Hola
lectores de MorboCornudos,
Me llamo Luis, tengo 53 años y estoy felizmente casado con Susana, una ama
de casa de 48, rostro dulce y risueño, estatura normal en una mujer,
pelo castaño, poco pecho tipo manzana y caderas algo anchas (culona
dice ella). Como en cualquier otro matrimonio, tras tantos años de
convivencia, la monotonía estaba convirtiendo el mismo en algo
soporífero y aburrido, por mucho que nuestro amor continuara tan firme
como el primer día. Nuestras relaciones sexuales habían llegado al
extremo de ser infrecuentes, limitándose a cumplir de vez en cuando,
sin que nada pudiera hacer creer que esto pudiera revertirse.
Hace unos meses, invité a un amigo y compañero de trabajo a ver un partido
de fútbol de pago en nuestro domicilio, ya que él carecía de este tipo
de suscripción, y alguna que otra vez me había insinuado la posibilidad
de poder ver a nuestro equipo en mi casa. Se trataba de Juan, de 39
años, un hombre bastante alto y delgado, soltero empedernido, y
extremadamente locuaz y extrovertido. Aquella noche, tras personarse en
nuestro domicilio con un pack de latas de cerveza, fue presentado a mi
esposa, la cual, si bien no lo conocía personalmente, me había
escuchado hablar abundantemente de él. Juan, soltero por convicción, y
versado en el arte de la conquista de féminas, inmediatamente desplegó
su repertorio de halagos a mi esposa, la cual, poco acostumbrada a ese
tipo de comportamiento, increíblemente para mí, lejos de incomodarse,
aparentó encajar aquellos piropos y halagos con especial interés,
sonriendo constantemente.
La velada futbolística, a la que se unió Susana a pesar de no gustarle
el fútbol, transcurrió entre cerveza y cerveza, y prosiguió a la
finalización del mismo con unos cubalibres bien cargados de ron, que si
bien no llegaron a embriagarnos, si aumentó nuestra locuacidad y
desinhibición a cotas inasumibles en otras circunstancias. Yo mismo fui
el que sacó a relucir el tema sobre que los solteros contaban con una
mejor vida sexual que los casados, citando a la monotonía como
principal problema en un matrimonio.
En aquel ambiente desinhibido fomentado por el alcohol, la discusión fue
elevando el tono erótico de la velada a cada segundo que pasaba, con
insinuaciones constantes de Juan sobre la conveniencia de abandonar
la monotonía matrimonial abriendo el mismo a juegos eróticos de
cualquier índole, sin descartar incluir a terceras personas.
Podéis imaginar mi asombro, cuando Susana, mi dulce y pudorosa esposa,
soltó un pues... a mí no me importaría practicar ese tipo de juegos
eróticos... aunque fuera sin penetración, si con ello mejoraran
nuestras relaciones matrimoniales. Juan, aprovechando mi estupor,
recogió el guante, y fingiendo bromear se ofreció inmediatamente a
jugar con nosotros, comprometiéndose a no propasar los límites que
dictáramos.
El alcohol no llegaba a cegarme, habiendo percibido tiempo atrás las
disimuladas miradas lascivas que Juan lanzaba a mi esposa, adivinando
perfectamente que lejos de bromear, mi amigo ansiaba revolcarse con
mi esposa, sin que ello, lejos de molestarme, para mi estupor,
comenzara a excitarme cada vez más. En aquel juego participábamos los
tres, siempre fingiendo que el alcohol nos afectaba más de lo real, y
así, Juan atacaba presentándose voluntario para cualquier cosa entre
risas, mi esposa fingía envalentonarse afectada por efluvios
alcohólicos sin poder ocultar que realmente le excitaba la idea, y yo
interpretaba el rol de inocente marido que se divertía con aquello sin
percatarse totalmente de todo.
A pesar de ello, tuve que ser yo quien desencadenara el inicio de aquellos
juegos, ya que tanto Juan como mi esposa seguían sin traspasar el
límite de la broma a lo real, posiblemente por miedo a mi reacción, y
propuse entre risas un ¿a que no tenéis cojones?. ¿Yo?, ¡por supuesto
que sí!. Bramó Juan. "Yo... Si es cosa suave... y porque estamos en
este ambiente..." (Mi esposa se puso colorada mirándome con rostro de
no haber roto un plato en su vida).
"¿A que no tenéis cojones a bailar un agarrado en ropa interior los dos?,
fijo que Juan no es capaz de aguantar más de diez segundos sin
empalmarse, ja ja ja".
"¿Yo?, bailo lo que haga falta", dijo Juan. Con una sonrisa de oreja a
oreja.
"Si es manteniendo siempre la ropa interior sin pasar de ahí...". dijo mi
esposa cada vez más azorada.
Juan, demostrando que no quería dejar pasar la oportunidad de abrazarse a
mi esposa semidesnudos, comenzó a desnudarse ante la atenta y curiosa
mirada de mi esposa, que no paró de reír hasta verlo con un slip de los
que marcan paquete. Ambos nos sorprendimos cuando Susana abandonó el
salón excusándose en que prefería desnudarse en la intimidad,
comprendiendo el motivo real a su regreso, ya que mi esposa había
aprovechado para cambiarse y lucir su lencería más excitante. El blanco
de sus braguitas ajustadas al contorno de su cadera y el sujetador a
juego, contrastaba con el increíble sonrojamiento de su rostro,
provocando que el miembro de Juan comenzara a izarse antes de llegar a
abrazarla, y mi más enorme estupor al comprobar cuánto excitaba a mi
esposa exhibirse y sentirse deseada.
"Ja, ja, ja, ja, Juan, ¿todavía no has empezado a bailar con ella y ya te
estás empalmando?, ¡espero no te corras nada más abrazarla!", dije
señalando el progresivo aumento de tamaño de su slip.
"Cooooooño, es que Susana está buenísima".
Sin apartar la mirada del miembro que se le aproximaba, Susana se dejó
abrazar por nuestro amigo, iniciando un baile sensual agarrado a los
sones de una fingida música, en el que obviamente la erección de Juan
se hizo más manifiesta, frotándose ambos lascivamente. Juan en
principio se limitó a frotarse, pero poco a poco sus manos se dedicaron
a sobar descaradamente el culo de mi esposa, la cual se quejó
diciéndole que de tocar no hemos dicho nada, sin que Juan le hiciera
el más mínimo caso, máxime cuando los erectos pezones de mi esposa
dejaban bien a las claras cuánto estaba disfrutando con ello.
Mi propia erección viendo aquello comenzó a ser dolorosa, y deseando con
ello ayudar a que Susana se dejara llevar sin preocuparse por mi
reacción, procedí a desnudarme también para que comprobara cuánto me
excitaba verla participar en aquel juego.
Observé cómo sonrió al verme tan excitado, mientras Juan, ajeno a todo,
proseguía acariciándole el culo mientras le frotaba el miembro con
mayor ímpetu a cada instante. Susana literalmente ardía de pasión,
presionando ella misma sus caderas en dirección al erecto miembro de
Juan para sentirlo con mayor intensidad. Juan aprovechó que, mi esposa,
a todas luces mostraba signos inequívocos de desear traspasar cualquier
tipo de límite, para introducir una mano bajo sus braguitas, a lo que
ésta se negó, (con poca decisión), por lo que decidió a sobarle sus
duros pechos, dedicando especial atención a los erectos pezones.
Los gemidos de mi esposa se hicieron cada vez más evidentes por mucho que
se mordiera los labios, no cabía duda de que deseaba ser ensartada por
aquella polla que sentía frotarse en su cuerpo. Sorpresivamente se
deshizo de aquel lascivo abrazo, dejando a Juan a punto de reventar el
slip y con rostro de haber quedado con ganas de continuar hasta el
final.
"Ufffff, tengo que parar...", (dijo dando a entender que, o bien estaba a
punto de correrse, o de suplicar ser follada de una vez). "Ahora podéis
continuar vosotros bailando... y para hacerlo más interesante, al que
se le ponga más dura le daré un premio.
Si alguien me hubiera dicho unas horas antes, que iba a terminar
bailando abrazado con otro hombre en ropa interior, lo habría tildado
de loco, aunque tampoco hubiera podido imaginar que me excitara haber
visto a mi esposa haciéndolo con Juan, y mi polla indicaba todo lo
contrario.
Sin parar de reír, y ansioso por ganar la apuesta y ser premiado por
Susana, Juan me invitó a levantarme del sofá, e inmediatamente me
abrazó de modo que pude sentir su erección frente a la mía, en una
lucha de pollas sumamente excitante, y más cuando ambas se
encontraban en erección por la misma mujer. Susana nos observaba
sumamente excitada, e incluso nos animó a desprendernos del slip para
poder ver mejor nuestras pollas frotándose la una con la otra. Sentí
algo de aprensión por excitarme de aquella manera con el contacto de
una polla en erección, pero difuminé aquellos reparos al comprobar
cuánto excitaba esto a Susana.
Mi mujer no perdía detalle, mostrando en su rostro una lascivia
descomunal, por mucho que sus carcajadas quisieran hacer de aquello un
simple juego caliente. Habríamos terminado corriéndonos alguno de los
dos de haber proseguido aquel frotamiento de miembros, por lo que
decidimos finalizar aquello y nos acercamos a Susana con ambas pollas
erectas como mástiles. Era obvio que aquel juego había traspasado los
límites, y Susana observaba aquel par de pollas enhiestas con deseo
infinito.
Difícilmente hubiera podido fingir que simplemente se estaba divirtiendo
con todo aquello y que no deseaba seguir adelante, cuando sus pezones
amenazaban con desgarrar el sujetador. Era evidente que ansiaba ser
penetrada por Juan, y que los límites iniciales de no desprenderse de
su ropa interior habían quedado obsoletos. Aun así, le estaba siendo
difícil desprenderse de años y años de ser una decente y pudorosa ama
de casa, y su mente luchaba contra el enorme deseo de desmelenarse y
dejarse arrancar las braguitas allí mismo. Juan, dándose cuenta de que
aquellas dudas podrían dar al traste con sus deseos de terminar
follándola, dijo:
"Bueno... aquí estamos con la polla tiesa... habías dicho algo de premiar
al que más dura se le pusiera... elige...".
"Ja, ja, ja, ja. Tiene razón, Susana, por mí no te preocupes, si lo eliges
a él no pasa nada, es normal que siendo más joven que yo se le ponga
más dura... No me voy a poner celoso", dije, animándola abiertamente a
seguir adelante, aunque mi polla se mostrara tan dura como la de Juan,
debido a la enorme excitación del momento.
"Y entonces... ¿tú qué? ¿te vas a quedar mirando con dolor de huevos?",
contestó Susana.
"Ja, ja, ja, ja, no te preocupes por él, si me premias a mí, le hago una
paja a tu marido para que se desfogue".
Aquello pareció divertir a mi esposa, la cual asintió entre carcajadas,
provocándome un morbo brutal comprender que, de aquella manera, había
dado también su consentimiento a ser usada posteriormente por nuestro
amigo.
Inmediatamente, Juan, colocándose a mis espaldas, frotando aquel trozo de
carne que ansiaba meter a mi esposa sobre mis glúteos, agarró mi polla
y procedió a bombearla rítmicamente. Puedo asegurar que jamás había
albergado morbos homo, bisex, ni nada parecido, pero ser pajeado por
Juan en presencia de mi esposa aún en lencería, la cual lo observaba
con un rostro lascivo brutal, me proporcionaba un placer
indescriptible, acentuado por los comentarios obscenos con los que mi
amigo acompañaba los movimientos de la mano sobre mi polla.
"Córrete pronto que estoy deseando metérsela a tu mujer".
"¿Tanto te gusta Susana? Un soltero como tú seguro tiene muchas
oportunidades de follarse a otras...".
"Sí, pero follármela a ella me va a encantar".
Susana escuchaba aquello sin poder reprimir la excitación, y anhelando su
ración de polla se acercó a nosotros y comenzó a pellizcarme los
pezones.
"¡Vamos!, ¡córrete rápido!".
Grité como un loco cuando mi leche comenzó a brotar a borbotones manchando
el suelo, y corriéndome de gusto como un adolescente. Inmediatamente,
Juan abrazó a mi esposa y tras besarla en la boca, la dirigió en
dirección a nuestro dormitorio.
No me hubiera perdido aquello por nada del mundo, y los seguí sumisamente
ansioso por presenciar cómo Susana iba a revolcarse en nuestra cama con
otro hombre. Observé a Juan tumbarse con la polla apuntando al techo,
mientras mi esposa se desembarazaba de la ropa interior como si le
quemara sobre la piel. Juan sonrió al ver aquellos pezones tan erectos
y el triángulo que formaba el negro vello púbico de mi esposa.
De pie, a unos metros de la cama, asistí estupefacto cómo Susana, tras
tumbarse a su lado, acercó la cabeza a la polla de Juan, y procedió a
besarla y lamerla como si de un helado se tratara, provocando los
primeros jadeos de placer de éste. Juan demostró cuánto deseaba poder
penetrarla de una vez, y la invitó a que cesara con aquella mamada de
polla y a tumbarse boca arriba, de forma que pudo abrirla de piernas
con facilidad.
Apuntó la polla sobre el húmedo coño de mi esposa, provocando que ésta
abriera los ojos como platos al sentir como aquel trozo de carne se
introducía en su interior. Susana abrazó con las piernas las caderas de
Juan, para sentir con mayor profundidad aquella polla que la taladraba.
Absorto, observé cómo aquella polla brillaba a causa de la humedad
impregnada del coño de mi esposa, la cual gemía de placer con cada
golpe de caderas de su amante.
"¡Pero qué buena que estás!".
"Mmmmm, no pares cabrón, sigue metiéndomela...".
Volví a sorprenderme de la brutal excitación que me provocaba observar
cómo, a unos metros de mí, Susana se entregaba sin ningún tipo de
cortapisas a Juan, y cómo éste bombeaba las caderas sobre ella,
incrustándole la polla hasta la base de los huevos con cada embestida
de las mismas.
"¿Te gusta follarte a Susana?", pregunté mientras me masturbaba sin perder
detalle.
"Me encanta... mmmmmm, hace años que no me follaba una mujer tan rica como
la tuya", respondió Juan redoblando las embestidas.
Los gemidos de ambos traspasaban las paredes de nuestro dormitorio, y con
absoluta seguridad, los vecinos debían escuchar alucinados los mismos.
Susana, en estado de paroxismo, arañó las espaldas de su amante, al
mismo tiempo que sus alaridos no dejaban lugar a dudas del enorme
orgasmo obtenido. Juan continuó unos segundos más bombeando las caderas
hasta inundar de semen el ya encharcado coño de mi esposa. Continuaron
abrazados el tiempo suficiente para que yo terminara de masturbarme
sobre ellos y los salpicara de mi propia leche.
Puedo asegurar que la monotonía desapareció por completo de nuestro
matrimonio a partir de aquel día.
Email.
|