El
verano nos alcanzaba cuando el curso escolar llegaba a su final. Mi
novia terminaba satisfactoriamente el primer año de sus estudios de
formación profesional mientras yo, por mi parte, acababa la carrera
aprobando la asignatura que me quedaba. Así que, al convertirme en
titulado, en la empresa en la que estaba como becario me prometieron
contratarme como un empleado más después del verano porque durante el
mismo era complicado hacer el papeleo ya que había mucho personal de
vacaciones. Todo eran buenas noticias, así que nos centramos en
planificar el verano con mucha ilusión.
Un plan muy interesante se lo propuso a mi chica una de sus compañeras de
clase: nos ofreció su apartamento de una ciudad costera del norte para
un fin de semana. Lo curioso es que esa compañera suya no era como las
demás porque tenía algo más de cuarenta años mientras que el resto de
la clase no superaba los veinte. Suponemos que se había matriculado en
esos estudios para combatir el aburrimiento puesto que no trabajaba y
la mantenía su marido, que ganaba bastante dinero, y no tenían hijos.
Por alguna foto que había podido ver a través de las redes sociales de
mi novia se notaba que era una esposa florero comenzando su
decadencia. En su juventud seguramente había sido una chica
despampanante, pero la edad no perdona y por aquel entonces su físico
ya sufría los primeros estragos, pero no por eso dejaba de ser una
mujer con cierto atractivo. El caso es que consideraba a mi novia su
mejor amiga en clase y de ahí el ofrecimiento.
Así que el primer fin de semana de vacaciones de mi chica nos dirigimos a
la susodicha ciudad en autocar el sábado por la mañana. Tuvimos que
caminar un buen trecho hasta el apartamento, aunque afortunadamente fue
fácil de encontrar. Pero cuando entramos nos encontramos con algo
inesperado: al final del largo pasillo se escuchaban música y gemidos
(el sonido no era natural, estaba siendo reproducido). Lo que
tendríamos que haber hecho era volver a salir del apartamento
sigilosamente y llamar al timbre, pero la curiosidad pudo más y, tras
mirarnos con los ojos como platos, recorrimos el corredor en silencio.
Una vez llegamos al salón presenciamos la escena: un hombre de mediana
edad estaba sentado en el sofá masturbándose mientras veía pornografía.
Cuando nos vio se pegó un susto de muerte y rápidamente se subió los
pantalones y apagó la televisión mientras nos preguntaba a gritos
¿Quién cojones sois vosotros? ¿Cómo habéis entrado en mi casa?
Estaba muy alterado y no era para menos, pero mi chica logró calmarle
explicándole que ella era compañera de clase de su mujer y que nos
había dejado las llaves para pasar el fin de semana. Así que ese hombre
era el marido. Supongo que mi novia le habría visto en alguna foto y
por eso supo cómo abordar la situación. Me llamó la atención la cara
con la que se quedó mirando a mi novia. Yo le dije que sentíamos mucho
haber irrumpido así y que nos marcharíamos inmediatamente, que no
sabíamos que él iba a estar allí. Entonces el hombre reaccionó y nos
dijo que no, que nos quedáramos porque él tenía que regresar a la otra
ciudad y nos rogó discreción acerca de lo que habíamos visto.
Cuando estuvimos solos mi chica se escandalizó ¡Qué fuerte! ¡Se ha hecho
100 kilómetros para matarse a pajas!. Yo le repliqué que tal vez había
tenido que venir por motivos de trabajo y que, ya que estaba por allí,
decidió dedicarse un rato a sí mismo y alegrarse la vista. Además,
siempre es mejor ver porno que irse de putas. Superado el incidente lo
primero que hicimos fue ir al dormitorio para hacer el amor. Pero
mientras recorría su cuerpo a besos cometí el error de darle un pequeño
mordisco en una nalga que debió hacerle más daño del que calculé a
juzgar por el enfado que cogió. A pesar de disculparme no logré que me
perdonara y a la hora de comer tuve que irme solo a un restaurante. Por
suerte después de tanto tiempo juntos ya sé cómo funciona su mente en
esos casos: al igual que no puede controlarse cuando está
extremadamente excitada, lo mismo le ocurre cuando está muy enfadada. Y
como la ira le dura considerablemente más tiempo que la lujuria, di por
perdido ese día. Cuando regresé seguía acostada y enfurruñada, sin
querer dirigirme la palabra. Pasé la tarde viendo la televisión y no
fue hasta varias horas después cuando se decidió a acudir a mí y
abrazarme. Es su forma de querer hacer las paces. Pero no pude tener
sexo con ella hasta después de que volviéramos a salir para que comiera
algo porque no había tomado nada desde el desayuno en su casa esa
mañana. Al día siguiente fuimos a la playa por la mañana y a mediodía
regresamos a su ciudad porque por la tarde me esperaba el viaje de
vuelta a mi ciudad.
Yo seguí acudiendo al trabajo mientras mi novia intentaba hacer todo tipo
de planes con sus amigas para combatir el aburrimiento vacacional. Unos
días después de aquel fin de semana mi chica me llamó para decirme que
la próxima vez que fuera a visitarla teníamos que ir a cenar con su
compañera y su marido. Éste le había contado a su mujer el encuentro
que habíamos tenido en el apartamento (supuse que sin entrar en los
detalles onanistas) y habían decidido invitarnos para compensarnos las
molestias. Me sonó un poco raro, sobre todo porque quisiera volver a
vernos después de sorprenderle del modo en que lo hicimos, pero tampoco
tenía nada que objetar.
Así que en mi siguiente visita fuimos a la casa del matrimonio que nos
había invitado a cenar. Me sorprendió mucho la ropa que había elegido
la compañera de mi novia, un vestido rojo extremadamente corto y
ajustado que apenas lograba contener sus descomunales senos y que
resaltaba sus curvas. Además, por la forma en que se le marcaban los
pezones, dejaba claro que no llevaba sujetador. Tras las pertinentes
presentaciones nos enseñaron la casa y finalmente pasamos al comedor
para sentarnos a la mesa. La cena fue muy agradable, incluso demasiado
porque me dio la impresión de que nuestros anfitriones nos hicieron
mucho la pelota. Ante cualquier cosa que decíamos se reían
exageradamente y todo lo que contábamos les parecía muy interesante.
Además sirvieron un vino dulce italiano que no había probado nunca
llamado moscato que hizo nuestras delicias y pronto se nos empezó a
subir a la cabeza.
Después nos ofrecieron tomar unas copas y nos sentamos en los sofás a
beber. Según el alcohol se nos iba subiendo a la cabeza la conversación
empezó a virar hacia temas íntimos. Se ve que tras nuestro encuentro en
su apartamento el marido le preguntó a su mujer sobre nosotros y, como
mi novia le había contado todas sus aventuras a su compañera de clase
porque se llevaban muy bien, esta no dudó en relatárselas. Nos comentó
lo alucinantes que le parecieron y nos terminó confesando que el motivo
de la invitación a su casa esa noche era proponernos un intercambio de
parejas. Menudo pájaro, aunque su esposa no se quedaba atrás porque a
juzgar por su manera de mirarme estaba de acuerdo.
Yo me quedé petrificado, pero mi chica dijo que lo que le apetecía era
bailar un poco mientras se levantaba. Se dirigió al equipo de música
para poner un disco mientras el matrimonio y yo nos quedamos
desconcertados porque su oferta parecía haber sido ignorada. En cuanto
empezó a sonar la música mi novia, que lucía una sonrisa de oreja a
oreja, sacó a bailar a su compañera al centro del salón. El marido y yo
nos quedamos sentados expectantes y no interrumpimos porque,
progresivamente, se fue poniendo picante. Primero mi chica empezó a
restregar sus nalgas contra las de la señora. Luego ésta se giró y se
acopló a ella sujetándola por las caderas. Después fue subiendo las
manos a lo largo del cuerpo de mi novia, metiéndolas bajo su camiseta
hasta alcanzarle los pechos para acariciárselos delicadamente. Fue la
prueba de fuego: mi chica se dejaba hacer y por su sonrisa y gestos
podía apreciarse que la situación no le incomodaba lo más mínimo. El
tórrido baile continuó con bastantes sobeteos entre ambas hasta que nos
hicieron gestos para unirnos a ellas. El marido saltó como un resorte a
bailotear con mi novia, pero a mí me costó un poco más mentalizarme de
que me tocaba como pareja una mujer que casi me doblaba en edad a pesar
de estar todavía de bastante buen ver.
La señora no tardó en acoplar sus posaderas contra mi entrepierna y
colocar mis manos sobre sus tetas, dándome a entender que podía tocar
lo que quisiera. Levanté la vista para ver qué hacía mi chica y pude
ver que ya se había despojado de su camiseta y el marido le metía mano
descaradamente. Cuando me quise dar cuenta mi pareja de baile me había
arrinconado contra una silla y me obligó a sentarme. A continuación se
sentó sobre mí dándome la espalda y guió mi mano hasta la cremallera de
su vestido para que se lo desabrochara, pero mi novia nos interrumpió
volviendo a escoger a su compañera como pareja de baile. Estuvo bien
ver cómo se desnudaban la una a la otra hasta quedarse en ropa interior
a pesar de la diferencia entre ambos cuerpos: mientras la mayor parte
del de mi chica era tersa y suave, la firmeza del de la señora dejaba
que desear y la celulitis era patente.
La mujer continuó tomó la iniciativa y se las arregló para guiar a su
joven compañera de baile hacia el pasillo. El marido y yo las seguimos
y comprobamos que el nuevo destino resultó ser el dormitorio. Una vez
allí la cuarentona se lanzó a besar a mi chica, que no ofreció ninguna
resistencia, mientras se tumbaban en la cama. Entonces metió una marcha
más: le apartó el tanga y sin perder tiempo hundió la cabeza en la
entrepierna de mi novia y le empezó a practicar un cunnilingus. Mi
chica empezó a calentarse cada vez más dado que su compañera demostraba
auténtica maestría en lo que hacía: estaba claro que no era su primera
vez. Tras unos segundos lamiéndole la vagina se incorporó, descubrió
sus gigantescos pechos, que quedaron colgando bastante
antiestéticamente por culpa de la gravedad, e inmediatamente hizo lo
propio con los de mi novia, que parecían diminutos al lado de los de la
madura mujer. Mientras tanto su marido empezó a desnudarse, pero yo
continué paralizado en la puerta de la habitación.
El hombre se tumbó sobre la almohada, de manera que su ya erecto pene
estaba muy cerca de la cabeza de mi novia, y en cuanto lo vio se giró
hacia él y se lo empezó a chupar. Entonces la compañera de mi chica me
miró y tuve que lidiar con la embarazosa situación de que me invitara a
unirme a la fiesta. Vamos guapo, no te quedes ahí, que aquí también
hay para ti. En ese momento deseé que me tragara la tierra. Se lo
agradecí pero añadí que prefería no meterme, que estaba bien ahí
mirando. Ella me insistió en que no fuera tímido y que seguro que me
podría hacer cosas que mi chica nunca me había hecho porque ella tenía
más experiencia. Como yo seguía sin ceder, mi novia se sacó la polla
que tenía en la boca para decirme que no fuera un aguafiestas y que
después me iba a arrepentir.
Pensé en qué decir para mantenerme en mis trece, pero no me dio tiempo
porque se levantó, vino hacia mí y me empezó a desnudar. Nunca he
podido resistirme a sus deseos y esa vez no fue una excepción. A
continuación se arrodilló ante mí y me empezó a hacer una felación
hasta que logró que mi erección se confirmara. Después pidió a su
compañera que la sustituyera y en menos que canta un gallo tenía a la
señora comiéndome el rabo. Empleaba un estilo distinto al de mi chica,
que regresó a la cama para continuar chupándosela al marido, y tengo
que reconocer que también me gustó bastante. Tras unos minutos de
placer la mujer cesó su actividad para terminar de desnudarse. Después
abrió un cajón de una de las mesillas y sacó una caja preservativos.
Cogió dos, el primero se lo dio a su marido, y el otro lo extrajo de su
funda y me dijo ¿A que nunca te han puesto un condón con la boca?.
Efectivamente así era. Entonces la señora se lo puso entre los labios y
consiguió colocármelo a la perfección sin apenas esfuerzo, dándome un
morbazo impresionante.
Mientras tanto la otra pareja había ido un paso más allá y el marido y mi
novia ya estaban follando. La señora se arrodilló sobre la cama de
espaldas a mí y se inclinó para poner el culo en pompa, así que me
acerqué y empecé a follármela también. Me gustó esa postura porque un
cuerpo a cuerpo con esa mujer creo que no me hubiera gustado. Por cómo
estaban las dos féminas sobre la cama tenían las cabezas muy cerca, así
que no tardaron en encontrarse y volver a besarse apasionadamente. Poco
después el hombre decidió cambiar de postura y ayudó a mi chica a
incorporarse. Entonces él se echó boca arriba en la cama y le pidió a
mi novia que se pusiera a horcajadas sobre él. ¿Lo habéis probado por
detrás?, nos preguntó la mujer. Mi novia contestó que sí y que nos
gustaba mucho. Más bien a ella, porque en mi caso las experiencias no
habían sido satisfactorias. Ante esta respuesta la señora se separó de
mí y rebuscó en la mesilla hasta que encontró un par de juguetes de
goma, que más tarde me enteré de que se llaman plug, y un tubo de
lubricante bastante grande. Desde luego nos llevaban años de ventaja, a
mí ni se me había ocurrido la posibilidad de utilizar todo eso para la
dilatación anal.
Embadurnó los juguetes sexuales con lubricante y me dio uno. Me quedé un
poco confundido, pero entendí sus intenciones cuando volvió a adoptar
la postura del perrito y empezó a aplicar el plug que ella se había
quedado en el ano de mi novia. Así que como a mí me tocaba
introducírselo a ella por el ojete, primero le metí la polla de nuevo
en el coño y después el juguete por el culo. Se notó muchísimo la
experiencia porque, aunque el que yo estaba manejando era más grande
que el otro, entró por completo dentro del trasero de la señora mucho
antes de que ella lograra meterle el otro a mi novia. Fue toda una
novedad sentir con mi pene la presencia del plug dentro de las entrañas
de la cuarentona. Poco después la señora extrajo el plug del culo de mi
chica y pude ver lo dilatado que tenía el ano, el juguete había hecho
un trabajo excepcional y en un tiempo récord.
El marido y mi novia se desacoplaron y este le indicó que adoptara una
postura similar a la de la mujer para permitirle penetrar su trasero,
lo cual logró sin ninguna dificultad. Inmediatamente comenzó a bombear
con potencia y debo decir que nunca la había visto tolerar el sexo anal
con tanta facilidad porque pareció disfrutarlo desde el primer momento,
quedaba claro que el uso de aquel artefacto es altamente recomendable.
Por mi parte, la madura me dijo Y tú cuando quieras, así que tenía
que volver a enfrentarme a mis demonios con el sexo anal. Tras unos
segundos de duda me armé de valor, saqué el juguete e intenté
sodomizarla. Gracias al abundante lubricante, el hecho de llevar condón
y la pronunciada dilatación del esfínter mi polla entró como la seda.
Por fin estaba cumpliendo una de mis más ansiadas fantasías, aunque no
precisamente en el culo que yo deseaba. La diferencia con el sexo
vaginal me sorprendió para bien porque encontré esta nueva modalidad
muchísimo más estimulante ya que el orificio es más estrecho. Menos mal
que la postura forzaba un poco el ángulo de mi pene y no me
proporcionaba placer extremo, de lo contrario me hubiera corrido muy
pronto y me hubiera perdido lo que vino a continuación.
Unos minutos después el marido dijo Bueno, ya es hora de que las chicas
disfrutéis de verdad. No supe interpretar qué significaba eso, pero el
matrimonio demostró tenerlo claro porque inmediatamente se libraron de
nosotros. Nos dijeron que nos tumbáramos en la cama de manera que yo
quedara boca arriba y mi chica se pusiera a horcajadas sobre mí. Tras
acoplarnos, el marido se arrodilló tras mi chica y se la volvió a
hincar por el culo, provocándole un nuevo gemido de placer. La
experiencia de la doble penetración fue extremadamente estimulante
porque esta vez el otro cuerpo invasor que había dentro de mi chica y
que yo podía sentir tenía vida propia y se movía con brío. Pensé que lo
justo sería después repetirlo con la señora, así que me quedé quieto
para no correrme. La simple postura ya era lo bastante excitante como
para mantenerme cachondo y no perder la erección. Me sorprendió lo
mucho que aguantaba el marido castigando el culo de mi chica sin
correrse, lo cual para ella fue una gozada porque alcanzó un par de
orgasmos. Nunca había tenido a mi novia encima de mí disfrutando tanto,
no os podéis imaginar cómo se puso.
Cuando por fin mi chica pareció estar cansada nos pidió parar y que se lo
hiciéramos a su compañera. El matrimonio me preguntó que cómo quería
que nos pusiéramos, y les dije que ellos se echaran en la cama y que yo
iría por detrás. Quería evitar a toda costa el cuerpo a cuerpo con la
señora, además de repetir la penetración anal, y lo conseguí porque me
hicieron caso. Para esta postura el marido se deshizo de su
preservativo, se ve que con su esposa no precisaba de protección. En
esta ocasión no me reprimí lo más mínimo, le follé el culo a la madura
con todo mi ímpetu y llegué al orgasmo bastante rápido.
Instantes después el hombre nos pidió que nos apartáramos y le preguntó a
mi novia si le daría un orgasmo con una de sus trabajadísimas
felaciones, tal y como había le había contado su mujer. Mi chica se
sintió halagada y aceptó sin esconder su alegría. Volvió a arrodillarse
y, tras unos minutos de garganta profunda, le dijo que si le apetecía
que podía follarle la boca. Así que el marido dispuso de ella como
quiso, abusando de su boca como tantos otros antes que él ya habían
hecho, hasta que empezó a suspirar profundamente y convulsionarse. Al
instante le sacó la polla de la boca y empezó a eyacular contra su cara
mientras ella se esforzaba por cazar algo, aunque prácticamente todo el
semen quedó distribuido por su rostro. Fue a echar la mano para
llevarse el esperma a la boca, pero el marido se lo impidió. Quieta,
quieta. Cariño, límpiale la cara a la chavala. La mujer obedeció y
empezó a lamerle la cara a mi novia, recolectando hasta la última gota
de esperma. Cuando hubo terminado se entendieron sin hablar: mi chica
abrió la boca y la señora le pasó lo que había acumulado para que se lo
tragara. Fue un final de traca a una noche memorable.
Como todo había terminado empezamos a vestirnos mientras charlamos sobre
lo increíble que había sido. Anda, que al principio no querías y mira
lo que te ha gustado luego, me dijo mi novia. Nos has dejado
alucinados, para tener 19 años te lo montas de puta madre, le dijo el
marido a mi chica, que me echó un capote contestándole que gran parte
del mérito era mío porque le ayudaba mucho a probar cosas nuevas.
Lo primero que hice cuando volví a mi ciudad fue comprar un juego de plugs
de distintos tamaños porque su utilidad había quedado demostrada
científicamente, y lubricante en mayores cantidades. Desde entonces
pude sodomizar a mi novia sin problema, incluso sin preservativo, y
disfrutar finalmente del sexo anal. Podría decirse que tras aquella
aventura toqué techo sexualmente hablando.
Continuará...
|