentos que yo y no conseguí pasar entre ellos. De repente el grupo comenzó a abrirse camino y desplazarse mientras entonaban un cántico que decía “¡Queremos follar…. follar sin pagar….!” , llevándose consigo su ‘trofeo’. Intenté seguirles, pero el hueco que iban dejando tras de sí era inmediatamente ocupado por gente a la que a nosotros dos nos costaba mucho apartar porque además se giraban para aclamarles. Progresivamente la marea humana que portaba a mi novia desnuda se fue alejando y los cubos de agua que caían desde los balcones no nos facilitaban su seguimiento. Hasta que, como era previsible, les perdimos definitivamente de vista.

 Tanto la ‘fumada’ como yo entramos en pánico y empezamos a pensar qué podíamos hacer. Llamar a su móvil resultaba inútil porque ella ya no llevaba puestos los pantalones, la policía estaba desbordada ante tantísima gente alcoholizada por las calles, no contábamos con nadie que nos ayudara a buscarla... Así que no se nos ocurrió nada mejor que repartirnos las bocacalles de la calle por la que el grupo de ‘secuestradores’ se había marchado para irlas registrando como buenamente pudiéramos, y estuvimos varias horas buscando sin resultado. Hasta se nos pasó la hora de comer de la angustia. Cuando nos volvimos a reunir estábamos tan desesperados que decidimos rendirnos y buscar una patrulla de policía para pedirles ayuda, pero de repente sonó el móvil de la ‘fumada’. Era mi chica, que al parecer había logrado recuperar su teléfono.

 No pude escuchar lo que dijo, pero con las indicaciones que dio a su amiga logramos llegar hasta donde se encontraba: se trataba del local donde el grupo de salvajes tenía su peña, un par de manzanas más allá del alcance de nuestra búsqueda. Cuando llegamos nos la encontramos en la puerta dando unas caladas a un porro y echando unas risas con varios tíos. Por suerte volvía a portar sus pantalones, lo que explicaba que hubiera recuperado su móvil, pero en la parte de arriba llevaba una camiseta de la peña tan empapada de sangría que se le transparentaban claramente las tetas. Del pelo mejor no hablar porque era un amasijo indescriptible. Al vernos reaccionó saludándonos alegremente como si nada raro hubiera pasado, pero por su rostro se podía apreciar que estaba muy cansada, aunque satisfecha. Inmediatamente empezó a despedirse efusivamente dando dos besos a los chicos con los que compartía el porro y tras eso se asomó a la puerta de la peña, de donde salía una amalgama de ruido mezcla de música y voces de muchos hombres, y gritó “¡Bueno, que yo ya me voy!”. Al instante el ejército de ‘secuestradores’ acudió a la llamada para despedirse de ella uno por uno con abrazos y muchos besos en las mejillas. Desde luego parecía que habían hecho muy buenas migas, incluso le invitaron a que volviera a pasarse cuando quisiera por allí.

 Cuando nos hubimos alejado unos metros su amiga le empezó a echar la bronca “Joder tía, estábamos preocupadísimos, te hemos estado buscando por todas partes...”. Mi novia le respondió que sentía habernos preocupado, pero que sólo había estado de juerga con los chicos de esa peña. Y si en todo ese tiempo no se había acordado lo más mínimo de nosotros sólo podía significar que la fiesta que se había pegado tenía que haber sido de índole sexual. “¿Y habéis estado ahí todo el día?”, pregunté yo, ávido de información pero sin querer que pareciera un interrogatorio. Contestó que sí, pero la ‘fumada’ prosiguió con las preguntas: “Pero, ¿haciendo qué?”. Mi chica no pudo disimular una sonrisilla al recordar lo sucedido: “Joder, de todo…”. La rubia insistió pidiendo más detalles, y entonces soltó lo que yo ya me esperaba: “Pues creo que me han follado todos”.

 La ‘fumada’ se quedó de piedra a pesar de que conocía algunas de las libertinas aventuras de mi novia. “¿Qué? ¿Que te han follado todos?”, exclamó en cuanto pudo reaccionar. Mi novia le pidió que bajara la voz porque más de una cabeza se giró hacia nosotros al oírlo. “¡Pero tía, vamos a la policía, que te han violado!”, dijo sin disminuir el tono. Mi chica volvió a reclamarle que moderara el volumen y le replicó que no dijera barbaridades porque todo había sido consentido y para nada se trató de una violación. A mí ya se me estaba empezando a levantar la polla ante el excitante relato que me esperaba, pero no me quise inmiscuir en su discusión porque prefería enterarme de todos los detalles cuando estuviéramos a solas. Cuando logró calmarla le pidió que fuéramos a su casa porque necesitaba ducharse y cambiarse de ropa, amén de ponerse ropa interior.

 Mientras mi novia se duchaba la ‘fumada’ y yo aprovechamos para comer algo, y evidentemente me terminó haciendo más de una pregunta incómoda. “¿Y a ti te parece bien que haga estas cosas?”. Lo primero que me vino a la cabeza fue ‘la verdad es que me jode habérmelo perdido’, pero esa no era la respuesta adecuada para ese momento. “A ver, gracia no me hace, pero cuando quieres a una persona tienes que aprender a tolerar sus defectos”. Para ser franco lo que más me había molestado de todo había sido verla fumando un porro en la puerta de la peña, pero no se lo dije porque siempre he pensado que los trapos sucios hay que lavarlos en casa y a puerta cerrada. Esa misma tarde a mi chica le vino la regla, así que en caso de haber mantenido relaciones sin protección, al menos había pasado el peligro de embarazo y no era necesario ir a por la dichosa píldora del día después.

 El resto de días que estuvimos allí no ocurrió nada reseñable, aparte de que cada vez que me quedaba a solas con mi novia le pedía que me contara algo de lo sucedido en la peña de aquellos chicos sin lograr que soltara prenda. “Ya te lo contaré cuando tengamos más tiempo”, me repitió una y otra vez. Desgraciadamente tuve que esperar bastante porque cada uno tuvimos que volver a nuestra respectiva ciudad y, aunque volví a intentar sonsacarle información por teléfono cuando íbamos cada uno en nuestro tren, se negó a contarme nada argumentando que no quería que la oyera el resto de viajeros. Pero finalmente cuando estuvimos en nuestras casas pudimos mantener una conversación al respecto.

 “Bueno, entonces ¿qué hicísteis?”, pregunté. Se echó a reír y me dijo que terminaría antes si me dijera lo que no habían hecho. La cosa prometía. Antes de nada me advirtió de que en aquel momento estaba muy borracha y tenía los recuerdos muy mezclados, así que no podía explicármelo todo al detalle, pero que haría lo que pudiera. Lo primero que pasó al llegar a la peña fue que la tumbaron en una mesa, y como por el camino la habían ido metiendo mano y ya estaba bastante cachonda, empezó a acariciarle la polla a todo el que se ponía a su alcance. Al grupo de tíos aquello evidentemente les gustó y pronto un corro de ansiosos borrachos se formó alrededor de la mesa para ofrecerle un considerable número de penes. Lo siguiente no hizo falta ni que me lo contara, estaba cantado que empezó la degustación de rabos.

 “Mientras, los cabrones me duchaban con kali y sangría”, se quejó, pero en aquel momento seguro que le encantó que le perdieran todo respeto. No tardaron en empezar a follársela por turnos, así, sin contemplaciones. Pregunté que si se pusieron condones, más por curiosidad que por preocupación, y me contestó que ni idea porque siguió chupando las pollas que le ofrecían y no pudo ver lo que le hacían en la entrepierna. “Aunque creo que más de uno se me debió correr dentro porque recuerdo que se ponían muy salvajes”.

 Después me confesó que le empezó a escocer la vagina: la combinación de licores con esperma y tanta fricción no le sentaron bien, pero no por eso quiso poner fin a la fiesta. “Entonces les grité que me la metieran por el culo”. Sin dilatación previa, sin una lubricación adecuada… le dio igual. Pero no le salió gratis porque me dijo que al principio le dolió bastante, aunque su estado embriaguez y excitación le ayudaron a acostumbrarse y empezar a disfrutar. Y allí había tantos hombres que en ningún momento la dejaron libre, cuando uno eyaculaba otro ocupaba su lugar.

 “Creo que a algunos les dio asco meter la polla donde otros se habían corrido porque unos cuantos se pajeaban y me echaban lefa por encima”. Evidentemente los que más le complacieron fueron los que apuntaron a su cara. De hecho llegó un punto en el que se debieron dar cuenta de que no intentaba evitar el semen sino que demostraba quererlo en la boca, y no dudaron en concederle sus deseos. “No tragaba tanta lefa desde aquel día en el pueblo que me intentaron tangar con el vaso de falsa horchata, qué locura”. Eso explica por qué ni se acordó de comer, tenía el estómago repleto de esperma.

 “Vaya tela, menuda orgía”, dije yo pensando que había terminado. “Espérate que hay más…”, me replicó. Y lo que faltaba resultó ser un bombazo. A los salvajes borrachos en un momento dado se les debió ‘secar’ la reserva de semen, pero como mi chica pedía más, ni cortos ni perezosos empezaron a mearle encima. Me quedé estupefacto al oírlo. Pero el shock fue aún mayor cuando mi novia me confesó que se tragó parte de lo que le llegó a la boca. “Al principio tragué un poco porque estaba súper cachonda, es que no controlaba, pero enseguida me atraganté y tosí mogollón. Después me tapé la cara porque no podía ni abrir los ojos ni casi respirar”. Pero no por eso pararon, le dieron una ducha que, según me dijo, se le hizo interminable. Impresionante. En esa aventura había superado todos sus niveles de ninfomanía, la lluvia dorada era algo que jamás pensé que pudiera agradarle. Le pregunté dubitativo si le gustaría volver a practicarlo y su rotundo ‘no’ me alivió considerablemente. Todo había sido fruto de la situación porque decía que sólo de pensarlo le entraban arcadas.

 Desde luego no me extrañó que perdiera la noción del tiempo, había sido una experiencia que muy pocas chicas en el mundo podrían haber disfrutado, y por suerte mi novia es una de ellas.

 Continuará...

 

 

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